23 noviembre, 2024

EL ABUSO SEXUAL DE LA MUJER COMO ARMA DE GUERRA EN LA ZONA NACIONAL 

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EL ABUSO SEXUAL DE LA MUJER COMO ARMA DE GUERRA EN LA ZONA NACIONAL

A lo largo de la historia las mujeres han sido y siguen siendo objeto prioritario de las fuerzas militares en su ataque a objetivos civiles. Sucedió con las violaciones de coreanas por parte de las tropas de ocupación niponas, con la violación masiva de mujeres alemanas por parte de soldados del Ejército Rojo en 1945 o, mucho más recientemente, los hutu abusaron de las mujeres tutsi en Ruanda en 1998 y son todavía masivas las violaciones en la región del Kivu, al este de la República Democrática del Congo (RDC) (donde prosiguen los combates entre el gobierno de Kinhasa y los rebeldes del M23). La violencia contra las mujeres de un territorio se ha dado incluso por parte de soldados de las tropas que, supuestamente, lo liberaban, como sucedió en Normandía en 1944 con los ataques sufridos por muchas francesas por parte de soldados norteamericanos.

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Foto de Robert Capa. 1944. Fuente: seminariofascismo.wordpress.

La Guerra Civil Española no fue una excepción a la regla. Se produjeron abusos sexuales entre los dos bandos contendientes, aunque la mayoría de historiadores consideran que fue en la llamada zona nacional donde se dieron de forma más sistemática y contaron, si no con la complicidad, al menos con la tolerancia de los mandos. Algunos autores, sin embargo, como José Luis Mena en su libro Los moros de la Guerra Civil Española (Actas, 2004) aseguran que los milicianos abusaron sexualmente de centenares de mujeres las cuales acabarían siendo brutalmente asesinadas. En la misma línea se manifiesta José Javier Esparza en El terror rojo en España (Áltera, 2005). Ahora bien, la propia Causa General de 1940 solo cuenta un único caso de violación a una monja en toda la guerra La cuestión podría ser objeto de otro estudio, pero en este, vamos a centrarnos en los abusos sexuales que padecieron las mujeres por parte de las tropas a las órdenes de los sublevados.1

Guillermo Rubio Martín afirma que en la primera fase de la guerra, desde el golpe de julio de 1936 hasta noviembre del mismo año, con la estabilización de los frentes, la violación sistemática siguió la estela del avance de las tropas rebeldes. Este historiador granadino distingue entre dos tipos de violaciones. En primer lugar, las perpetradas por el ejército africanista, veterano de élite, compuesto por la Legión Extranjera y las tropas indígenas de los Regulares. En segundo lugar, había las que llevaban a cabo falangistas y requetés. Establecer tal distinción es importante, subraya Rubio Martín, porque el carácter y el número de violaciones que realizaron los sublevados varían, según se trate del primer o del segundo tipo de tropa. Para el primero, los crímenes sexuales contra la población femenina se cometen en primera línea, junto a los fusilamientos sobre el terreno y el saqueo de las propiedades. Las mujeres son violadas dentro del frenesí de destrucción y, normalmente, asesinadas con posterioridad. Son habituales las violaciones en grupo y las de menores. Tales hechos son característicos de la guerra colonial que el ejército de África importó a España desde Marruecos. Es imposible, sin embargo, hacer un recuento del número de mujeres violadas de esta forma pues solían ser asesinadas después de los abusos y no se hacían comprobaciones de tipo forense.2

Los soldados falangistas, al contrario, actuaban como tropa de retaguardia. Llegaban una vez que los combates habían finalizado o a lugares donde ni siquiera se habían producido. De entrada, llevaban a cabo una gran variedad de acciones humillantes contra las republicanas como raparlas, obligarlas a beber aceite de ricino y propinarles brutales palizas. Luego, mandaban a estas mujeres, esposas de fusilados o huidos, a féminas que hubieran votado a la izquierda o sospechosas de cosas como “mostrar simpatía pública por Roosevelt” a trabajar en los cuarteles y campamentos de las tropas. Allí las obligaban a limpiar, cocinar, eran violadas y, en muchos casos, asesinadas. En otras localidades, como ocurrió en algunos pueblos andaluces, las recientes viudas eran llevadas en un camión a un paraje en donde eran violadas, fusiladas y enterradas. Después y como colofón de tan macabro modus operandi, sus asesinos desfilaban con su ropa interior en los fusiles.3

