Cuando España aplastó a Francia: «Pocas veces se vio a dos ejércitos tan aguerridos y brillantes frente a frente»
Hace cinco siglos se produjo en San Quintín una de las batallas más importantes de la historia, en la que se calcula que murieron 12.000 franceses, 2.000 resultaron heridos y otros 6.000 hechos prisioneros
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«Pocas veces se han visto frente a frente dos ejércitos tan aguerridos y brillantes», podía leerse en el número de ‘Blanco y Negro’ publicado el 27 de agosto de 1898, el mismo año del desastre de Cuba. España acababa de perder los últimos territorios de ultramar de su gran imperio y la prensa parecía querer recordar nuestras glorias pasadas para recobrar el ánimo de los lectores. «El nombre de esta famosa batalla ha pasado a ser un modismo popular», añadía la revista.
El orgullo que muchos españoles han sentido por esta batalla ha estado presente a lo largo de estos últimos 120 años. ‘El momento universal de San Quintín’, titulaba ABC un amplio reportaje de 1951, en el que se describía así el lugar donde se produjo el choche entre los dos Ejércitos más poderosos que había en el mundo a mediados del siglo XVI: «San Quintín era una villa fronteriza ocupada por los franceses desde hacía setenta años. Era tan grande como Madrid y sus alrededores. Estaba rodeada de huertas y defendida por una buena artillería. Por la parte de Flandes había un lago, y junto a él, un arrabal con puertas de madera. El arrabal tenia unas cien casas. A la entrada existía un bastión, más adentro de la muralla y después del puente levadizo».
El triunfo logrado por España aquel 10 de agosto de 1557, día de San Lorenzo, será recordado para siempre aunque solo sea porque en su honor se construyó el famoso Monasterio de El Escorial. En 1944, Francisco de Cossío describió el enfrentamiento en este mismo diario como «el punto más culminante del poder imperial español» y como «un momento decisivo para el mundo». Y es que la victoria fue apabullante, digno del complejo en el que todavía hoy son enterrados los reyes españoles de las dinastías Austria y Borbón, a excepción de Felipe V y Fernando VI.
La batalla se entabló en el marco de las Guerras italianas, un año después de que las tropas francesas del duque de Guisa hubieran invadido el Reino de Nápoles. Aquella afrenta provocó que Felipe II iniciara su venganza y ordenara de inmediato a las tropas que tenía en los Países Bajos españoles que invadieran Francia. En ese momento, la guerra abierta entre Enrique II de Francia y el Rey de España entraba en su fase más crucial. El primer enfrentamiento se produjo en Italia, donde los galos contaron con el apoyo del Papa Pablo IV, pero los principales se libraron en la frontera entre Francia y Flandes.
La ofensiva
La ofensiva se inició antes de que acabara el mes de julio de 1557, con un movimiento de distracción del hombre al mando de la tropas españolas, Manuel Filiberto, para hacer creer a los franceses que él y todos sus aliados iban a invadir la Champaña para luego dirigirse hacia Guisa. Eso motivó que los franceses enviaran a un gran contingente para defenderla, aunque en realidad, el mando español se dirigió a toda velocidad al camino de San Quintín, localidad de la Picardía situada a orillas del río Somme.
Ruy Gómez de Silva, aristócrata portugués de gran relevancia en la corte de Felipe II, logró reclutar 8.000 infantes y cuantiosos fondos para el Rey de España. Este, por su parte, visitó Inglaterra para recibir ayuda de su segunda esposa, María I Tudor, de la que obtuvo 9.000 libras y 7.000 hombres. Todos ellos marcharon hacia Bruselas, donde formaron un Ejército de 42.000 soldados, 30.000 infantes y 12.000 jinetes, así como ochenta piezas. De estos, solo 6.000 eran españoles; el resto, flamencos, borgoñones, saboyanos, húngaros, italianos y, sobre todo, alemanes.
La toma de la ciudad, sin embargo, no fue fácil. San Quintín dominaba desde una colina una zona de más de dos leguas, y su parte sur suroeste estaba inundada aquellos días por algunos pantanos y el río Somme. Por el contrario, la guarnición francesa de la ciudad se componía de tan solo unos pocos cientos de soldados al mando de un capitán. El ejército español empezó el ataque el 2 de agosto, apoderándose del arrabal situado al norte, formado por unas cien casas y defendido por algunos fosos y baterías.
Montmorency
La respuesta francesa fue enviar rápidamente al almirante Gaspar de Coligny al mando de un contingente de socorro formado por apenas 500 hombres que se introdujo en San Quintín la noche del 3 de agosto. Sabía que detrás venía el Ejército francés al completo, con unos 22.000 infantes, 8.000 jinetes y 18 cañones bajo las órdenes del condestable De Montmorency y su hermano Andelot. Cuando este intentó asaltar la muralla, no lo consiguió como consecuencia de una emboscada preparada por el conde alemán Ernesto de Mansfeld al mando de una parte de las tropas de Felipe II.
El 10 de agosto, Montmorency decidió intentarlo de nuevo e hizo que sus hombres cruzaran el Somme en barca con el objetivo de penetrar en la ciudad, mientras el grueso del Ejército francés se mantenía a la espera, oculto en un bosque cercano. Subestimando la dotes militares de Filiberto, finalmente ordenó a sus tropas que abandonasen su escondite y se desplegaran ante el enemigo cruzando el río. Ese fue su gran error, pues permitió que los españoles atravesaran el puente de Rouvroy y sorprendieran a los galos en medio de la operación. La matanza fue espectacular: únicamente 200 franceses lograron alcanzar la ciudad.
Fue una carnicería en la que ni siquiera Montmorency pudo evitar ser capturado por un simple soldado de caballería que recibió 10.000 ducados en premio de su acción. Felipe II recibió la noticia el día 11 en Cambray y el 13 acude al campamento a dar la gracias a sus soldados por haberle brindado su primera victoria desde que fue coronado. Ese día se ganó el calificativo de Rey Prudente, pues en vez de arrasar la ciudad de inmediato, atravesando la gran brecha que se había abierto en la muralla tras la explosión de un polvorín, decidió esperar hasta el 27 de agosto.
«No me hallé allí»
Aquel fatídico día para los supervivientes galos, los españoles y sus aliados asaltaron San Quintín por el norte, el sur y este. Fue la acción que cerró la operación y puso el punto y final a una batalla que se había ganado con la inteligencia y la gran destreza a la hora de organizar las estrategias militares por parte del duque de Saboya, que protagonizó una carnicería de dimensiones históricas. La mayor parte de los sitiados acabaron pasados a cuchillo. Se calcula que murieron 12.000 franceses, 2.000 resultaron heridos y otros 6.000 hechos prisioneros. A estos hay que sumar unos mil nobles, incluyendo al propio Montmorency. Y fueron capturadas más de 50 banderas y toda la artillería.
Al conocer el resultado, Felipe II lamentó no haber estado presente en la aplastante victoria de San Quintín. De sus hombres tan solo murieron 500. «No me hallé allí y me pesa lo que Vuestra Majestad pueda pensar, pero solo puedo dar relación de lo que pasó de oídas», le comentaba a su padre, Carlos I, retirado ya en el Monasterio de Yuste, por carta.