Dentro de la guarida del águila: así era el inexpugnable búnker de Hitler
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!El «Führerbunker» contaba con unas 30 habitaciones y estaba protegido por una espesa capa de hormigón de entre 2,2 y 4 metros de grosor
En febrero de 1945 la guerra estaba perdida para el nacionalsocialismo. Con los soviéticos camino a Berlín, los principales jerarcas nazis sabían que solo era cuestión de tiempo que las escasas fuerzas que defendían la urbe capitularan y el autorpoclamado Reich de los mil años se convirtiera en polvo. El mismo Adolf Hitler no albergaba, en parte, fe alguna en la victoria. Aunque él achacaba todo aquel desastre a la estupidez de sus subordinados. El mismo Heinz Guderian, uno de los generales más efectivos y racionales del frente del Este (además de arquitecto de la defensa de Berlín), tuvo que sufrir sus delirios. «¡Usted no supo valorar la situación ante Moscú durante el invierno de 1941 […], y tampoco sabe usted interpretar correctamente esta situación!», le increpó en una ocasión.
Tampoco tuvo piedad con sus tropas, apabulladas ante el empuje enemigo: «¡Mis divisiones de las SS se han olvidado de combatir! ¡Se han convertido en unos cobardes!». El peligro rojo hizo, en definitiva, que el Führer dejara de discernir entre amigos y enemigos. Su miedo era entendible. A finales de febrero los soviéticos alcanzaron el río Oder, lo que implicaba hallarse a menos de 80 kilómetros de la capital. El miedo se hizo entonces patente en un Führer apático y cuyo cabello había encanecido -en parte- debido a la presión. Por el pudo ser y no fue; por haber caído a los infiernos tras saborear victorias como las de Polonia y Francia. Todo ello hizo que, a mediados de febrero, Hitler decidiera retirarse a la seguridad del «Führerbunker», un refugio antiaéreo ubicado en los alrededores de la Cancillería en el que pasó sus últimos días antes de suicidarse el 30 de abril de 1945.
Mucho se ha hablado de aquel refugio, la última morada de la (en otros tiempos) altiva águila nazi. Pero la imagen que ha perdurado del «Führerbunker» es más mítica que real. Poco tenía aquel emplazamiento de gigantesca mansión subterránea, y mucho de inmundo agujero. El famoso historiador Joachim Fest así lo define en «El hundimiento», su obra más famosa hasta la fecha: «Cuando en días del inminente final faltó a veces el agua, tomó cuerpo, procedente sobre todo el antebúnker, un hedor casi insoportable en el que los vapores de los grupos electrógenos diésel, el penetrante olor a orina y el sudor humano formaban una mezcla repugnante». Así acabó el orgulloso Hitler sus días: en un hediondo agujero y acompañado de una botella de oxígeno que calmaba el terror que le daba ahogarse en aquella tumba de hormigón.
Camino al subsuelo
Abril fue el mes que vio morir a Hitler, pero su viaje hacia el desastre comenzó en enero de 1945, tras el fracaso de la ofensiva de las Ardenas. Hundido tras haber sido derrotado, abandonó su denominada «Oficina 500» (en la ciudad de Bad Nauheim) y regresó a sus dependencias en la Cancillería de Berlín. Allí vivió hasta mediados de febrero, entre reuniones constantes con sus generales, charlas con sus colaboradores más cercanos y mapas. Su única esperanza era que los soviéticos no cruzaran el río Oder, lo que supondría su llamada a las puertas de la capital. «Berlín se defiende en el Oder», repetían como un mantra el Führer y el ministro de Propaganda Joseph Goebbels. Por ello, en las semanas siguientes ambos se esforzaron en llevar todos los refuerzos que pudieron hasta la zona.
Mientras, en Berlín, la situación era dantesca para los nazis. Los tiempos en los que los alemanes se presentaban voluntarios por centenares para acabar con el enemigo se habían acabado. Ahora, la población estaba desencantada y hambrienta. De hecho, se hizo popular un amargo chiste en la ciudad: «Se ofrece gran retrato de Hitler a cambio de pan pequeño de Wittler [el propietario de una popular panadería]». A pesar de ello, el Führer se empeñó en defender la ciudad hasta el último hombre. «Yo he derrotado al comunismo en Alemania. A los bolcheviques rusos también los aplastaré», afirmó en una ocasión. Fest es partidario de que «Goebbels no retrocedió ante nada para obligar al pueblo alemán a seguir derramando su sangre en la guerra». Y no le falta razón. Ejemplo de ello es que se prohibió a la población (bajo pena de muerte) izar banderas blancas o rojas cuando los soviéticos pusiesen un pie en la zona.
