Churchill ocultó los planes nazis para entronizar a Eduardo VIII
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Churchill ocultó los planes nazis para entronizar a Eduardo VIII
El Duque de Windsor (1894-1972) continúa siendo un personaje incómodo para los ingleses 45 años después de su muerte. Por su controvertida abdicación del trono para casarse con una divorciada estadounidense y, sobre todo, por la sombra de sus posible simpatía con los nazis. Documentos de los Archivos Nacionales de Kew, en Londres, divulgados este jueves, prueban que en 1953 Wiston Churchill pidió al general Dwigh Eisenhower, el presidente estadounidense, y al Gobierno francés que no se divulgasen unos telegramas incautados a los nazis en los que se recogía una conspiración para reponer a Eduardo VIII en el trono una vez que los alemanes tomasen Gran Bretaña.
En el verano de 1940, tras la caída de Francia, el Duque de Windsor y su mujer, Wallis Simpson, escapan rumbo a Lisboa, la capital del neutral Portugal, cruzando España. El plan de Churchill es que en Lisboa embarquen rumbo a las Bahamas, donde Eduardo será nombrado gobernador, sin más afán por parte del premier que alejar al otro extremo del mundo a un personaje problemáticos. Pero el ministro de Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, envía varios telegramas a sus embajadores en Lisboa y Madrid, con instrucciones de aproximarse al Duque de Windsor con un doble objetivo: evitar que navegue a las Bahamas y seducirlo con la oferta de que podría ser repuesto en el trono si los nazis conquistan Inglaterra.
Alemania deseaba la paz con los británicos
El 11 de julio de 1940, Von Ribbentrop escribe a su embajador en Lisboa: «El duque debe ser informado en España, en el momento adecuado, de que Alemania desea la paz con el pueblo británico y que esa camarilla de Churchill lo está impidiendo y que sería bueno que el propio duque se preparase para futuros desarrollos. Alemania está decidida a obligar a Inglaterra a la paz y allanaría el camino para cualquier deseo del duque, en particular la ascensión al trono de él y la duquesa».
El 25 de julio, el embajador alemán en Madrid informa a Berlín de que un agente del Ministerio del Interior español ha transmitido al duque que no vaya a las Bahamas, recordándole que «podría ser destinado a un gran papel en la política británica y posiblemente ascender al trono». Eduardo respondió al agente español que el ordenamiento constitucional británico impedía esa opción tras su abdicación. Pero su interlocutor contraargumentó que con la guerra la Constitución británica podría cambiar, ante lo que, según su relato, «el duque de Windsor se quedó muy pensativo».
Los telegramas alemanes que recogen todas esas intrigas acabaron en manos de los aliados cuando conquistaron Berlín. En 1953 decidieron publicarlos en el marco de un trabajo académico, lo que llevó a Churchill a escribir a Eisenhower tratando de evitarlo: «Podría dar la sensación de que el duque estaba en estrecho contacto con los agentes nazis y escuchaba ofertas para ser desleal». El premier británico argumenta también que los telegramas causarían un gran pesar al duque. Churchill hizo la misma gestión también con Francia.
Eisenhower respondió con otra carta, explicando a Churchill que esos documentos fueron examinados en 1945 y se concluyó que «no tenían ningún valor» y que «están conectados con propaganda alemana para debilitar la resistencia occidental y son injustos con el duque». Pero el general añadió que no sabía qué podía hacer para frenar su divulgación. De hecho al final acabaron viendo la luz.
En agosto de 1953, Churchill mostró a su gabinete, con sello de «top secret», los documentos sobre el asunto y pidió que no se hiciesen públicos «al menos en diez o veinte años».
El perfil filo nazi de Eduardo es un fantasma en el armario para los ingleses. Retornó de las tinieblas hace dos años, cuando The Sun” aireó una película doméstica de 17 segundos rodada en 1933, en que la hoy reina Isabel II, entonces de siete años, su madre y su tío hacen el saludo nazi en sus posesiones escocesas de Balmoral.
En sus memorias tras la guerra, el Duque de Windsor, exiliado en París de por vida, reconoció que había admirado a Hitler, pero negó ser nazi y lo tildó de «figura ridícula y teatral». Pero cuesta pasar por encima de la frase que dijo en una entrevista en plena guerra con el periodista estadounidense Fulton Oestler, con el que habló siendo gobernador de las Bahamas, a donde Churchill lo había alejado por las sospechas de traición: «Sería trágico para el mundo que Hitler fuese derrocado. Hitler es el líder correcto y lógico para la gente de Alemania. Es un gran hombre».
En 1936, Eduardo había enviado un telegrama a Hitler deseándole «felicidad y bienestar» en su 47 cumpleaños. Pero en octubre de 1937 comete su gran error: un viaje de doce días por Alemania, como huésped de honor de los nazis. Allí hace saludos con mano alzada, acude al pabellón de caza de Goering e intercambia confidencias con Goebbels. Incluso lo llevan a ver un campo de concentración, disfrazado de cierto decoro, y visita a Hitler en su retiro de montaña de Berchtesgaden, donde charlan durante cincuenta minutos a solas. «Su abdicación fue una severa pérdida para nosotros. Si hubiese seguido todo habría sido muy diferente», comentó Hitler a su círculo, añadiendo que Wallis «habría sido una buena Reina».
Origen: Churchill ocultó los planes nazis para entronizar a Eduardo VIII