Alhucemas: la colonia olvidada fundada por los héroes españoles que desembarcaron en el sangriento «Día D» del Rif
ABC entrevista a Manuel Palomo, Presidente de Honor de la «Asociación de Antiguos Residentes de Villa Sanjurjo-Alhucemas» y propietario de un Museo Mapal privado único en Madrid
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Hasta el sur de Madrid. Más concretamente hasta el interior de una tienda de suministros industriales en cuyo rótulo hay grabadas apenas siete letras: «Himatra». Hasta aquí (el número 23 de la calle Argüeso) hay que viajar para hallar el merecido altar en el que un solo hombre custodia la historia de Alhucemas. Un pueblo olvidado (la última ‘colonia’, haciendo un símil) que fue fundado por el Ejército Español sobre las playas del Rif en 1925. Las mismas orillas que, unos días antes (el 8 de septiembre), vieron morir sobre su arena a miles de soldados españoles durante una operación bélica única en la historia militar de nuestro país: el Desembarco de Alhucemas. El «Día D» hispano en el que los militares rojigualdos se dejaron la vida para expulsar de la zona a los rifeños de Abd el Krim
Este adalid de la memoria de Alhucemas es Manuel Palomo Romero. Y el referido altar, su museo privado: el «Museo Mapal de Alhucemas». Una colección de miles y miles de fotografías, archivos y recuerdos (más de 42.000, según explica a ABC) que guardan relación directa con el pueblo. Lo suyo es algo más que «hobby», es verdadera pasión.
Su amor incondicional a dichas tierras -las que pisó su padre como militar en el Desembarco de Alhucemas– está sustentado sobre sólidos pilares. Y es que, aquella pequeña ciudad (llamada Villa Sanjurjo en honor del general que tomó la playa a sangre y fuego) fue la que le vio nacer. Esa atracción por la urbe, además de su conocimiento de la historia de la zona, le llevó también durante años a ser el presidente de la «Asociación de Antiguos Residentes de Villa Sanjurjo-Alhucemas». Los últimos de una región de la que fueron repatriados entre 1956 y 1958 después de que Marruecos se independizara.
Ahora, tras toda una vida dedicada a la asociación, al «Desembarco de Normandía» español, y al pueblo, Palomo ha tomado la dura decisión de ceder su colección. Esta, al igual que él y que sus sentimientos, se dividirá entre Alhucemas (donde su alcalde, Mohamed Boudra, inaugurará un museo con ella) y la Península. «Haré la entrega en breve. Aquí se quedará principalmente la parte de la documentación que hace referencia al Ejército Español. La idea es llevar a Alhucemas paz, y no guerra. Hacer allí un museo en el que se pueda ver cómo ha cambiado la ciudad desde sus inicios», explica el español a ABC. Según Palomo, no busca «echar más leña al fuego» recordando a Abd el Krim, sino «apagar los fuegos existentes» y que, simplemente, se recuerde mediante su gigantesco archivo que hubo un día en el que aquella región flameaba la bandera rojigualda. Tiempos en los que -a pesar de lo que se ha tergiversado la historia- España y el Rif estaban más que hermanados.
El ‘Día D’
El origen del pueblo de Alhucemas hay que buscarlo en 1925. Año en el que la guerra contra las cabilas (tribus locales) traía de cabeza a Primo de Rivera (al frente por entonces del país). Derrota tras derrota y masacre tras masacre de posiciones españolas, el líder rifeño Abd el Krim había logrado meter en la mollera de sus seguidores la idea de que era posible plantar cara a dos potencias como eran España y Francia.
«Cuando no estaba en guerra con España, lo estaba con Francia o con los califatos marroquíes. A estos les quitaba los tributos recaudados porque él tenía su propia república, con su moneda y su gobierno», señala Palomo. Hasta el chambergo de aquel rebelde, el dictador dejó las chiquitas a un lado y contactó con los galos para ganar la supremacía en el Protectorado mediante una operación militar combinada. Las mentes castrenses se pusieron entonces manos a la obra y forjaron un plan infalible: si no podían conquistar Alhucermas (la zona costera sobre la que se asentaba la principal base rifeña) por tierra, lo harían mediante un desembarco en su playa.
«Alhucemas, zona de asentamiento de la cabila de Beni Urriaguel, a la que pertenecía Abd El Krim, constituía un foco permanente de la rebelión rifeña. Por tierra, todas las operaciones militares españolas (…) tuvieron como objetivo la ocupación de Alhucemas, fracasando una tras otra. (…). El propósito de la operación anfibia consistió en el desembarco de dos brigadas reforzadas para ocupar una base de operaciones en la zona de Alhucemas» afirman Juan Vázquez y Lucas Molina en su obra «Grandes batallas de España» (Ed. Susaeta).