En la calle se llamaba a la lucha y a morir por Hitler. En la Cancillería, por el contrario, el ambiente era mucho más apático y desesperado. No había victoria posible. A mediados de febrero, el Führer decidió abandonar sus dependencias habituales y retirarse hasta la seguridad del «Führerbunker». Las fuentes difieren bastante sobre el momento exacto en el que tomó esta determinación. Algunos jerarcas nazis (cuyos testimonios se recogen en «El informe Hitler», Tusquets, 2008) especificaron que fue a mediados de febrero y que lo hizo acompañado de su amada Eva Braun y de su médico personal, el sucio y maloliente Theodor Morell. Fest, por su parte, fecha este momento entre enero y febrero. Otros (como la mítica revista «After the battle» -editada desde 1973-) retrasan este instante hasta el mismo abril.
Construcción
¿Cuándo comenzó la construcción del edificio al que Hitler se trasladó entre enero y abril? Fest afirma que, ya en el año 1933 (cuando el nazismo se hizo con las riendas de Alemania) el Führer «dio orden de hacer una serie de reformas en la cancillería, exigiendo, como uno de los proyectos indispensables en el edificio, la construcción [futura] de un subterráneo tipo búnker». Poco después, en 1936, su sueño se hizo realidad cuando se dotó de un refugio antiaéreo al salón de actos levantado por el arquitecto Leonhard Gall en uno de los jardines del área gubernamental. A su vez, y aprovechando la edificación de una nueva Cancillería por parte de Albert Speer, se añadieron varias salas más a este complejo. El resultado fue un fortificación subterránea de pequeñas dimensiones ubicada en las cercanías de la sede del gobierno.
Tras el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, se construyó un túnel que conectó los suburbios de la nueva Cancillería, diseñada por Albert Speer, con este pequeño búnker subterráneo ubicado en los jardines. Este complejo sería conocido como «Vorbunker», y lo cierto es que -a pesar de sus estrecheces- bien podía asegurar la vida del Führer. Sin embargo, el desastre sucedido en Moscú en 1941 reavivó el miedo del líder nazi por un posible ataque de Berlín. «Aunque, por aquel entonces, sus ejércitos mantenían ocupado el inmenso territorio que se extendía entre Stalingrado, Hammerfest y Trípolis, Hitler encargó a la oficina de Speer el proyecto de otras catacumbas con varios metros más de profundidad», añade Fest.
Después de algunas reuniones, se decidió levantar este nuevo refugio a continuación del «Vorbunker» y utilizar este como una suerte de antesala. «Empalmó directamente con el refugio de debajo del salón de actos, que desde entonces recibió el nombre de “Antebúnker”», explica el reputado historiador. El complejo por edificar sería el «Führerbunker» como tal, y se estableció que se construiría a varios metros más de profundidad y que quedaría unido a su hermano mayor por una escalera de caracol. En total, la mole subterránea resultante estaría formada por 30 habitaciones cubiertas por entre 2,2 y 4 metros de hormigón (atendiendo a las fuentes). Las obras comenzaron ese mismo año.
«El jardín a espaldas de la arboleda, con su vetusta arboleda y sus silenciosos senderos […] se vio invadido por cuadrillas de obreros que talaron árboles, acarrearon material de construcción, máquinas de mezclar cemento, armaduras y pilas de tablas encofrado», desvela Fest. A principios de 1945, con la guerra tocando a su fin, la construcción como del «Führerbunker» estaba terminada. Al menos, su estructura principal, pues todavía quedaban detalles por pulir como una torre de vigilancia que jamás pudo ser levantada. Lo mismo ocurrió con una serie de trincheras ideadas para resistir un posible ataque. Con todo, la última guardia de la bestia estaba preparada para albergar el envite final del Ejército de Stalin. A él se sumaron otros tantos edificados para los gerifaltes del Reich.
«Vorbunker»
Al «Vorkbunker» se arribaba desde el recibidor de la cocina de la nueva Cancillería. Desde esta estancia se llegaba a un pequeño recibidor con una escalera. Si se giraba a la derecha, un pasillo conectaba con el Ministerio de Asuntos Exteriores y el Ministerio de Propaganda. Si se continuaba recto, y se bajaban los peldaños, el visitante entraba en un nuevo y largo corredor que, a su vez, contaba con dos puertas herméticas (para evitar el paso del agua y el aire). La primera se hallaba al frente y permitía salir al jardín del Ministerio de Asuntos Exteriores. La segunda, ubicada a la izquierda, era la comunicación con el refugio. El paso hacia la guardia de la bestia.
