Antecedentes de la Guerra Civil Española | Historia de España
La Guerra Civil ha sido el episodio central de la historia contemporánea. A ella condujeron desencuentros y confrontaciones larvadas durante décadas
La Guerra Civil ha sido el episodio central de la historia contemporánea. A ella condujeron desencuentros y confrontaciones larvadas durante décadas y de ella han derivado los acontecimientos históricos desarrollados desde entonces, incluido nuestro presente más inmediato. No debe entenderse, sin embargo, tal y como se han precipitado a determinar algunos historiadores, que fuera un hecho inevitable. Ni la historia estaba escrita previamente ni fue fruto de ninguna maldición que pesara sobre el pueblo español. Simplemente fue la consecuencia directa del fracaso de un golpe de Estado, el del 18 de julio de 1936, en un momento de máxima tensión y polarización políticas. Una vez en marcha, eso sí, enseguida se destaparon odios, rencores y violencias hasta entonces desconocidos. Un inevitable afán por imponer ideas y conductas a propios y extraños completó el panorama de un conflicto que sólo acabó, como no podía ser de otra forma, con la victoria del más fuerte.
En un siglo plagado de guerras de todo tipo, la Guerra Civil Española no ha perdido en ningún momento el interés que despertó desde su inicio. En ella, además de españoles contra españoles, se enfrentaron por primera vez las principales ideologías del siglo XX –comunismo, fascismo, liberalismo democrático -, cuya batalla principal se trasladaría a la Segunda Guerra Mundial y a la posterior guerra fría.
Reinado de Alfonso XIII
Cuando Alfonso XIII es proclamado Rey de España, en marzo de 1902, el sistema político de la Restauración no se encuentra en su mejor momento. Tan sólo cuatro años antes, en el fatídico 1898, se han perdido los últimos territorios de ultramar (Cuba, Puerto Rico y Filipinas) tras una humillante derrota en la guerra mantenida con Estados Unidos. Este descalabro provoca una grave crisis y abre un debate público en el que políticos e intelectuales intentan averiguar sus causas y buscan posibles soluciones.
Antonio Cánovas del Castillo, el político que organizó en 1874 el regreso de la dinastía borbónica, tras una serie de experiencias revolucionarias, e inspiró la Constitución de 1876, que daría paso al período constitucional más estable hasta la fecha, es asesinado por un anarquista italiano en 1897. Si el padre del nuevo rey, Alfonso XII, que reinó hasta 1885, fecha de su prematura muerte, y su madre María Cristina, reina regente hasta su mayoría de edad, habían disfrutado de la tranquilidad política que acompañó al sistema ideado por Cánovas, el nuevo monarca alcanza la jefatura del Estado en un momento en el que los síntomas de desgaste de un modelo basado en la alternancia pactada de los dos grandes partidos políticos comienzan a ser palpables.
Antecedentes del siglo XIX
El siglo XIX español en poco había diferido de lo ocurrido en otros países europeos. Tras la invasión napoleónica de 1808, la lucha entre liberales y partidarios del antiguo régimen fue la constante que atravesó una época llena de conflictos, algaradas, pronunciamientos y otras manifestaciones diversas de la violencia política reinante. Esta lucha se manifestaría en la contienda inicial entre los liberales partidarios de la Constitución de Cádiz de 1812 y los absolutistas atrincherados al lado de Fernando VII, y tendría su continuación a lo largo de prácticamente todo el siglo en las diferentes guerras carlistas.
Doctrinas Filosóficas
Los liberales, se caracterizaron por defender la preeminencia del parlamento sobre el rey, que bajo la fórmula de la monarquía constitucional conservaba buena parte de su poder, a la vez que la vigencia de derechos y libertades; mientras que los absolutistas, por su parte, rechazaban la idea de representación y eran partidarios del gobierno del monarca, sin limitación alguna, y del papel principal de la Iglesia Católica en el juego político. Si Fernando VII fue un absolutista que sólo hizo concesiones a los liberales cuando se vio forzado a ello, como cuando, por ejemplo, tras el pronunciamiento de Riego de 1820 fue obligado a reponer la Constitución liberal y cínicamente pregonó aquello de «marchemos todos juntos y yo el primero por la senda constitucional», Isabel II se apoyó en los liberales para combatir a los carlistas que, respaldados por la Iglesia y los sectores más ultraconservadores de las zonas rurales de Navarra, Vascongadas, Cataluña y Aragón, pretendían restablecer un sistema absolutista que llevaba décadas disolviéndose. Junto a esta contienda, la creación de una Administración estatal estructurada (que incluyó una nueva división provincial en 1833) y de una conciencia nacional latente fueron los dos fenómenos que, con mayor o menor éxito, caracterizaron la acción política de dicho período.
La Restauración
Llegada la Restauración, el liberalismo se había impuesto de forma natural, recibiendo el apoyo incluso de la Iglesia Católica, que consideró más oportuna su presencia en el sistema que su oposición. No cabe decir lo mismo de la democracia. A pesar de que el sufragio se hizo universal (masculino) en junio de 1890. el sistema político se apoyó en una ficción democrática mediante la cual se celebraban elecciones no competitivas que permitían una alternancia constante de los dos grandes partidos, el Liberal y el Conservador. Sagasta, al frente de los liberales, y Cánovas, de los conservadores, se turnaron sucesivamente en la dirección del Gobierno. Este fraude electoral era posible gracias a la particular estructura de poder clientelar existente: el denominado caciquismo. Los caciques, verdaderos empresarios políticos, conseguían el apoyo de sus clientelas naturales a través del intercambio de favores de todo tipo (un cargo, una licencia, un destino en el servicio militar, un trámite administrativo…) que eran devueltos en forma de voto y apoyo incondicional. A su vez, el cacique local estaba directamente relacionado con la élite madrileña con la que mantenía idéntico vínculo que, en último término, aseguraba la elección del Gobierno de turno. Ni que decir tiene que el funcionamiento de este sistema sólo se concebía gracias a la desmovilización social y a la ausencia de opinión pública.
