Cuatro grandes desastres militares
La incompetencia pero sobre todo el exceso de confianza explica numerosas derrotas sorprendentes a lo largo de la historia
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La imagen de la derrota es la de la huida desordenada y la humillación. Pero también la de la incompetencia, la ambición, la traición, la cobardía y, en definitiva, la de la falta de luces, primero para evitar la contienda y, luego, para salir airoso.
“Si bien detrás de cada batalla se esconde la idea genial de un gran líder, también lo contrario es cierto: detrás de una terrible derrota está la responsabilidad de uno o de muchos que con su ineptitud, arrogancia o estupidez condujeron a la masacre a miles de hombres”, puede leerse en Desastres militares (Susaeta Ediciones), obra de Giorgio Bergamino y Gianni Palitta.
Un posible resumen de miles de años de guerras, indica que el arsenal de las victorias contiene buenos mandamases, ejércitos competentes y la sintonía del pueblo, mientras que la munición de las derrotas viene cargada con errores personales y colectivos de muy diversa índole. He aquí cuatro ejemplos no tan conocidos del difícil arte de la guerra:
Acantilados rojos: la peor táctica de la historia naval (año 208)
La batalla de Chibi, o de los Acantilados Rojos, fue librada en el 208 entre el ejército imperial chino liderado por el general Cao Cao, señor absoluto del norte, contra los estados del sur, comandados por Liu Bei y Sun Quan. Los soldados imperiales confiaban en su aplastante superioridad numérica y se prepararon para el choque convencidos de lograr una fácil victoria, pero el escaso conocimiento del lugar y la larga marcha para llegar al Yangtsé (río Azul) determinaron su ocaso.
Tras armar un ejército de 220.000 hombres, frente a los 50.000 soldados que opusieron los estados del sur, Cao Cao se presentó en la orilla noroccidental del río listo para aplastar a sus enemigos. Sin embargo, el general Huang Gai, tras fingir ante Cao Cao que se rendía, preparó algunas pequeñas embarcaciones y las llenó de aceite y material inflamable. El caso es que Cao Cao, sabedor de que muchos de sus soldados eran de caballería e infantería, por lo que no estaban acostumbrados a navegar, encadenó de proa a popa sus naves para evitar los fuertes mareos que aquejaban a la tripulación. Además, entre los soldados del norte había prisioneros de guerra, por lo que bajo la apariencia de unidad se escondía una división latente.
Fuera como fuese, las tropas del sur llenaron varias de sus naves con “ingredientes necesarios para iniciar un incendio” y las enviaron contra la flota norteña, que ardió sin remisión. A su vez, mientras los barcos ardían, Zhou Yu irrumpió en el campamento de Cao Cao con un contingente terrestre, matando y dispersando a sus hombres.
A consecuencia, China se dividió en tres reinos: Cao Cao fundó en el norte de China el reino de Wei. Liu Bei hizo lo propio en el suroeste, creando el reino de Shu-Han y Sun Quan decidió imitarlos al impulsar el reino de Wu en el Este.
Bannockburn: elogio de la incompetencia militar (1314)
Para acabar con las ganas de independizarse de Escocia, el joven rey inglés Eduardo II organizó un descomunal ejército y se dirigió hacia el castillo de Stirling, que habían conquistado un poco antes los rebeldes escoceses liderados por Robert Bruce. En vista de ello, Eduardo II reunió a 3.000 jinetes y 16.000 soldados de infantería para enfrentarse a los 6.000 escoceses rebeldes. Sin embargo, “sus dotes militares eran muy inferiores a la tarea que se disponía a cumplir y cometió una serie de errores fatales”, puede leerse en Desastres militares.
En primer lugar, pese a la opinión contraria de sus ayudantes, aceptó luchar en terreno boscoso, al considerar deshonroso rehuir la batalla. Eso pretendía, precisamente, Robert Bruce, quien ordenó bloquear todos los caminos con ramas y cavar fosos de tres metros para obligar al ejército inglés a avanzar por el camino que había dispuesto.
El segundo error, aún más grave, fue confiar en la caballería en lugar de en los arqueros. La caballería atacó frontalmente, pero el suelo cenagoso impidió a los caballos adquirir velocidad. “Para los piqueros escoceses fue un juego de niños rechazar el asalto”, añade el citado libro en relación a los schiltrons, los grupos de soldados escoceses que formaban círculos de 15 picas para erigir muros de lanzas impenetrables.
Al finalizar la primera jornada, la moral de los ingleses estaba por los suelos, pese a seguir contando con superioridad numérica. Al día siguiente, tras otro ataque infructuoso de la caballería, Eduardo II mandó intervenir a los arqueros. No obstante, tras cargar la caballería escocesa, se dieron a la fuga. Fue entonces cuando el rey inglés se dejó llevar por el pánico y huyó al galope del campo de batalla sobre las tres de la tarde, dejando a su ejército a merced de sus oponentes. Aunque la guerra continuó durante varios años, finalmente, Eduardo se vio obligado a reconocer en 1328, la independencia escocesa.