Así pues, se estableció como objetivo principal la toma Alhucemas (ubicada en el norte de Marruecos a un centenar de kilómetros de Melilla), y para ello se reunieron un total de 13.000 soldados, más de una veintena de piezas de artillería, 11 carros de combate «Renault Ft», media docena de tanques «Schneider CA1», unas 150 aeronaves, una treintena de navíos, y 26 barcazas de transporte «K» preparadas para desembarcar a las tropas sobre la playa.
La operación resultante fue el primer desembarco de la historia en el que se cordinaron los ejércitos de tierra, mar y aire. «Se hizo con apoyo aéreo, naval y terrestre. En estas últimas fuerzas se enmarcaban -entre otras unidades- la Legión, los zapadores y toda la infantería que se había preparado en Ceuta y Melilla», añade Palomo a este diario. El desembarco se planeó bajo un estricto secreto miliar ya que, si Abd el Krim se percataba de que España y Francia pensaban llamar a la puerta por las bravas, podría reforzar sus, ya de por sí, considerables defensas.
En principio, se planeó tomar la costa el 6 de septiembre de 1925. Pero, exactamente cómo sucedió en el Desembarco de Normandía, aquella jornada fue imposible debido a la fuerte marea. «Los barcos se movían demasiado y la tropa estaba, como se suele decir, “borracha” (muy mareada). Los mandos prefirieron esperar a que las aguas se calmaran y decidieron desembarcar el día 8», completa el director del Museo Mapal.
Desembarcando
Cumpliendo las (segundas) previsiones, el desembarco comenzó el día 8. Según afirman el capitán Navarro Suay y el comandante Plaza Torres en su dossier «1925: cuando volvimos a ser grandes», la operación se inició después de varias maniobras de distracción en las playas ubicadas más a la izquierda de la bahía de Alhucemas: la de la Cebadilla y la de Ixdain.
Palomo conoce bien la operación ya que su padre (natural de Benalmádena) participó en ella. «Mi padre me contaba que los soldados tuvieron que meterse en el mar hasta la cintura (y algunos hasta el pecho) porque las lanchas no pudieron llegar, en muchos casos, hasta la playa. Todo debido a que había muchas rocas en algunas zonas. Tuvieron que lanzarse al agua con el fusil por encima de la cabeza para que no se mojara», determina el entrevistado.
Como señalan los militares, la playa más rocosa era la de Ixdain, por lo que hubo que desembarcar a unos 50 metros de la costa. Y, por si eso fuera poco, posteriormente los españoles se dieron de bruces con varias minas ubicadas en la Cebadilla. Todo ello fue acompañado de una guarnición de constantes cartuchos rifeños, en palabras de Palomo: «Fue muy duro porque tuvieron que subir unos acantilados considerablemente verticales con bastantes arenales. Como todo el territorio era diáfano, los rifeños les tirotearon desde las posiciones superiores con sus ametralladoras. Porque, en contra de lo que se cree, ellos disponían ya de este tipo de armamento».
A pesar del apoyo aéreo y de los cañonazos que llegaban desde los buques, fue sumamente duro para los nuestros conquistar la posición. Sin embargo, al final del primer día unos 13.000 efectivos ya pisaban la arena. También se conquistó la zona. Aunque eso sí, con 361 fallecidos y 1975 heridos (según las cifras ofrecidas por los militares en su dossier). Se había cumplido el objetivo.
Nace el pueblo
Palomo jamás podrá olvidar el Desembarco de Alhucemas, pues a él está ligada toda su vida. Hoy, lo rememora paseándose entre los recuerdos que atesora en su museo privado. Una estancia en la que las paredes están forradas con imágenes de época. Instantáneas en las que se puede ver cómo los soldados comenzaron a asentarse en la playa del Quemado. La misma en la que los sanitarios españoles instalaron un hospital de campaña dirigido por el capitán médico López Muñiz.
En esa cala fue en la que el padre de nuestro protagonista comenzó a forjarse un provenir. Y todo, por una mera casualidad. «Después de la operación, los generales bajaron a la playa buscando un cocinero. No había ninguno. Pero se enteraron de que había un soldado -mi padre- que sabía hacer arroz a banda con caldo y ali oli. Su nueva tarea fue estar en los fogones», explica.
Parece que a los mandamases les gustó como cocinaba aquel soldado pues -al poco tiempo- le llamaron a su presencia para felicitarle y ofrecerle un permiso con sus familiares en la Península. «Él se negó. Dijo que prefería quedarse porque era el mayor de cinco hermanos y, después de su padre (mi abuelo), era el único que llevaba dinero a casa. También les dijo que su padre había tenido una tienda de alimentos para la tropa en España y, con la preparación del desembarco, había subido a un barco militar para poder vender su producto», añade Palomo.
