28 marzo, 2024

El alocado plan para cerrar el Mediterráneo y construir una presa en Gibraltar

Representación gráfica del conjunto del proyecto elaborada por Sörgel
Representación gráfica del conjunto del proyecto elaborada por Sörgel

El proyecto Atlantropa, concebido en los años 20 por el arquitecto Herman Sörgel, preveía bajar el nivel del mar entre cien y 200 metros e irrigar el Sáhara

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En el año 1928 un visionario alemán planeó bajar entre 100 y 200 metros el nivel del mar Mediterráneo, regulando el curso de sus aguas a través de sucesivas presas, una de ellas, la más gigantesca, situada en Gibraltar. El principal objetivo era desecar una superficie de terreno más grande que Francia para que Europa y África formaran un único continente: Atlantropa. El proyecto del arquitecto Herman Sörgel fue la más fantástica de las utopías de los años treinta, pero los nazis tenían otros planes en la cabeza.

Aunque el multimillonario egipcio, Naguib Sawiris, anunció en 2015 su intención de comprar una isla griega para dar a los refugiados de Oriente Medio y África un país propio, él mismo calificó su proyecto como una “idea loca”. Sin embargo, la faraónica idea de Sörgel de crear “un tapón de roca” en el estrecho de Gibraltar para impedir que las aguas del Atlántico penetraran en el Mare Nostrum, fue tomada en consideración por varios jefes de estado y en algún momento, incluso, por las Naciones Unidas, recuerda Der Spiegel.

Básicamente, se trataba de ganar al mar 660.200 kilómetros cuadrados de nuevas tierras, una superficie similar a Francia. Para tal fin, Sörgel planeó construir varias centrales hidroeléctricas de un tamaño inimaginable. La más grande de todas estaba en Gibraltar, pero había otras presas descomunales entre Sicilia y Túnez y en los Dardanelos.

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El proyecto final, además de dividir al mar Mediterráneo en dos cuencas (en la occidental se previó que el nivel del mar descendiera 100 metros y en la oriental el doble), contemplaba también construir varias represas en el río Congo y propiciar un mar interior en el centro de África que el arquitecto alemán esperaba que moderara el clima africano, haciéndolo más agradable para los colonos europeos.

Por muy alocado que pareciera el plan de Sörgel, algunos gobiernos del norte de Europa y algunas organizaciones internacionales lo tomaron en serio

Sörgel era un soñador. Su experiencia en la I Guerra Mundial y el ascenso del nazismo le convencieron de que solo podría evitarse una nueva guerra mundial con una solución radical para el desempleo que azotaba a Europa. Fue su poca fe en la política, la que le llevó a confiar en la tecnología.

En consonancia con las actitudes racistas y colonialistas de la época, Sörgel imaginaba que África, con sus inmensos recursos naturales y sus 30 millones de kilómetros cuadrados de superficie, estaría completamente a disposición de Europa, algo que permitiría al viejo continente plantar cara a América y Asia.

Herman Sörgel, autor del proyecto Atlantropa

Herman Sörgel, autor del proyecto Atlantropa

Deutsche Museum

De llegar a buen puerto el plan, Barcelona y Valencia habrían quedado alejadas varias decenas de kilómetros del mar y las islas de Mallorca y Menorca, pero también las de Córcega y Cerdeña, se habrían fusionado. En el Egeo, en lugar de un reluciente mar turquesa salpicado de turistas, emergerían de las profundidades restos de barcos con 2.500 años de antigüedad para blanquearse al sol como ballenas varadas. Incluso antiguas maravillas del mundo, como el Coloso de Rodas, podrían estar a la vista de cualquiera a lo largo de los caminos terrestres que recorrerían el antiguo fondo del mar.

Sörgel tenía pensado hasta el mínimo detalle. Por ejemplo, una enorme esclusa con paredes de hasta 100 metros de altura debía de permitir el paso de los mayores transatlánticos hacia el resto del Mediterráneo y su regreso. También pensó en coronar el “tapón de roca” de Gibraltar con un símbolo triunfal de 400 metros de altura: un rascacielos de acero y cristal, 70 metros más alto que el Empire State Building, que en aquel momento aún estaba en fase de construcción, según recordó la revista Der Spiegel en un reportaje publicado en 1998.

A su vez, el norte del Sáhara sería regado con agua previamente desalinizada del Mediterráneo, lo que permitiría robarle al desierto tres millones de kilómetros cuadrados de tierra fértil. Sörgel también ideó construir, una vez avanzara el proyecto, ocho centrales hidroeléctricas en las desembocaduras de los ríos y los estrechos. Pero, atención al dato: solamente las turbinas que planeó para la presa de Gibraltar habrían superado con creces la producción de energía actual de todas las centrales nucleares alemanas juntas.

Los proyectos de construcción a gran escala alimentaron las esperanzas de los políticos durante la Gran Depresión. Fue una época dorada para las construcciones faraónicas. Entre 1927 y 1932, los holandeses construyeron una presa de 15 kilómetros de longitud en Ijsselmeer, el lago artificial de 1.100 km cuadrados creado en el centro del país. El “Proyecto Zuiderzee” (“mar del sur”) sirvió para recuperar tierras y asegurar el estado de la costa, la mitad de la cual se encontraba bajo el nivel del mar. En la Unión Soviética, otros planes igual de vigorosos también contaron con la bendición oficial.

