Así era el Empecinado, el militar que «sembró España de cadáveres franceses» para echar a Napoléon
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!Juan Martín Díez fue ensalzado por la mayoría de los periódicos del país durante la Guerra de Independencia por sus batallas contra el invasor: «No duerme ni reposa por acosarlos y perseguirlos hasta la muerte. Prosigue así, dignísimo campeón, en tu heroica empresa»
Desde que se produjera el levantamiento contra el invasor el 2 de mayo de 1808, y hasta que se puso fin a la Guerra de la Independencia española el 17 de abril de 1814, más de 400 artículos de prensa se hicieron eco de las «valientes» ofensivas de Juan Martín Díez contra las tropas deNapoléon. «Llenas están las gacetas de sus proezas. Su fama se extiende más allá de los ámbitos de la nación. Las carreteras de Valladolid, Aranda, Burgos, Salamanca, Sigüenza, Guadalajara, etc., pregonan sus hazañas, que están atestiguadas por tantos y tantos cadáveres enemigos sembrados acá y allá por las manos de este héroe, gloria de la patria y terror del francés», podía leerse en « El Conciso» a principios de 1811. El motivo: la noticia del general enemigo que, tras secuestrar a la madre de nuestro protagonista, tuvo que dejarla en libertad y huir «temeroso» después de que este le amenazara con «pasar a cuchillo» a todos sus prisioneros.
Este no fue más que uno de los muchos episodios que recogieron los periódicos de toda índole, procedencia y línea editorial, rindiéndose ante la figura de este guerrillero de Valladolid al que pronto pasaron a llamar el «Empecinado». España veía nacer a un héroe y la prensa supo explotarlo. «El Empecinado cree perdido el día si no mata gabachos —añadía el mismo diario de corte liberal—. No duerme ni reposa por acosarlos y perseguirlos hasta la muerte. Prosigue así, dignísimo campeón, en tu heroica empresa. Caigan a miles los bandidos postrados por tu mano vencedora. Todos te amamos. La patria complacida está tejiendo ya la inmarcesible corona que embellezca tus sienes y te coloque en el sublime asiento del templo de la inmortalidad».
La Península Ibérica se había convulsionado tres años antes con la llegada de las tropas napoleónicas, que entraron con la excusa de atravesar España para invadir Portugal… pero se quedaron. Martín Díez tenía 32 años y vio con orgullo desde Fuentecén —el pequeño pueblo a donde se había trasladado tras casarse desde su Castrillo del Duero natal—, el levantamiento espontáneo de sus vecinos. Hasta la pequeña región burgalesa había llegado la noticia del alcalde de Móstoles con la que empezó todo: el llamamiento a las armas que este hizo a todos los españoles para que acudieran en socorro del Rey Fernando VII, retenido por Napoleón.
Los «progresos» del Empecinado
Todavía faltaba un año para que la prensa española nombrara a Martín Díez por primera vez. Fue en el « Diario de Mallorca»: «El Empecinado hace muchos progresos en Castilla. Su partida se enriquece y aumenta considerablemente. Últimamente ha pillado 80 carros de equipaje, algunos hasta cargados con colchones», detallaba esta cabecera. Y mucho más quedaba para que este labrador convertido en ídolo fuera pintado por Goya y convertido en uno de los personajes históricos que dio título a la famosa novela de Benito Pérez Galdós.
Durante 1808, el primera año de este conflicto internacional, se habían ido formando las guerrillas, que fue la mejor forma que encontró el pueblo español para luchar contra el invasor. Lo hizo sobre todo en el campo, que era el terreno que mejor conocían sus voluntarios. Juan Martín Díez, desde muy joven con vocación militar, se convirtió pronto en líder de una de las partidas. Se cuenta que tomó la decisión después de ver en su pueblo como una muchacha era violada por un soldado francés al que, más tarde, asesinó como venganza. Fue en ese momento cuando decidió organizar un grupo de guerrilleros con sus propios amigos y familiares, para actuar, inicialmente, en la ruta que unía Madrid y Burgos.
A principios de 1809 ya fue nombrado capitán y, en primavera, extendió su campo de acción hasta Gredos, Ávila y Salamanca, para seguir después por las provincias de Cuenca y Guadalajara. En la edición del 3 de diciembre de ese año, el «Diario de Mallorca» contaba: «Los franceses invadieron Almonacid de Zorita el 13 de octubre con el pretexto de requisar cuatro caballerías. El pueblo se consternó y todas las mujeres se fueron a los cerros. Los franceses hicieron mal al cruzar el Tajo, porque el magnánimo Empecinado se hallaba a cinco leguas de allí. Los esperó a la altura de Albares y, cuando estos estaban almorzando, se presentó ante ellos con 300 hombres, sorprendiendo a los que guardaban las mulas y los equipajes. Alborotándose todos, echaron a huir. Caminaron seis leguas hasta que lograron entrar en Loeches los 34 o 35 que quedaron vivos. Desde Albares hasta el frente de Mondéjar cayeron otros 12. Y las gentes con palos y las mujeres con asadores los acabaron de matar. Allí fue donde abrieron en canal a un mayor grueso y le sacaron una gran porción de sebo (…). El Empecinado solo perdió a un soldado, natural de Trujillo. Esta es la verdad, aunque otros la pinten de otra forma».
