29 marzo, 2024

Así era la extraña «izquierda fascista» que casi le roba el liderazgo del partido nazi a Hitler

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Los hermanos Strasser, desconocidos fuera de Alemania, impulsaron al dictador a escribir «Mein Kampf», pero se enfrentaron a él durante años desde dentro de la organización porque rechazaban el imperialismo y la idea de un gobierno totalitario

Otto Strasser solía presumir de que fue su hermano Gregor quien, en 1924, sugirió a Hitler que escribiese sus memorias. Decía en tono despectivo que el único objetivo fue que Adolf se mantuviese entretenido y liberase a sus compañeros de prisión en Landsberg de tener que escuchar sus «interminables monólogos». A este, sin embargo, le encantó la idea y se puso manos a la obra de inmediato. Y para disgusto de los Strasser, según recoge la célebre biografía del dictador escrita por Ian Kershaw, «debieron sufrir una amarga decepción cuando este comenzó a leer a diario lo que había escrito a un público literalmente cautivo».

Así comenzó la gestación de «Mein Kampf» (Mi Lucha), por influencia de Gregor Strasser, el hombre que —con ayuda precisamente de su hermano Otto— a punto estuvo de quitarle el liderazgo del partido nazi al dictador que, pocos años después, provocó la guerra más desvastadora de la historia. Pero aquella primera jugada no le salió muy bien, porque el libro se convirtió en un fenómeno editorial que vendió más de 90.000 ejemplares en 1932 y 900.000 un año después. Y eso que «estaba mal escrito, lleno de errores», comentaba a ABC Christian Hartmann, encargado de la edición crítica que se publicó en 2016.

Lo sorprendente de esto es que los hermanos Strasser sean prácticamente desconocidos más allá de las fronteras germanas. Sobre todo, porque no son pocos los historiadores que opinan que Gregor, con sus postulados socialistas, pudo haberse convertido en el líder de los nazis y, por consiguiente, en canciller de Alemania, pero el 8 de diciembre de 1932 le envió una carta de dimisión a Hitler en la que hablaba de las dificultades de organización del partido derivadas del boicot ejercido por sus consejeros: «Tengo el derecho a decir que el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, según mi punto de vista, no es sólo un movimiento ideológico en proceso de conversión en una religión, sino un movimiento de combate que debe reforzar su poder en el Estado en cada oportunidad de que disponga, con el fin de hacer posible que realice sus tareas nacionalsocialistas y consume el socialismo alemán con todas sus consecuencias».

«La brutal confrontación con el marxismo —continuaba— no puede ser el centro de nuestra tarea política interna. Más bien, creo que el gran problema de este tiempo es la creación de un gran frente de trabajadores y su integración en un Estado de nuevo tipo. La esperanza monotemática de que el caos conducirá a la realización del destino del partido es, según creo, errónea, peligrosa y sin ningún interés para el conjunto de Alemania. En todas estas cuestiones, su punto de vista es diferente del mío, lo cual hace que mi posición como miembro del parlamento y portavoz sea insostenible. Durante toda mi vida no he sido nada distinto a un nacionalsocialista y no lo seré. Por tanto, regreso a la base del partido, dejando el campo libre a sus consejeros, a fin de que puedan asesorarle con éxito sobre el terreno en estos momentos».

Unidad de Defensa del Pueblo

Según describe el historiador Ferrán Gallego en «Todos los hombres del Führer» (Debolsillo, 2008), el caos al que se refería era ese «lodazal de confusiones institucionales promovida por consejeros de Hitler, tales como Goebbels y Goering, sobre el que debía sustentarse la toma del poder de los nazis». Todo ello enmarcado en un momento de absoluta crisis política, tras dos elecciones generales y tres cancilleres en un solo año.

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Ese fue el final de la carrera política de Gregor Strasser, que había comenzado veinte años antes con el «Volkisch», una corriente de pensamiento basaba en la exaltación y el orgullo de pertenecer al pueblo alemán, tras la humillación sufrida en la Primera Guerra Mundial. A raíz de este movimiento se crearon en Alemania un buen número de partidos políticos y organizaciones que adoptaron la esvástica como símbolo a principios de los años 20. Un ejemplo es la Sociedad Thule, precursora del Partido Obrero Alemán (DAP) que, a su vez, fue el germen del partido nazi. O el Sturmbataillon Niederbayern, un movimiento más revolucionario que fue liderado por nuestro protagonista.

Más tarde, como tantos veteranos de guerra descontentos, se unió a las Freikorps, una organización paramilitar y fascista que sembró el terror en las calles de Alemania. Y luego refundó su movimiento en otra organización paramilitar llamada Unidad de Defensa del Pueblo. En 1921 se afilió finalmente al partido nazi para intentar difundir sus ideas. Su actividad política se centró entonces en el norte y oeste de Alemania, sobre todo en Berlín, mientras que Hitler y sus allegados se centraron en el sur y este del país. Dos años después, participó en el llamado Putsch de Munich, el intento de golpe de Estado que le llevó a la cárcel junto a Hitler.