La crisis de la Restauración
Iniciado el siglo, por tanto, determinados grupos sociales e instituciones buscan una solución a la crisis del sistema. Los intelectuales, agrupados en torno a la Generación del 98, emprenden una reflexión sobre el futuro de España. Algunos, como Joaquín Costa, señalan el origen del problema: la oligarquía y el caciquismo, graves lacras que deben superarse regenerando el país con fomento e instrucción. Las clases industriales catalanas y vascas, muy afectadas por la definitiva pérdida de las colonias y escépticas ante el futuro de España, se repliegan en la exaltación de su propia identidad. Los excluidos, obreros y jornaleros, piden participar y se afanan en fortalecer sus organizaciones.
Es el momento en el que surgen y se refuerzan los sindicatos y partidos socialistas, entre los que destacan la UGT y el Partido Socialista Obrero Español de Pablo Iglesias, y el movimiento anarquista. La Iglesia, que al calor del poder supo recuperar su posición privilegiada, es atacada desde distintos frentes: el Partido Liberal, en su deseo de marcar las diferencias con los conservadores, regresa a sus fueros anticlericales; socialistas y anarquistas la atacan como defensora de los intereses de la burguesía y portadora de sus principios; intelectuales como Galdós o Blasco Ibáñez critican su condición de rémora para el progreso. Los militares, en fin, humillados tras el desastre de las colonias y criticados por buena parte de la sociedad, reclaman el protagonismo perdido. Alejados en su momento del poder gracias a la habilidad de Cánovas, que a la vista de lo ocurrido hasta entonces consideró conveniente apartarlos, poco a poco consiguen, aumentando su presión, hacerse notar en la política nacional. La ocupación del norte de Marruecos, donde la Conferencia de Algeciras había favorecido en 1906 la presencia española, es la ocasión propicia para resarcirse de las deshonras y ofensas sufridas.
La Semana Trágica de Barcelona
Aunque el turno electoral sigue su curso, siendo Francisco Silvela y Antonio Maura los líderes más destacados por los conservadores, y José Canalejas y el conde de Romanones por los liberales, los Gobiernos son más breves y la situación política se hace más compleja e inestable. La ocupación de Marruecos, alentada por un Maura deseoso de recuperar el prestigio internacional, tendrá mayores dificultades de las inicialmente previstas. La cólera popular se desata en 1909, en la denominada Semana Trágica de Barcelona, al ser movilizados los reservistas tras una grave derrota en el Barranco del Lobo, en Marruecos. Los mismos sectores que empujan a la presencia colonial apoyándose en un exaltado discurso patriótico compran la exclusión del servicio militar para sus hijos. A la guerra son enviadas las clases humildes que no poseen recursos pero que, llegado este momento, tienen mayor capacidad movilizadora que nunca. La Semana Trágica, en la que se unen reivindicaciones de sociedades obreras y estallidos de feroz anticlericalismo, culmina con la intervención del ejército y un centenar de muertos. El posterior fusilamiento del anarquista Francisco Ferrer Guardia, chivo expiatorio sometido a un irregular proceso, trae consigo lo único que faltaba, el descrédito internacional.
Dictadura de Primo de Rivera
El ataque de Abd el Krim a la zona francesa del protectorado, en 1925, dio lugar al entendimiento hispano-frances que provocaría el desembarco en Alhucemas. La intervención en Marruecos y la creciente participación del ejercito en la política serian el caldo de cultivo para los golpes de estado militares. Durante la dictadura de Primo de Rivera se hizo un esfuerzo por modernizar el país, que incluyo la creación, en 1924, de la compañía telefónica Nacional de España. También se realizó notables inversiones en infraestructuras como la construcción de la central hidroeléctrica en Villalba de la sierra, en el río Júcar.
La Segunda República
Tras la dimisión de Primo de Rivera, en enero de 1930, el general Berenguer será llamado por Alfonso XIII para presidir el nuevo gobierno.
En agosto de 1930 las fuerzas republicanas acuerdan la sustitución de la monarquía y las principales reformas que, una vez derribada, deberían llevarse a cabo. El general Berenguer abandona el poder. El almirante Aznar toma el poder del Gobierno en febrero de 1931 y convoca a elecciones el cual se convierte en un plebiscito sobre la permanencia o no de la monarquía. En la mayoría de ciudades españolas se impone la candidatura republicana- socialista.
Alfonso XIII emprende el camino del exilio a Francia.
La República es celebrada por la multitud en las principales ciudades españolas. Se conforma una comisión para la redacción de un borrador de la nueva Constitución, acordando la supremacía legislativa, el cual es aprobado el 9 de diciembre de 1931 donde Alcalá-Zamora es elegido presidente de la República Española (1931 – 1936) y Azaña es designado presidente del Gobierno.
La autonomía catalana y la reforma agraria serían dos de las cuestiones más importantes abordadas por la república. La CEDA de Gil Robles se impuso en las elecciones de 1933, surge el levantamiento revolucionario en Octubre de 1934, el cual fue detenido en toda España excepto en Asturias donde duró unas semanas más. En las elecciones de 1936, el frente popular obtiene la victoria pero debido a varios atentados entre partidos se da un golpe de estado.
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