Los oficiales, agradecidos y enternecidos, decidieron hacer desembarcar al tendero y le montaron una pequeña tienda en la playa del Quemado. Un lugar en el que se dedicó a vender desde cuchillas de afeitar para la tropa, hasta bocadillos. Cualquier cosa que necesitaran. Aquel establecimiento fue trasladado posteriormente a una casa de mampostería. Un bar, en definitiva, alrededor del que se comenzó a levantar una colonia militar.
«La playa del Quemado se declaró zona militar. Allí es donde se empezaron a montar las tiendas de campaña. Se usó para guardar la munición, sanar heridos…», añade Palomo. Con el paso de las semanas, las tiendas de campaña de aquel asentamiento fueron sustituidas por barracones y, finalmente, casas de mampostería. Se creó, de la nada, un pueblo.
Aunque eso sí, en una zona más idónea que una playa. En la «parte alta», como explica Palomo. Sobre el granito, para evitar futuros disgustos y desprendimientos. Aquel enclave fue bautizado como Villa Sanjurjo en honor del general que había comandado las fuerzas de tierra en el desembarco. «Durante años se ha creído que los españoles arrebataron y conquistaron ese pueblo a los rifeños. Pero no fue así. Conquistaron una tierra mala: de duna, monte y macizo, y edificaron sobre ella un porvenir», explica.
«De la nada, los españoles creamos las calles, el alcantarillado, y las viviendas»
A partir de ese momento, el pequeño pueblo en el que el padre de Palomo leía el periódico a los soldados en el bar fue evolucionando. De llevar agua en cubos y tener que importar la comida de la tierra madre, a crear cañerías y criar animales. «De la nada, los españoles creamos las calles, el alcantarillado, y las viviendas. Fue una labor de nuestros abuelos y de nuestros padres. Ellos levantaron un pueblo tan bonito como lo podía ser cualquiera de Andalucía. Todavía recuerdo las casas blanqueadas con cal y con una cenefa azul», añade el propietario del museo. En sus palabras, dieron forma a un auténtico hogar: «Es y siempre será nuestro pueblo, aunque ahora esté bajo otra bandera».
Además de todo ello, los españoles también pusieron nombre a las playas. Ejemplo de ellos fue la cala del Quemado, la cual recibió ese nombre porque, según Palomo, «cuando algún animal se caía y se ahogaba en ella, era quemado después en una cueva cercana». A día de hoy, este español se muestra orgulloso de que sigan llamándose de esta forma. «Nosotros las bautizamos aquello, y eso perdura hoy en día. Es algo que demuestra nuestro paso por la zona, Sucede lo mismo con el pueblo. En la actualidad, se sigue conociendo a nivel local como “Villa”, de “Villa Sanjurjo”», completa.
Oasis de unión
Mientras muestra las imágenes de cómo ha ido evolucionando Villa Sanjurjo (la cual pasó a denominarse «Alhucemas» posteriormente), Palomo no puede evitar evocar aquellos días felices pescando en las mismas playas que habían visto desembarcar a miles de soldados españoles. Recuerda como podía pasarse mañanas enteras recogiendo balas en la Cebadilla. Cartuchos disparados para acabar con la vida de españoles y rifeños que, posteriormente, vendía por cubos para poder comprar caramelos y dátiles. Tampoco se le va de la cabeza las horas que pasaba pescando en las aguas que habían surcado las barcas de transporte «K», así como el tiempo que pasaba jugando en calles que, antaño, recibieron nombres como «Soldado español».
Pero, ante todo, aquella era una tierra de integración. Para empezar, porque en ella se asentaron españoles de todas partes de la península. «Había personas de muchas regiones. Allí celebrábamos todas las fiestas de España. Desde las fallas, hasta las de Pamplona. Incluso tuvimos una corrida de toros en 1954. Fue la única. Era un pueblo muy alegre», añade Palomo.
No obstante, también tenían una buena relación con los nativos. «Si algo bueno tenía, era que allí nadie se acostaba sin comer, ya fuera marroquí o español. En Alhucemas convivieron cuatro culturas totalmente diferentes. Todos nos respetábamos y, a día de hoy, allí nos recuerdan con cariño por ello», completa.
El regreso y la asociación
La vida continuó de esta guisa en el pueblo hasta que, el 7 de abril de 1956, se firmó la «Declaración conjunta hispano marroquí». Un documento mediante el que el Gobierno español reconocía la independencia de Marruecos «proclamada por Su Majestad Imperial el sultán Mohamed V». Al parecer, a Franco no le quedó más remedio que aceptarla debido a la presión internacional, aunque nunca se mostró demasiado contento con ella. De hecho, criticó a algunos de sus subalternos el haber permitido que se jalease la «independencia desde la radio». Esto dijo el ferrolano por entonces: «Soy partidario de la independencia de Marruecos concedida por etapas, poco a poco. En 25 años, el país estará preparado».
