28 marzo, 2024

Annual: la mentira de la cobardía de los españoles en la batalla del «foso de sangre y lodo»

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El Desastre de Annual fue una tragedia que se cobró la vida de unos 10.000 hombres. Aunque muchos de ellos se achacaron a los suicidios por temor al enemigo, la realidad es bien diferente

El 22 de julio de 1921 fue una jornada negra para la historia de nuestro país. Ese día, tras los éxitos aparentes de los generales Dámaso Berenguer y Manuel Fernández Silvestre, el líder rifeño Abd el-Krim atacó con sus kabilas (tribus locales) el campamento de Annual y provocó entre 10.000 y 13.000 muertos en el ejército español. Lo acontecido fue tan grave que, en las jornadas siguientes, el gobierno impidió a los medios de comunicación hacer referencia al desastre para evitar que cundiera el pánico entre la población. «El lector advertirá hoy en ABC una ausencia total de informaciones (baste decir que hemos retirado, ya compuestas, varias páginas, a parte de las que dejamos por confeccionar) sobre África. Y es que se ha establecido la censura previa», explicaba este diario el 25.

Cuando el pueblo comenzó a empaparse de la tragedia, el llamado Desastre de Annual (una catástrofe que recordaba a la del Barranco del Lobo en 1909) provocó una doble reacción. Por un lado, heló la sangre y el corazón de unos españoles todavía dolidos por la pérdida de las últimas colonias en 1898. Por otro, soliviantó lo suficiente a la sociedad como para que se exigieran responsabilidades y se investigaran las causas que habían llevado a la tragedia. No era para menos pues, para algunos historiadores, fue la mayor derrota militar de nuestro país en el siglo XX. Ejemplo de ello es que el propio Abd el-Krim afirmó que la contienda y la ingente cantidad de fallecidos habían producido un «foso de sangre y lodo».

Desastre de Annual
Desastre de Annual

El encargado de estas tareas fue el general Juan Picasso, quien elaboró un informe (el famoso Expediente Picasso) en el que se puso de manifiesto que las malas condiciones del armamento, el escaso entrenamiento del contingente y la pésima planificación del avance hacia el corazón de las kabilas habían derivado en la toma del campamento de Annual (ubicado en la extrema vanguardia del avance español) y en la imposibilidad de defender las posiciones ubicadas en retaguardia. Por descontado, en el documento (así como en otros tantos informes) también se nombraban causas de menor calado que, aunque habían colaborado en pequeña medida en la tragedia, no habían sido generales. Y entre ellas destacaban males como la afición la obsesión por el juego de algunos combatientes, la llegada de prostitutas a las posiciones jornada tras jornada, los desfalcos o, en último término, los suicidios de los militares.

Los últimos fueron los que provocaron más revuelo. Hasta tal punto que, según explica el doctor en Geografía e Historia de la UNED Enrique Gudín de la Lama en su documentado y profundo dossier «Un mito convertido en tópico: los suicidios del ejército en los días de Annual», algunos diputados como el teniente coronel de Artillería retirado, Felipe Crespo de Lara, exigieron que se les facilitara la «relación de jefes, oficiales, y clases que se habían suicidado entre enero de 1918 y febrero de 1922». «De tal manera se extendió el punto de vista de que el suicidio era la salida lógica de los militares ante determinadas dificultades, que se convirtió en uno de los lugares comunes de la literatura sobre Marruecos: el suicido como alternativa a la captura y tortura por parte de los rifeños», explica el experto.

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A partir de entonces, y siempre en palabras de este experto, la leyenda de que los combatientes habían preferido (de manera general) matarse a enfrentarse al enemigo se extendió hasta tal punto que todavía perdura. Todo ello a pesar de que, según especifica en su estudio, es una dolorosa falacia. «Evidentemente, esos tópicos no surgieron de la nada, tenían su fundamento. Pero la insistencia en ellos y el paso del tiempo los convirtieron en mitos que han permanecido indiscutidos a lo largo de los años, a pesar de que, en el caso de los suicidios, las conjeturas no se ajusten a la realidad», completa.

Nace una mentira

En el dossier, Gudín recoge varios casos de suicidios que se habrían sucedido durante el Desastre de Annual y que aparecieron tanto en la prensa como en los informes posteriores. El más famoso, no obstante, siempre fue el de Manuel Fernández Silvestre, comandante general de Ceuta y Melilla y artífice del avance peninsular por el Rif con el objetivo de pacificar la zona. Aunque en la actualidad se desconoce a ciencia cierta qué sucedió con él, la mayor parte de los historiadores coinciden en que, cuando los rifeños atacaron el campamento, y al verse superado, se quitó la vida con su pistola con un doble objetivo: evitar ser capturado por el enemigo y redimirse de la barbaridad que había provocado por su obsesión de dirigirse, a marchas forzadas, hacia la kabila de Beni Urriagel (el corazón de toda la revuelta).