Según afirman Belén Solé y Beatriz Díaz en Era más la miseria que el miedo (Asociación Elkasko de Investigaciones Históricas, 2014) había una forma de represión dirigida a las mujeres que buscaba la destrucción psicológica de la persona4:

“Consistía en rapar el pelo y obligar a tomar aceite de ricino para provocar la defecación espontánea de la mujer castigada. Esto se realizó de forma sistemática por todas las localidades que el ejército franquista iba ocupando a lo largo de la guerra. Tras aplicar este castigo vejatorio a una o varias personas, se les obligaba a pasear por las calles de su pueblo o barrio. Al tratarse de un castigo sencillo y hacerse en público, tomaba un valor ejemplarizante para la comunidad transmitiendo el mensaje de que a todas las personas que no aceptaran la norma imperante les podía tocar”.

Que no se trataba de hechos puntuales o aislados, lo evidencian las alocuciones radiofónicas del jefe de la sublevación militar en Sevilla, Gonzalo Queipo de Llano, el cual .nada más controlada la situación en la capital hispalense, empezó a utilizar los micrófonos de Radio Sevilla donde cada noche daba una de sus “charlas” propagandísticas. Sus discursos exaltados solían ser reproducidos por el ABC sevillano, La UniónEl Correo de Andalucía y, más adelante, por gran parte de la prensa de la España franquista. Su objetivo era amedrentar y ridiculizar al enemigo y enaltecer a las fuerzas propias. Queipo hablaba de los asesinatos cometidos por sus hombres durante el día, de los que cometerían al día siguiente al entrar en tal pueblo o ciudad, de lo que habían hecho con las mujeres e hijas de los republicanos así como de lo que iban a hacer con las mujeres e hijas de los rojos de las localidades liberadas y no se privaba de llamar a La Pasionaria prostituta de burdel. En sus diatribas se refería a los republicanos como “la canalla marxista” y, en algunas de ellas, ponía en telo de juicio su valentía y virilidad5.

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Gonzalo Queipo de Llano

“Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser hombres de verdad y de paso también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricones. No se van a librar por mucho que berreen y pataleen (…) Estamos decididos a aplicar la ley con firmeza inexorable: ¡Morón, Utrera, Puente Genil. Castro del Río, id preparando sepulturas! Yo os autorizo a matar que si lo hiciereis así quedareis exentos de toda responsabilidad”.

Las brutalidades cometidas contra las mujeres en aquellos días en la provincia de Sevilla y en las zonas andaluzas controladas por los sublevados han sido recogidas por historiadores como Pura Sánchez en Individuas de dudosa moral (Crítica, 2009) o José María García Márquez en Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla (1936-1939) (Aconcagua Libros, 2012).

García Márquez narra, una terrible escena que tuvo lugar en la localidad de Brenes y que el historiador localizó en los archivos militares de Sevilla.6

“A La Trunfa le dieron una paliza y, sin dejar de maltratarla, la introdujeron en un cuarto del cortijo, donde la intimidaron tendiéndola en el suelo, obligándola a remangarse y exhibir sus partes genitales; hecho esto, el sargento, esgrimiendo unas tijeras, las ofreció al falangista Joaquín Barragán Díaz para que pelara con ellas el vello de las partes genitales de la detenida, a lo que este se negó; entonces, el sargento, malhumorado, ordenó lo antes dicho al guardia civil Cristóbal del Río, del puesto de El Real de la Jara. Este obedeció y, efectuándolo con repugnancia, no pudo terminar y entregó la tijera al jefe de Falange de Brenes, que terminó la operación. Y entre este y el sargento terminaron pelándole la cabeza”.

Fernando Romero, miembro del grupo de trabajo “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía “, de la CGT, explicó en el 2010 en Público el alcance de la represión en pueblos como El Gastor (Cádiz) donde al menos cuarenta mujeres fueron vejadas. Entre ellas, María Torreño, la esposa de un concejal socialista y su hija Fraternidad Hidalgo. A Fraternidad, de veintiún años , la maltrataron con tanta saña que perdió el hijo que esperaba, la dejaron ciega y murió al poco tiempo como consecuencia de las torturas.

