21 noviembre, 2024

El acto más vil de Stalin: purgar y asesinar a uno de sus grandes amigos por envidia

Stalin, junto a su hija - Vídeo: Así fue la infancia del dictador Stalin
Stalin, junto a su hija – Vídeo: Así fue la infancia del dictador Stalin

Aunque en principio era inseparables, el camarada supremo se separó de Nikolái Bujárin cuando este discrepó sobre sus políticas

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Iósif Stalin era un personaje peculiar. Si algo demostró desde que comenzó la Revolución de Octubre de 1917 contra el zarismo fue que no le causaba inconveniente acabar con la vida de sus allegados para ascender en el escalafón del Partido Bolchevique; muchos de los cuales le habían ayudado en el largo camino hacia el poder. «La gratitud es una enfermedad que sufren los perros», sentenció en una ocasión. León Trotski (asesinado por Ramón Mercader a golpe de piolet por orden del Politburó) supone un claro ejemplo de ello. El caso más sangrante, no obstante, fue el de Nikolái Bujarin. A pesar de que ambos eran inesperables durante los años veinte, el camarada supremo se deshizo de él arguyendo que se había desviado de los ideales soviéticos y le purgó en 1938.

A pesar de sus diferencias políticas y de saber que iba a morir ajusticiado tras un juicio fraudulento, Bujarin escribió a Stalin desde prisión una misiva en la que se despidió de él («antes de que sea demasiado tarde») e insistió en que, a pesar de lo que había ocurrido entre ambos, seguía siendo un «devoto» suyo. «No pienses que pretendo venirte con reproches, ni siquiera mentalmente. No nací ayer. Soy muy consciente de que los grandes planes, las grandes ideas y los grandes intereses son lo único que importa», añadió. No era una mera pose. De hecho, envió a su mujer otra carta en la que le pedía que siguiera creyendo en el mismo sistema soviético que le iba a asesinar: «No te enfurezcas. Recuerda que la gran causa de la URSS está viva y esto es lo importante, mientras que los destinos individuales son transitorios y miserables en comparación».

Del amor…

Bujarin y Stalin tenían mucho en común. Ambos estuvieron en el exilio por oponerse al régimen zarista (el primero en 1911; el segundo, en repetidas ocasiones a partir de 1902) y participaron en la Revolución de Octubre que estalló en 1917. La misma que, a la postre, llevó al Partido Bolchevique hasta el poder. El historiador británico Alan Bullock explica en «Hitler y Stalin: Vidas paralelas» que los dos mantuvieron una estrecha relación con Vladimir Ilich Uliánov (más conocido como Lenin). Aunque fue en especial nuestro protagonista quien se ganó su confianza y por quien el líder de la revuelta sentía un cariño singular. Eso no fue óbice, como explica el mismo autor, para que los dos pupilos se convirtieran en «estrechos aliados» y «grandes amigos» durante aquellos primeros años.

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Lenin fue, a la vez, quien les unió y quien les separó desde el comienzo. En 1913 consiguió que se conocieran cuando solicitó a Bujarin que guiara y ayudara a consolidar los principios teóricos del entonces joven militante Stalin. No obstante, su predilección por «el niño querido del partido» (como le denominaba) fue recibida con envidia por el futuro camarada supremo. Tampoco ayudó que Vladimir Ilich Uliánov describiera en su testamento (escrito entre finales de 1922 1932) a su favorito como «el teórico más apreciado y más eminente del partido». A pesar de ello ambos mantuvieron una relación más que buena, como demuestra el que sus esposas fueran también íntimas y que, según señala Simon Sebag en «Escrito en la historia», «las familias entraran y salieran con total libertad de la casa del otro».

Bujarin
Bujarin

La sociedad también prefería a Bujarin. El que, a la postre, sería también uno de los principales dirigentes del diario del Partido (el «Pravda»), era visto como un líder con un carácter muy cercano al de Lenin. En «Stalin, el tirano rojo», Álvaro Lozano es partidario de que era la «antítesis de Stalin»: «Era un hombre cortés, sociable, de una gran inteligencia y enorme cultura». También le define como una persona de una actividad incesante que «pintaba, cazaba, nadaba o leía con voracidad». Era, a su vez, más moderado que su colega, pues consideraba que los bolcheviques no eran los únicos que podían contribuir al conocimiento de la historia y de la política y estudiaba las teorías que arribaban de otros países como Gran Bretaña. Todo ello le llevó a ser envidiado por su camarada.

Ya entonces, en aquellos años veinte en los que Lenin aglutinaba las diferentes ideologías existentes dentro del Partido, Stalin sentía celos por Bujarin en todos los ámbitos. En palabras de Lozano, llegó a obsesionarse tanto con él que hasta sentía envidia de su aspecto físico. Ansiaba contar con su frente despejada hasta tal punto que obligó a sus fotógrafos a retocar sus instantáneas para aumentar la suya varios centímetros. A pesar de ello, el posterior dictador no hizo palpables sus celos. Por el contrario, solía reiterar las buenas relaciones que mantenía con él en público. «Tú y yo somos los Himalayas: los otros no son más que ceros a la izquierda», sentenció en una ocasión.

