«Al matarle, gritaron ‘¡Arriba España!’»: así fueron las últimas horas de vida de Lorca
Pocos días después del asesinato del poeta en los primeros meses de la Guerra Civil, ABC publicó el primer rumor sobre el crimen y entrevistó amigos milicianos del poeta que
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Cuando estalló la Guerra Civil, Federico García Lorca tenía 38 años. Había terminado ‘La casa de Bernarda Alba’ y llevaba muy avanzada una comedia sobre política. También estaba trabajando en una nueva obra de teatro titulada ‘Los sueños de mi prima Aurelia’, una elegía de su niñez en la finca de la Huerta de San Vicente (Granada), justo donde se encontraba cuando se produjo el golpe de Estado de Franco, Mola y el resto de generales.
Sin embargo, en los meses previos al inicio del conflicto, el poeta había tenido la desdicha de convertirse en el blanco de las críticas de la derecha española, por su amistad con famosos socialistas como el ministro Fernando de los Ríos. Aquello, al parecer, le hizo ganarse sus primeros enemigos, aunque tampoco le fueron de mucha ayuda sus declaraciones contra las injusticias sociales en aquella época de odios crecientes y el país dividido en dos.
Además, mientras el mundo entero le admiraba y elogiaba, en la prensa española se lanzaba el rumor de que mantenía relaciones homosexuales. La revista ‘F.E.’, editada por la Falange, echó más leña al fuego al acusarle de llevar una vida inmoral, de corromper a los campesinos y de practicar «el marxismo judío». Todos estos críticos con todo lo que representaba su figura y su poesía, no tuvieron en cuenta que, sin embargo, se había resistido a la presión de su círculo más cercano para que se afiliara al Partido Comunista. Y, efectivamente, nunca lo hizo.
Antes de ser asesinado, además, Lorca fue interrogado sobre sus preferencias políticas. El poeta, que nunca estuvo afiliado ni al PCE ni a ninguna fuerza política, manifestó sentirse al mismo tiempo «católico, comunista, anarquista, libertario, tradicionalista y monárquico», en una postura que daba cuenta de su espíritu crítico, aunque fuera de izquierdas. Lo que si tenía claro, según dijo, era que se sentía un «español integral» y que estaba íntimamente ligado, en cuerpo y alma, a su país, pero rechazaba las ideas nacionalistas abstractas de los que ciegamente «aman a su patria con una venda en los ojos».
‘¿Han asesinato a Lorca?’
Sin embargo, nada pudo hacer para evitar su fatal desenlace. ‘¿Han asesinato a Lorca?’, se preguntaba el ABC republicano, con sede en Madrid, el 1 de septiembre de 1936. El poeta, en realidad, llevaba ya dos semanas muertos cuando se publicó esta noticia firmada desde la localidad granadina de Guadix. Para los lectores, de momento, era solo una posibilidad, pues no se había confirmado: «Rumores procedentes del frente cordobés, que no han sido hasta la fecha desmentidos, revelan el posible fusilamiento del gran poeta por orden del coronel Ciriaco Cascajo».
Al comenzar la guerra, por lo tanto, Lorca sabía que su vida estaba en peligro. Pensó huir a la zona republicana o instalarse en casa del compositor Manuel de Falla, cuya fama internacional podría ofrecerle protección. Al final se alojó en la vivienda de los padres de su amigo Luis Rosales, el poeta falangista, pero eso tampoco le salvó. El 16 de agosto fue detenido por Ramón Ruiz Alonso, un ex diputado de la CEDA que sentía un profundo desprecio hacía él. Según el hispanista Ian Gibson, «fue una operación de envergadura» en la que participaron un buen número de guardias, policías y hombres armados en los tejados colindantes.
Dos días después le dieron el ‘paseo’, sin que todavía se sepan con exactitud los detalles de cómo ocurrió. Tras el primer rumor, este diario confirmó su muerte el 8 de septiembre: «El corresponsal se ha reunido con un evadido del infierno de Granada. Entre sus manifestaciones destaca la confirmación del asesinato de Lorca. Las palabras del fugado son las siguientes: ‘No deje de mencionar que el gran poeta se hallaba veraneando con su familia en la finca y ha sido asesinado vilmente por los traidores al grito de ¡Arriba España! Un día antes de su detención nos estuvo leyendo una carta que le había remitido, desde América, [su amiga la actriz] Margarita Xirgu’».
Las últimas horas
Cuenta el artículo que los periodistas presentes se resistían a creerse la «triste noticia» y esperaron a que el miliciano y amigo de Lorca la desmintiera. Este, sin embargo, lo confirmó con contundencia. «Al ver que mirábamos con insistencia al evadido, el jefe de Orden Público, Juan Ruiz, nos manifestó que podíamos tener plena confianza en lo que contaba, pues le conocía desde hacía mucho tiempo. Y a continuación añadió: ‘Es triste creerlo, pero la realidad es esa. Se fue en busca de calma a la finca de sus padres, la misma que se hizo famosa porque en ella creó sus mejores obras, y ha encontrado la muerte de forma tan vil que provocará una explosión unánime de indignación no solo entre los españoles, sino en todo el mundo’».