Las fuentes documentales sustentan esta teoría, pues, en los días posteriores, fueron muchos los testigos que dieron por supuesto que Silvestre se había volado la cabeza. Lo mismo sucedió entre los oficiales. Uno de ellos fue el general Valeriano Weyler quien, en una entrevista concedida en 1922, criticó a su colega por quitarse la vida:

«El general Silvestre no debió suicidarse, sino ponerse al frente de las tropas y organizar la retirada, para salvarlas… El debió pensar que la cabeza no se reemplaza en unas fuerzas desmoralizadas, y por encima de todo otro sentimiento, debía haber puesto el de aminorar la catástrofe, salvando los hombres que la Patria le había confiado, y que un general debe mirar no solo como instrumentos de victoria, sino como hijos suyos, cuya vida ha de salvarse cuando no es imprescindible sacrificarla al honor nacional… Si mal hizo antes en llegar adonde no debió meterse, peor obró suicidándose, y más daño hizo».

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Manuel Fernández Silvestre
Manuel Fernández Silvestre

Aunque el suicidio de Silvestre fue uno de los más populares, no fue el único que se extendió entre la población de la mano de la prensa de la época. Gudín recupera también el triste caso del alférez Mafioli, al frente del blocao Mezquita, en Melilla. El 31 de agosto este militar se vio obligado a combatir contra la marea de rifeños que venía de Annual y que pretendía conquistar la ciudad española. Tras varias oleadas de enemigos y de contar nueve muertos y otros tantos heridos, nuestro protagonista ordenó a sus subordinados replegarse. Al parecer, al día siguiente se quitó la vida cuando le informaron de que se le iba a someter a un consejo de guerra por haber huido. Su caso fue expuesto por el diputado Nougues, partidario de la retirada de Marruecos del ejército.

También se popularizaron las declaraciones de supervivientes en las que explicaban que habían oído a multitud de sus compañeros insistir en que, antes de ser capturados por los rifeños, preferían quitarse la vida. Así lo dejó claro el capitán de Artillería Pedro Chacón en sus declaraciones a Juan Picasso:

«Mientras embastaba y cargaba su batería, vio el testigo que empezaban a salir los heridos en ambulancias, camiones y artolas. A la puerta de la tienda del general discutía acaloradamente un grupo de jefes, entre los cuales estaba el coronel Manella, jefe de la posición, que protestaba de que era el único que había votado en la Junta de jefes por no abandonarla, y que estaba dispuesto a suicidarse cuando esto ocurriera».

Al final, estos testimonios, y otros tantos, ayudaron a generalizar la idea de que los suicidios habían sido una respuesta general ante las dificultades intrínsecas de la vida del soldado. Y no solo eso, sino que también se extendió -en palabras de Gudín- que eran cientos los combatientes que se valían de él para eludir las deudas de juego que habían adquirido con otros compañeros o escapar de los tribunales cuando cometían un delito vergonzoso.

Datos nimios

La idea de que los soldados utilizaban el suicidio para escabullirse de sus problemas terrenales fue esgrimida de forma insistente por Crespo de Lara, que exigió al Ejército que le enviase la relación de combatientes que, en un plazo de cuatro años (entre 1917 1922), se habían quitado la vida en Marruecos. A su vez, solicitó la causa que les había llevado a ello (si se conocía). Los datos se los facilitó el coronel jefe de Negociado del Ministerio de la Guerra. Para empezar, se contabilizaron un total de 9 fallecidos en África entre marzo de 1920 y el 4 de enero de 1922. De ellos, dos tras el desastre de Annual. El diputado, sin embargo, añadió 38 más cuando expuso las cifras en las cortes. En palabras de Gudían, porque, con total probabilidad, incluyó también a las fuerzas peninsulares.

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Crespo de Lara presentó los datos en crudo ante la cámara. Sin embargo, el experto español es partidario de que debería haberlos cotejado con otras cifras para saber si eran (o no) graves. En sus palabras, el estudio más sencillo del que podría haberse valido es el del gran investigador de los suicidios en Europa: Émile Durkheim. Publicado en 1897, contenía una relación del número de combatientes que se habían quitado la vida en los diferentes ejércitos de Europa en el segundo tercio del siglo XX.

Según a sus resultados, y por cada millón de militares, en Austria se habían matado 1.253 hombres, 680 en Estados Unidos, 607 en Prusia, 407 en Italia, 333 en Francia y 209 en Italia. Si consideramos que, en nuestro país, el contingente estaba formado por 150.000 efectivos (lo que nos obligaría a multiplicar la cifra por 6,6 para poder compararlas) el resultado sería de 310 suicidios en nuestras huestes en cuatro años (y eso, si nos valemos de los números más exagerados, los 47 esgrimidos por el diputado). Una cifra baja, en palabras del español.

Pero estos no son los únicos datos que, según Gudían, corroboran que la cifra de suicidios fue minoritaria en el Ejército español durante el Desastre de Annual y sus días posteriores. El experto aporta también un estudio del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes de la época en el que se afirma que el número de soldados que se quitaron la vida entre 1912 y 1917 fue de entre 32 y 44 al año. En sus palabras, estos datos recabados años antes demuestran que, «aunque el suicidio es una realidad muy triste», en 1922 el total estuvo en la media.

«Ante las cifras totales de suicidios en España, cabe concluir que los 47 suicidios sucedidos en el Ejército y que Crespo de Lara (y de alguna manera, también la opinión pública) proponía como manifestación del deterioro moral del Ejército resultan insignifcantes. Ante los datos que vienen de otras fuentes igualmente respetables, la pretensión de que el suicido había desembarcado como una epidemia en el ejército de Marruecos es difícilmente sostenible», añade el experto.

Origen: Annual: la mentira de la cobardía de los españoles en la batalla del «foso de sangre y lodo»

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