Atila: la absurda muerte en su noche de bodas del terror de las legiones de Roma
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!El huno -azote de borgoñones, godos y bizantinos- falleció en el 453 en extrañas circunstancias. Según su contemporáneo Prisco, después de que le reventara un vaso sanguíneo mientras se hallaba en la alcoba con una de sus mujeres
Poco después de que la Guerra Civil atenazara como una mortal soga la garganta de la sociedad española, el ahora de moda Miguel de Unamuno popularizó dos términos tan satíricos como agrios para definir a ambos bandos: «Los hunos y los hotros». Con ellos hacía referencia a la barbarie de republicanos y nacionales. La misma que, según la tradición (y los textos de historiadores del siglo V como Prisco de Panio) mostraron los guerreros nómadas arribados desde lo más profundo de Asia central en sus conquistas. Los hunos, sin embargo, no se hicieron famosos durante una alocada noche de salvajismo; lo hicieron después de dos décadas de barbarie a las órdenes del famoso Atila, caudillo de las estepas desde el 434 hasta el 453.
Atila fue conocido por convertirse en el azote de las legiones romanas. Bajo su estricta tutela (se cuenta que empalaba a los traidores y desertores como escarmiento) los hunos penetraron como el fino filo de una navaja una y otra vez en el Imperio Romano de Oriente durante diez años. No solo eso, sino que logró erigirse en una suerte de capo mafioso capaz de conseguir toneladas de oro a golpe de extorsión. Este juicio no está hecho a vuelapluma: el jerarca, ávido de riquezas, solía presentarse de forma periódica frente a las murallas de las urbes y exigir ingentes cantidades de monedas para irse con la música (su horda) a otra parte. Lo mismo sucedió con regiones como Metz y Orleans.
Bajo el arco y el hacha de Atila cayeron grandes urbes y gerifaltes intocables. Acabó incluso con la vida de su hermano, Bleda, su gran compañero de conquistas, para hacerse con el poder supremo en la horda. No obstante, ni sus victorias pasadas ni el pavor que sentían por él sus enemigos le valió para sobrevivir a una hemorragia nasal. En el año 453 d. C., y en plena noche de bodas con una de sus múltiples esposas, la rotura de un vaso sanguíneo le condenó a morir asfixiado en su propia sangre y vómito tras una agonía provocada por el alcohol. De esta forma ha pasado a la historia gracia a los cronistas de la época, aunque no falta quien afirma que, en realidad, se fue al otro mundo asesinado por la mano de su nueva mujer.
Cuando dejó este mundo, poco quedaba del Atila de las grandes conquistas. Aquel caudillo que había atravesado el Danubio, había destruido Tracia y había extorsionado al emperador Teodosio II para que le cubriera de oro a cambio de alejarse de sus dominios se había esfumado. Lejos estaban también sus ataques y saqueos en la Galia y el Rhin. Por el contrario, el caudillo huno ya sentía el molesto abrazo de la vejez (se encontraba cercano al medio siglo de vida, algo extraño en la época) y empezaba a ver como habitual ser derrotado en el campo de batalla. Así lo atestigua, por ejemplo, su capitulación en la contienda de los Campos Cataláunicos (frente a una alianza de romanos, francos y visigodos, en el 451).
En el 452, apenas un año antes de que le llegara la muerte, Atila inició una de sus últimas campañas y se lanzó sobre Italia. Su objetivo: escarmentar a los mismos pueblos que, tras lustros abriendo la bolsa para entregarle tributo a cambio de protección, se negaban ahora a ello. Lo cierto es que le fue bien y, a golpe de antorcha, saqueó Aquilea, Milán y Pavía. Visto el cariz que tomaba la situación, Valentiniano III, al frente del Imperio Romano de Occidente, abandonó Rávena, se refugió en Roma y solicitó al Papa León I que intentara convencer al caudillo de que se marchara de sus dominios. ¿Imposible? Eso parecía. Pero salió a pedir de boca. Tras una extensa reunión, y para asombro de Europa, el religioso logró esta ardua tarea.
Poco se sabe en la actualidad del por qué Atila decidió detener sus conquistas tras parlamentar con el Papa. Algunos lo achacan a una intervención divina; otros, a la capacidad persuasiva de León I. Lo más plausible es que la verdadera culpable fuera una epidemia de peste que -tal y como esgrime Ana Martos Rubio en una de las pocas biografías que existen en español sobre el monarca huno- se extendió entre sus hombres. Por blanco o negro, nuestro cruel mandamás dio la vuelta a su jamelgo y puso camino a su hogar, Panonia (al norte del Danubio), para preparar nuevos ataques. «Primero, iría a Oriente a cobrarse el tributo que le negaba el emperador Marciano. Después, iría a Occidente a terminar la tarea inconclusa que allí dejó, el saqueo de Roma», añade la española.
Sangrienta noche
Así, jornada tras jornada, arribó el 453, un año de rencor en el que Atila solo pensaba en caer de forma fulgurante sobre sus enemigos. Al menos, hasta que se encaprichó de una princesa burgundia llamada Ildiko (en las fuentes, también Ildico o Ildicona). Así lo recuerda en sus textos el propio Prisco de Panio: «Atila, después de innumerables esposas, se casó, según la costumbre de su raza, con una chica muy hermosa llamada Ildico». Cosa llamativa para el cronista, pues definió al caudillo como bajo de estatura, con tórax ancho, una cabeza grande, los ojos pequeños, la barba fina, la nariz aplastada y la tez oscura. Un sujeto casi demacrado que, por entonces, sumaba ya 47 inviernos a sus espaldas.
