Así aplastó la adolescente Juana de Arco a los arqueros más temibles de Europa: «Me envían para castigarlos»
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!«Dios nos ha enviado para que los castiguemos», dijo la francesa antes de ordenar atacar. Hoy recordamos una de las mayores victorias de la «Doncella de Orleans»
Una adolescente que escuchaba voces de un ser al que llamaba «mi consejero» y que, según dijo durante el juicio en el que acabó siendo enviada a la hoguera, acudían a su mente sin llamarlas. «Nunca me fallan cuando las necesito», afirmó nuestra protagonista allá por 1431 cuando testificaba ante el jurado que debía dirimir si estaba loca, si era una hereje, o si estaba bendecida por el altísimo.
Podría parecer que estamos hablando de alguna bruja descarriada del siglo XV. No obstante, esta descripción se corresponde con la de Juana de Arco, un personaje histórico que ayudó al monarca Carlos VII a ascender hasta el trono de Francia sobre los cadáveres de ingleses y borgoñones y que comandó a miles de soldados franceses en decenas de batallas.
Precisamente una de las más famosas fue la de Patay, en la que un millar de sus jinetes y su amigo «La Hire» arrasaron –el 18 de junio de 1429– a un ejército de entre 2.500 y 4.000 ingleses cuya base eran los temibles «longbowmen» ingleses (arqueros de élite equipados con gigantescos arcos de dos metros de alto). Sin embargo, la carrera militar de Juana no fue todo lo extensa que hubiera debido pues, un 30 de mayo de 1431 fue quemada en la hoguera en la plaza del Mercado Viejo de Ruán por los ingleses acusada de herejía.
De campesina a militar
La historia de Juana, no obstante, comenzó mucho antes. Más concretamente en 1412, cuando vino al mundo. Apenas 13 veranos después esta devota cristiana afirmó que se le habían aparecido en el huerto de su padre San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Según dijo posteriormente, esta pléyade de santos no tardó en ordenarle que luchara con sus compatriotas para expulsar al invasor «british» de todo el oeste del Reino de Francia. Y para ello, esta campesina tuvo el naso de presentarse ante el delfín de Francia (futuro Carlos VII) y solicitarle un ejército para combatir por él y por «la France».
El noble se debió sentir intrigado, pues hizo que examinaran a Juana sus teólogos y, cuando estos afirmaron que realmente podía escuchar a seres enviados de Dios, se le dio el mando de un contingente de cinco millares de soldados. Con esta partida, nuestra protagonista logró levantar el asedio de Orleans en mayo de 1429. Después se dirigió hacia la ciudad de Beaugency (en la orilla oriental del Loira) y la conquistó obligando a sus enemigos a retirarse. Sin embargo, estos reunieron una gran cantidad de refuerzos a mediados de junio y salieron de sus escondrijos -al mando de John Talbot y John Fastolf– para lanzarse sobre las tropas de la «Doncella de Orleans»(en cuyas filas se destacaba al mando el Duque de Alençon).
Hacia la batalla
Cuentan las crónicas que, cuando los galos supieron que sus enemigos se habían movilizado, prepararon su ejército para la batalla y rezaron para no ser aplastados. Poco más podían hacer, pues sabían que aquellos inglesuzos venían con la idea de cercenar cabezas y atravesar la armadura de sus caballeros pesados antes de beberse el té de las cinco.
Tampoco les subió la moral a los gabachos el recordar contiendas pasadas como la de Azincourt (en la que un ejército inglés derrotó a uno francés entre dos y cinco veces más numeroso) o la de Verneuil (donde los arqueros volvieron a ser determinantes contra los jinetes acorazados francos). Aunque eso sí, tenían a Juana de Arco (por entonces poco más que una adolescente) y al Señor de su parte.
