28 marzo, 2024

Alfredo Espinosa, el consejero vasco fusilado en los muros del cementerio de Santa Isabel | El Correo

Toma de posesión del Gobierno vasco en Gernika. En el centro, el consejero de Sanidad, Alfredo Espinosa, con bigote.

Un testigo presencial cuenta las últimas horas antes de la muerte de este destacado dirigente de Unión Republicana que dirigió la Sanidad del primer Gobierno vasco durante la guerra

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Alfredo Espinosa fue un destacado dirigente del partido moderado Unión Republicana, que fue llamado por el lehendakari José Antonio Aguirre para organizar la sanidad del primer Gobierno vasco en octubre de 1936. Su desdichado final, fusilado en los muros del cementerio de Santa Isabel de Vitoria y enterrado en una fosa común, habla de uno de esos crímenes execrables que se cometieron durante la Guerra Civil.

De la mayoría de los asesinatos de la retaguardia en aquel período no hay testimonios directos. Pero en este caso lo tenemos. Se trata del jesuita Alfonso Moreno, que asistió cristianamente en Vitoria a muchos de los que habían sido condenados. Este texto, junto a otros relatos de fusilamientos, es de un gran interés humano e historiográfico. Fue publicado por el historiador Antonio Rivera en el número 4 de la revista Kultura, en febrero de 1992, una publicación editada por la Diputación.

A modo de memorias de su vida, entre el 6 de marzo de 1937 y el 26 de junio de 1938, Moreno describe el ambiente que se vivía en torno a las ejecuciones y el estupor incomprensible de hombres como él, que no entendía cómo se había llegado a aquella guerra. La descripción de la muerte de Espinosa y de su compañero Aguirre es de una gran emotividad, calidad y de un valor humano indiscutibles.

Dice así:

26 de junio de 1937, sábado.

«Cada fusilamiento lleva sus notas típicas diversificantes: apenas hay dos iguales. El de hoy, completamente nuevo: nada menos que el ministro del Gobierno Provisional de Euzkadi, D. Alfredo Espinosa, del Departamento de Sanidad. Asimismo, D. José Aguirre, capitán de artillería, ingeniero de alguna fábrica. Ambos salieron con sus secretarios en un bimotor pilotado por un tal Yanguas desde Francia hasta Santander. El piloto que estaba vendido fingió en el camino no sé que fallo en los motores, primero en uno de ellos, luego en el otro. Era preciso aterrizar. Se hallaban en una playa de Francia… Les esperaba gran cantidad de público y la Guardia Civil. Aquello no era Francia, sino ¡Zarauz! Asombroso. Estupor.

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Eran las 9 y media de la noche. Espinosa, alto fuerte, sin llegar a fornido. Aguirre, más fino y cultivado. A sus dos compañeros se les indultó «por ser de menor graduación y hacerse necesaria una diversificación de la sentencia». Espinosa sufrió horrores. Se sentía acorralado, mal atendido. Toda la noche, desde las 12, escribiendo. Los guardias de asalto, muy deferentes y humanos como nunca, me dejaron casi todo el tiempo a solas con ellos. Necesitaban tiempo. Tiempo para escribir. Es preciso retrasar la ejecución. Se llama por teléfono, hay consultas y ruegos…..lo más hasta las 5 y media. Se acaba el papel. Protestan. Voy yo, por favor, a buscar papel a la Residencia. Me lo agradecen mucho. Se hace tarde y llega la hora de prepararse. Es ya tarde. Aguirre se confiesa con ternura. Está muy contento, pues aquella muerte es para él exquisita: él, militar hubiera muerto como un perro en el frente. Ahora con la asistencia de un sacerdote… Besa la alianza muchas, muchas veces. Se la saca del dedo y me la entrega para su mujer. ¡Cómo sufre por ella y por su hijito! . ¡Qué cartas tan sentidas!

Llamo a Espinosa. Es muy tarde: las cinco y cuarto. Hablamos…se confiesa… llora mucho y pide perdón al Señor entre profundos sollozos y lágrimas. Se acuerda mucho de su Paquita. En el cielo se volverán a ver… «Quiero, sí, comulgar». Digo, a escape, misa. Todo se retrasa. El sargento de asalto, que es muy religioso me lo aguanta. No ha estado nunca en estas cosas y hace muchísimo caso de mis indicaciones. Me ayuda a misa Aguirre y otro guardia de asalto, antiguo estudiante para benedictino: bondadoso, gallego.

