28 marzo, 2024

Cómo unas ingeniosas cajas de cristal se volvieron poderosas armas en manos de colonizadores británicos – BBC News Mundo

Un hombre y una mujer admiran una caja de Ward en la Gran Exposición, Hyde Park, Londres, 1851.
Un hombre y una mujer admiran una caja de Ward en la Gran Exposición, Hyde Park, Londres, 1851.

Las cajas de Ward fueron creadas por un amante de los helechos que quería cultivarlos en el contaminado Londres del siglo XIX, pero lo que pocos vaticinaron es que terminarían revolucionando la agricultura, política y el comercio.

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Una caja diseñada en la década de 1830 para ayudar a las plantas a sobrevivir largos viajes, revolucionó mucho más que la botánica… ¿Cómo?

Imagine la escena: un barco fondeado en el sudeste de China, a principios de la década de 1840, donde el botánico y cazador de plantas Robert Fortune estaba «muy molesto» por la miserable colección de plantas que su criado chino ha reunido.

Claramente, en lugar de caminar por las colinas como se le ordenó, el sirviente apenas se había aventurado más allá de la orilla del mar.

Fortune asumió que se debía a la pereza, pero el criado insistió en que le habían dicho que las personas que vivían en las colinas eran peligrosas.

«¡Tonterías!«, dijo Fortune, determinando ir en persona y rechazando la oferta del capitán de su barco de enviar a los miembros de la tripulación para su protección.

Al principio, no tuvo ningún problema.

Los extranjeros eran algo raro en esos lares así que, por donde pasaba, Fortune atraía a una gran multitud, pero era «generalmente respetuosa».

Como más tarde escribió, con «300 o 400 de los chinos, de ambos sexos y de todas las edades, mirándonos con asombro», logró llenar varias de sus preciosas cajas con muestras.

Pero pasó lo que le habían advertido que podía pasar: Fortune y su sirviente, «pálido de miedo», se vieron rodeados de ladrones con cuchillos.

«Mis pobres plantas, recolectadas con tanto cuidado, volaban en todas direcciones«, lamentó.

Y piratas

No obstante, el episodio no pareció afectar la confianza del joven escocés.

Robert Fortune
Furtune no se daba por vencido fácilmente.

Más adelante en el viaje, le advirtieron que un área a la que quería navegar estaba repleta de piratas.

«¡Tonterías!«, dijo de nuevo. «Ningún pirata nos atacará».

Probablemente puedes adivinar lo que pasó.

Sin embargo, el afortunado Fortune finalmente regresó a Shanghái, donde «despachó ocho cajas acristaladas con plantas vivas para Inglaterra«.

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En «Tres años errantes en las provincias del norte de China», las memorias de 400 páginas que escribió después, Fortune comentaba con satisfacción que la Anemone japonica que había transportado por todo el mundo estaba «en plena floración en el jardín de la Sociedad en Chiswick».

Fortune trabajaba entonces para la llamada Sociedad Hortícola de Londres -hoy la Royal Horticultural Society- y esas cajas de vidrio que sobrevivieron a sus aventuras chinas le habían facilitado mucho su cacería de plantas.

Se llamaban «cajas de Ward» y habían sido desarrolladas en la década anterior, la de 1830, por Nathaniel Bagshaw Ward, un médico de Londres.

Grabado mostrando Tintern Abbey House
Tras sus éxitos con sus cajas de cristal, Ward construyó su «Tintern Abbey House», una versión más grande de sus cajas de cristal construida a la manera de la abadía del siglo XII celebrada en poemas y pinturas, en la que plantó decenas de helechos y otras plantas.

Ward un entusiasta naturalista a quien le gustaba cultivar plantas en su patio trasero, pero en esa época el aire estaba tan contaminado por las chimeneas de las fábricas, los gases sulfúricos y la lluvia ácida que pocas lograban florecer.

La invención de Ward fue simple y, en retrospectiva, obvia.

No fue una hazaña de la tecnología, sino el resultado de una mente inquisitiva.

Se suponía comúnmente que las plantas necesitaban al aire libre. Pero tras encontrar un día un helecho y una plántula de hierba creciendo en un frasco hermético, Ward pensó que quizás no era así y puso a prueba su conjetura.

Tomó vidrio, madera, masilla, pintura y creó lo que esencialmente era un mini invernadero sellado en el que sus amados helechos crecieron sin necesidad de estar a la intemperie.

Sus cajas dejaban entrar la luz, pero no el hollín y el humo. Además, mantenían la humedad, por lo que no había necesidad de regar las plantas.

El interior del invernadero de helechos de Nathaniel Ward, presentado en Flowers of the Gardens and Hothouses of Europe, publicado en 1851.
El interior del invernadero de helechos de Nathaniel Ward, presentado en Flowers of the Gardens and Hothouses of Europe, publicado en 1851.

Ward pronto se dio cuenta de que podría haber resuelto un problema que había atormentado a los cazadores de plantas: cómo mantenerlas vivas en un largo viaje por mar.

