22 noviembre, 2024

Almanzor combate, a los mil años de su muerte, contra su propia leyenda sombría

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MADRID. En el verano de 1002 moría en Medinaceli Muhammad ben Abí Ámir, conocido con el sobrenombre de al-Mansur, que significa «El Victorioso». La joya de la literatura andalusí, «El collar de la Paloma», del poeta Ibn Hazm, describe su belleza como legendaria. Su poder de seducción, sumado a su carácter austero, calculador, voluntarioso y ambicioso, le hicieron ascender de manera progresiva al poder pese a que no contaba con el linaje califal. Al-Andalus brilla entonces con su mayor esplendor. La conmemoración del milenario de la muerte de Almanzor parece un buen momento para reivindicar su figura y su tiempo, el del Califato Omeya de Córdoba.

Pero la ocasión no ha contado con el apoyo oficial que merecía dada la significación histórica del personaje. A la vista de la exigua lista de actos oficiales y el silencio de las autoridades culturales estatales, distintos actos organizados por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, como el congreso que en octubre acogerá Córdoba, se proponen recuperar tanto la figura de Almanzor como el entorno que propició, a finales del siglo X, que se convirtiera en el «señor de al-Andalus». La relevancia del acontecimiento no puede ser más evidente. Así lo han entendido también las editoriales, incluyendo, entre sus novedades, títulos referentes a al-Mansur.

RECUPERAR LA MEMORIA

A través de la literatura, la documentación histórica y unas dosis de imaginación, Nicolás Caparrós consigue en «El califa sin nombre» (Biblioteca Nueva), arrojar luz sobre la vida y los avatares de un «hombre maldito» que, según el autor, ha sido «maltratado por la historia». Caparrós destaca que Almanzor «no fue la persona despótica que pintaban las crónicas cristianas y que mostraba la historia que de aquella época se hizo en la España del siglo XX».

El califa sin nombre, pese a no ser un soldado de fortuna, tuvo una capacidad mental extraordinaria que le permitió ascender culturalmente. Sus comienzos, nos explica Caparrós, fueron más intelectuales que políticos. A su carácter, no tan cruel y obsesivo como se cree, se sumó el marco que le rodeó: «Almanzor vivió el momento más álgido del califato; representó el intento más serio de unificar y controlar al-Andalus, como un lugar estable de la cultura que representaba lo omeya en ese momento, aunque él se enfrentó con esta dinastía».

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El enfrentamiento, como manifiesta Caparrós, vino propiciado porque Almanzor se sentía un heredero legítimo de lo que había significado la venida del califato omeya a España. Una vez que hubo ascendido al poder, Almanzor desarrolló una política mucho más práctica que la que llevaron a cabo sus antecesores.

De los musulmanes peninsulares nos ha llegado una imagen estereotipada marcada por su carácter belicoso. Nicolás Caparrós estima que hay «una deformación en la lectura de la historia de España». Los árabes, según él, «no son un paréntesis en nuestra historia. La cultura andalusí tuvo su momento extraordinario en España». Lejos de ser tan belicosos, los califas asumían que los pueblos que estaban bajo su dominio podían conservar su religión. Por eso, al-Andalus fue el lugar de encuentro de las tres religiones monoteístas.

Frente al cultivo intelectual califal, Caparrós pone de relieve «la inferioridad cultural de los cristianos; fue la religión lo que les hizo quedar aparte». Al autor de este relato le parece incluso inapropiado hablar de reconquista y de expulsiones, pues «éstas nos hicieron más monolíticos que unificados». Para Caparrós, la cultura andalusí, aunque se importó de Oriente, encontró aquí sus propias características. Fue, por tanto, una cultura autóctona que debemos asumir hoy como propia: «Pensar que fue algo extranjero y amparado por diferencias religiosas es simplificar de una manera maniqueísta el pasado histórico».

UNA MUERTE HEROICA

Aunque la historia haya desmentido la existencia de la Batalla de Calatañazor, la tradición señala que, tras haber sido herido en aquel conflicto, Almanzor fue llevado en una silla por sus soldados hasta Medinaceli, donde expiró en la noche del 10 al 11 de agosto del año 1002, recubierto, según su deseo, de todo el polvo acumulado en sus vestidos al regreso de cada expedición y que conservaba en un cofre. Según algunos, fue enterrado en el «Cerrillo Cuarto», según otros, en el patio del Alcázar de Medinaceli. Esta Villa fue el marco para la presentación de «Almanzor.

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El gran guerrero de al-Andalus» (Temas de Hoy), un relato novelado en primera persona con el que su autora, Magdalena Lasala, ha querido evocar los diez últimos días de la vida de «El Victorioso», reivindicando Medinaceli como el lugar de su muerte. Lasala advierte en este sentido que la imaginería cristiana, necesitada de que Almanzor resultara abatido (sobre todo tras la toma de Santiago de Compostela), ha hecho creer que este hombre llegó a Medinaceli herido tras haber pasado por Calatañazor. «Ciñéndonos a la historia-explica Lasala-, Almanzor nunca fue vencido en vida. Fue un obseso de una ambición de poder desmedida y preso de un fuerte complejo de inferioridad por no haber nacido omeya».

A través de esta biografía novelada, apoyada en bibliografía árabe y cristiana, Lasala pretende mostrar los rasgos psicológicos que debieron alimentar el carácter de Almanzor. Una narración a tres voces ofrece al lector distintas caras del personaje; la del hombre «temeroso y acomplejado» por no pertenecer a la estirpe de los Omeya; la del ser «obsesionado y entregado a la humillación del enemigo» y, por último, la de quien dialoga con la muerte al final de su invicto paso por el mundo.

Para Magdalena Lasala, Almanzor se nos presenta como «el contrapunto de Abderramán III, heredero de la concepción faraónica del poder, en el paréntesis del musulmanismo hispano». Según la autora, «El Victorioso» se perfila como «un precursor del hombre moderno en una España que es puente histórico que une el mundo que muere (el oriental) con el que empieza a nacer (occidental)». Almanzor se proclamará como «un caudillo que pone siempre por delante su ambición personal», advierte Lasala, al tiempo que pone de relieve que «es el ego el que lleva a este personaje a conseguir el poder». El «gran dictador» del que habla la autora de este libro, que empezó como escribiente a las puertas de la mezquita, basó la ascensión política en su seducción y poder de convicción «Como hombre a caballo entre dos épocas-señala Lasala-, Almanzor es precursor en el aspecto psicológico».

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En contraste con la concepción de poder de Abderramán III, «el sentimiento religioso de al- Mansur era fingido». Para conseguir el favor de los «ulemas», severos guardianes de la más estricta ortodoxia sunita, Almanzor fue capaz, incluso, de ordenar la quema de la biblioteca del califa Al-Hakham II (la más rica de Occidente) que, por reunir libros de ciencias como la astrología, representaba, a los ojos de la ortodoxia, una seria amenaza.

Este libro fue nuestro guía y el pretexto perfecto para el paseo por Medinaceli que acompañó a la presentación. Nuestros pasos fueron conducidos hasta el lugar donde los lugareños cuentan que se aparece el espíritu de Almanzor. Allí le vimos, o creímos verle, vagando; allí nos interpeló y reveló su angustia.

Y es que «el Victorioso» es hoy un alma que busca su cuerpo en las tierras españolas de Medinaceli, donde murió. Quizá deban pasar mil años más para que se dé este reencuentro y el de aquella cultura con nuestra sensibilidad histórica.

Origen: Almanzor combate, a los mil años de su muerte, contra su propia leyenda sombría

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