Cervantes, el «animal acorralado» de Lepanto: la gesta real del escritor en la batalla más allá del mito
El cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau en el que se representa a Cervantes en la batalla de Lepanto – ARCHIVO ABC
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Nunca ha sido tan celebrada ni recordada la participación de un soldado bisoño –el que se encontraba en el primer escalafón de la carrera militar en el siglo XVI– como lo fue la de Miguel de Cervantes en la batalla de Lepanto aquel 7 de octubre de 1571. El interés no se despertó hasta que se publicó la primera biografía del escritor en 1738, pero en ese momento comenzó una larga carrera por crear y desarrollar el mito del ‘manco’, en el que el autor del Quijote acabó convertido en uno de los héroes principales del histórico enfrentamiento contra los turcos del que este jueves se cumplen 450 años.
El dibujo de Manuel Castellano ‘Cervantes en el combate de Lepanto’, realizado a mediados del siglo XIX, todavía le daba al escritor un protagonismo casi salvífico para la cristiandad, cuando algunos datos ya apuntaban a que fue un soldado más con un papel discreto. Hace cinco años, Augusto Ferrer-Dalmau intentó acercarse más a la realidad en uno de sus cuadros: «Podemos imaginar mil historias, desde las más derrotistas hasta las más heroicas. Personalmente creo que luchó como uno más y que tuvo la mala suerte de caer herido. No dudo que de que fuera valiente, pero no me posiciono en si fue un héroe o solo un superviviente. En un momento así ambas posturas son lo mismo. Cervantes actuó como cualquier animal acorralado», asegura a ABC.
José Manuel Lucía Megías, uno de los mayores expertos en la vida del famoso novelista, explica en su artículo ‘Cervantes, el famoso Manco de Lepanto’ que ahora es cuando hemos comenzado a tener una idea cabal de su participación real: «A día de hoy conocemos cómo se desarrolló el combate hasta en sus más cotidianos detalles. También cómo se organizaba la defensa de una galera y el ataque a las tropas enemigas donde nada se dejaba al azar. Por saber, conocemos hasta que hubo dos soldados heridos con el nombre ‘Miguel de Cervantes’ gracias a una carta que, desde Palermo, envió don Juan de Austria a Felipe II el 18 de marzo de 1572».
Antes de Lepanto
Dos años antes de la batalla, el impetuoso y joven Miguel había desafiado a un tal Antonio Sigura en un duelo a espada que recordaría muchos años después en ‘Los trabajos de Persiles y Segismunda’: «Le di dos cuchilladas en la cabeza muy bien dadas, con lo que le turbé de manera que no supo lo que le había acometido. La sangre le corría por la cabeza de una de las dos heridas». Como consecuencia de ello, Cervantes creyó que lo había matado y huyó apresuradamente, ya que estos lances estaban prohibidos y el homicidio castigados con la muerte.
Aunque su contrincante sobrevivió, los jueces le declararon culpable en un juicio al que no se presentó. La Justicia emitió una Real Provisión firmada por Felipe II en la que se pedía su destierro y que le cortaran la mano derecha. Cervantes se encontraba ya en Italia, la tierra más culta de la cristiandad en aquel momento. En Roma trabajó como criado del cardenal Julio Acquaviva, a cuya sombra entró en contacto con los clásicos Horacio y Virgilio y con sus descendientes italianos: Dante, Petrarca y Boccaccio, entre otros.
Allí podría haber comenzado su carrera como literato, pero su espíritu aventurero le empujó a las armas y se alistó en uno de los tercios italianos, el de Nápoles, a mediados de 1570. Navegó y se curtió en el escalafón más bajo del Ejército, aunque no entró en combate por primera vez hasta la batalla de Lepanto. Fue el domingo 7 de octubre cuando las dos escuadras se avistaron en el golfo del mismo nombre. Las fuerzas podrían considerarse equilibradas: los cristianos alineaban 207 galeras, seis galeazas, 1.215 cañones y unos 90.000 hombres entre marineros, soldados y remeros; y los turcos contaban con 221 galeras, 38 galeotes, 18 fustas y 750 cañones.
El esquife
Al escritor no le correspondía formar parte de la tropa de asalto, los veteranos o los ‘aventajados’. Solo podía realizar tareas defensivas como bisoño que era. En el momento que comenzaron los ataques, tenía fiebre y yacía en un camastro bajo cubierta. Algunos historiadores creen que solicitó un puesto de combate. Quizá temió morir ahogado si el espolón de una galera turca abría una vía de agua en su cámara, pero los admiradores siempre han preferido pensar que fue un acto de patriotismo. Sería entonces cuando el capitán le asignó un puesto en el esquife, la barca de a bordo que durante la batalla servía de plataforma desde la que arcabucear al enemigo en posición elevada.
