Beilis, el “caso Dreyfus” de Rusia
Un grupo de niños jugaba en las afueras de Kiev en marzo de 1911 cuando hicieron un descubrimiento que alteró la precaria paz del Imperio ruso. Todavía resonaban los
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
Un grupo de niños jugaba en las afueras de Kiev en marzo de 1911 cuando hicieron un descubrimiento que alteró la precaria paz del Imperio ruso. Todavía resonaban los ecos de la Revolución de 1905, a pesar de que Nicolás II había aceptado la creación de la Duma (Parlamento) para aplacar a obreros y campesinos.
En Kiev, como en otros puntos del Imperio, a las autoridades locales les costaba controlar a organizaciones de extrema derecha y antisemitas. Grupos como las Centurias Negras o la Sociedad del Águila Bicéfala tensionaban la calle amenazando a revolucionarios y judíos.
Pronto todo el Imperio supo que un asesino andaba suelto, y el ministro de Justicia, Iván Scheglovitov, empezó a sentir presión sobre sus espaldas.
Para Menahem Mendel Beilis, oficinista en una fábrica de ladrillos, la vida seguía su curso. La existencia de un judío en el zarismo ya resultaba lo suficientemente difícil como para preocuparse por otras cuestiones.
Era un miembro bien integrado en su barrio. Los gentiles lo respetaban, entre otras cosas porque en alguna ocasión había proporcionado ladrillos a precio de coste para la construcción de iglesias. Padre de cinco hijos, no seguía estrictamente todos los preceptos de su religión. De hecho, trabajaba en sábado, algo prohibido en el judaísmo.
Pero el 22 de julio Beilis se despertó bruscamente. En plena noche, una quincena de policías irrumpió en su casa para detenerle. Grigori Chaplinski, el fiscal general de Kiev, estaba tan exultante que viajó hasta la casa de veraneo del ministro para darle la feliz noticia: tenían al responsable.
Para el juez Sikorski, se trataba de un caso claro de lo que llamó “la venganza de los hijos de Jacob”, o un crimen ritual
La fiscalía había obtenido un testimonio contra el sospechoso. Regresando de hacer su ronda nocturna, el farolero Kazimir Shakhovski dijo haber visto a Beilis perseguir al pequeño Andréi la mañana del 12 de marzo.
Para redondear la acusación, Chaplinski hizo comparecer ante el juez instructor a Iván Sikorski, un profesor de psiquiatría. Este iba a aportar la información más importante: el móvil del crimen. Para Sikorski, se trataba de un caso claro de lo que llamó “la venganza de los hijos de Jacob”, o un crimen ritual.
El joven estudiante Vladímir Golubev, líder de la Sociedad del Águila Bicéfala, llevaba tiempo esperando esa noticia. Su organización había sostenido desde el principio que el asesinato de Andréi se debía a una oscura práctica ritual judía, los “libelos de sangre”. A principios del siglo XX, en la Europa del Este estaba muy extendida la creencia de que los judíos asesinaban a niños cristianos en fechas cercanas a la Pascua para beberse su sangre.
El preso tuvo que ver, impotente, cómo se construía un caso contra él. Según la ley rusa, un detenido no tenía derecho a abogado hasta que la acusación se planteara formalmente. Fueron siete meses en los que no se le permitió recibir visita alguna. Pero Beilis tenía más amigos de los que creía.
Nada cuadra
Un letrado llamado Arnold Margolin había empezado a investigar por su cuenta. ¿Cómo era posible que un judío que trabajaba los sábados fuera el autor de un crimen religioso? Además, la autopsia indicaba que el cuerpo del niño fue perforado desordenadamente, desperdiciando mucha sangre. No parecía la obra meticulosa de alguien que se preparaba para un ritual.
Mientras investigaba acudieron a él dos policías destituidos, los detectives Yevgueni Mishchuk y Nikolái Krasovski, que le contaron una historia increíble. Ambos habían sido apartados de sus responsabilidades en el caso tras hacer descubrimientos que no coincidían con la teoría de la fiscalía. Sus pesquisas alejaban la culpabilidad de Beilis, y más bien la situaban en Vera Cheberyak, una vieja conocida de la policía de Kiev.
Krasovski tenía pruebas de que el 12 de marzo Andréi estuvo en la casa de Vera, la madre de su mejor amigo. Desde esa casa, la mujer lideraba una banda de criminales a la que se apodaba “la troika”. Hasta dos testigos dijeron haber oído gritos en el lugar el día del asesinato, por no hablar de los restos de sangre hallados en el inmueble.
Margolin tenía ahora ante sus ojos un caso bien distinto. Sus pruebas apuntaban a que el fiscal general de Kiev, por orden del ministro de Justicia, había conspirado para acusar a un inocente.
La defensa necesitaba un buen abogado, alguien acostumbrado a lidiar en causas políticas de alto vuelo
Para empezar, varios cambios de testimonio e incongruencias hacían tambalear el relato del farolero. Otro elemento sospechoso era el estudiante Golubev, el líder de la Sociedad del Águila Bicéfala. Resultaba curioso que hubiese sido él el primero en acusar públicamente a Beilis a través del principal diario antisemita de Kiev, del que era responsable.