El Álamo: la frágil frontera entre ficción y realidad (1836)
Cuando México se independizó de España (1821), Tejas pasó a formar parte de la Primera República Federal, pero a la población de origen anglosajón, que en 1834 era ya cuatro veces más numerosa que la mexicana, no le entusiasmó la idea. Se estima que a comienzos del siglo XIX habitaban Tejas no más de 4.000 almas.
Ante el peligro de que EE.UU. quisiera anexionar el territorio o intentara comprarlo, como hizo con Luisiana, se fijaron una serie de requisitos: los nuevos pobladores, los autodenominados “texians”, tenían la obligación de convertirse al catolicismo y adoptar la lengua española. Pero lo que provocó más tensión fue la esclavitud, prohibida en suelo mexicano por inspirarse sus leyes en la Constitución de Cádiz de 1812, lo que contribuyó a que muchos esclavos huyeran hasta México. Pero la negativa de los anglosajones a liberar a los esclavos, unida a su demanda de libertad religiosa recrudeció las hostilidades.
La forma de gobierno que adoptó México fue la de una república federal descentralizada, donde cada Estado tenía competencias para organizar sus propias milicias, así que los anglosajones pronto crearon la suya, germen de los famosos rangers de Texas. Finalmente, pese a las concesiones de México, los texanos se rebelaron y pidieron la independencia (1835). Fue entonces cuando el general Antonio López de Santa Anna, decidió intervenir para desmontar la revuelta. Al frente de un ejército compuesto por entre 2.000 y 6.000 soldados –las fuentes no se ponen de acuerdo…– se dirigió al estado rebelde. Uno de los primeros enfrentamientos tuvo lugar en El Álamo, donde 189 sublevados se atrincheraron en una antigua misión.
Aunque las referencias cinematográficas de El Álamo, acostumbran a presentar a los defensores de la misión como unos idealistas, capaces de resistir heroicamente durante días ante un enemigo muy superior, testimonios más recientes apuntan a que se trataba de especuladores, tratantes de esclavos y proscritos de diversa ralea. Tampoco es cierto que resistieran numantinamente durante días: el 23 de febrero de 1836 el ejército mexicano, encabezado por el general Santa Anna, rodeó la misión e inició una serie de ataques con la esperanza de que los texanos se rindieran. Pero, ante su negativa, emprendió una guerra sin cuartel. “A las 5 de la mañana del 6 de marzo los mexicanos lanzaron el ataque. Tras dos horas escasas de enfrentamiento entraron en el fuerte y acabaron con cualquier resto de resistencia”, puede leerse en Desastres militares.
Ofensiva de Tet: Cuando perder la batalla es ganar la guerra (1968)
En el otoño de 1967, en plena Guerra Fría, Estados Unidos se embarcó en una guerra en Vietnam. “Sin embargo, un ataque sorpresa el 31 de enero de 1968, el día de Año Nuevo vietnamita, el Tet, lo cambió todo”, explica Las grandes batallas de la historia (Plaza Janés). En palabras del ex secretario de Estado, Henry Kissinger: “la ofensiva del Tet sacudió la confianza pública en lo que estábamos haciendo”.
Aunque en noviembre de 1967 el general Westmoreland, comandante en jefe norteamericano, dejó entrever, “la luz al final del túnel”, su juicio resultó ser erróneo. Contrariamente a la hipótesis que barajaba la diplomacia estadounidense de que los rebeldes estaban dispuestos a firmar un acuerdo de paz, el Vietcong, en realidad, preparaba un ataque por sorpresa contra todas las posiciones norteamericanas.
El 1 de febrero, el Vietcong había atacado 36 de las 44 capitales de provincia, cinco de las seis ciudades autónomas y 64 de las 242 capitales de distrito, además de los principales cuarteles, el palacio presidencial y varias embajadas, incluida la de Estados Unidos.
Los soldados del sur resistieron el ataque con pocas deserciones y ganaron varias batallas encarnizadas, con el apoyo aéreo de los norteamericanos. Pero la ofensiva supuso el principio del fin: a pesar del fracaso del Vietcong desde el punto de vista militar, la ofensiva del Tet mostró las dimensiones reales del conflicto y la vitalidad de un enemigo que no tenía intención de claudicar. También la opinión pública comenzó a considerar inútil tantas bajas, por lo que miles de personas comenzaron a salir a las calles de Estados Unidos para reclamar el fin de la guerra.
Aunque las fuerzas de Estados Unidos obtuvieron claras victorias en todos los frentes durante la ofensiva del Tet, los norvietnamitas ganaron la guerra mucho antes de la salida precipitada de los últimos norteamericanos desde la azotea de la embajada en Saigón el 30 de abril de 1975.