«¿Que si estaba enfermo? Seguro, porque en esa época en el mar lo estaba cualquiera. La decisión de subir a pelear no debió ser muy difícil, porque o te quedabas abajo donde te caía la del pulpo o subías arriba y te metías en el infierno. Yo doy por hecho que subió y luchó porque no le quedaba otra. Cuando una persona está acorralada, tienes dos opciones: morir debajo de un cañonazo o subir arriba y darlo todo para intentar evitarlo. Aunque no tenemos detalles al respecto, es indudable que combatió», añade Dalmau.
Según indican los documentos de la época, como soldado bisoño tuvo que encargarse de proteger a los arcabuceros más aventajados que había en el esquife. Al igual que todos los de su rango, es probable que Cervantes tuviera que lanzar piñas incendiarias con su brazo y exponer su cuerpo al enemigo. Según Lucía Megías, la mortalidad en estas posiciones era altísima y salir con vida, un milagro. «Como sabemos, el escritor recibió tres arcabuzazos. Durante unos meses, como otros tantos supervivientes, estuvo entre la vida y la muerte en el hospital de Messina», añade el experto.
Herido en el pecho
Dalmau no tuvo ninguna duda a la hora de escoger el momento exacto en el que quería retratar al escritor. Así lo explica a ABC:
«Quería mostrar a Cervantes de joven, porque siempre lo hemos visto como un señor mayor, con barba blanca y después de escribir ‘Don Quijote’. Pinté a un soldado desconocido llamado Miguel, basándome en los escritos de la época, donde se decía que era guapo, con el pelo castaño claro y ese tipo de barba. Tuve claro que quería retratarle en el momento en el que le hirieron en el pecho por primera vez. No barajé otras opciones, aunque me lo imaginara poco después retorciéndose de dolor en el suelo. Lo quise erguido, con la mano en el pecho y postura torera. Seguramente estaba lejos de la realidad, porque un disparo ahí tenía que doler mucho. Pero, ¡oye!, los británicos siempre dibujan a Shakespeare con un aire imponente, resaltando su importancia… ¡pues nuestro Miguelón también la tenía!».
Cervantes hizo referencia también a su partición en varias ocasiones, como en el prólogo de sus ‘Novelas ejemplares’ (1613) y en el ‘Viaje del Parnaso’ (1614). Tuvieron que pasar 167 años para que alguien publicase una biografía. Fue Gregorio Mayans i Siscar a petición de Lord Carteret, el noble inglés que impulsó la primera edición de lujo del Quijote en 1738. En ella, la batalla de Lepanto estuvo presente: «Fue uno de los que se hallaron en la célebre batalla, donde perdió la mano izquierda de un arcabuzazo o, por lo menos, quedó herida e inhábil. Peleó como tenía que hacerlo un cristiano tan bueno y un soldado tan valiente».
La leyenda fue exagerada igualmente en la petición que Cevantes envió al Consejo de Indias para conseguir uno de los puestos vacantes para viajar a América. Se trataba de un escrito en el que enumeraba sus méritos a modo de currículo. Este documento fue hallado en 1808 por Juan Agustín Ceá Bermúdez en el Archivo de Indias y estaba fechado en 1578. En él dejó constancia de su participación en Lepanto y los años transcurridos como prisionero en Argel, pero la información estaba basada en el testimonio de sus amigos y se le describe con un valor casi sobrehumano al combatir heroicamente a pesar de las fiebres:
«No estaba sano para pelear, pero el dicho Miguel de Cervantes respondió que no hacía lo que debía metiéndose bajo cubierta, sino que era mejor morir como buen soldado al servicio de Dios y del Rey. Así peleó, como un valiente en el esquife como su capitán le mandó. Después de la batalla, sabido por el señor don Juan de Austria lo bien que le había servido, le recompensó con cuatro ducados más de su paga».
El objetivo era crear un ambiente de mitificación que también estuvo presente en otro texto de Cervantes, ‘La Época la Epístola a Mateo Vázquez’, escrito en 1577 y no publicado hasta 1863. En esta obra se contaba su cautiverio en Argel y, de nuevo, su participación en la mencionada batalla de manera un tanto maquillada. Algo que también ocurría en el cuadro que Eduardo Cano de la Peña pintó en 1860: ‘Cervantes y don Juan de Austria’. El escritor aparecía aquí representado como una pieza esencial para la victoria cristiana. Tanto, que merecía ser visitado en el hospital de Mesina y felicitado por nada menos que el monarca.
«He leído muchas historias acerca de ese momento, pero yo creo que todos los que estaban allí participaron de una manera u otra y estoy seguro de que él, incluso, llevaba espada, tal y como le pinto. De hecho, han pasado cinco años y nadie me ha llamado la atención por haberme equivocado en alguno de los detalles. Tan solo me han llamado la atención por pintarlo excesivamente guapo, pero… ¿por qué no? Tenía fama de ser muy apuesto y atractivo. ¡Miguelón era más guapo que Shakespeare!», subraya Dalmau entre risas.