La defensa necesitaba un buen abogado, alguien acostumbrado a lidiar en causas políticas de alto vuelo. Lo hallaron en Oskar Gruzenberg, famoso por defender a líderes obreros y revolucionarios, entre ellos, al célebre León Trotski en 1905.
Protestas en la universidad
Paulatinamente, una parte la sociedad civil empezó a reaccionar. El novelista Vladímir Korolenko fue el primero en alzar la voz, con una carta titulada “Al pueblo ruso”. Su texto evoca al “J’accuse” que escribió Émile Zola en Francia para defender al inocente Alfred Dreyfus en 1898. Siguiendo la estela de Korolenko, en 1913, el New York Times también escribió un indignado editorial.
En las universidades, los estudiantes socialistas y socialdemócratas organizaron huelgas y protestas en defensa de Beilis. Para los diputados ultraconservadores de la Duma, todo era una conspiración judeosocialista para acabar con el régimen autocrático del zar.
Poco se sabe del nivel de implicación de Nicolás II en el asunto. En su libro A Child of Christian Blood, Murder and Conspiracy in Tsarist Russia: The Beilis Blood Libel (2014), Edmund Levin afirma que, con su silencio, el zar aprobó tácitamente las acciones del ministro. Pero ¿por qué?
Como explica Levin, a principios del siglo XX la supervivencia de la autocracia zarista estaba comprometida, con campesinos y obreros amenazando con una revolución. En ese escenario, el gobierno vio en el caso Beilis una oportunidad para ganar aprobación, castigando a una comunidad que muchos percibían como el enemigo.
Empieza el juicio
El inicio del juicio se fijó para el 25 de septiembre del 1913. Quince días antes, el gobernador solicitó el envío de 300 cosacos para proteger el juzgado, y la policía blindó los barrios judíos.
La acusación se aseguró de que diez de los doce miembros del jurado fueran campesinos. El fiscal encargado, Oskar Vipper, esperaba así poder manipularlos más fácilmente.
Siguiendo con el argumento del asesinato ritual, la acusación llamó a testificar al padre Justin Pranaitis, supuestamente un experto en tradición judaica. El religioso explicó por qué la muerte de Andréi era un buen ejemplo de un libelo de sangre.
Cuando la defensa pudo interrogarle, lo asaltó con preguntas sobre conocimientos básicos de la religión judía. Los silencios y las respuestas erróneas del sacerdote provocaron las risotadas de toda la sala.
En las siguientes sesiones, la defensa tumbó uno a uno los testimonios contra Beilis, empezando por el del farolero. En su enésimo cambio de testimonio, aquel hombre aseguró ante una sala perpleja que había sido sobornado para cometer perjurio.
El día de las exposiciones finales, la acusación utilizó su último turno de palabra para deslegitimar todo lo que el jurado había visto y oído. Durante cinco horas, intentó convencerle de que todos los testimonios de la defensa habían sido comprados en virtud de un complot del judaísmo internacional contra Rusia.
Por su parte, Gruzenberg aportó numerosas pruebas que demostraban que Beilis no había podido asesinar al pequeño. Además, más de un testigo confirmó que ese día estaba en su despacho. Las conclusiones del letrado apuntaban muy claramente hacia “la troika”. La líder de esa banda criminal, Vera Cheberyak, no había dado más que testimonios contradictorios desde el inicio del juicio.
Exculpado
Los doce miembros del jurado se retiraron a deliberar el 28 de octubre. Al día siguiente, el Kievskaia mysl publicaba: ¡Beilis es inocente, todavía hay justicia en Rusia!
Para desagrado del Ministerio, aquel jurado de campesinos semianalfabetos había demostrado tener más sentido de la justicia que ellos mismos. Sin embargo, el veredicto determinó que el crimen de Andréi fue un crimen ritual judío. Esto último supuso una victoria parcial para el régimen: no logró condenar a una sola persona, pero sí, simbólicamente, a todo el pueblo judío.
Cheberyak fue fusilada en 1918, probablemente en una de las purgas de los comunistas.
Lo del libelo no convenció a todo el mundo. Tan pronto como se supo el resultado, una multitud de curiosos se dirigió a casa de Vera Cheberyak. Supusieron que la policía iba a redirigir su investigación hacia ella. Jamás sucedió, y Cheberyak fue fusilada en 1918, probablemente en una de las purgas de los comunistas.
Lo mismo les sucedió a otros involucrados. Cuando en 1917 los bolcheviques llegaron al poder, quisieron saldar cuentas con el antiguo régimen. El ministro de Justicia Scheglovitov y el fiscal Oscar Vipper fueron ejecutados.
Por lo que respecta a Beilis, jamás vivió la era comunista. Emigró con su familia casi inmediatamente después de salir de prisión y murió en Estados Unidos en 1934, a los sesenta años.
Todavía hoy el crimen de Andréi sigue sin solución. La mayoría de los especialistas coinciden en apuntar que el grupo de “la troika” es el asesino más plausible. No obstante, en 1913 las autoridades detuvieron a Iván Goncharuk por el asesinato de un niño de 11 años en Fastiv, Ucrania. El cuerpo apareció sobre un charco de sangre y había sido atacado decenas de veces con un punzón. ¿Se había escapado en 1911 un asesino de niños?