El desánimo cundió hasta tal punto entre las tropas francesas que el Duque de Alençón reunió a sus oficiales para preguntarles qué diablos debía hacer. ¿Combatir o ser cautos «mes amours»? Juana, que nunca andaba por la labor de retirarse, lo tuvo claro. «¿Tenéis buenas espuelas?», exclamó la «Doncella de Orleans». La respuesta de los presentes fue de desconcierto: «¿Qué decís, debemos huir acaso?». La dama replicó: «No. Los ingleses se defenderán y serán vencidos, y nosotros tendremos que perseguirles». Valentía no le faltaba a la condenada. Y sus compatriotas estaban convencidos de que tenía a Dios de su lado… Como para pensar siquiera en negarse a luchar.
Tocaba pertrecharse para la contienda. Al día siguiente se personaron en Beaugency sus enemigos. Con todo, debieron llevarse una curiosa sorpresa los animados «british» cuando se percataron de que la ciudad ya había sido tomada por los galos. «Se perturbaron algún tanto al apercibir el estandarte real que ondulaba sobre las murallas de la fortaleza, y el ejército francés dispuesto a recibirles», explica el cronista galo Just-Jean-Étienne Roy en su obra «Juana de Arc, ó, La doncella de Orleans».
En efecto, la visión de tanta insignia gala les afectó en demasía. Así lo demuestra el que recogieran sus pertrechos y salieran por «legs» en dirección contraria y de vuelta a su escondrijo original. Y eso, sabiendo que eran más y contaban con multitud de arqueros.
Persecución
Considerando que la tensión era tan densa que se masticaba en el ejército francés, la lógica dictaría haberse quedado en retaguardia y dejar al enemigo retirarse. Pero ese no era el estilo de Juana, que se adelantó y, a voz en grito, arengó a los soldados para que persiguieran y cazaran a los huidos.
«Atacadles con valor. Serán vencidos. En nombre de Dios, es preciso batirles, porque Dios nos ha enviado para que les castiguemos. El gentil rey obtendrá hoy la mejor victoria que jamás haya obtenido. Mi consejo me ha dicho que todo era nuestro», vociferó nuestra protagonista. Con tal valiente griterío de una niña cualquiera hubiera acudido al fin del mundo. Al fin y al cabo, nadie quería que el valor de una chiquilla le terminase eclipsando. ¿A combatir? Pues a ello, «à la charge».
Los galos reunieron entonces una vanguardia formada por algo más de un millar de caballeros. Su objetivo: picar espuelas para aplastar a los inglesuzos antes de que pudieran montar unas defensas decentes allí donde deseasen. El mando de este pequeño ejército (de unos 1.500 hombres) se dio a Etienne de Vignolles, más conocido por su apodo, «La Hire» (la ira de Dios en la tierra). Un combatiente que era definido por sus contrarios tanto por su efectividad con la espada, como por su mal carácter y bravura.
La decisión no gustó demasiado a Juana. Y eso, a pesar de que el elegido había formado parte de su guardia personal antes de ascender. «Juana, que le gustaba mucho mandar la vanguardia, se enfadó porque habían dado el mando a «La Hire», pero se había juzgado más útil que permaneciese [en el cuerpo de ejército principal] con el duque de Alençon», explica Roy.
Una masacre por un ciervo
Por su parte, los ingleses tomaron las de Villadiego. Siempre con extrema cautela al saber que eran perseguidos por caballeros armados hasta las muelas. Al poco, y al no ver enemigos, se creyeron a salvo. Sin embargo, cuando se hallaban en mitad de una llanura, allá por el día 18 de junio, fueron encontrados de la forma más absurda jamás imaginada por un grupo de exploradores galos.
«[Los franceses] Habían andado ya cerca de cinco leguas y ya creían haberse equivocado de camino, cuando un ciervo, espantado por su movimiento, se levantó y tomó rápidamente su curso delante de ellos. AI cabo de un instante se oyó un grande clamor; eran los soldados del ejército inglés, entre los cuales se había precipitado el ciervo, y daban gritos de alegría a la vista de una presa que ella misma iba á ofrecérseles», añade el cronista.
Los exploradores que, además de buena vista, tontos no eran, se dieron así de bruces con la retaguardia del ejército inglés que se retiraba. Y no iban a desperdiciar tal oportunidad. Ansiosos por contar con unos cuantos cientos de guerreros más para caer sobre Talbot y sus hombres, picaron a sus caballos, dieron la vuelta y marcharon para avisar al contingente principal. La batalla estaba servida.
