Disecar el cerebro de un estadounidense vivo y otros crueles experimentos japoneses
Dos soldados del ejército japonés, durante la II Guerra Mundial – ABC ARCHIVO
Una universidad nipona ha desvelado en una exposición los horrores a los que sometió a los soldados aliados capturados en la zona
Las atrocidades cometidas por los científicos nazis durante la Segunda Guerra Mundial son ampliamente conocidas en el mundo entero. Sin embargo, durante la contienda hubo multitud de regiones que, dejando a un lado los derechos humanos, sometieron a todo tipo de torturas a los prisioneros que capturaban. Una de ellas fue Fukuoka, una ciudad ubicada al sur de Japón en la que se acaba de inaugurar una exposición que reconoce, de forma oficial, que allí se realizaron todo tipo de crueles experimentos con una docena de soldados aliados que capturaron.
Concretamente, y tal y como explica en su versión digital el diario « Daily Mail», las susodichas tropelías fueron llevadas a cabo en la Universidad de la localidad. En ella, un grupo de científicos japoneses experimentaron de forma cruel con la tripulación de un bombardero B-29 Superfortress estadounidense que se había estrellado cerca de la zona. Entre las diferentes pruebas que practicaron, se destaca que disecaron –mientras los pacientes seguían con vida- todo tipo de partes de sus cuerpos tales como el cerebro o los pulmones.
Un combate que acabó en desastre
Esta triste historia comenzó un 5 de mayo de 1945 cuando –con la guerra casi finalizada- el capitán Marvin Watkins y su tripulación (unos 12 hombres, aunque el número total se desconoce) se subieron a su B-29 ubicado en Guam. Su misión era clara: bombardear un objetivo militar de la ciudad de Fukuoka, en el sur de Japón. Por entonces, y a pesar de que faltaban pocos meses para que los nipones se rindieran, nadie cedía ni un palmo de terreno y se combatía hasta la muerte contra el enemigo. El cometido no iba a ser, pues, nada sencillo.
Así quedó demostrado posteriormente, pues –en pleno vuelo sobre la ciudad- el avión de Watkins fue derribado por un piloto japonés de 19 años llamado Kinzou Kasuya. Con el bombardero en las últimas, a los estadounidenses no les quedó más remedio que saltar en paracaídas y rezar para que los lugareños les trataran como a prisioneros de guerra. Sin embargo, la suerte iba a ser esquiva en este sentido pues –de la docena de aviadores que se arrojaron del aeroplano- uno murió antes siquiera de pisar el suelo después de que un Zero cortase las cuerdas de su paracaídas. Otro cayó minutos después, apuñalado por los pobladores de la región.
El resto no tuvo mejor suerte. Un ejemplo claro es lo que le sucedió a uno de los tripulantes que, al verse rodeado por decenas de japoneses, empezó a disparar desesperado. Finalmente, cuando solo le quedó una bala, apuntó a su cabeza y se suicidó para evitar ser vejado. Tampoco se libró de la ira local Teddy Ponczka, quien recibió varias puñaladas antes de que los soldados japoneses llegaran a la zona a poner orden.
Comienzan los experimentos
Una vez que los militares nipones se personaron ante ellos, los americanos respiraron aliviados. Y es que, además de protegerles de la ira de los lugareños, les informaron de que iban a llevarles a un hospital cercano para tratar sus lesiones. La alegría fue suma para Ponczka, quien se encontraba malherido. Sin embargo, como pudieron descubrir después los supervivientes, lo que pretendían aquellos doctores ataviados con batas blancas era bien distinto: buscaban investigar médicamente con ellos en la Universidad de Fukuoka.
El primer experimento se realizó sobre el herido Ponczka, a quien le fue eliminado uno de sus pulmones mientras aún vivía para observar qué efecto tenía esa operación en su sistema respiratorio. Posteriormente, le inyectaron agua de mar en el cuerpo con una jeringuilla en un intento de saber si ese extraño método podría prevenir la deshidratación. «Los presos pensaban que éramos médicos por nuestra batas blancas, nunca se imaginaron lo que íbamos a hacerles. Nunca podré volver a usar un delantal blanco», afirmó posteriormente a un diario el Dr. Toshio Tono (uno de los implicados en el suceso).
El resto de la tripulación también sufrió estos crueles experimentos. A uno, por ejemplo, se le disecó el cerebro mientras aún seguía con vida para conocer si la epilepsia podía ser controlada mediante cirugía. Lo mismo sucedió con los órganos de muchos de ellos, los cuales fueron disecados vivos. Por su parte, Watkins tuvo la suerte de ser enviado a Tokio para ser interrogado y, posteriormente, sobrevivió a la guerra en un campo de concentración.
Una increíble medida
Esta exposición supone una novedosa forma de actuar en un Japón en el que, hasta ahora, los experimentos y vejaciones cometidos sobre los aliados eran un tema tabú. Con todo, incidentes similares ya habían sido documentados ampliamente en multitud de libros históricos, aunque es la primera ocasión en la que una autoridad japonesa los da a conocer «oficialmente». Al parecer, y según los organizadores del evento (ubicado en la Universidad de Kyushu) no podían ocultar lo sucedido.
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