Cuenta Prisco que, aquella noche, en su palacio de madera junto al río Tisza, Atila hizo algo que no solía: beber y comer hasta la extenuación. «Bebió y comió más de lo habitual en él, pues le hemos conocido parco y austero y se cuenta que aquella noche brindó con cada uno de sus numerosos invitados», completa la autora. Después, embriagado, subió a sus aposentos junto a Ildico para culminar la jornada y terminar de unirse en matrimonio. Se desconoce qué sucedió con exactitud pero, a la mañana siguiente, sus guardias le hallaron muerto en el suelo alrededor de un charco de sangre. A su lado se encontraba su nueva esposa, en un rincón, cubierta por un velo y llorando a lágrima viva.
Prisco, emisario en la corte de Atila, afirmó que su muerte se había producido por una mezcla de factores. Al parecer, la causa principal fue una hemorragia nasal agravada por la borrachera (que le impidió moverse y le hizo ahogarse): «En su boda se entregó a una celebración excesiva, tras la que se durmió boca arriba y empapado en vino. Sufrió una hemorragia y la sangre, que normalmente le habría drenado por la nariz, no pudo pasar por los conductos habituales y fluyó en su curso mortal por la garganta, matándolo. Así, la borrachera puso fin vergonzosamente a un rey que había ganado la gloria en la guerra». En la actualidad, esta es la versión más aceptada y replicada entre los expertos.
Martos la define también como la más plausible e, incluso, señala que las hemorragias nasales habían sido habituales durante la última etapa de su vida. «Cuentan que en sus últimos años padecía hemorragias nasales y que sufrió una durante el sueño; debido al alcohol ingerido no reaccionó y se ahogó en su propia sangre y vómito sin que su aterrorizada esposa pudiera hacer nada», añade. El historiador del renacimiento Pedro Mexia ya dejó escrita esta posibilidad en su obra «Historia Imperial y Cesarea»: «Comió y bebió tanto aquel día de su boda que, vencido después del sueño, durmió boca abajo, donde […] le vino el flujo de sangre a las narices con tanto ímpetu y fuerza, que lo ahogó en el espacio de una hora. Y allí acabó derramado en su propia sangre»-
Fue un día triste para los hunos, como bien explicó Prisco: «No omitiré describir algunas de las muchas formas en las que su espíritu fue honrado por su raza. En medio de una llanura su cuerpo fue tendido sobre seda y asistí a un espectáculo solemne. Porque alrededor del palacio donde lo habían tendido, los mejores jinetes de todos los hunos cabalgaron en círculos, como en los juegos del circo, y recitaron un canto fúnebre como el que sigue: “Rey principal de los hunos, Accila, hijo de Mundzuc, señor de los pueblos más valientes, que poseía la soberanía de Escitia y Germania con un poder desconocido antes que él y que aterrorizaba a Roma al capturar sus ciudades”». También se cortaron el pelo y se hirieron sus mejillas en señal de luto.
¿Por qué?
Pero… ¿por qué murió Atila? La intriga sigue hasta hoy. En palabras de Prisco, cuando hallaron el cuerpo tenía mucha sangre en la boca y no había rastro de vómito. Según desvela el doctor Rahim Valani, del Hospital general del este de Toronto, para el History Channel, una de las posibles causas serían las hemorragias pulmonares provocadas por tuberculosis, tumores o infecciones. No obstante, incide en que esto solo habría generado «pequeñas cantidades de sangre espumosa» y que «no encaja con la descripción de Prisco».
Valani es más partidario de que todo se debiera a una dolencia del hígado. «Una de las consecuencias de beber en exceso es que el vaso sanguíneo que alimenta el hígado empieza a expandirse y a llenarse aún más de sangre. Cuando hay demasiada presión, este y otros vasos pueden reventar o desgarrarse, provocando una enorme hemorragia. El paciente acaba ahogándose en su propia sangre. En el caso de Atila probablemente fue un poco de todo: estado de shock por la gran hemorragia, la tráquea llena de sangre, la asfixia…», añade el médico en el mencionado reportaje. Siempre en palabras del médico, las posibilidades son una infinidad y el misterio, al menos con los datos que existen, parece difícil de resolver.
Los enigmas en torno a la muerte de Atila han llevado a muchos autores a especular que su muerte no fuera un accidente, sino un asesinato orquestado por sus enemigos y perpetrado por su nueva esposa. Uno de los últimos fue Michael A. Babcock en «The Night Attila Died: Solving the Murder of Attila the Hun». En sus palabras, el problema radica en que parte de los textos de Prisco han desaparecido. Sobre esta base, analiza las pruebas existentes y sopesa la posibilidad de que pudiera ser un homicidio. La autora española también cree posible que el organizador de ello fuera Aecio (a quien había vencido en el 451 y quien no había podido plantarle cara al año siguiente).
Origen: Atila: la absurda muerte en su noche de bodas del terror de las legiones de Roma