21 noviembre, 2024

¿Comeremos insectos? Aquí tienes algunas claves de futuro

Expertos de la Universitat Politècnica de Valencia y de una granja especializada con veinte años de trayectoria hacen una proyección de esta alimentación para animales también para humanos

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Por sus cualidades nutritivas y su abundancia, entre otros factores propicios, los insectos están llamados a convertirse en un elemento base de la alimentación humana en el futuro, según auguran expertos de la Universitat Politècnica de Valencia. De hecho, el queso alemán milbenkäse, fermentado con ácaros; «superalimentos» recién descubiertos como la leche de cucaracha y productos como la miel o ciertos colorantes tienen algo en común: todos proceden de insectos, una de las principales fuentes de alimento para animales desde siempre.

Así lo explica a Efe el biotecnólogo y director del Máster de Biotecnología Molecular y Celular de Plantas en este centro universitario, Jose Miguel Mulet, que tiene claras las «ventajas» que ofrecen los insectos frente a otras formas de alimentación, sobre todo en la dieta animal.

«Los insectos son animales de sangre fría y tienen un menor coste energético. Las especies de sangre caliente mantienen la temperatura y cuestan más de criar, mientras que los insectos se reproducen muy rápido y no necesitan de muchos cuidados», argumenta Mulet.

Estas propiedades son de sobra conocidas por la gerente de la granja valenciana de insectos Krik Krik, Gemma Llácer, que dirige una empresa especializada en la cría de grillos, pero también gusanos, cucarachas y langostas y que fue pionera en el sector. Krik Krik nació hace justo dos décadas, cuando el marido de Llácer se compró un camaleón y comenzó a tomar conciencia de lo difícil que resultaba alimentarlo.

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«Los camaleones necesitan alimento vivo y hace veinte años la gente no tenía mascotas exóticas, por lo que se trataba de algo que faltaba en el mercado», recuerda la gerente en una entrevista con Efe.

Asegura que la idea de montar una compañía para dar respuesta a esa necesidad fue algo que se les ocurrió al principio «de guasa», pero que el nacimiento de Krik Krik, gracias a un premio a jóvenes emprendedores de Bancaja, terminó siendo «una revolución», en un momento en el que nadie se planteaba que los insectos pudieran tener alguna utilidad, ni mucho menos asociarlos a la dieta de los animales.

Hoy, pese a la crisis, con la que han «surgido y desaparecido» muchas otras empresas en el sector, Krik Krik «se mantiene» y ofrece desde su planta en Alaquàs (Valencia) insectos vivos alimentados con cereales naturales a tiendas de animales y centros zoológicos de toda España.

Incluir insectos en la dieta de los animales no es, según Mulet, una práctica habitual y el biotecnólogo duda de que empresas como Krik Krik proliferen y ofrezcan sus productos «a gran escala». «Si se quiere normalizar hace falta mucho volumen de producción», apunta el experto, que cree que en España en general y en la Comunitat Valenciana en particular «no tenemos granjas suficientes, por lo que no hay capacidad para garantizar suministros».

Cuestión de costumbre

Para el profesor de Biotecnología, sin embargo, el problema es más amplio y los recelos hacia los insectos como fuente de alimentación, incluso para las personas, forman parte «de una cuestión cultural, no nutricional ni de seguridad alimentaria».

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«En Europa no tenemos costumbre, pero en algunos países los insectos forman parte de la dieta», asegura Mulet, que destaca platos mexicanos como los chapulines (saltamontes fritos con miel) y los escamoles (huevos de hormiga), que muchos consideran la versión latinoamericana del caviar por su elevado precio.

Frente a esto, el experto apuesta por «comer sin miedo», como reza el título de uno de sus libros, y por ser conscientes de que en España, a veces, «comemos bichos sin saberlo», pues a menudo participan en los procesos de producción de algunos alimentos o van incluidos en algunos colorantes o aditivos.

Mulet no tiene claro si este nuevo concepto de alimentación terminará por abrirse paso, dentro de unos años, hasta nuestras neveras, pero hasta entonces reclama que el tema se ponga en perspectiva y concluye que, al fin y al cabo, «si nosotros les decimos a los mexicanos que comemos caracoles, se mueren de asco».

 

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