Así contribuyeron los monjes medievales a la vulcanología moderna
El estudio de antiguos textos ha permitido fechar con precisión las erupciones volcánicas que desencadenaron la Pequeña Edad de Hielo en Europa
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A pesar de que tenían poco más que sus sentidos para ayudarles, los datos recogidos y plasmados por escrito por monjes medievales han resultado ser inesperadamente útiles para los vulcanólogos. Sin pensar en la posible trascendencia de sus escritos, en efecto, al observar el cielo nocturno los monjes medievales registraron algunas de las erupciones volcánicas más grandes de la historia.
Ahora, bajo la dirección de expertos de la Universidad de Ginebra, un equipo internacional de investigadores ha utilizado, junto a los datos proporcionados por núcleos de hielo y anillos de árboles, las antiguas crónicas de Europa y Oriente Medio, dejadas entre los siglos XII y XIII, para fechar con precisión algunas de las mayores erupciones volcánicas del mundo.
Los resultados de la investigación se acaban de publicar en la revista ‘Nature‘, y suponen todo un tesoro de nueva información sobre uno de los períodos con mayor actividad volcánica en la historia de la Tierra. Un periodo que algunos creen que ayudó a desencadenar la Pequeña Edad de Hielo, un largo intervalo de enfriamiento que duró desde el siglo XIV hasta bien entrado el XIX y durante el cual los glaciares se extendieron por una buena parte de Europa.
Cinco años de búsqueda
El trabajo de los investigadores fue largo. Casi cinco años examinando cientos de anales y crónicas de toda Europa y Oriente Medio en busca de referencias al color de eclipses lunares totales, que ocurren cuando la Luna pasa por la sombra de la Tierra y aparece en tonos rojizos porque aún permanece iluminada por la luz solar que se curva alrededor de la Tierra. Sin embargo, durante una erupción volcánica puede haber tanto polvo en la estratosfera (la parte media de la atmósfera) que la luna eclipsada prácticamente desaparece del cielo.
Con suma diligencia, los cronistas medievales registraron y describieron todo tipo de eventos históricos, incluidas las hazañas de reyes y papas, batallas importantes, desastres naturales y hambrunas. Y tampoco se les escaparon los fenómenos celestiales que podían predecir tales calamidades. Conscientes del Libro del Apocalipsis, una visión del fin de los tiempos que habla de una luna roja como la sangre, los monjes tuvieron especial cuidado en tomar buena nota de la coloración de la luna en cada momento. De los 64 eclipses lunares totales que ocurrieron en Europa entre los años 1100 y 1300, los cronistas documentaron fielmente 51. Y en cinco de ellos, resultó que la luna estaba excepcionalmente oscura.
Escuchando a Pink Floyd
«Estaba escuchando el álbum ‘Dark Side of the Moon’ de Pink Floyd -explica Sébastien Guillet, de la Universidad de Ginebra- cuando me di cuenta de que los eclipses lunares más oscuros ocurrían dentro de aproximadamente un año de las principales erupciones volcánicas. Dado que conocemos los días exactos de los eclipses, eso abrió la posibilidad de utilizar los avistamientos para deducir cuándo debieron ocurrir las erupciones».
Los investigadores hallaron que también los antiguos escribas de Japón anotaban cuidadosamente los eclipses lunares y sus características. Uno de los más conocidos, Fujiwara no Teika, escribió sobre un eclipse oscuro sin precedentes observado el 2 de diciembre de 1229: «los viejos nunca habían visto algo así, con la ubicación del disco de la Luna no visible, como si hubiera desaparecido durante el eclipse… Realmente era algo digno de temer». El polvo estratosférico de las grandes erupciones volcánicas no solo fue responsable de la desaparición de la luna. También enfrió las temperaturas veraniegas al limitar la luz solar que llega a la superficie de la Tierra. Lo cual, a su vez, pudo arruinar los cultivos agrícolas.
«Sabemos por trabajos anteriores que fuertes erupciones tropicales pueden inducir un enfriamiento global del orden de aproximadamente 1°C durante unos pocos años -afirma Markus Stoffel, coautor del estudio y especializado en convertir medidas de anillos de árboles en datos climáticos-. También pueden provocar anomalías en las precipitaciones, con sequías en un lugar e inundaciones en otro».
A pesar de estos efectos, en aquél momento la gente no podía ni imaginar que las malas cosechas o los eclipses lunares tuvieran algo que ver con los volcanes: las erupciones en sí mismas estaban sin documentar, excepto una. «Solo sabíamos de estas erupciones porque dejaron rastros en el hielo de la Antártida y Groenlandia -dice por su parte Clive Oppenheimer, de la Universidad de Cambridge y otro de los autores del trabajo-. Al reunir la información de los núcleos de hielo con las descripciones de los textos medievales, ahora podemos hacer mejores estimaciones de cuándo y dónde ocurrieron algunas de las mayores erupciones de este período».
Modelos climáticos
Para aprovechar al máximo esa relación, Guillet y su equipo trabajaron con modelos climáticos para calcular el momento más probable de las erupciones. «Conocer la estación en la que hicieron erupción los volcanes es fundamental, ya que influye en la dispersión del polvo volcánico, en el enfriamiento y en otras anomalías climáticas asociadas a las erupciones».
Lo que hace que estos hallazgos sean especialmente significativos es que se sabe que el periodo que va desde el año 1100 al 1300 es uno de los de mayor actividad volcánica de la historia. De las 15 erupciones consideradas en el estudio, una a mediados del siglo XIII rivaliza incluso con la famosa erupción de Tambora de 1815 que provocó ‘el año sin verano’ de 1816. El efecto colectivo de las erupciones medievales en el clima de la Tierra puede haber llevado a la Pequeña Edad de Hielo, uno de los periodos más fríos de la Europa reciente. «Mejorar nuestro conocimiento de estas misteriosas erupciones -concluye Guillet- resulta crucial para comprender si el vulcanismo pasado afectó no sólo al clima, sino también a la sociedad durante la Edad Media y cómo lo hizo».
Origen: Así contribuyeron los monjes medievales a la vulcanología moderna