En 1983 se publicaba la obra póstuma de Eduardo Molina Fajardo, ‘Los últimos días de García Lorca’ (Plaza & Janes), que según ABC fue protagonista de una «polémica presentación en Granada». El ensayo del periodista abarcaba desde la llegada del poeta a la Huerta de San Vicente, el 16 de agosto de 1936, hasta su ejecución un mes después en el camino de Víznar a Alfacar. Unas últimas horas en las que los historiadores especializados en la Guerra Civil todavía no se han puesto de acuerdo, como se apuntaba ya entonces en esta noticia:
«En torno a ello están los registros que se hicieron en la huerta y el traslado del poeta por parte de Luis Rosales a su casa de la calle Angulo, en Granada, así como la posterior detención por orden del comandante José Valdés Guzmán, que llevó a cabo Ramón Ruiz Alonso, en la vivienda de Rosales, para llevárselo después al Gobierno Civil. Allí estuvo un par de días. El historiador Ian Gibson y Molina Fajardo no se ponen de acuerdo en las fechas: si es en la madrugada del 17 o el 18 de agosto. El libro se ocupa, también, de la llegada a Víznar y de su estancia en el cuartel de dicha localidad hasta el momento de la madrugada en que fue fusilado».
Las críticas
En su libro, Molina Fajardo presentaba más de cuarenta entrevistas realizadas desde los años 60, con personajes que habían intervenido o podían conocer detalles de aquel episodio todavía no cerrado, teniendo en cuenta que los restos del autor de ‘Poeta en Nueva York’ siguen desaparecidos. «El hecho de surgir ahora nuevos nombres de personas que estuvieron en torno no solamente de la muerte de Lorca, sino de su detención, hace que numerosos granadinos hayan puesto el grito en el cielo protestando porque ellos no estuvieron allí. Este es el caso, por ejemplo, de Rafael Martínez Miranda», añadía el diario.
Este redactor de ‘El Ideal’ llegó a poner una querella criminal contra Ágeles González, la viuda de Molina Fajardo, tras la presentación del libro en Granada. Su padre, teniente de Infantería en las Fuerzas de Asalto en agosto de 1936, aparecía citado como el «transmisor de la orden que llegó a Víznar desde Madrid para que Lorca y otras cuatro personas fueran fusiladas». Como prueba, el periodista presentó la hoja de servicios de aquellos días, que situaban a su padre en una columna camino de Loja y un artículo de su periódico de aquella época que lo confirmaba.
En su libro ‘El asesinato de García Lorca’ (Ediciones B, 2018), Gibson describe con detalle el arresto del poeta: «No puede caber la menor duda de que la detención del poeta constituyó una operación de gran envergadura montada por el Gobierno Civil, en la que se rodeó toda la manzana: calle Angulo, plaza de los Lobos, calle Guadalajara, calle Tablas. Está claro que Valdés y sus cómplices habían tomado la determinación tajante de que no se les escapara. Desde la segunda planta de Angulo, 1, donde vivía con la tía Luisa Camacho, el poeta debió notar enseguida que algo raro pasaba abajo».
La detención de Lorca
Se sabe que el número de policías y agentes del dispositivo fue grande. También estuvieron presentes Luis García-Alix Fernández y Juan Luis Trescastro Medina, ambos miembros del partido derechista Acción Popular. La familia de este último, curiosamente, era amiga de la familia de Lorca y, por lo tanto, conocía bien al poeta desde su juventud, lo que no impidió que lo traicionara en aquella guerra fratricida donde vecinos y familiares acabaron delatándose entre sí. En aquella época, además, las complicidades fueron importantes en los dos bandos, y una participación amplia en este tipo de operaciones, en los que unos detenían, otros conducían, algunos acompañaban y otros disparaban, provocaba que todos guardaran silencio.
El caso de la hermana de Lorca fue diferente. Según sostiene Gibson, fue ella quien confesó el paradero del poeta, pero porque fue presionada por los falangistas con la amenaza de detener a su padre si no hablaba: «Cuando Concha, tras mantener silencio y encubrir a su hermano, vio que comenzaban a arrastrar a su padre hacia la calle, solo entonces dijo: ‘¡Mi hermano no está huido! Está en casa de un amigo’».
El gran tamaño de la operación fue confirmado por el escultor granadino Eduardo Carretero, marido de Isabel Roldán García, prima del poeta: «No puedo decir que viera la detención de Federico. Supe a posteriori que aquello era la detención. Yo pasaba por la plaza de la Trinidad hacia abajo por la calle de las Tablas; entonces vi una cantidad de gente, de guardias con fusiles; incluso estaban en los tejados. Me quedé asustado porque pensaba que iba a haber un tiroteo, que iba a haber algo. No corrí por miedo, porque el miedo hace que vayas despacio, como si no ocurriera nada. Tenía dieciséis años […]. Había mucha gente, muchos guardias».
Frente a la casa de los Rosales, en la calle Angulo número 4, vivía el dueño del bar Los Pirineos. Uno de sus hijos, Miguel López Escribano, también presenció la escena: «Vi sacar a Federico de la casa. Estábamos jugando en la calle a la pelota y, entonces, los que fueron a por Federico nos echaron de la calle. Como yo vivía enfrente de los Rosales, me subí a la casa y me asomé al balcón […]. Iba con un pantalón gris más bien oscuro, con una camisa blanca, con las mangas remangadas a media muñeca. Llevaba puesta una corbata, pero, como llevaba el cuello desabrochado, la llevaba sin echar el nudo. Y la americana la llevaba al brazo».
Origen: «Al matarle, gritaron ‘¡Arriba España!’»: así fueron las últimas horas de vida de Lorca