Dos consejos que Hitler despreció y podrían haber llevado a los nazis a ganar la Segunda Guerra Mundial
Hitler y Goebbels, en el balcón – ABC
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Heinz Guderian era ya un versado oficial en 1941. Para entonces, el hombre que perfeccionó y aplicó la ‘Blitkzkrieg’ en la vieja Europa había paseado sus carros de combate por Polonia y Francia de manera exitosa. O eso se esforzó en contar la propaganda del Tercer Reich. Kenneth Macksey –quien participó en la Segunda Guerra Mundial antes de centrarse en la historia militar– jamás albergó dudas sobre su maestría. En ‘Guderian, general panzer’ describió sus capacidades sin remilgos: «Ningún otro consiguió cambios tan radicales e intrínsecos en el arte militar en tan poco tiempo». En sus palabras, era un maestro en «la dirección sutilmente táctica de formaciones que, al inicio de cada campaña, solían estar superadas en número».
Valgan las loas de Macksey, quien fuera también miembro del ‘Royal Armored Corps’, para entender que Guderian no era un ‘lametraserillos’ que se había topado con el mando por casualidad o el puntapié hacia arriba de un superior. Tampoco existen dudas sobre la buena relación que mantuvo con el ‘Führer’ durante el ascenso del nazismo hasta la poltrona. Aunque en principio era monárquico, el general no tardó en entender que el retorno de los reyes a Alemania era imposible y apostó –como otros tantos– por ponerse en manos de un líder tan carismático como el ‘Cabo bohemio’. «Los hombres como Guderian pensaban que alguien como Hitler podía gobernar con la mano de hierro necesaria, aun manteniéndolo bajo el control del Ejército», añade Macksey en su obra.
El reconocimiento de Guderian dentro de las fuerzas armadas era más que reseñable cuando Hitler empezó a barruntar la necesidad de abalanzarse contra el cuello de Stalin. La razón oficial: conseguir petróleo y cereales con los que sustentar el esfuerzo de guerra contra Gran Bretaña. En junio de 1940 tomó la decisión y poco después, el 18 de diciembre, publicó la famosa directiva Número 21: «La Wehrmacht alemana ha de estar preparada para, incluso antes de terminada la guerra contra Inglaterra, aniquilar a la Unión Soviética en el curso de una campaña rápida (operación ‘Barbarroja’). El ejército habrá de poner a disposición de este fin todas las unidades con que cuenta, con las limitaciones impuestas por la necesidad de mantener protegidas contra sorpresas las regiones ocupadas».
No atacar
A pesar de su carácter impulsivo –la oficialidad germana le equiparaba a un toro deseoso de abalanzarse sobre el enemigo al precio que fuese–, la realidad es que Guderian recibió con el hocico torcido los planes de invasión de la Unión Soviética. Desde el principio, el general se opuso de forma diametral a la ‘Operación Barbarroja’. Estaba convencido de que los planes de Hitler convertirían la guerra en un inmenso frente imposible de defender y que, además, dividir las fuerzas otorgaría cierto aire a Gran Bretaña.
En sus memorias, ‘Recuerdos de un soldado’, el veterano oficial dejó escrito que no pudo evitar sorprenderse cuando Hitler presentó al Alto Mando su plan definitivo tras mantener una reunión con el ministro de Asuntos Exteriores ruso Viacheslav Mólotov:
«Poco después de la visita de Molotov fueron llamados para celebrar una conferencia en el despacho del jefe del Estado Mayor del Ejército mis, en aquellos momentos, jefes del Estado Mayor: el barón Von Liebenstein y el comandante Bayerlain. Recibimos las primeras instrucciones sobre el plan ‘Barbarroja’ en el caso de la guerra con Rusia. Cuando, después de esta conferencia, vinieron a informarme y desplegaron ante mí el mapa de Rusia, no podía creer lo que veía. ¿Iba a convertirse en realidad lo que yo nunca había considerado posible?».
Guderian vio en aquel plan la crónica de un desastre anunciado y una infinidad de paralelismos con la Gran Guerra: «Hitler, que con tan duras palabras me había hablado de la dirección de la política alemana de 1914, porque comprendió que debía ahorrarnos la guerra en dos frentes, ¿quería ahora, antes de terminar la guerra con Gran Bretaña, empezar otra por propia decisión contra Rusia y crear el doble frente, contra el cual le habían advertido con tanta insistencia todos los militares y que él mismo había descrito tantas veces como erróneo?». En sus términos, la esperanza era que el ‘Führer’ no estuviera convencido del ataque y que solo anhelara engañar con falsas promesas de conquista a su Alto Mando.
