28 marzo, 2024

Calderón de la Barca: la leyenda negra persigue al dramaturgo

Pedro Calderón de la Barca. Dominio público
Pedro Calderón de la Barca. Dominio público

Cuando se cumplen 340 años de la muerte del dramaturgo, y mientras se buscan sus restos en una iglesia madrileña, la vida y la obra de Calderón de la Barca siguen envueltas en el misterio

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A Calderón de la Barca lo enterraron y desenterraron hasta en seis ocasiones. Sus restos mortales fueron trasladados, sucesivamente, a diferentes emplazamientos de Madrid a lo largo de los siglos, desde que en mayo de 1681 fuera sepultado, cumpliendo su deseo, en la iglesia de San Salvador.

Hoy en día, el paradero de sus restos continúa siendo un enigma. En los primeros días de la Guerra Civil, la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores (última morada de sus huesos) fue incendiada y saqueada. Desde entonces su rastro se perdió para siempre.

Como ocurrió en el caso de Cervantes, un equipo de investigación inició su búsqueda en diciembre de 2020, utilizando medios tan sofisticados como los georradares o técnicas geotérmicas. La indagación está en suspenso todavía, aunque muy pronto se esperan noticias.

“En las próximas semanas aportaremos más novedades, además de dos iniciativas de interés”, explica a Historia y Vida Pablo Sánchez Garrido, profesor de la Universidad CEU San Pablo y coordinador del proyecto de investigación. Entre tanto, otros expertos llevan años afanados en desenterrar al genial dramaturgo, aunque, en su caso, de la montaña de tópicos y estereotipos bajo los que está sepultado.

Retrato de Pedro Calderón de la Barca, grabado calcográfico.

Pedro Calderón de la Barca, grabado calcográfico.

Dominio público

“Reaccionario, conformista y ortodoxo o libertino, subversivo y escéptico, poeta de la Inquisición o dramaturgo ateo, según los gustos de sus intérpretes a lo largo de cuatro siglos”. De este modo dibujaba las múltiples dicotomías que rodean a Calderón de la Barca el hispanista, crítico literario y ensayista Antonio Regalado, autor del estudio Calderón y los orígenes de la modernidad en el Siglo de Oro (Destino, 1995).

Calavera y duelista

La dilatada vida de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) le hizo ser testigo de tres reinados (los de Felipe IIIFelipe IV y Carlos II), y su periplo vital resume las contradicciones y los radicales cambios del siglo XVII.

El dramaturgo respiró la Europa del pacifismo, los estragos de la guerra de los Treinta Años, con el advenimiento de un nuevo orden internacional, o el inicio de la decadencia del poder español, y fue, asimismo, uno de los grandes protagonistas del Siglo de Oro de las letras y las artes.

Su biografía, tanto en la etapa juvenil como en la de madurez, aparece salpicada de episodios personales y militares que le empujaron a enrolarse en los Tercios de Flandes y luchar en Italia (aunque no hay documentación que lo certifique) o en Cataluña, durante la guerra dels Segadors de 1640. Por si fuera poco, se batió el cobre en las calles de Madrid, donde las reyertas y los duelos por cualquier agravio o afrenta esperaban en las esquinas.

“Acostumbrados a ver en el retrato de Calderón el sacerdote anciano y en sus obras el decoro y gravedad del hombre maduro, nos cuesta trabajo imaginarlo joven, calavera y duelista, y persona, en fin, cuya mocedad fue de las más sueltas y borrascosas”, escribió el cervantista y crítico literario Emilio Cotarelo y Mori (1857-1936).

Admirado por reyes y poetas

Provocador, jaranero y hasta excomulgado en su temprana juventud, cuando estudiaba en la Universidad de Salamanca, Calderón pronto fue admirado en los círculos literarios madrileños, e incluso el mismísimo Lope de Vega se rindió a su talento.

El dramaturgo se convertiría, con el paso del tiempo, en el autor favorito del rey Felipe IV, y desempeñaría trabajos para los teatros de la corte, entre ellos, el Salón dorado del Alcázar o el Coliseo del Buen Retiro. El monarca le nombró caballero de la orden de Santiago en 1636 y, tras varias peripecias bélicas y alguna que otra escaramuza callejera, en 1642, obtuvo licencia para convertirse en secretario del duque de Alba. A partir de ese momento se dedicará, en exclusiva, a la producción literaria.

Retrato del poeta y dramaturgo Lope de Vega y Carpio que se puede ver en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid.

Retrato del poeta y dramaturgo Lope de Vega y Carpio que se puede ver en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid.

Terceros

Al poco tiempo de nacer su hijo natural, Pedro José, Calderón ingresó en la Tercera Orden de San Francisco y se convirtió en sacerdote en 1651. Ese radical cambio de vida también llevaba inscrito un nuevo rumbo creativo. El autor abandonará el territorio de la comedia para consagrarse a la composición de autos sacramentales, género que, en su pluma, alcanzó tal vez la plenitud. Cuando murió, el 25 de mayo de 1681, hace ahora 340 años, Calderón estaba considerado el mejor dramaturgo vivo.

Calderón, ¿un reaccionario?