A partir de ahí, la vida de los habitantes de Villa Sanjurjo cambió radicalmente. Según Palomo, muchos se fueron en ese momento, y otros tantos empezaron a ser repatriados en los meses siguientes. En sus palabras, la situación se convirtió en insostenible. «Nuestro futuro era negro. Un ejemplo es que los españoles no podíamos tener un negocio en solitario, tenía que ser siempre con un socio marroquí». Al final, la mayoría regresó «al calor de la familia», como él mismo recuerda: «Allí teníamos nuestro porvenir, y tuvimos que dejarlo todo y empezar de cero. Algunos recibieron una ayuda de 110.000 pesetas, que era lo que valía entonces un piso en la península, pero otros no nos enteramos de ello y, cuando esta prescribió, perdimos la posibilidad de acceder a ella», determina.
Ya en España, y veinte años después (en 1988) algunos de los habitantes de la ciudad rifeña se reunieron en Madrid. En ese encuentro, entre recuerdos y nostalgia, nació la «Asociación de Antiguos Residentes de Villa Sanjurjo – Alhucemas». Un grupo con varios objetivos tales como luchar por los derechos de los habitantes de aquella «colonia olvidada», preservar el recuerdo de los españoles en el pueblo (ahora marroquí) y lograr, ante todo, que no se olvide jamás que, allá por 1925, una pequeña urbe fue fundada por militares españoles a orillas del Rif.
Palomo subió a la presidencia de esta asociación en 2003 y, durante el tiempo que duró su mandato (hasta 2012) ha tratado siempre de cumplir estos objetivos. Y vaya si lo ha conseguido. Ejemplo de ello es que, en dichos años, la asociación logró que se restaurara uno de los mayores recuerdos que queda del paso de los españoles por Alhucemas: el cementerio, que llevaba 90 años abandonado y en el que descansan eternamente cientos de nuestros compatriotas. Un lugar en el que también se emplaza un monumento a los caídos en batalla.
Nuestro protagonista logró que se restaurara gracias a la ayuda de militares como César Muro y Santiago Camarero, los cuales enviaron a decenas de soldados al enclave para que volviera a lucir como recién edificado. «A día de hoy, si alguien me pregunta qué puede visitar en la ciudad, le digo que el cementerio. Es una obra de arte», añade.
«Ya vamos por el número 51, y pensamos seguir sacándolo, aunque cada año es más difícil»
Pero eso no fue lo único. Después de que un terrible terremoto sacudiera Alhucemas en 2004, la asociación envió una considerable cantidad de dinero a la zona como ayuda. «En una semana reunimos todo y lo mandamos a través de una ONG,. Con él se enviaron a la zona bolsas y bolsas de alimentos. Se llevaron a cabilas donde no se podía acceder en coche y únicamente se podía llegar mediante mulas», completa Palomo. Todo ello le ha valido ser condecorado por el Rey de Marruecos y ser nombrado -entre otras cosas- miembro de honor de la Legión y Gran Comendador de Alhucemas por los Templarios.
Durante su mandato, Palomo también ha hecho una gran labor para que la asociación no sea olvidada. Una tarea que mantiene hoy viva el grupo mediante la publicación interna de un periódico («El heraldo de Alhucemas») en formato papel en el que se narra la actualidad de los miembros de la antigua Villa Sanjurjo y, por descontado, los sucesos más relevantes acaecidos en la actual villa.
«Ya vamos por el número 51, y pensamos seguir sacándolo, aunque cada año es más difícil. Actualmente su director es Juan Francisco León Borrego», completa. A día de hoy, se mantiene como Presidente de Honor de la asociación. Un grupo de personas que, aunque se sienten más españoles que cualquiera, dejaron parte de su corazón en aquella «colonia» olvidada en el Rif.
Los «últimos de Villa – Sanjurjo
A día de hoy, Alhucemas sigue viva en la mente de sus antiguos habitantes. Ejemplo de ello es que, cada año, los habitantes de Villa Sanjurjo se reúnen para compartir recuerdos y no olvidar que hubo un tiempo en el que residían en el Rif. Lo hacen con dos reuniones anuales de sus socios: una en la Costa del Sol y otra en la Costa Brava.
La última de ella se celebró en el Hotel Ibersol Alay de Benalmádena del 24 al 26 de febrero y contó con la asistencia de unas doscientas personas entre invitados y miembros.
A su vez, contó con la colaboración del Centro Unesco de Melilla. Y es que, tanto Juan Antonio Vera Casares -Presidente de dicha organización- como Juanjo Florensa son «Rifeños de Honor» de esta Asociación. Actualmente su Presidente Honorífico es Manuel Palomo Romero que en el año 2012 fue nombrado «Socio Honorífico del Centro UNESCO» en virtud de su gran labor de acercamiento de los pueblos y culturas de España y Marruecos.