Anatomía del atentado más terrible que sufrió Isabel II
El propio Fernando Muñoz, padrastro de Isabel II, mostró en una carta sus sospechas hacia las «sociedades secretas» que rodeaban siempre a Francisco de Asis por su posible vinculación con el sacerdote que cometió el atentado
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Isabel II de Borbón alternó a lo largo de su vida momentos de gran popularidad con otros de abierta antipatía. A la Reina, mito inocente de la Primera Guerra Carlista, se la amaba o se la detestaba, sin punto intermedio… El gran número de atentados que sufrió en su prolongado reinado de 35 años así lo acredita.
Algunos intentos de acabar con su vida no pasaron de la fase embrionaria y otros se quedaron en pequeños sobresaltos. Coincidiendo con su loca aventura con el general Francisco Serrano, un periodista hasta entonces pacífico llamado Ángel de la Riba abrió fuego con una pistola cuando paseaba la Monarca por la Puerta del Sol. Las circunstancias de aquel intento de magnicidio nunca fueron aclaradas. «Me han querido asesinar», dijo la Reina al entrar en su habitación mostrando en su sombrero las huellas de los fogonazos.
Pero, sin duda, la intentona más grave de todas ocurrió en febrero de 1852, cuando ya empezaba a cocerse una revolución en Madrid que estuvo a punto de catapultar lejos a la dinastía. El día dos de ese mes, antes de poner rumbo a la basílica de Atocha, la Monarca fue sorprendida en las galerías de Palacio por un sujeto que se postró a sus pies.
Atentado y posterior ejecución
Un cura llamado Martín Merino se arrodilló ante la Reina cuando se dirigía a basílica a dar gracias por el nacimientos unos meses antes de su primera hija, Isabel «La Chata». Parecía que iba a pedirle algo, pero el cura, que aquella misma mañana había celebrado misa, sacó un estilete de unos veinte centímetros de su sucia sotana y se lo clavó en el pecho a Isabel al grito de «¡toma!».
La Reina, que rápidamente fue socorrida por la guardia, se desplomó con el impacto y, cuando volvió en sí, buscó desesperada a su hija primogénita: «¡La niña! ¡Qué cuiden a Isabel!».
El perturbado, antiguo liberal perseguido por Fernando VII, fue detenido inmediatamente por la Guardia Real y se le tomó declaración. En palabras del sacerdote, su verdadero objetivo era el general Ramón María Narváez o la madre-regente María Cristina, pero a falta de pan buenas son tortas. Cuando Isabel II se cruzó en su camino, no desaprovechó la ocasión de atentar contra la vida de una mujer que estaba permitiendo el gobierno de alguien tan autoritario como Narváez y que miraba a otra parte con las constantes corruptelas de su madre.
Durante su confesión, Martín Merino arremetió contra el gobierno y la monarquía, a la que consideraba causa de todos los males. Según su declaración, quiso dejar vacante el trono «para lavar el oprobio de la humanidad […] vengando la necia ignorancia de los que creen que es fidelidad aguantar la tiranía de los Reyes».
Solo cuatro días después del atentado fue ejecutado en el Campo de Guardias, situado a las afueras de Madrid, a garrote vil, a pesar de que la Reina pidió clemencia al tribunal que dictó la pena. «El Heraldo» narró como medio Madrid se congregó para ver el espectáculo macabro:
«El campo de Guardias, en toda su dilatada extensión, presentaba una masa compacta, compuesta de muchos millares de personas apiñadas, como jamás se han visto en ningún espectáculo, de cualquier género que haya sido».
¿Estuvo implicado el Rey?
La puñalada de Merino apenas causó una leve incisión gracias a que el grueso bordado de oro del manto que lucía la Reina y las ballenas del corsé que llevaba bajo su vestido pararon el hierro. No conforme con entender que se trataba de un regicida perturbado que había actuado en solitario, las sospechas de la opinión pública recayeron en la persona de la corte mejor conectada con el clero y que más odiaba a Isabel, esto es, su marido.
Como cuenta Isabel Burdiel en su obra «Isabel II: Una biografía» (Taurus), lo que originalmente era un episodio que podía dar un alto componente de adhesión emocional hacia la Reina se tornó, con los rumores que vinculaban al sacerdote con la camarilla clerical de Francisco de Asis, en un nuevo pantanal para los Borbones. Conforme aparecieron pasquines en Madrid con un puñal, un clérigo y un trono roto, varias autoridades religiosas abandonaron la ciudad para prevenirse de un posible estallido anticlerical.
El propio Fernando Muñoz, padrastro de Isabel II, mostró en una carta sus sospechas hacia las «sociedades secretas» que rodeaban siempre a Francisco de Asis y que, en «probaturas de sus fuerzas», dieron lugar al atentado:
«Allá en su cuarto se las compone a su modo y propala y da pábulo, si es que no se inventa, todo cuanto se dice de S.M. […] se une más y más a la reina, aparenta cariño a la Princesa y va ganando terreno haciéndose agradecido a fuerza de conseguir destinos para todo el mundo. Los consejeros íntimos, que son carlistas de corazón, acaban de estar aquí y le han aconsejado que siga en su plan y que gane terreno poco a poco».
Origen: Anatomía del atentado más terrible que sufrió Isabel II