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Si las ponían bajo cubierta en las embarcaciones, sufrían por la falta de luz. Pero si las dejaban sobre la cubierta, el aire cargado de sal las afectaba.

Como experimento, Ward organizó el envío de dos cajas de plantas a Australia.

Varios meses después llegó una carta del capitán del barco dándole sus «cálidas felicitaciones».

La mayoría de los helechos estaban «vivos y vigorosos» y los pastos «intentaban salirse por la parte superior de la caja».

El barco regresó con las cajas de Ward llenas de plantas australianas perfectamente sanas.

Ward publicó un libro sobre su invento llamado «Sobre el crecimiento de las plantas en cajas acristaladas», confiado en que tendría efectos de largo alcance.

Tenía razón, pero no de la forma que esperaba.

Colonialismo

Ward pensaba que los humanos, como los helechos, se beneficiarían de estar fuera del aire contaminado de Londres y preveía grandes invernaderos sellados en los que las personas contagiadas de sarampión o tuberculosis pudieran convalecer.

No previó que su caja acristalada estaba a punto de revolucionar la agricultura, la política y el comercio mundial.

Y es que la cacería de plantas nunca había sido solo acerca de plantas perennes herbáceas.

El «padre de la cacería moderna de plantas», Sir Joseph Banks, era muy consciente del potencial económico de trasladar los cultivos de un puesto colonial a otro.

A finales de 1700, convirtió los Jardines de Kew de Londres en una especie de cámara de compensación imperial para la flora.

El invernadero de Kew Gardens
Fundada en 1759, Kew Gardens recolectó rápidamente muestras de plantas de todo el mundo.

Fue Banks quien hizo que el capitán William Bligh se embarcara en su desafortunado viaje en el HMS Bounty, que terminó en un infame motín.

Se suponía que Bligh debía entregar plantas de árbol del pan o frutipan (Artocarpus altilis fruta) a las Indias Occidentales, pues Banks esperaba que se convirtieran en una forma barata de alimentar esclavos.

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Gracias a las cajas de Ward, el proceso de transporte de plantas ahora podía prosperar.

Antes, según un importador comercial, la expectativa era que 19 de cada 20 plantas murieran en el mar.

Con las cajas de Ward, 19 de cada 20 sobrevivían.

Fue gracias a las cajas de Ward, por ejemplo, el banano Cavendish se extendió por todo el mundo, la variedad que comúnmente se ve en las tiendas de hoy.

Y gracias a ellas también la industria del caucho de Brasil llegó a su fin.

Con precios altos, el Ministerio de Asuntos Exteriores británico le encargó a un emprendedor botánico aficionado al Amazonas unas semillas de caucho. Germinaron en Kew y las plántulas fueron enviadas al este de Asia. Brasil no pudo competir con las plantaciones coloniales que crecieron como resultado.

La guerra del opio

Y esas mismas cajas de cristal contribuyeron a aflojar el control de China en el mercado del té.

Ward publicó su libro en 1847, unos años después de que Reino Unido ganara la Primera Guerra del Opio.

Cuando los chinos decidieron dejar de aceptar el opio cultivado en India a cambio de su té, los británicos enviaron barcos para que cambiaran de opinión. La razón era sencilla: los impuestos sobre el té representaban casi una décima parte de los ingresos del gobierno británico en ese momento.

Por lo tanto, la East India Company, que prácticamente gobernaba el subcontinente en nombre de Reino Unido, decidió que necesitaba un plan de contingencia: cultivar más té en la India.

Eso implicaba que había que sacar de contrabando algunas plantas de té de China. Y había un hombre idóneo para hacer ese trabajo.

Grabado mostrando una planta de té, Camellia sinensis, en China
Según la leyenda, el emperador chino Shen Nung descubrió el té en 2732 a. C., cuando una hoja voló en una olla de agua hirviendo.

¿Recuerdas a Robert Fortune?

Pues en su primera expedición, el escocés había aprendido que si se afeitaba la cabeza y usaba una peluca y ropa china, podía pasar desapercibido. Así disfrazado logró enviar casi 20.000 plantas de té a sus nuevos empleadores.

Pero quizás el impacto más significativo de las cajas de Ward no fue traer plantas a Europa desde lugares más remotos, sino hacer que más personas de Europa fueran a lugares remotos.

Las cajas de Ward permitieron que el árbol de la chinchona pudiera ser enviado desde Sudamérica a India y Sri Lanka. De su corteza salió la quinina, que ayudó a prevenir la malaria.

Eso hizo que fuera menos aterrador para los europeos aventurarse a los trópicos; algunos historiadores piensan que África podría no haber sido colonizada sin ella.

Después de todo, no todos los viajeros eran tan alegremente impermeables al peligro como Robert Fortune.

Origen: Cómo unas ingeniosas cajas de cristal se volvieron poderosas armas en manos de colonizadores británicos – BBC News Mundo

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