Los redactores de «After the battle» (que visitaron el búnker antes de que fuera demolido) afirman en «La última visita al escenario del suicidio del Führer» -editado en español por ABC durante los años 80- que la entrada daba acceso a un corredor del que salían doce habitaciones, «del tamaño de un armario grande de pared». Seis a cada lado. «Se empleaban para ocupar los ratos de ocio y como alojamiento del servicio», añaden. Fest es de la misma opinión. En sus palabras, dos eran utilizados para la cocina. En ella se preparaba la dieta vegetariana de Hitler, además de una ingente cantidad de pasteles y dulces. Se podría decir que el líder germano estaba obsesionado con ellos. De hecho, en sus últimos días podía comer hasta seis porciones de tarta por jornada.
Otros de los habitáculos sirvieron, además, de depósito de equipajes, cantina, bodegas y despensas. Todo dependía de las necesidades del momento. Ejemplo de ello es que, mientras que el resto de jerarcas tenían sus propios refugios, Goebbels se terminó instalando en tres de estas habitaciones con su mujer y sus hijos. En lo que sí coinciden todos los autores es que las estancias eran frías y desoladoras. La decoración brillaba por su ausencia y dejaba a la vista el gélido y triste hormigón. Y, por si fuera poco, los techos bajos hacían que la sensación de claustrofobia aumentara. Al final del corredor (que servía como comedor para los «habitantes» de la parte superior) se hallaba la escalera de caracol que permitía bajar al «Führerbunker».
«Führerbunker»
La descripción más exhaustiva del «Führerbunker» la dieron los soviéticos en un dossier que ofrecieron a Stalin tras finalizar la Segunda Guerra Mundial (el mismo que se recoge en «El informe Hitler»). Después de descender, se llegaba a una estancia presidida por una puerta acorazada, detrás de la cual comenzaba a extenderse un complejo que se dividía en dos mitades. Antes siquiera de avanzar el visitante podía hallar varios armarios ubicados en la pared derecha que albergaban «todo el equipamiento para la protección antiaérea», desde «trajes antigás», hasta «cascos de acero, mascarillas y extintores». A la izquierda, por su parte, había una mesa rectangular, varios sillones, un reloj de pared y una cabina telefónica.
La primera sala del flanco derecho era el cuarto de máquinas (en la que se hallaba también la instalación para la ventilación). A continuación, otra puerta daba acceso a varias habitaciones conectadas entre sí que albergaban la centralita telefónica (también despacho de Bormann); la sala de primeros auxilios (o consultorio médico, donde dormía también el médico de turno de Hitler); dos dormitorios más y un pequeño espacio de descanso. En la versión que ABC publicó en los años 80 (traducida de la revista ya mencionada) se especifica que dos estancias estaban reservados al ministro Goebbels. Por su parte, en el informe soviético se dejó escrito que pertenecían a Morrel y a Heinz Linge, ayudante personal del líder germano.
En la pared izquierda había una puerta que permitía entrar en un cuarto destinado a los servicios (aunque en él se hizo un hueco también a Blondi, la hembra de pastor alemán de Adolf Hitler, y a sus cachorros).
Ya al final del pasillo, una puerta acorazada (custodiada siempre por un guardia personal) permitía llegar a la antesala del salón de reuniones. «Allí, los asistentes a las sesiones solían esperar la llegada del “Führer”. De las paredes colgaban grandes y valiosos cuadros, en su mayoría paisajes italianos. A lo largo de la pared se alineaban entre doce y dieciséis sillones. Delante de este se había instalado una mesa amplia y rectangular con varias sillas con almohadones», se explica en el dossier ruso. Desde esta estancia, lógicamente, se arribaba a la habitación dedicada a las conferencias; aunque también al alojamiento de Eva Braun y al despacho personal de Adolf Hitler. Al fondo de esta sala previa, un cuarto de basuras remataba el corredor.
A las tres últimas estancias solo se podía acceder desde el despacho de Hitler. Como cabía esperar, eran las más importantes de todo el complejo: la habitación del Führer, su baño y su salón privado.
El «Führerbunker» terminaba con dos salidas de emergencia. «De la primera subía una escalera de caracol revestida de losas. Por encima se había construido una torre de forma cúbica y gruesas paredes de hormigón», se explica en el informe soviético. Desde la segunda se ascendía a la superficie por una escalera de incendios metálica. Estaba protegida por una torre cilíndrica en la que se instalaron varias ametralladoras y puestos de observación.
Origen: Dentro de la guarida del águila: así era el inexpugnable búnker de Hitler