…. al odio

Tras la muerte de Lenin en 1924, Stalin empezó a ver a Bujarin como uno de sus principales opositores para hacerse con el poder. Aunque no fue hasta que expulsó de la URSS a su otro gran rival (Trotski) cuando comenzó una guerra abierta contra el que había sido su gran amigo. A partir de entonces intentó poner en su contra a los bolcheviques con todas las armas a su disposición. En primer lugar, rescató una vieja divergencia que este había mantenido con Lenin en 1916. Por aquel entonces, Ilich criticó a su pupilo por no terminar de entender las enseñanzas de Marx. «Aquí tenéis un bello ejemplo de la arrogancia hipertrófiada de un teórico con una educación a medias», afirmó. Se le olvidó señalar que, antes de fallecer, el líder de la Revolución de Octubre había cargado contra él y había avisado de su egolatría.

Stalin
Stalin

Stalin utilizó también las diferencias políticas entre ambos para tildarle de un traidor a la revolución. «Bujarin y la derecha consideraban que no era conveniente forzar la marcha de la industrialización en la URSS, al creer que sería mucho menos traumático el desarrollo de la industria a su propio ritmo», desvela Lozano. El dictador, por su parte, entendía que había que potenciar el crecimiento de la industria a marchas forzadas para lograr que el país se convirtiera en una gran potencia. Por otro lado, el preferido de Lenin entendía que el campesinado no necesitaba de un poder dictatorial que le supervisara (como pretendía su oponente), pues eso provocaría un descenso radical de la producción. Estas y otras tantas divergencias provocaron una guerra abierta entre los dos.

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Bujarin no se mantuvo al margen y se defendió de las acusaciones con cifras. Afirmó (casi pronosticó) que las políticas de su viejo amigo eran brutales y declaró ante el Partido que el régimen que proponía ya no era tolerable en la URSS. También defendió que las purgas que proponía su contrario no debían permitirse. Cavó su propia tumba. Stalin (Secretario general del Partido desde 1922) dio un discurso titulado «Sobre la desviación de derechas en el PCUS» en el que, según Bullock, «estaba decidido a aniquilar completamente a Bujarin». Lo consiguió. Su enemigo fue censurado, se le relevó de sus cargos (entre ellos, el que mantenía en «Pravda») y se inició una campaña de «asesinato político» contra él. La tensión fue en aumento durante los años treinta hasta que, en 1937, fue detenido durante una de las múltiples purgas que llevó a cabo el líder supremo.

Despedida

Bujarin estuvo un año en prisión en espera de juicio. Pasó todo tipo de penurias. Desde palizas, hasta torturas. Y todo ello, para que admitiera una mentira: que había traicionado al Partido. Al final lo hizo, aunque no tanto para evitar el dolor, sino para salvaguardar la integridad de la URSS y evitar que se fragmentase. Desde la cárcel escribió además cuatro manuscritos. El más destacable de ellos es el fechado el 10 de diciembre de 1937. El texto (publicado en «Escrito en la historia», de Sebag) iba dirigido únicamente a Stalin y no contenía reproches. Ni mucho menos. Para empezar, el reo se despedía del que había sido su amigo. «Precisamente porque me queda tan poco tiempo deseo despedirme de ti por adelantado, antes de que sea demasiado tarde, antes de que la mano me deje de escribir, antes de que los ojos se me cierren, mientras el cerebro, aún trastabillándose, todavía funciona un poco».

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A continuación, añadía que no se retractaba de nada de lo que había dicho en su contra y que, precisamente por ello, entendía que su destino estaba sellado. «No tengo intención de pedirte o rogarte por nada que pudiera desviar mi caso de la dirección que está tomando. Si escribo es para tu información personal». No cargaba contra él. Tampoco le mostraba rencor. Incluso entendía lo que iba a pasar. «No pienses que pretendo venirte con reproches ni siquiera mentalmente. No nací ayer. Soy muy consciente de que los grandes planes, las grandes ideas y los grandes intereses son lo único que importa, y sé que sería mezquino por mi parte plantearte mis asuntos personales al mismo nivel que las tareas histórico-universales que recaen, muy en particular, sobre tus hombros».

Bujarin
Bujarin

Más que interceder por su vida, la carta sirvió para despedirse de Stalin y para hacerle varias peticiones. La primera fue que no le fusilaran y que le permitieran morir envenenando en su celda. Entre otras cosas, para que el miedo no le hiciera decir cosas que pudieran dañar al Partido. «Ya conoces mi natural: no soy enemigo ni del Partido ni de la URSS, y haré cuanto esté en mi mano [para servir a la causa]; pero, en tales circunstancias, apenas me siento capaz de dominar las emociones que me agitan el alma con tanta intensidad». También insistió en que quería despedirse de su esposa para que entendiera por qué daba la vida y no se suicidara tras su fallecimiento. Algo que, creía, no sería bueno para el sistema.

Sus últimas palabras eran desgarradoras: «¡Iósif Vissariónovich! Conmigo has perdido a uno de tus generales más capaces, un devoto de ti sin reservas. Pero todo eso es pasado […] No albergo nada hacia todos vosotros, hacia el Partido y la causa, nada que no sea un amor ilimitado. […] Tengo la conciencia limpia contigo, Koba. Por última vez te pido que me perdones (en tu corazón, no de otro modo). Y por eso te abrazo de pensamiento. Adiós para siempre, guarda un recuerdo amable de este destraciado». Stalin no atendió a sus peticiones y Bujarin fue fusilado en 1938.

Origen: El acto más vil de Stalin: purgar y asesinar a uno de sus grandes amigos por envidia

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