A Frasquita Avilés, una mujer que rechazó a un falangista que se había enamorado de ella, la violaron en el cementerio después de muerta,7

El 27 de agosto, cinco jóvenes ,casi niñas, de entre 16 y 22 años de Fuentes de Andalucía fueron violadas, asesinadas y arrojadas a un pozo en El Aguacho. Son las llamadas “niñas de El Aguacho”

Así narraba su detención y torturas el periodista Juan Miquel Barquero en el 2103 eneldiario.es8:

“El crimen se cometió el 27 de agosto de 1936. Varias personas del bando franquista secuestraron a María león Becerril. La mayor del grupo, con 22 años, junto a María Jesús Caro González, Joaquina Lora Muñoz y Josefa García Lora, todas con 18 años. También a la hermana de esta última, Coral García Lora, de solo 16 años. Las montaron en un camión y se dirigieron al pueblo vecino de La Campana, aunque detuvieron su camino en la finca conocida como El Aguacho. Allí las obligaron a bajar, hacerles de comer, cantar y bailar mientras sus captores las insultaban y amanazaban, bebían y se emborrachaban… Hasta que, al atradecer, estos se pasearon de nuevo por las calles fontaniegas, ahítos de venganza y sin las jóvenes, aunque sí con su ropa interior, que enarbolaban como banderas ensartadas en las puntas de sus fusiles y escopetas.”

Paul Preston en el prólogo de su libro El Holocausto Español (Debate, 2011) pone de relieve el alcance y, a la vez, la subestimación de los abusos contra las mujeres. El hispanista británico refiere múltiples ejemplos de los mismos en su relato del avance desde Andalucía hasta Extremadura de los soldados de África llegados a la Península en agosto del 1936.9

“Una parte importante de la campaña represora de los rebeldes aunque subestimada -la persecución sistemática de las mujeres-, no queda reflejada en los análisis estadísticos. El asesinato, la tortura y la violación eran castigos generalizados para las mujeres de izquierdas (no todas pero sí muchas), que habían emprendido la liberación de género durante el periodo republicano. Las que sobrevivieron a la cárcel padecieron de por vida graves secuelas físicas y mentales. Otras miles de mujeres fueron sometidas a violaciones y otras formas de abuso sexual, a la humillación de que les raparan la cabeza o de hacerse sus necesidades en público tras la ingesta forzosa de aceite de ricino”.

Preston habla de violaciones o de “humillaciones” de mujeres al ocupar los militares de la llamada “Columna de la Muerte” las localidades pacenses de Zafra, Almendralejo, Mérida, El Casar de Escalona, Puebla de la Calzada y la misma ciudad de Badajoz, entre otras. En la capital provincial, además, los Regulares y la Legión mutilaban a los heridos y las castraciones de cadáveres estaban a la orden del día. La periodista Sol López.Barrajón en un artículo publicado en Memoria Pública en 2016 se refiere a ello es estos términos10:

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“Algunos oficiales alemanes, al servicio del general Franco, se dieron el gusto de fotografiar cadáveres castrados por los moros y fue tal la sacudida de espanto que produjeron los cadáveres castrados, que el general Franco se vio en la obligación de mandar a Yagüe que cesaran las castraciones y los ritos sexuales con el enemigo muerto. Pero siguieron haciéndolo”.

Preston afirma que el uso del terror no fue espontáneo sino que respondía a un cálculo minucioso de sus efectos colaterales. Los Regulares y la Legión mutilaban a los heridos, les cortaban las orejas, la nariz, los órganos sexuales y hasta los decapitaban. Tales prácticas, en combinación con la matanza de prisioneros y la violación sistemática de las mujeres, fueron permitidas en España por los oficiales sublevados como antes lo habían sido en Marruecos por Franco y otros mandos militares11

El escritor fascista francés Robert Brasillach se refirió, asimismo, a montones de cadáveres con ”los órganos sexuales cercenados y una cruz trazada a cuchillo en el pecho.”12

Tras la partida de Yagüe, la represión en Badajoz quedó en manos del nuevo gobernador civil, el coronel Eduardo Cañizares y el teniente coronel Manuel Pereita Vela enviado por Queipo de Llano como comandante de la Guardia Civil y delegado de Orden Público el cual, según Paul Preston, sería el responsable de 2.580 muertes hasta la fecha de su relevo el 11 de noviembre. Arcadio Carrasco Fernández-Blasco, jefe provincial de la Falange fue otro de los artífices de la represión.