«Abrazar la causa de Napoleón»
Fue tal su capacidad de ataque y el daño que infringió a los convoyes franceses, que el mismísimo Napoleón mandó personalmente al general Sigisbert Hugo a que le persiguiera y acabara con él. Tan solo acumuló fracasos. «Leyose una carta de Hugo al brigadier Juan Martín en el que le incitaba a abrazar la causa de Napoleón. La respuesta del Empecinado fue aconsejarle a este que cambiase de vida y dejase de ser satélite del tirano», apuntaba el « Semanario patriótico» el 7 de febrero de 1811. En ese momento, el Empecinado ya tenía a su cargo a 6.000 hombres y el mando del regimiento de húsares [unidad de caballería ligera] de Guadalajara, con los que también protagonizó algunas crónicas de « El Español». «Una de sus partidas hizo 47 prisioneros, tomó 70 caballos y mató a 15 enemigos cerca de Segorbe (Valencia). Cuando el pueblo de Molina de Aragón (Guadalajara) fue atacado por 85 enemigos, el Empecinado los hizo también prisioneros. Y después se dirigió a Daroca (Zaragoza) para sorprender a otra guarnición, pero esta se escapó a Calatayud con algunos muertos y heridos más».
La prensa relataba sus embestidas contra los invasores como victorias de todo la nación, a la que, sin duda, había que levantar el ánimo por las atrocidades de algunos soldados franceses contra la población: «El Empecinado cuenta sus triunfos casi por el número de días. En Castilla, en Aragón, en La Mancha, en Cataluña… en toda la hermosa superficie de este país privilegiado no hay un palmo de tierra ocupado por los enemigos en donde gocen de quietud», aseguraba «El Conciso». Y otras informaciones se centraban en las cifras: «En un ataque entre Almadrones y Olmeda mató a 200 franceses e hizo prisioneros a 300»; «haevacuado a los franceses de Torrevieja y entrado él con 2.500 soldados»; «ha realizado cuatro ataques en los cuales le ha quitado al enemigo 1.450 hombres» o «ha destrozado en Carabanchel (Madrid) un cuerpo de 200 franceses». Era tal la confianza de Martín Díez que, incluso, se planteó secuestrar al propio José Bonaparte, aprovechando sus conocidos escarceos por las calles de la capital en busca de tabernas. Pero el gran número de guardias que custodiaban al hermano de Napoleón era tan grande que le imposibilitaron el acto.
En 1812, el Empecinado tomó la ciudad de Guadalajara, poco antes de que, tras la batalla de los Arapiles el 22 de julio de ese año, José Bonaparte abandonara definitivamente Madrid. Con motivo de estas nuevas noticias, en el «Diario de Madrid» se podía encontrar reseñas de las obras de teatro que se representaban en la capital sobre las hazañas del gran Juan Martín Díez, que todavía vivía, o la noticia del grabado que se estaba haciendo de su figura para que entrara en la colección de « Los ilustres defensores de la patria».
La defensa de Alcalá de Henares
Un año más tarde, el Empecinado ayudó en la defensa de Alcalá de Henares, en cuyo puente de Zulema venció a un grupo de franceses que le doblaban en número. Tales eran los éxitos del famoso guerrillero que Fernando VII daría su consentimiento para que en dicha ciudad se levantara una pirámide conmemorativa de aquella victoria que, de nuevo «El Conciso», contaba así. «El Empecinado se hallaba en el puente de Alcalá de Henares solo con su batallón de Cuenca y parte del de Madrid, el 22 de abril. Entre 3 y 4 de la mañana se tocó la generala y se formó una columna camino del puente para defenderle contra 20 enemigos con artillería que ya estaban encima. Pero los «empecinados», alentados por su caudillo, resistieron el ataque y un fuego horrible por espacio de dos horas, hasta obligar a los franceses a huir precipitadamente».
La última noticia de la guerra en la que aparece nuestro protagonista fue publicada por « El Fiscal Patriótico de España» el 14 de abril de 1814. En ella se hablaba de la «lacería que sufrió la intrépida división del Empecinado, que en el sitio de Tortosa (Tarragona) acaba de rechazar al enemigo cubriéndose de gloria». Los aliados de España —Inglaterra y Portugal— ya habían reconquistado el norte del país y cruzado los Pirineos. En el sur de Francia continuaron atacando a las tropas de Napoléon. Hubo combates en el río Nivelle, Garris, Orthez, Toulouse y finalmente Bayona, donde los soldados españoles hicieron saqueos como venganza por los excesos cometidos anteriormente por los invasores. Finalmente, Napoleón pidió la paz y el Fernando VII pudo regresar a Madrid. Con el Tratado de Fontainebleau, el emperador francés renunció a todos los derechos de soberanía sobre los territorios bajo su dominio. Francia acababa de perder al dirigente más importante de su historia.
No le fue mucho mejor al Empecinado tras la guerra. Con Fernando VII de nuevo en el poder y restaurado el absolutismo, el héroe español se vio obligado a exiliarse por orden del monarca, al que consideró entonces un enemigo liberal. Sus victorias ya no importaban. Asumió su destierro en Valladolid, pero el 1 de enero de 1820 se unió al levantamiento de Riego cogiendo de nuevo las armas contra el rey al que había defendido. Con el Trienio Liberal (1820-1823) gozó de cierta paz e, incluso, fue nombrado gobernador militar de Zamora. Pero al acabar este periodo tuvo de nuevo que huir a Portugal y, aunque se le dio permiso para regresar poco después, en cuanto puso el pie en España fue detenido y sometido a todo tipo de vejaciones y torturas. Nunca recobró la libertad. Fue condenado a muerte y llevado a la horca el 20 de agosto de 1825. Tenía solo 50 años.
Origen: Así era el Empecinado, el militar que «sembró España de cadáveres franceses» para echar a Napoléon