De “obrero” a “nazi”: Hitler y el rebautizo de su partido
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Los inicios de lo que se ha dado en llamar República de Weimar fueron especialmente convulsos. Huelgas y revueltas estallaban a diario en casi todas las regiones de Alemania, y la violencia se adueñaba de las calles. Al margen de otras consecuencias, la inestabilidad quedaba plasmada en los numerosos grupúsculos políticos, situados a ambos extremos del espectro ideológico, que nacían y se enfrentaban sin cesar. Sin embargo, en su mayoría carecían de entidad suficiente para perdurar.
No pasaban de ser grupos de amigos o tertulianos de café –mejor dicho, de cervecería–, y solo servían para caldear los ánimos y provocar riñas. Baviera era uno de sus epicentros. Una de aquellas agrupaciones era el Partido de los Trabajadores Alemanes (DAP), fundado el 5 de enero de 1919 por el cerrajero Anton Drexler y el periodista Karl Harrer, ambos próximos a la esotérica y supremacista Sociedad de Thule. El DAP no alcanzaba siquiera el centenar de miembros, pero aun así había llamado la atención del mando militar regional.
El capitán Karl Mayr, que llevaba a cabo labores de inteligencia, decidió enviar a uno de sus subordinados, el aún no desmovilizado cabo Adolf Hitler, para que informara del contenido de una de sus reuniones públicas. El 12 de septiembre, el joven soldado se aposentó, junto con otras 45 personas, en una de las sillas de la cervecería Sterneckerbräu de Múnich para oír la abstrusa conferencia “¿Cómo y con qué medios se puede vencer al capitalismo?”, a cargo del ingeniero y publicista Gottfried Feder.
“Ese sí que tiene labia. Podría servirnos”, dijo Drexler tras oír hablar a Hitler
Pero, cuando en el debate posterior uno de los asistentes planteó que Baviera debía separarse del Reich, Hitler salto colérico de su asiento y rebatió con vehemencia sus argumentos. Los asistentes se sorprendieron ante su locuacidad y contundencia, y a la salida, tras ofrecerle el folleto propagandístico “Mi despertar político”, Drexler comentó a sus allegados: “Ese sí que tiene labia. Podría servirnos”.
El ingreso en el DAP
El día siguiente, el cabo austríaco recibió un sobre en el que, junto a una carta que le comunicaba que había sido aceptado en el DAP, algo que no había solicitado, se le adjuntaba el carné n.º 55. Probablemente, Hitler vaciló, pero tenía poco que perder. Carente de perspectivas de futuro una vez dejara el Ejército, como ocurría a tantos otros jóvenes alemanes, la pequeña organización le abría, cuando menos, la puerta a una razón de ser. Una estructura política pequeña permite el rápido ascenso de una persona con ambición y aptitudes.
En poco tiempo, Hitler se convirtió en miembro de la dirección del DAP y en encargado de las labores de propaganda. Su primera conferencia pública tuvo lugar el 16 de octubre frente a más de un centenar de oyentes que aplaudieron entusiasmados por su elocuencia. Fue un descubrimiento para muchos, incluso para él mismo. Tenía grandes dotes de orador, y las iba a aprovechar. No sin tensiones, el recién llegado fue trascendiendo el estrecho marco de aquel grupúsculo.
Quería hacer las cosas bien y reestructurar el DAP como si de un gran partido se tratara, aunque para ello tuviera que hacer prevalecer su opinión sobre la de los demás (de hecho, conllevaría la dimisión de Harrer como presidente). Por de pronto, se estableció una especie de oficina permanente en la misma cervecería Sterneckerbräu. Allí tenía lugar una reunión semanal, y servía de punto de referencia para nuevos simpatizantes y afiliados, aunque por entonces solo fueran 64.
El futuro dictador no se arredró. Una vez al mes, y luego quincenalmente, se organizaron reuniones públicas con la participación de distintos miembros de la organización, pero en las que Hitler acabó convirtiéndose en el principal orador. Las invitaciones se realizaban a máquina, incluso a mano, y eran repartidas de puerta en puerta por los miembros del partido, preferentemente en su círculo de amistades, para forzar la máxima asistencia.
Pero, además, las conferencias comenzaron a anunciarse en la prensa, en especial en el Münchener Beobachter (“Observador Muniqués”), propiedad de la Sociedad de Thule, y que, en diciembre de 1920, ya como Völkischer Beobachter (“Observador Popular”), se convertiría en el órgano oficial del partido nacionalsocialista.