Llegaron a la ciudad prisioneros de otras zonas de Extremadura y entre ellos había mujeres que trabajaban como costureras en casas de los ricos y que en la primavera de 1936 habían intentado agruparse en un sindicato. Los abusos sexuales fueron el castigo que recibieron estas jóvenes como escarmiento.13

Al entrar en tierras toledanas, concretamente entre Navalmoral de la Mata y Talavera de la Reina, fueron capturadas un grupo de mujeres republicanas. Preston señala que las sospechas generalizadas de que los rebeldes las entregaban a bandas de mercenarios marroquíes para que las violaran en grupo se vieron alimentadas por la charla de Queipo de Llano del 29 de agosto. En ella, el cabecilla del golpe en Sevilla así lo dio a entender14:

“Han caído en nuestro poder grandes cantidades de municiones de Artillería e Infantería, diez camiones y otro mucho material; además de numerosos prisioneros y prisioneras. ¡Qué contentos van a ponerse los Regulares y qué envidiosa la Pasionaria!”

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La Pasionaria, 1936. Foto Keystone-France (Getty Images)

Aquellos mismos días, concretamente el 4 de septiembre, la expedición republicana que había intentado conquistar Mallorca a las órdenes del capitán Bayo se retira precipitadamente de la isla y deja en tierra a cinco enfermeras (foto inferior) que se habían embarcado en Barcelona junto con los milicianos. Poco después fueron detenidas e interrogadas por las tropas franquistas que ordenaron, además, que todas fueran examinadas “para controlar su virginidad”. Tras ello fueron brutal y repetidamente violadas por un grupo de falangistas en Manacor y se cree que al día siguiente las asesinaron en el cementerio de Son Coletes de dicha localidad mallorquina.15

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En el mes de marzo de este año, precisamente, se ha publicado un libro del historiador Antoni Tugores Moriren dues vegades (Lleonard Muntaner Editor, 2017) que “rescata” del olvido la historia de estas enfermeras y rehabilita su imagen ya que los sublevados propalaron el bulo de que eran prostitutas.

En el resto de territorios donde había triunfado el golpe del 18 de julio, afirma Paul Preston, se repetía, con mayor o menor intensidad, el mismo escenario. En Zamora, por ejemplo, las palizas, las tortura, la mutilación y las violaciones de las prisioneras estaban a la orden del día. En Salamanca, Unamuno denunciaba las torturas y las vejaciones públicas de las mujeres las cuales eran obligadas a ir por la calle con el pelo cortado, humillación que también tuvo lugar en Ávila. En Galicia fue común someter a las republicanas a violaciones y palizas, a raparles la cabeza, a obligarlas a beber aceite de ricino y a separarlas de sus hijos.16

En el otoño de 1936, las tropas que, desde Andalucía, habían ocupado la mayor parte de Extremadura y de la provincia de Toledo, en su avance hacia Madrid, pasaron por la localidad de Navalcarnero. Allí se las encontró el periodista norteamericano John Whitaker que en unas declaraciones a la revista Foreign Affairs en octubre de 1942 puso en evidencia la connivencia de los mandos militares con los abusos sexuales que llevaban a cabo sus tropas.

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“Nunca me negaron que hubiesen prometido mujeres blancas a los moros cuando entrasen en Madrid. Sentado con los oficiales en un vivac del campamento les oí discutir la connivencia de tal promesa; sólo algunos sostenían que una mujer seguía siendo española a pesar de sus ideas “rojas”. Esta práctica no fue negada tampoco por El Mizzian, el único oficial marroquí del ejército español. Me encontraba con este militar en el cruce de carreteras de Navalcarnero cuando dos muchachas españolas, que parecían no haber cumplido aún los veinte años, fueron conducidas ante él. Una de ellas había trabajado en una fábrica de tejidos de Barcelona y se le encontró un carné sindical en su chaqueta; la otra, de Valencia, afirmó no tener convicciones políticas. Después de interrogarlas para conseguir alguna información de tipo militar, El Mizzian las llevó a un pequeño edificio que había sido la escuela del pueblo, en el cual descansaban unos cuarenta moros. Cuando llegaron a la puerta, se escuchó un ululante grito salido de las gargantas de los soldados. Asistí a la escena horrorizado e inútilmente indignado. El Mizzian sonrió afectadamente cuando protesté por lo sucedido diciendo: “Oh, no vivirán más de cuatro horas”.17

