21 noviembre, 2024

Cuando el socialismo se confundía con el fascismo durante la violenta ascensión de Mussolini

Poco después de triunfar la Marcha sobre Roma en 1922, muchos camisas negras aseguraban que «el fascismo actual es el antiguo socialismo», una confusión basada en que el futuro «Duce» era un antiguo militante socialista y en que sus políticas tenían similitudes. Ese debate incluso llegó a España en aquella época

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El 1 de noviembre de 1922, poco después de que Mussolini entrara en Roma y se hiciera con el poder por la fuerza en Italia, el escritor y corresponsal catalán Josep Pla (1897-1981) mantenía una conversación en Bolonia con uno de sus seguidores, los conocidos como camisas negras. Esta fue publicada en España por el diario «El Sol» y decía:

«¿Vienen ustedes satisfechos?– le pregunto al fascista que está delante de mí, con esos ojos de codorniz que se ven en los obreros del campo en Italia.

Muy satisfechos. Hemos ganado la partida.

¿Son todos ustedes obreros del campo?

Sí, todos, y antes éramos socialistas. Figúrese usted que, en la provincia de Ferrara, hay 80 ayuntamientos que hace dos años eran socialistas y ahora son todos fascistas. Todos han sido ocupados. En la provincia de Rovigo, de 63 ayuntamientos, 61 son fascistas y dos del partido popular.

¿A qué cree usted que se debe el rápido crecimiento del fascismo?

Según mi opinión, a muchas causas. La primera, porque los desertores de la guerra fueron indultados y nosotros, que hemos hecho la guerra, tenemos hoy los mismos derechos que ellos. Y luego, porque habiéndose apoderado el fascismo de los sindicatos agrícolas en nuestra provincia, quien no es fascista, no come.

De manera que el fascismo actual es propiamente el antiguo socialismo.

El mismo. Solo que ahora algunos señores están con nosotros».

No fue fácil definir aquella nueva ideología que había irrumpido por sorpresa en el panorama político mundial de la mano de un antiguo líder socialista como era Mussolini. La manera en que los propios seguidores italianos explicaban el fascismo era vaga, en parte debido, suponemos, a la rapidez con este movimiento había emergido de la nada. No hay que olvidar que tres años antes de la Marcha sobre Roma, el número de fascistas en Italia no superaban los mil. En las elecciones de noviembre de 1919, Mussolini tan solo obtuvo 5.000 votos de los 270.000 de Milán, la ciudad por la que se presentó, y no consiguió ser elegido diputado al Parlamento.

En las elecciones de mayo de 1921, la campaña del Partido Nacional Fascista (PNF) fue tremendamente violenta y tuvo su efecto. Obtuvieron 35 diputados, Mussolini entre ellos. Continuaron con la misma estrategia en la primavera de 1922, destruyendo locales y propiedades socialistas en el norte de Italia. «La violencia, a veces, es moral», proclamó exaltado Mussolini en un discurso en Udine, el 20 de septiembre de 1922. Y un mes después le arrebataba el Gobierno al primer ministro Luigi Facta, poniendo fin al sistema parlamentario.

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¿Qué es el fascismo?

Aunque el mundo no era consciente aún, aquel episodio terminaría por convertirse en uno de los acontecimientos más importantes de la historia de mundo actual, causa indirecta de la muerte de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial y clave para entender el surgimiento de muchos de los regímenes dictatoriales de la segunda mitad del siglo XX. Pero, ¿qué era el fascismo? ¿Cómo podía explicarse aquel movimiento de manera certera teniendo tan poco tiempo de vida? ¿Y, sobre todo, en qué se diferenciaba de la anterior ideología de su creador?

«Si horas antes de conocerse la ascensión de Benito Mussolini alguien hubiese consultado nuestra opinión, resueltamente habríamos afirmado que cualquier solución era posible, menos el fascismo. Sin embargo, Mussolini preside ahora un Gabinete y ocupa dos carteras de enorme responsabilidad. Si el lector mira el camino recorrido por el fascismo desde que nació, participará de nuestra estupefacción», podía leerse en el editorial publicado por el semanario «España» el 4 de noviembre de 1922. La mayoría de los diarios españoles y europeos trataban de explicar a sus lectores en qué consistía este. Tres días después, Ramiro de Maeztu lo definía en «El Sol» como «un movimiento político inclasificable dentro de los casilleros del siglo XX».

El origen de aquella confusión entre fascismo y socialismo, durante la violenta ascensión de Mussolini al poder, lo encontramos dos décadas antes de la Marcha sobre Roma. A finales del siglo XIX ya existían en Italia algunas organizaciones denominadas «fascios», que no eran sino un guiño a las organizaciones obreras y campesinas que reivindicaban demandas sociales de toda índole, aunque no tuvieran todavía una ideología uniforme, tal y como explica Íñigo Bolinaga en «Breve historia del fascismo» (Ediciones Nowtilus, 2007). Fue en ese momento cuando Mussolini entró en contacto con el sindicalismo revolucionario, un movimiento de izquierda radical que soñaba con instaurar una dictadura del proletariado, tal y como pretendían en su origen el socialismo y el comunismo.

El «Nuevo socialismo»

De ahí venga, probablemente, la confusión del camisa negra entrevistado por Josep Pla en 1922. «El fascismo actual es el antiguo socialismo», decía. Y es que Mussolini fue socialista antes de dar forma al fascismo, aunque es cierto que la violencia como herramienta siempre estuvo presente en su vida. Con 34 años se convirtió en el líder de un pequeño sector de nacionalistas intransigentes que se habían escindido de la Unión Sindical Italiana (USI), una organización que seguía postulados revolucionarios y que pretendía convertirse en el germen de un futuro gobierno proletario que eliminara todos los partidos.