Heinrich Himmler, Rudolf Hess, Adolf Hitler y Gregor Strasser, en 1927, en una de las pocas fotografías en que aparecen juntosWIKIPEDIA
Heinrich Himmler, Rudolf Hess, Adolf Hitler y Gregor Strasser, en 1927, en una de las pocas fotografías en que aparecen juntosWIKIPEDIA

Anticapitalismo

El partido fue ilegalizado, pero Strasser fue liberado poco después, gracias a que había sido elegido diputado por el Movimiento Nacionalsocialista de la Libertad, una coalición que reunía a toda la extrema derecha alemana y cubría el hueco dejado por los nazis. Entonces aprovechó que el futuro dictador seguía entre rejas, para seguir difundiendo una ideología que muchos historiadores han calificado de «izquierda fascista», y en cuyos primeros pasos se ganó aliados tan poderosos como Joseph Goebbels, ministro de Propaganda en el Tercer Reich pocos años después.

Para Strasser, el anticapitalismo era más importante que el anticomunismo y creía que un Estado debía estar siempre construido sobre muchos de los postulados socialistas. En la economía, de hecho, proponía la nacionalización y colectivización de los medios de producción y el desmantelamiento de la producción capitalista industrial. Ponía en valor el campesinado y defendía la reactivación de las pequeñas ciudades y pueblos por encima de las grandes urbes. También estaba a favor de la descentralización del Estado mediante un sistema federal. Y, sobre todo, rechazaba el imperialismo, los conflictos entre países, la expansión territorial a costa de estos y la idea de un gobierno totalitario como el de la Unión Soviética, reivindicando siempre la libertad de expresión y de prensa.

Las diferencias ideológicas con Hitler dentro de una orientación fascista y racista clara eran evidentes. Y, siendo consciente de ellas, Gregor Straseer empezó a organizar junto a Goebbels a los grupos nacionalsocialistas que habían quedado huérfanos con la ilegalización del partido nazi. Este último se encargó de las medidas de propaganda, de dar discursos por todo el país y de poner en marcha varias publicaciones importantes como «El Socialista Nacional», que se editó hasta 1930. Así consiguieron atraer a una gran cantidad de simpatizantes a su causa, apelando continuamente a las clases más bajas.

El contraataque de Hitler

Sin embargo, cuando Hitler recobra la libertad en 1925, lo primero que hace es refundar el partido, reagrupar a todas esas facciones y enfrentarse a todos los que pudieran disputarle el liderazgo. Un año después ya había chocado abiertamente con los hermanos Strasser, especialmente en un congreso del partido en el que declaró que sus propuestas significaban la «bolchevización política de Alemania». Y relacionó también su doctrina socialista con el judaísmo, que ya empezaba a estar en el punto de mira.

Esto provocó que Gregor Strasser fuera gradualmente apartado de los puestos importantes del partido. En 1926 pasó a ser jefe de Propaganda y, en 1928, jefe de Organización. Al mismo tiempo, entre 1925 y 1929, desempeñó el cargo de jefe de la región de Baja Baviera. Pero lo más importante de aquel discurso de Hitler es que Goebbels se apartó de la «izquierda fascista» para jurar fidelidad al futuro dictador y ayudarle a controlar totalmente todos los órganos del partido.

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«Goebbels estaba al comienzo de su carrera política y había de sentirse fascinado por la capacidad de Hitler de manipular a los individuos, por su mezcla de paternalismo y fraternidad, de autoritarismo y de fanática convicción, de barroquismo verbal y simplicidad de objetivos. Si su relación emocional con Hitler puede causar el rubor de quienes, como Otto Strasser, sólo podían concebir una relación basada en el acuerdo político, en el caso de Goebbels las cosas funcionaban de otra manera. Tanto, que ni siquiera este podía calificar de traición», subraya Gallego.

La bronca de Berlín

Los hermanos Strasser, sin embargo, nunca cesaron en su empeño de hacer virar el nazismo hacia sus posiciones. Según explica Alan Bullock en «Hitler y Stalin: Vidas paralelas» (Kailas, 2016), Hitler seguía aterrado de que los miembros de su partido, al igual que había ocurrido en 1923, se sintieran frustrados por no entrar de una vez en acción. Creía que iba a perder su fuerza impulsora y su gran entusiasmo. «Las contradicciones no resueltas que aún podían poner en peligro las oportunidades de éxito del partido —apunta el historiador británico— se encuentran documentadas en la confrontación posterior entre Hitler y Otto. Cuando Gregor Strasser se trasladó a Múnich, este permaneció en Berlín y utilizó su periódico, el “Arbeitsblatí”, para mantener una línea independiente y radical que irritaba y desconcertaba a Hitler».

En abril de 1930, los sindicatos de Sajonia llamaron a la huelga y Otto acudió en su ayuda, apoyando plenamente sus acciones. Hitler dio la orden de que ningún miembro del partido interviniese en ella, pero fue incapaz de silenciar a los periódicos de Strasser. El 21 de mayo le invitó a reunirse con él en Berlín para discutir el asunto. En aquella charla, primero le ofreció importantes cargos en condiciones muy generosas para callarle, después apeló a sus buenos sentimientos con lágrimas en los ojos y, por último, le amenazó con la expulsión del partido.