Los ingleses, que enmudecieron brevemente después de saber que su bocaza les había delatado, comenzaron entonces a dirimir donde era mejor darse de bofetadas contra los galos. Al final, establecieron que se refugiarían en un monasterio fortificado ubicado cerca de la aldea de Patay y que se enfrentarían a los hombres de Juana de Arco en campo abierto.
Arqueros ingleses…
Los ingleses, como hacían casi siempre, organizaron su ejército usando como base sus temibles arqueros. «Los reyes ingleses de los siglos XIV y XV se apresuraron a reclutar arqueros para sus ejércitos y los dotaron de buenos equipos: jubones de cuero con refuerzos de metal, cascos de hierro y una manta para proteger la cuerda», explica el historiador español Francisco Xavier Hernández en su obra«Breve historia de la guerra antigua y medieval».
Pero estos no eran arqueros normales, sino hombres entrenados durante años equipados con un arco largo («longbow») de unas dimensiones de unos dos metros de alto. Podría parecer algo baladí, pero dichos soldados eran temidos en toda Europa por ser capaces de hacer retroceder con sus flechas a contingentes de miles de enemigos. En palabras del también historiador Fernando Castillo Cáceres, el arco que portaban era tan temible para sus enemigos debido a su cadencia de disparo y a la distancia y la fuerza a la que disparaba.
De hecho, los arqueros provocaban tanto pavor en sus enemigos que, durante la Guerra de los Cien Años, sufrían un curioso y desgraciado destino si eran capturados por los galos. «Como ejemplo del temor que despertaban los arqueros ingleses, los franceses adoptaron una salvaje costumbre: cuando un arquero era hecho prisionero, los franceses le amputaban los dedos índice y corazón de la mano derecha para que, en el caso de fuera liberado, no pudiera volver nunca más a disparar un arco», explica el historiador y escritor español Jesús Hernández en su popular obra «¡Es la guerra! Las mejores anécdotas de la Historia Militar».
… contra caballeros franceses
Por su parte, el poder de los franceses residía en los caballeros pesados. Es decir, en unos «carros de combate humanos» capaces de pasar por encima de cualquier infantería con una carga devastadora… si no se les detenía antes.
La caballería francesa tenía una gran tradición medieval y su modelo era el llamado “hombre de armas”. Es decir (y como su propio nombre indica) el hombre armado hasta los dientes. Lógicamente, la ventaja francesa era que, si sus jinetes llegaban al combate cuerpo a cuerpo, poco podrían hacer los arqueros (que apenas contaban con un casco y alguna protección). Eso, si lograban atravesar las estacas defensivas de los ingleses. Un palo afilado que todos los arqueros clavaban formando un erizo y que, llegado el momento, podía asustar a los jamelgos.
Sin embargo, los hombres de los «longbow» ya habían demostrado que eran capaces de hacer retirarse a ejércitos enteros en la ya mencionada batalla de Azincourt. Así lo explica Hernández en su obra: «[En Azincourt] la caballería francesa se lanzó con ímpetu contra las líneas inglesas, pero el terreno embarrado dificultó su avance. Esta circunstancia fue aprovechada por los ingleses para lanzar varias salvas de flechas que provocaron el caos entre los franceses. Los caballos heridos dejaron de obedecer a sus jinetes y escaparon al galope en todas direcciones, huyendo de la muerte que caía del cielo. Los caballeros derribados intentaban ponerse de pie, pero el barro y las flechas se lo impedían».
Comienza la batalla
Tras llegar a Patay el 18 de junio -a eso del medio día- el ejército inglés se dividió para organizar las defensas frente a los enemigos que llegaban.
Medio millar de ingleses al mando de Talbot se ubicaron a retaguardia del grupo principal para poder construir unas defensas que les permitieran resistir la acometida de los jinetes franceses (a saber, las típicas estacas tan características de los arqueros y algún que otro hoyo en el suelo para molestar a los caballeros). «Los 300 hombres de Talbot fueron reforzados con 200 arqueros de élite y este cuerpo recibió órdenes de asegurar el sur de Patay», explica el historiador Alfred H. Burne en su obra «The Agincourt War: A Military History of the Hundred Years War from 1369 to 1453».