Fue el 23 de marzo de 1919 cuando Mussolini creó los Fascios Italianos de Combate. Esta organización, núcleo del futuro Partido Nacional Fascista, contaba con un programa que incluía muchos puntos de corte social que compartía con el socialismo histórico. Por ejemplo, el salario mínimo, la jornada laboral de ocho horas, el voto femenino, la participación de los trabajadores en la gestión de la industria, el retiro a los 55 años, la nacionalización de las fábricas de armas y municiones, la confiscación de los bienes de las congregaciones religiosas y la abolición de las rentas episcopales, cuenta R. J. B. Bosworth en su biografía de «Mussolini» (Ediciones Península, 2003).

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Con estas premisas tan propias del socialismo anunció Mussolini en 1919 que se ponía en marcha una organización con aspiración de masas, que debía mostrarse fuerte y directa y que hablaría con los puños y las palabras. Una organización que haría un uso decidido de la violencia política y que exteriorizaría su ímpetu en la estética, la escenografía, los lemas y los discursos. Debían sentirse, en definitiva, profundamente orgullosos de esa violencia. Y aunque el movimiento parecía destinado a la desaparición y al olvido, su líder no se desanimó con los primeros resultados electorales y llegó a declarar que «un millón de ovejas siempre serán dispersadas por el rugido de un solo león». Nadie podía imaginarse que aquel movimiento dirigiría, tres años después, los designios del país.

España, en el debate

Cuando Mussolini conquistó el poder, en España el régimen de la Restauración entraba en su último año de existencia, sumida en un periodo de inestabilidad política y experimentando el empuje del movimiento obrero al calor de la Revolución rusa de 1917. Estos dos aspectos son clave para entender mejor cómo acogieron también los periódicos españoles la repentina llegada a Italia del fascismo. Y como intentaron explicar de qué se trataba aquella ideología con todo tipo de artículos, editoriales y columnas de opinión, algunas de las cuales también establecían un confuso paralelismo con el socialismo.

No podemos olvidar que aquella confusión y aquellos textos estaban marcados por la cercanía de los acontecimientos. Quizá ahí radique su originalidad, en el acierto o el fracaso de sus hipótesis, sobre todo si tenemos en cuenta que el proceso de incursión del fascismo en nuestro país no fue tan rápido como en Italia. En el editorial del 4 de noviembre de 1922 del semanario «España», se aseguraba que «en España también hay un fascismo latente que no ha estallado todavía, porque las circunstancias no han favorecido su expansión. No es el fascismo enteramente exótico en España. Y no es preciso ser un lince para descubrir en la confusión de la vida política española fenómenos conexos con él: sindicatos libres, juntas de defensa y acción ciudadana», advertía ya esta publicación, en referencia a las organizaciones afines entre el socialismo español y el fascismo italiano.

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Y, además, añadía: «Si fuera preciso un Mussolini en España, ahí está Don Alejandro Lerroux [líder del Partido Republicano Radical y futuro presidente durante la Segunda República], que haría el papel de maravilla. Ya tiene, de hecho, la literatura de las futuras arengas fascistas […]. Entonces, ¿por qué no se ha producido en España el fascismo? Sencillamente porque el espíritu liberal contra el que reacciona no ha imperado entre nosotros y porque la ofensiva antiobrera ha corrido aquí a cargo del Ejército».

«El fascismo en el Gobierno»

Aunque eran ideas todavía imprecisas, los análisis tendían a explicar la acción del fascismo como una especie de lucha contra los intentos de imponer una nueva revolución bolchevique. Pero había también matices. Para periódicos como «El Sol», por ejemplo, el fascismo era «una réplica a una exageración contraria», en referencia al socialismo y al comunismo, según apuntaba en un artículo titulado «El fascismo en el Gobierno». Para «El Debate», era igualmente «una reacción antilegal y de fuerza contra los desmanes anteriores de socialistas y comunistas», bajo la premisa de que todas estas ideologías habían hecho uso de la violencia en su nacimiento. Para el diario «La Libertad», abiertamente republicano, el fascismo «había nacido contra la violencia disolvente y anárquica del sindicalismo comunista». Y en «La Voz», el escritor y político socialista Luis Araquistáin criticaba al fascismo, pero casualmente de una manera demasiado tibia, trazando un paralelismo entre lo que había ocurrido en Italia y lo que estaba sucediendo en Cataluña, en lo que respecta a la represión de las organizaciones.

No hay que olvidar tampoco que Mussolini, además de comenzar su andadura política en el Partido Socialista Italiano, también fue director de «Avanti!», el periódico de cabecera del socialismo en su país. En «The Problem with Socialism» (Regnery Publishing, 2016), el economista Thomas Di Lorenzo defiende que el «fascismo siempre ha sido un tipo de socialismo. Benito Mussolini, fundador de la Italia fascista, fue un socialista internacional antes de ser un socialista nacional, siendo esto último la esencia del fascismo. Al socialismo nacionalista propio de este no le importaba dejar sobrevivir a empresas privadas, siempre y cuando éstas fueran controladas por políticas y subsidios gubernamentales».

Y son muchos los que opinan que, al igual que Marx y Engels en «El Manifiesto Comunista», Mussolini también denunció duramente el capitalismo y los mercados libres, lamentándose de «la búsqueda egoísta de la prosperidad material». De hecho, declaró que el fascismo es una «reacción contra la fláccida concepción materialista de la felicidad», implorando a sus seguidores que «rechazaran la literatura economicista del siglo XVIII de Adam Smith», el considerado padre del liberalismo económico.

Origen: Cuando el socialismo se confundía con el fascismo durante la violenta ascensión de Mussolini

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