Así fue el genocidio comunista desatado por los Jemeres Rojos: dos millones de muertos en cuatro años
La muerte del genocida y número dos del régimen totalitario de los Jemeres Rojos recuerda la mayor matanza ocurrida en Camboya entre 1975 y 1979
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
Noun Chea, el «Hermano número 2» e ideólogo del régimen totalitario de los jemeres rojos, falleció este domingo a los 98 años en un hospital en Camboya. No hacía ni un año que él y el antiguo jefe del Estado, Khien Sampphou, habían sido condenados a cadena perpetua por el genocidio cometido contra las minorías vietnamita y musulmana cham entre 1975 y 1979.
Este genocidio representa uno de los capítulos más oscuros del país. El brutal régimen maoísta liderado por Pol Pot, el «número 1», aniquiló cerca de dos millones de personas (casi la cuarta parte de la población), durante tan solo cuatro años. Los Jemeres Rojos embarcaron a sus habitantes en una utopía socialista que transformó Camboya en un campo de trabajos forzados, donde muchos ciudadanos fueron esclavizados y otros tantos asesinados, ya fuese mediante purgas sistemáticas o por la hambruna y el agotamiento causados por la gestión productiva impuesta.
El ascenso y la toma del poder
Los Jemeres Rojos emergieron con la Guerra Civil camboyana (1970-1975), la cual surgió a raíz de la compleja situación política que vivía el país, escenario lateral del conflicto de su vecina Vietnam. En 1970, el rey de Camboya fue depuesto por un golpe de estado llevado a cabo por el militar Lol Nol, quien proclamó la República Khemer, apoyada por EE.UU.
La insurgencia comunista de los Jemeres Rojos (con la ayuda del brazo armado comunista de Vietnam del Sur, laChina de Maoy el destituido rey) se enfrentó con la recién nacida república. Después de casi cinco años de guerra civil, y una vez que EE.UU. se retiró, el grupo guerrillero de Pol Pot consiguió hacerse con el poder de Camboya.
El 17 de abril de 1975, los Jemeres Rojos tomaron la capital, Phonm Penh. Sus habitantes se habían lanzado a las calles para celebrar el fin de la guerra civil, pero sería un triunfo que duraría bien poco. Ese mismo día, los soldados les informaron que había una orden de evacuar la ciudad, porque «iba a ser bombardeada por los americanos». Se trasladarían al campo «solo unos pocos días», aseguraron. Sin embargo, aquel desalojo derivó en un éxodo a la fuerza de casi dos millones de personas, que recibieron instrucciones de hacer aquel camino a pie o en carro de bueyes. Todo el mundo marchó, incluido niños, ancianos y enfermos, de los cuales muchos fallecieron al no aguantar el trayecto. El horror no había hecho más que empezar.
El terror rojo
Con aquella forzada ruralización de las poblaciones se instauró la República Democrática de Kampuchea. En la imaginación de los Jemeres Rojos, el antiguo Imperio de Angkor era el modelo ideal que deseaban establecer. Así, y bajo influencia de la doctrina maoísta, instauraron un régimen que volvió casi a la Edad de Piedra: su objetivo era construir una nueva sociedad basada únicamente en la agricultura y que deshiciese todo elemento del detestable capitalismo que el colonialismo francés había establecido en Camboya. Se inició así el denominado «Año Cero», en el que la historia del país empezaría a reescribirse.
Había que erradicar toda conciencia y lógica burguesa mediante la revolución radical. Las fabricas fueron quemadas, así como los vehículos de motor. Uno de los primeros objetivos era acabar con la cultura, no solo quemando bibliotecas, sino ejecutando a todo aquel que poseyese estudios o no perteneciese al ámbito campesino. Asesinaron a funcionarios, militares, profesores, abogados, médicos y se persiguió a todo aquel que supiese un segundo idioma. Razones tan peregrinas como tener gafas también se consideraron síntoma de veleidad intelectual. El deporte también fue condenado y todos los atletas de los equipos nacionales fueron exterminados; por esa razón, Camboya renunció a participar en los Juegos Olímpicos de 1976 y 1980.
Muchas de esas ejecuciones se llevaron a cabo en las prisiones y centros de exterminio que se crearon en las ciudades abandonadas. La más famosa fue la de Toul Sleng, donde murieron entre 15.000 y 20.000 personas, y de la que solo escaparon doce con vida. Los prisioneros recibían palizas y torturas basadas en cargas eléctricas y colgamientos, y, en ocasiones, se les obligó a comer sus propias heces y beber su propia orina. Pero aquí no acababa la cosa, pues también se realizaron varios experimentos «médicos», como abrirles sin anestesia y remover sus órganos, o simplemente para ver como se desangraban hasta su último aliento.
El infierno del ruralismo maoísta
Al principio aquella revolución pareció perjudicar solo a ricos y funcionarios, pero pronto el plan de crear una «nueva sociedad» afectó a todos por igual. Se abolieron los mercados y el sistema monetario y sus ciudadanos fueron convertidos en campesinos y obligados a trabajar en los campos de arroz en jornadas de 12 a 20 horas diarias, con un día de descanso cada diez. Evidentemente, un gran número de personas murieron de puro agotamiento o por la escasez de alimentos.
La vida se volvió un auténtico infierno. La propiedad privada se suprimió de manera drástica, y el simple hecho de poseer una olla se consideraba delito. Las relaciones sexuales fueron controladas y únicamente aceptadas de manera productiva. Prácticas tan extrañas como producir dos litros de orina diarios para fabricar abonos eran de obligado cumplimiento para cualquiera.
La educación de los niños, quienes no estaban contaminadas por el capitalismo, fue puesta en manos del régimen de Angkar. Se llegó a una situación extrema en la que los hijos denunciaban a sus propios padres por robar comida o por infringir normas de conducta. También fueron entrenados para la guerra contra los extranjeros, considerados culpables de los males capitalistas que habían sacudido a Camboya.
El final de los guerrilleros de Pol Pot
El fin de la República Democrática de Kampuchea y el genocidio que había cometido Pol Pot llegó el 7 de enero de 1979 con la intervención militar viernamita en Camboya. Los jemeres rojos tuvieron que huir del país y conseguir refugio.
Tanto Tailandia como China no se encontraron cómodos con un ejército aliado de la URSS en territorio camboyano. En plena Guerra Fría, ambos países encontraron apoyo en EE.UU. e Inglaterra, que, pese haberse opuesto a los Jemeres Rojos, tampoco quisieron empeorar sus relaciones con la República Popular China, que en esos momentos ejercían un papel de contrapeso de los soviéticos. Los criminales recibieron armamento británico y apoyo de los norteamericanos para luchar contra Vietnam.
Tras la Guerra Fría, lo ocurrido en Camboya cayó en el olvido para la comunidad internacional, hasta 1997. Cuando la ONU comenzó a buscar a los responsables de los crímenes de guerra en Yugoslavia, Clinton decidió abrir la carpeta de Camboya y propuso juzgar a los causantes del genocidio. Se realizó una orden de busca y captura para Pol Pot, si bien murió en 1998 antes de ser condenado.
El Gobierno de Camboya puso muchas trabas a la comunidad internacional para llevar a cabo el juicio a los líderes supervivientes de la Kampuchea Democrática, intentando minimizar la responsabilidad de estos en la masacre.
Tuvieron que pasar cuarenta años para que algunos de los principales dirigentes del régimen rojo fueran condenados por el Tribunal Internacional. Noun Chea nunca reconoció sus atrocidades y defendió tener la conciencia muy tranquila hasta su último aliento de vida.