“La valoración moderna de Calderón ha sido, demasiado a menudo, la historia de un ignorante y pertinaz falseamiento de la persona y la obra del poeta, gravado por muchos estereotipos (Calderón dogmático, monolítico y antipático, defensor de todos los credos en el poder, cifra de una España muerta)…”, escribía, hace veinte años, el catedrático de literatura de la Universidad de Navarra y director del GRISO (Grupo de Investigación Siglo de Oro) Ignacio Arellano, en su estudio Calderón de la Barca. Vida y obra.

Hoy, ante la pregunta de si siguen en pie esos prejuicios, el experto argumenta a Historia y Vida que nuestro autor ha funcionado como un catalizador de este tipo de estereotipos, que afectan a toda la cultura española, especialmente la del Siglo de Oro, por la acción de “ciertos comentaristas e intelectuales de escasa formación”. Frente a esa visión “arcaica, rígida, hosca y oscura”, Arellano contrapone la extraordinaria capacidad cómica del dramaturgo y poeta, aspecto muy poco estudiado.

“Curiosamente Calderón, en su época, tenía fama de ser el más gracioso (junto con Vélez de Guevara) de todos los poetas de su tiempo y es, sin duda, el autor cómico más relevante del siglo, junto con Lope”, explica.

Para el catedrático de Literatura española y director del Instituto del Teatro de Madrid, Javier Huerta Calvo, la montaña de estereotipos comienza a cimentarse durante el siglo XIX, cuando autores como Adelardo López de Ayala interpretan la obra de Calderón en clave “conservadora y reaccionaria”, comparando la época gloriosa del dramaturgo “en que los maridos vengaban la infidelidad de sus mujeres con la muerte, con la España del XIX, afeminada y cobarde”.

“Un verdadero dislate –continúa el experto–, porque Calderón no defiende nunca esas soluciones radicales, y cuidó siempre mucho la psicología de los personajes femeninos, cuyo papel de víctimas subraya”.

El peso de la leyenda negra

De “leyenda negra teatral” habla Ignacio García, director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, considerado el más importante del mundo en su género. Forjado en mil escenarios, García se ha atrevido a representar a Calderón incluso en idioma checo. Buen conocedor de la obra de este genio del Siglo de Oro, reivindica su enorme complejidad.

“Se habla mucho de la honra en sus comedias y dramas, pero también están ahí la justicia, la libertad y la dignidad como temas principales de su obra, que distan mucho de esos estereotipos y prejuicios”, asevera.

La vida es sueño. Relieve en bronce, detalle del monumento a Calderón en la Plaza de Santa Ana de Madrid (Obra de J. Figueras, 1878).

‘La vida es sueño’. Relieve en bronce del monumento a Calderón en la plaza de Santa Ana de Madrid. Obra de J. Figueras, 1878.

Luis García / CC BY-SA 3.0

El mismo García Lorca hubo de lidiar también con el anticalderonismo, según Javier Huerta, cuando eligió para iniciar su aventura en La Barraca, en 1932, el auto sacramental de La vida es sueño. “Por ello, recibió muchas críticas incluso de los sectores izquierdistas (Rafael Alberti, María Teresa León), que no comprendían cómo un proyecto financiado por el gobierno laicista de la Segunda República comenzaba con una pieza de teatro católico y no con una pieza revolucionaria”, afirma el experto.

Pero, al igual que en muchas otras cosas, continúa Huerta, el genial granadino “demostraba estar muy por encima de los maniqueísmos de nuestra intelligentsia cultural y de los complejos respecto de nuestra tradición”.

Durante el franquismo muchos vieron una instrumentalización, no solo de la obra de Calderón, sino de todo el teatro del Siglo de Oro. “Durante los años setenta, para la intelectualidad supuestamente progresista, Calderón era un autor franquista avant la lettre”, sostiene Javier Huerta.

Leer para enterrar los prejuicios

Y la etiqueta parece que perduró en el tiempo, si atendemos a la anécdota recordada por Ignacio Arellano, sucedida durante un debate sobre una representación calderoniana de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. “Un actor contaba su primera reacción cuando le propusieron hacer ‘un Calderón’: extrañeza, cierto rechazo, tenía que pensárselo, porque ‘Calderón, uff’” (traduzcamos: “¿Calderón, ese conservador reaccionario?”). Aquel actor, rememora Arellano, “no había leído nada de Calderón”.

Representación eslovena de 'El alcalde de Zalamea' de 1952

Representación de ‘El alcalde de Zalamea’ de 1952

Dominio público

¿Cómo enfrentarnos entonces a la obra de un escritor tan complejo, sin dejarnos atenazar por los clichés que aún hoy rodean su figura? Ante todo la clave pasa por leer su obra, “sus comedias, divertidísimas, como No hay burlas con el amor, El escondido y la tapada, La dama duende; sus tragedias, como El médico de su honra, La hija del aire…; sus piezas algo más conocidas, como El alcalde de Zalamea, La vida es sueño…”, repasa Ignacio Arellano, para quien “en Calderón hay de todo y para todos”.

“Fue y sigue siendo uno de uno de nuestros grandes dramaturgos de la Edad de Oro. Para muchos, incluso, superior a Lope de Vega”, en palabras de Javier Huerta Calvo. Ignacio García, por su parte, nos anima a entablar una conversación con el genio, pues “a cada uno de nosotros nos habla y nos interpela de una manera diferente y profunda”. Estamos invitados a desenterrar a Calderón una vez más.

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