Dionisia Vicente «Cada día que pasas en la cárcel te marca»
por María Jesús Hernández
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Imposible mirar atrás y que el sufrimiento no la desgarre. Imposible contener la rabia. Las palabras ‘olvido’ y ‘perdón’ hacen eco en la mente de Dionisia Vicente, pero no calan. Tiene 94 años y una claridad que duele y la desborda al recordar. Tres años en la cárcel para ella; seis para su marido; un hermano muerto en la frontera francesa… Y la espina más dolorosa, dos bebés marcados por el horror. Como aderezo, «torturas, humillaciones y hambre, mucha hambre». Por eso, al escuchar las réplicas contra la Ley de Memoria Histórica dirige su mirada al punto cero: El Valle de los Caídos, «que lo abran».
De espíritu rebelde y luciendo la marca socialista desde los 15 años, Dionisia trabajaba en un taller de costura del partido. Emocionada, apunta a la portada del libro de Dulce Chacón ‘La voz dormida’, «así iba yo vestida». Cuenta que ignoró las recomendaciones de su padre, «apolítico, un hombre más de religión, pero un hombre que respetaba. Paradojas de la vida, murió atropellado por los furgones de la internacional cuando comenzó la guerra». Contaba 19 años cuando la noticia del alzamiento perforó por primera vez sus oídos. Como tantos y tantas, no se amedrentó: «Seguí con más fuerza, era mi mundo, el mundo donde había conocido a Indalecio Prieto, a Largo Caballero, a Besteiro, a todo lo bueno del partido».
«Corrí medio Madrid dando propaganda y debatía con José Antonio Primo de Rivera de tú a tú. Yo en la puerta de Alcalá y él en Sol. Hemos charlado, intercambiado ideas… y todo sin el menor rastro de agresividad o violencia… Ese chico era un sindicalista, y guapo a rabiar».
Pero pasaba el tiempo, la comida escaseaba y aparecía un sentimiento de decepción con los suyos que continúa arrastrando. «Me he quitado el hambre a bofetadas. Me levantaba a las 05.00 para ponerme a la cola y conseguir comida, pero cuando llegaba no había nada». Dionisia relata cómo un día siguió a Santiago Carrillo, «que siempre iba cargado con grandes bolsas», y fue testigo de cómo se la entregaba a los curas. «Con tal desesperación fui hacia él, le cogí de las solapas y le dije: ‘Si tu padre te viera, te fusilaba’. Le estaban quitando la comida a la gente del Frente para dársela a los curas. ¡Mi marido estaba en el frente!».
El hambre puede resultar algo anecdótico cuando pone sobre la mesa el resultado de las bombas. Dionisia hace un alto en su relato, coge aire y baja la mirada: «En uno de los bombardeos, yo bajé a un sótano con mi niña [un bebé de 9 meses], la llevaba envuelta en una manta, quería protegerla. Al día siguiente amaneció con pulmonía… 24 horas más tarde, se me murió».
Después le tocó el turno a su hermano, seguidor del anarquista José Buenaventura Durruti, le mataron cuando pasó a Francia. «Fue lo único que supimos de él. No tenemos ni idea de dónde está enterrado, ni nada». El siguiente fue Paco, su marido. También tenía el carné socialista y además estaba en el Ejército. No murió, fue detenido y encerrado en la cárcer de Porlier. «Lo torturaron, de una patada en la boca le quitaron la dentadura». Condenado a muerte, su pena fue revisada y rebajada. Seis años después salió en libertad provisional.
En el 39 Franco entraba en Madrid y la Guardia Civil de Ventas en su casa. «Yo vivía en la carretera de Aragón, hoy calle Alcalá, venían a detenerme. Acababa de dar a luz y tenía claro que yo de ahí no salía sin mi hija, ya había perdido una. La llevé conmigo a la cárcel de Alcalá de Henares. Allí estuvo durante dos meses, pero la situación era insostenible y se la tuve que entregar a mi madre, que nos cuidó a todos y que sufrió en silencio. Yo la adoraba».
Tiempo después la trasladaron al centro de Claudio Coello y más tarde a Ventas. «Cada día en la cárcel te marca. Nos hicieron de todo». Con lágrimas en los ojos recuerda su encuentro con ‘Las 13 rosas’. «A una de ellas la metieron con todos los niños de los falangistas, a los que odio con mis cinco sentidos. Llegó destrozada. Salió adelante y cuando estaba mejor, mira lo que hicieron. Aquello fue desgarrador, dudo que ninguna de las que estuvimos allí podamos olvidarlo».
Inolvidables también para ella ‘la madre Serafines’ y ‘la Veneno’, «ésas trataban mejor a los animales que a las personas», y un abogado. «Un cabrón en busca de favores que te llamaba al locutorio, pero no para defenderte: ‘Tú estás aquí porque quieres’, decía. Pero antes de dárselo a él me cosía a punto pelota, y así se lo hice saber».
«En prisión tenías que buscarte las habichuelas, si no, estabas vendida. Y por si fuera poco, había que mirar cada segundo a la espalda, no te podías fiar de nadie». Dionisia pone el ejemplo de un día en el que hubo un chivatazo: «Algunas presas están leyendo un libro prohibido». «Yo tenía ese libro, ‘La catedral’, de Vicente Blasco Ibáñez». De forma inmediata las mandaron al patio, dio la casualidad que en la cárcel había obras, «metí el libro entre los andamios y ahí ha quedado, sepultado. Años más tarde lo leí tranquilamente en mi casa».
Pasó por distintas plantas de Ventas hasta que la metieron en la cocina, donde —dice— fue su estancia más «tranquila». En el año 1942 salió su juicio, «me acusaban de estar al mando de un grupo de socialistas de Pueblo Nuevo. Yo le dije que al mando no estaba, que estaba de empleada, cosiendo, ganándome los garbanzos». Gracias a dos testigos que la apoyaron salió en libertad. El resto de su vida la ha pasado luchando por su hija, su familia y alguno más. Después de todo, estuvo haciendo de intermediaria entre un maquis que estaba en busca y captura y su mujer.
Como anécdota, al salir de prisión se puso a trabajar en Standar Eléctrica, donde tuvo decir que era soltera para poder entrar. «Como nunca salía ni me relacionaba con hombres, llegaron a decir que era una beata de la Falange… ¡Yo de la Falange!», se ríe al recordar.
Dionisia muestra las fotos de su familia. Arriba, en una de ellas, se puede ver a su marido con su hija en brazos —estaban en el día de visitas a la cárcel de Porlier—. Seguido muestra a su madre, a la que le sigue un retrato de ella y de su marido Francisco. Por último, la portada del álbum de fotos con su rostro y el libro de Dulce Chacón ‘La voz dormida’. Fotos: M.J.H
ORIGEN DE LA NOTICIA:elmundo.es/especiales/espana/guerra-civil/