Pronto se descubrió que sus miedos eran más que fundados. Guderian, que había estudiado las expediciones militares previas a Rusia, desaconsejó a Hitler atacar e insistió en que lanzarse de bruces contra la Unión Soviética era una verdadera locura. Repitió lo mismo después de que la ‘Operación Barbarroja’ se retrasase cuando el Tercer Reich se vio obligado a intervenir en Yugoslavia y Grecia. Así lo explicó, una vez más, en sus memorias:
«El invierno y la primavera de 1941 transcurrieron en una horrible pesadilla. El renovado estudio de las campañas de Carlos XII de Suecia y de Napoleón I, y de la que esperábamos con preocupación, ponía claramente ante nuestra vista todas las dificultades del teatro de operaciones y demostraba nuestra falta de preparación para la ingente empresa».
Pero Hitler, como era habitual en él, obvió el consejo de Guderian y del resto de oficiales y ordenó comenzar la ‘Operación Barbarroja’ un mes después de lo que estaba previsto. Una verdadera locura. «Los éxitos obtenidos hasta entonces, sobre todo la victoria conseguida en Occidente en un tiempo sorprendentemente corto, habían ofuscado de tal modo a la jefatura suprema, que esta había borrado de su lenguaje la palabra imposible», dejó escrito en sus memorias. Junto a él, otros tantos oficiales desaconsejaron al líder abandonar aquella locura y mantener la paz con la Unión Soviética. De lo contrario, sabían, Alemania podría ser aplastada por multitud de frentes.
No sirvió de nada. El ‘Führer’, obsesionado con la idea de que debía adquirir las tierras del oeste para ganar el famoso ‘Espacio vital’, ordenó movilizar a sus hombres bajo la promesa de que atravesarían las tierras de Stalin cual cuchillo.
Retirada
El segundo consejo que Guderian dio a Hitler se sucedió durante la llegada del mitificado ‘ General invierno’. A finales de noviembre de 1941, y después de un inicio algo lento del avance, el ejército alemán alcanzó Briansk, al norte de la actual Ucrania. Las temperaturas empezaban a bajar y la ropa de invierno escaseaba. «El 30 de noviembre, Halder nos llevó órdenes para lo que, a pesar de los veinte grados bajo cero, el Alto Mando seguía llamando la campaña de otoño. Los nuevos objetivos eran Moscú y el Volga», escribió.
En la práctica, les obligaban a avanzar unos 400 kilómetros en unas condiciones pésimas. «Los vestidos para el invierno no habían llegado, los abastecimientos eran precarios por las dificultades de los transportes en las vías férreas y porque las guerrillas no hostigaban», añade.
Siempre en palabras de Guderian, todos los oficiales que asistieron a la conferencia en la que les informaron de las órdenes se horrorizaron. El avance, planeado para el 2 de diciembre, tuvo que retrasarse por el mal tiempo. Al final, los ejércitos salieron hacia su destino dos jornadas después. Fue un desastre. «Los sufrimientos de las tropas se hicieron horribles. Todas las armas automáticas se trababan como consecuencia de la congelación del aceite», dejó escrito en sus memorias. Tan solo tres lunas después fue necesario detener la marcha por las duras inclemencias de los temporales. Según los oficiales del Reich vivieron una auténtica pesadilla en la que era necesario calentar los motores durante doce horas para poder arrancar y muchos soldados murieron congelados a la hora de hacer sus necesidades.
A mediados de mes, un Guderian sobrepasado por los acontecimientos solicitó una reunión con Hitler. Buscaba detener el avance hacia Moscú por las bravas para evitar el desastre. «Tomé la decisión de ir a verle personalmente. Era yo uno de los raros generales que podía permitirse esa audacia. Hitler me había recibido en varias ocasiones y me había escuchado siempre aunque obviara mis consejos», desveló el militar. Voló hasta Prusia oriental y mantuvo con el ‘Führer’ una serie de conversaciones que se extendieron durante cinco horas. «Le describí el estado del ejército delante de Moscú y traté de hacerle comprender que las tropas no podían dar más esfuerzos de aquellos que se les exigía», incidió el militar. Como ya hiciera unos meses atrás, volvió a hacer las veces de profeta:
«Le advertí que íbamos hacia el desastre. No por causa del enemigo, sino del frío. Le dije que era necesario suspender la ofensiva, evacuar el terreno conquistado porque era insostenible y colocar a las tropas en los cuarteles de invierno transformando los carros en abrigos. Le afirmé que era la única manera de salvar al ejército y le prometí que, a cambio, tomaríamos Moscú en primavera. Hitler se negó a creer el cuadro que yo le trazaba. Me reprochó ser como los otros generales: tener muchas preocupaciones por mis hombres y mi material. Decía que quería Moscú y tendría Moscú. Me dictó nuevas órdenes de ataque que yo llevé conmigo».
Huelga decir que aquella ofensiva solo causó una infinidad de bajas a la ‘Wehrmacht’. Tantas, que al mismo Hitler no le quedó más remedio que dar la orden de retirada menos de un mes después de que se lo sugiriera Guderian. Algo similar acaeció con la invasión de Rusia, considerada por multitud de historiadores como la tumba del Tercer Reich. Los datos no mienten. Según las cifras recopiladas por el historiador Jean López, en aquella misión suicida hubo que contar más de seis millones y medio de bajas alemanas.