El partido crece
Con la notoriedad de Hitler como orador, las donaciones fueron creciendo y compensando la magra aportación de los afiliados. Cada vez más personas, en su mayoría hombres, asistían a las reuniones, de forma que se decidió cobrar una pequeña cantidad como entrada para sostener los crecientes gastos de una organización que iba a más.
El DAP carecía de programa con el que seducir a sus simpatizantes, más allá de unos elementales principios
Y es que, de modo intuitivo, casi sin proponérselo, aquel veterano de guerra de voz rugosa y erres arrastradas, como buen austríaco, había dado con la clave del éxito: abandonar cualquier aproximación intelectual a sus oyentes y hacer suyas, una a una, las frustraciones de unos alemanes que, más que derrotados tras la guerra perdida, se sentían traicionados y humillados. En otras palabras: en vez de hablarles al cerebro, les hablaba al corazón.
Sin embargo, el DAP carecía de programa con el que seducir a sus posibles simpatizantes, más allá de unos elementales principios formulados de modo poco claro.
A partir de un esbozo ya redactado durante una reunión en Viena, un pequeño comité fue el encargado de crear un corpus en el que se sintetizasen las ideas básicas de la formación y en el que los posibles afiliados se vieran reflejados. Drexler, Gottfried Feder, Hitler y Dietrich Eckart se reunieron varias veces para poner sus ideas en negro sobre blanco.
Al parecer, las aportaciones del aún cabo fueron mínimas, a diferencia de las del periodista y poeta Eckart, llamado a desempeñar un papel fundamental en la proyección del futuro “Führer”. No solo sería el impulsor de ese apelativo, sino que se convirtió en su consejero personal, mientras iba puliendo sus maneras e introduciéndole en importantes círculos sociales hasta su temprana muerte en diciembre de 1923. Cabe suponer que detrás de algunas de las decisiones tomadas por el Hitler de aquellos años no se hallaba otro que el propio Eckart.
Los 25 puntos
Todo estaba previsto para la puesta de largo y refundación del partido, que tendría lugar en la Festsaall de la cervecería Hofbräuhaus de Múnich el 24 de febrero de 1920. A pesar de la campaña publicitaria desplegada, todos temían que no se llenara la amplia sala contratada, pero no fue así. Más de dos mil personas, en su mayoría de pie, aguardaban impacientes los discursos.
Curiosamente, el principal orador no era Hitler, sino el homeópata Johannes Dingfelder. Pero cuando Hitler subió al estrado para leer y comentar los 25 puntos del manifiesto-programa sobre los que se basaría la acción del partido, los aplausos se incrementaron por momentos.
El programa, aunque no muy distinto del de grupos de parecida filiación, era nacionalista, expansionista, xenófobo y racista, como demuestran algunos de sus puntos:
“Exigimos la unión de todos los alemanes, en base al derecho de autodeterminación de los pueblos, en una Gran Alemania”.
“Exigimos tierra y suelo [colonias] para la alimentación de nuestro pueblo y el afincamiento de nuestro exceso de población”.
“Solo puede ser ciudadano quien sea miembro del pueblo. Miembro del pueblo solo puede serlo quien tenga sangre alemana, sin consideraciones por su confesión religiosa. Ningún judío puede, por consiguiente, ser miembro del pueblo”.
“El que no sea ciudadano, solo puede vivir como huésped de Alemania y debe estar bajo la legislación extranjera”.
En la misma asamblea, y por aclamación, se decidió cambiar el nombre de la organización por el de Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP), los “nazis” para sus adversarios. Posteriormente, en el punto n.º 2 de los estatutos del partido, los 25 puntos que definían su programa quedaron establecidos como inalterables.
La asamblea había catapultado la figura política de Hitler, y el día siguiente en todas las cervecerías de Múnich se hablaba de él. Todavía no era el líder del NSDAP, y mucho menos su Führer: para ello habría que esperar al 27 de julio de 1921. Tampoco era un político conocido en todo el país, sino una figura de ámbito regional. Sin embargo, ya se vislumbraba como la principal figura de aquella pequeña organización, que configuraría a su imagen y semejanza hasta alcanzar el poder absoluto. Las consecuencias son de sobra conocidas.
Origen: De “obrero” a “nazi”: Hitler y el rebautizo de su partido