No obstante, los galos fueron más rápidos y sus 1.500 «carros de combate humanos» llegaron cuando sus enemigos andaban a pico, pala y martillo asegurando la zona. «La vanguardia francesa llegó cerca de Patay casi al mismo tiempo que el enemigo […] y antes de que los ingleses hubiesen dispuesto a su gente, antes de que los arqueros hubiesen plantado frente a ellos sus estacas afiladas», añade Roy. Viendo que tenían ventaja sobre el enemigo, los oficiales espolearon a sus caballos y, ordenador a sus hombres cargar y pasar a cuchillo a los arqueros antes de que pudieran terminar sus defensas.
En este punto existe una controversia histórica de importancia ya que, por un lado, algunos historiadores y cronistas como Roy afirman que Juana de Arco se quedó en retaguardia con el grueso del ejército principal y, por otro, varios son partidarios de que luchó en vanguardia.
Esta última idea es recogida por el militar e historiador del XVIII Philippe-Paul comte de Ségur en su obra «Historia moderna»: «La vanguardia se colocó en Patay, cuya iglesia tenía una torre fuerte, y fueron enviados “La Hire” y otros jefes con algunos gendarmas [hombres de armas a caballo] para escaramuzar con el enemigo. El duque de Alençon, el condestable, el conde de Vendoma, el bastardo de Orleans y Juana la Doncella se adelantaron contra los ingleses». Todo parece indicar que la «Doncella de Orleans» no luchó en esta primera oleada, sino que llegó con el cuerpo principal del ejército.
Fuera como fuese, los jinetes no tardaron en atravesar la distancia que les separaba de sus enemigos. Y estos poco pudieron hacer más que lanzar alguna flecha y defenderse con los puñales y las espadas. Fue una masacre. Los jinetes cayeron sin ninguna piedad sobre los flancos de las unidades de Talbot.
¿Cuál fue la reacción del oficial? Llamar a la defensa en espera de que llegase el cuerpo principal del ejército a las órdenes de Fastolf, que había acampado más allá del camino. «En un instante los que habían sostenido el ataque fueron muertos y derrotados por los franceses. En vano Talbot y los demás capitanes franceses hicieron todos los esfuerzos imaginables para reunir a su gente, y volver al combate. Solo lograron retardar la derrota y hacerla más sangrienta», añade el cronista.
La contienda continuó, según Roy, hasta que llegó el cuerpo principal galo (en el que, según varios autores, se hallaba Juana de Arco) y todo acabó rápidamente. Al final, Talbot terminó tocando a retirada. Por su parte, la visión de su compañero huyendo acabó con la moral de Fastolf, que huyó como un cobarde. La desbandada se hizo entonces general y las unidades se dispersaron por doquier, dejando el camino libre a los caballeros franceses para que asesinaran ingleses a placer.
En este caos multitud de oficiales ingleses fueron capturados. Entre ellos Talbot, que se rindió a uno de los madamases galos: Xaintrailles. Cuentan que, cuando el duque de Alençon tuvo delante a este noble, le dijo una curiosa frase: «Hoy, señor Talbot. Imagino que esta mañana no esperabais esto». ¿Cuál fue la respuesta de su contrario? «Son azares de la guerra».
En pocas horas se había perpetrado la aniquilación inglesa. Una masacre que se confirmó cuando se contaron los muertos. En este punto existe también bastante controversia. Y es que, mientras que algunos autores como Ildefonso Estrada o Andres Poey hablan de 1.500 fallecidos y 1.200 heridos por el bando de Talbot, otros dan unas cifras mucho más abultadas. «La pérdida que experimentaron los ingleses en esta batalla fue de cuatro mil o cinco mil hombres, de los cuales 3.000 perecieron y el resto fueron hechos prisioneros», destaca Roy. Con los galos sucede lo mismo, pues algunos señalan que cayeron entre 100 y 200, y Roy, por su parte, habla solo de un «gentilhombre» de la compañía de Thibaut de Armañac.