Luego… las angustias horribles del amarre, del subir a la camioneta, de la marcha cada vez más corta hacia el cementerio. Bajamos. Ya estamos frente a las tapias. Le pongo el escapulario. Me despido. Besan, me persiguen besando ambos mi crucifijo. ¡Carguen…..! ¡Apunten….! ¡Fuego¡. Dos cuerpos que se desploman. Extremaunción. Les quito el escapulario… Vuelvo en la misma camioneta, abierta, de los Guardias de Asalto. Son las 6. Me ven varios… ¿me creerán un detenido? Lo que es la vida. El sargento hace seis años y aún menos, le había hecho la guardia a Espinosa, cuando éste era Gobernador Civil en Burgos. Hoy le van a fusilar. El guardia lo comentó ayer con el mismo Espinosa».

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Doctor en Medicina

Alfredo Espinosa Orive nació en Bilbao en 1903. Fue doctor en Medicina por la Universidad de San Carlos de Madrid y responsable del área de radiología del Hospital Civil de Basurto.

Miembro de la Unión Republicana, fue concejal del Ayuntamiento de Bilbao, Gobernador Civil de Burgos y de Logroño, presidente de Unión Republicana y consejero de Sanidad del primer Gobierno vasco, desde donde se adelantó, en muchos años a las políticas sociales de los gobiernos europeos.

Consagró sus esfuerzos para humanizar la guerra y procurar, por todos los medios a su alcance, mejorar la situación de los presos. Se hizo cargo de la Cruz Roja de Euzkadi, se esforzó por la higiene rural, organizó la asistencia social a refugiados, hijos de milicianos fallecidos, fundaciones benéficas, casas de Salud Infantil, colonias infantiles y otros medios de beneficencia como la casa de Reposo, la de convalecencia, la de Maternidad para refugiados, o del Hogar del Anciano. Movido por el sentimiento, de ser «incapaz de sentir odios ni rencores mezquinos contra sus semejantes», dedicó su labor a corregir injusticias y evitar persecuciones arbitrarias. Fue detenido en junio de 1937, acusado de delito de rebelión militar y condenado a muerte por un Consejo de Guerra.

Está previsto que en 2016 se inaugure el hospital de Urdúliz, que llevará el nombre de Alfredo Espinosa. Este hospital atenderá a la población de la Margen Derecha de la ría de Bilbao.

La peripecia del avión

A principios de junio de 1937, el consejero de Sanidad del Gobierno vasco, Alfredo Espinosa, se encuentra en territorio francés para ocuparse tanto de la instalación de los heridos en los distintos centros habilitados en Francia, como para gestionar algunos productos médicos, farmacéuticos y quirúrgicos que, en Euzkadi, hacían mucha falta.

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Iñaki Anasagasti, en su blog, cuenta lo siguiente: «El regreso no era fácil. La mayoría de las vías de comunicación se encuentran cortadas. Entonces se esconde en un barco que salía hacia Santander desde Burdeos. No logra esta vez su empeño. Le sorprenden los oficiales del Comité de No-Intervención y lo desembarcan. Un día llega a Toulouse un avión pilotado por Yanguas a quien Espinosa pide que le lleve a Santoña. El piloto le dice que uno de los motores del aparato no anda bien, avería que, como se demostrará más tarde, era un puro pretexto. Espinosa insiste. «Aunque sea con un solo motor». Les dice a sus acompañantes: «¡A ver quién es el valiente que se viene conmigo!». Junto al Doctor Espinosa se van el capitán Aguirre, su secretario, Emilio Ubierna y Eugenio Urgoiti. Bajo el pretexto de una grave avería, Yanguas hace aterrizar el avión en la playa de Zarautz. Allí les esperan militares y autoridades franquistas, incluso tienen preparada a una persona para que les abra la puerta del aparato. La traición de Yanguas se había consumado.

Pero uno de los gestos más conocidos es la carta que Alfredo Espinosa escribió aquella fatidica noche que se puede leer entera. Solo voy a recoger un párrafo que resume la inmensa bondad de este hombre. «Cuando la historia nos juzgue a todos, sabrán que nosotros hicimos lo indecible por evitar la muerte a los presos y por conservar el respeto absoluto a toda idea opuesta a la nuestra». «Cuando condenen los tribunales a alguno a muerte, mi voto, desde el otro mundo, es siempre por el indulto pues pienso en que pueda tener madre o esposa e hijos y la terrible condena siempre la sufrirán personas inocentes. Pídeles tú a mis compañeros, en mi nombre, lo que yo te pido, y os suplico no ejerzáis represalias con los presos que hoy tenéis, pues bastante han sufrido como sufro yo. El que no esté procesado en estos momentos ponerlo en libertad».

Origen: Alfredo Espinosa, el consejero vasco fusilado en los muros del cementerio de Santa Isabel | El Correo

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