La discusión se inició con una disputa sobre raza y arte, pero pronto se encauzó hacia los tópicos políticos. Hitler criticó duramente un artículo que Strasser había publicado bajo el títular de «Lealtad y deslealtad», en el que establecía la diferencia entre el ideal, que es eterno, y el líder, que tan solo es su sirviente. Según recoge Bullock en su libro, estas fueron sus palabras: «Todo eso no son más que disparates. En el fondo no estás diciendo otra cosa que otorgar a todos los miembros del partido el derecho a decidir lo que ha de ser el ideal, incluso a decidir si el líder es fiel o no al llamado ideal. Eso es democracia de la peor especie y no hay lugar entre nosotros para tales concepciones. Para nosotros el líder y el ideal son una y la misma cosa, y todo miembro del partido debe hacer lo que manda el líder. Tú mismo fuiste soldado… Y yo te pregunto: ¿estás dispuesto a someterte a esta disciplina o no?».

«La democracia ha dejado al mundo en ruinas»

Siempre según el historiador, Otto Strasser le respondió: «Pretendes estrangular la revolución social en aras de la legalidad y de tu nueva colaboración con los partidos burgueses de derechas». El futuro dictador enfureció ante su insinuación: «Yo soy socialista, y un socialista de índole muy distinta a la de tu rico amigo el conde de Reventlow. En otros tiempos fui un hombre trabajador común y corriente. Yo no permitiría nunca que mi chófer comiese peor que yo. Lo que tú entiendes por socialismo no es otra cosa que marxismo. Y ahora fíjate en lo que te digo: lo único que quiere la masa de trabajadores es pan y circo. No entiende nada de ideales. Jamás podremos ganarnos a los trabajadores apelando a estos […] Lo que existe exclusivamente en todas partes es la lucha de las capas más bajas de una raza inferior contra la raza superior dominante, y si esta raza superior se ha olvidado de la ley de su existencia, estará irremediablemente perdida».

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La conversación se reanudó al día siguiente en presencia de Gregor Strasser y Rudolf Hess, en la que Otto se pronunció por la nacionalización de la industria. «La democracia ha dejado al mundo en ruinas —replicó Hitler con desprecio— y, sin embargo, ahora tú pretendes extender eso a la esfera económica. Sería el fin de la economía alemana. Los capitalistas se han abierto paso hasta la cima gracias a su capacidad, y sobre la base de esa selección, que es una nueva prueba de que son una raza superior, tienen el derecho de mandar y dirigir».

Dos meses después de aquella disputa, a finales de junio de 1930, Hitler dio instrucciones a Goebbels de que expulsase del partido a Otto Strasser y a sus seguidores. Le acusó de conspiración y alianza con el judaísmo. Este hizo entonces públicas estas conversaciones en uno de sus periódicos y fundó la Unión de los Nacionalsocialistas Revolucionarios, conocida como el Frente Negro, donde se agruparon muchos nacionalsocialistas descontentos con su líder. Según cuenta «Nazis en las sombras», de Julio B. Mutti, más tarde emigró y continuó su oposición como refugiado al frente de este extraño y poderoso grupo de nazis anticapitalistas cercano a las ideas socialistas. En 1931, aún reclutó a una gran cantidad de marinos germanos para su causa, con el objetivo de esparcir su semilla allende las fronteras.

Exilio y asesinato

Gregor tomó cierta distancia de los puntos de vista de su hermano y permaneció en el partido nazi, pero no le sirvió de mucho, porque siguió colaborando con el periódico El Frente Negro. Los enfrentamientos continuaron hasta que, en 1932, el canciller de Alemania, Kurt Von Schleicher, le ofreció a este la vicecancillería y ser primer ministro de Prusia, una estrategia para alimentar la rivalidad entre ambas facciones y partir el nacionalsocialismo en dos. Strasser no aceptó, pero Hitler aprovechó para quitarle todos sus cargos orgánicos y robarle todos sus apoyos.

Únicamente conservó su escaño, del cual dimitió en la mencionada carta de 1932. Al año siguiente, el partido nazi obtuvo sus mejores resultados electorales, con un 37,3% de los votos y 230 escaños. Esto fue interpretado como una victoria de la facción más ultraderechista y afín a Hitler. Poco después sería nombrado canciller de Alemania y terminaría aprobando poderes dictatoriales con la firma de la Ley Habilitante. En 1934, en la llamada «Noche de los Cuchillos Largos», el partido apresó y asesinó a innumerables rivales políticos internos. Entre ellos estaba Gregor Strasser. Su hermano Otto pudo librarse por haber huido del país. Goebbels lo declaró «enemigo público del Reich» y puso fin al intento de que el nazismo fuera un movimiento de izquierdas o, por lo menos, afín al socialismo.

Origen: Así era la extraña «izquierda fascista» que casi le roba el liderazgo del partido nazi a Hitler

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