El 27 de mayo del año pasado se inauguró en Beni Ensar, un suburbio de Nador, en Marruecos, un museo dedicado a El Mizzian (foto inferior) en la casa que le regaló Franco en la misma localidad en donde nació, acto al que acudieron algunas autoridades españolas.18

e59Q1J.jpgLos abusos sexuales y las humillaciones en contra de las mujeres no se limitaron a los primeros meses de la guerra. Ya en el verano de 1937, el mismo tipo de vejaciones se produjo en Vizcaya al ser ocupada por las tropas nacionales. Belén Solé y Beatriz Díaz en Era más la miseria que el miedo (Asociación Elkasko de Investigación Histórica, 2014) recogen los testimonios de mujeres de Barakaldo, Sestao y Portugalete.19

“(…) yo tenía una tía que vivía en la calle Chávarri, y bueno…Vecinas suyas las raparon que para qué…Y en Barakaldo, eso me lo contaba mi madre, en Barakaldo también. Que las (sic) rapaban el pelo, a unas las llevaban por ahí, a otras no las llevaban… Es que ocultaba todo lo que se podía, pero de rapar el pelo…¡Bueno!.. A las mujeres, es que además obsesión con las mujeres. Clara Zabalo (Sestao, 1940)”

Solé y Díaz subrayan el fuerte componente simbólico del rapado de pelo ya que, en el contexto de los valores de la época, se ponía en tela de juicio la condición femenina de las víctimas.

Esos castigos públicos iban acompañados a veces de palizas y, en ocasiones, las mujeres eran expuestas semidesnudas, lo cual agravaba el daño psicológico en las personas y las familias hacia las que se dirigían.20

Las autoras se refieren, asimismo, a la existencia de relatos sobre mujeres que, siendo presas del ejército golpista, se negaron a aceptar relaciones sexuales con miembros de fuerzas militares, aún bajo la amenaza de fusilamiento. Circularon de boca en boca y se convirtieron en símbolo y ejemplo de resistencia a la represión21.

“Y luego mi madre nos contaba que había chicas muy guapas, también jóvenes, que como no querían ir con los guardias, las fusilaban. Por la noche, porque no querían ir con ellos, preferían morir antes que ir con ellos. Encarnación Santamaría (Sestao, 1932).”

Durante la ofensiva en el frente catalán iniciada a finales de 1938 las mujeres republicanas, como en el resto de territorios que habían caído en manos de las tropas rebeldes, fueron objeto de brutales vejaciones. Preston destaca, al respecto, lo acontecido en la localidad leridana de Unarre. Allí, una chica de 17 años fue obligada a presenciar la ejecución de su madre y, posteriormente, fue violada en grupo antes de matarla también a ella.22

No se trataba de un hecho puntual. El día de Nochebuena de 1938, al ocupar Maials, en el extremo sur de Lérida, al menos cuatro mujeres fueron violadas. Una de ellas tuvo que soportarlo delante de su marido y su hijo de siete años, obligados, a punta de pistola, a presenciar el acto. En Callús (Barcelona), un hombre que vivía con su esposa, su hija y la prima de esta, fue ejecutado por unos Regulares, que violaron a las tres mujeres y luego las mataron a punta de bayoneta.23

A modo de conclusión, se puede decir que la represión ejercida sobre las mujeres- como afirma la historiadora andaluza Pura Sánchez Sánchez- es una categoría relevante, diferenciada de la ejercida sobre los hombres y que no debe entenderse, por tanto, como una variante de la represión masculina sino como un fenómeno que tiene sus rasgos propios.

A las mujeres se las reprimió, básicamente, por haber transgredido el modelo tradicional femenino que el nacionalcatolicismo quería perpetuar acabando con los avances obtenidos durante la Segunda República. Su humillación pública, con castigos que no se aplicaban a los hombres, responde a los patrones de una sociedad patriarcal de cuya moral se erigían en defensores los sublevados.

Origen: EL ABUSO SEXUAL DE LA MUJER COMO ARMA DE GUERRA EN LA ZONA NACIONAL – Ser Histórico

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