Sörgel creía que la única manera de evitar la segunda guerra mundial era la cooperación tecnológica en un enorme proyecto como Atlantropa

“Lo que hizo tan atractivo el plan de Sörgel fue la visión de que la paz mundial no llegaría a través de la política, sino de la tecnología”, apunta Ricarda Vidal, doctora en estudios culturales del King´s College London, en The Conversation. Para tal fin, la gigantesca central hidroeléctrica de Gibraltar que serviría electricidad a Europa y África sería supervisada por un organismo independiente con poder para cortar el suministro de energía a cualquier país que amenazara la paz. Además, Sörgel calculó que la construcción del súper-continente euroafricano requeriría que cada país invirtiera tanto dinero que ninguno tendría recursos suficientes para financiar una posible guerra.

En su momento, la posibilidad de que impulsar un nuevo continente fue tomada muy en serio por arquitectos, ingenieros y políticos. El archivo de Atlantropa que alberga el Deutsche Museum de Múnich abunda en esbozos arquitectónicos de nuevas ciudades, puentes que existirían en el futuro continente, así como contiene decenas de cartas de apoyo aparecidas tanto en la prensa alemana como en la internacional, así como en revistas de ingeniería y geografía.

Aerial view service harbor along Dutch dike Afsluitdijk, separation between the fresh water lake IJsselmeer and the salt Wadden Se

Vista aérea del dique que separa el lago Ijsselmeer y el Wadden Se en Holanda

Getty Images/iStockphoto

Arquitectos de renombre como Hans Poelzig, Peter Behrens, Fritz Höger, Hans Döllgast o el urbanista de Ámsterdam, Cornelis van Eesteren, aportaron diseños al proyecto de forma gratuita. Sólo Le Corbusier le dio la espalda al fantasioso plan.

Resulta llamativo resaltar lo que sucedió con los medios de comunicación. Mientras los periódicos del norte de Europa lo consideraron posible, la prensa sureña se lo tomó a chirigota. “En Toulon”, se mofaba la prensa marsellesa, “los buques de guerra estarán provistos de ruedas para poder entrar en el mar”. También el Corriere della Sera se burló de la posibilidad de que la silueta en forma de bota de Italia fuera engullida por la nueva masa de tierra y que los puertos de Italia quedaran aislados del mar. “Oh, el ingenuo Herr Sörgel”, publicó el diario milanés, “¿no tiene otros campos en los que recrear sus locas fantasías?”.

Si el plan hubiera cuajado Barcelona y Valencia habrían quedado alejadas del mar decenas de kilómetros

En perspectiva, sorprende que muy pocos repararan en las desastrosas consecuencias que hubiera tenido para el clima un plan de semejante naturaleza. Es verdad que las preocupaciones ecológicas eran ajenas a la posguerra. “A Sörgel”, escribe Der Spiegel, “nunca se le ocurrió cómo reaccionaría la corteza terrestre a la reducción de la carga de agua”.

Asimismo, tampoco se le pasó por la cabeza que su intención de cerrar el mar Mediterráneo con dos gigantescas presas en sus extremos, una en Gibraltar y otra en el estrecho de los Dardanelos, con las cuales evitar la entrada de agua procedente del Atlántico y del mar Negro, hubiera dado lugar a gigantescos lagos hipersalinos, al estilo del mar Muerto, es decir, a puros desiertos biológicos, en lugar de a los exuberantes campos que había imaginado.

Albert Speer junto a Adolf Hitler en 1933.

Adolf Hitler junto a su arquitecto y ministro Albert Speer

Bundesarchiv, Bild 146-1971-016-29 / CC-BY-SA 3.0

“La idea de Sörgel se basaba en la teoría, hoy en día confirmada por la ciencia”, señala el biólogo Lluís Sala en un artículo, “según la cual lo que hoy conocemos como el mar Mediterráneo fue durante un tiempo, hace entre unos 5 y 6 millones de años, tierra firme, la cual fue inundada por el océano Atlántico a través del estrecho de Gibraltar al final de la última glaciación. Su plan, pues, trataba simplemente de restaurar lo que había sido el orden natural de las cosas en el pasado, recuperando unas tierras hoy en día sumergidas”, escribe este experto en la regeneración del agua.

No fue hasta la llegada al poder de los nazis cuando el plan de Sörgel para transformar “el hambre de muerte y guerra de los europeos en algo más constructivo” perdió su fascinación. Aunque Hitler también especulaba con ganar terreno en Europa, su mirada no se dirigía al sur, sino al este. Además, Sörgel, que estaba casado con una mujer medio judía, era considerado por los nazis como alguien que no inspiraba precisamente confianza…

La presa de Gibraltar hubiera generado tanta energía como todas las nuclerares alemanas actuales

El periódico Süddeutsche Zeitung, uno de los más importantes del sur de Alemania, añade que Sörgel tampoco se paró a pensar en cómo organizar los cambios de turno para los 800.000 trabajadores que emplearían las presas, por preferir centrarse en las inmensas posibilidades de asentamiento que ofrecía la retirada de las aguas (Sörgel las llamó Neuland o tierras nuevas).

Sörgel estaba convencido de que podía cambiar al mundo (para bien) con Atlantropa. “Apenas dejó huellas como arquitecto, vivió para Atlantropa y aprovechó la herencia de su padre y la fortuna de su esposa para impulsar un proyecto que nunca estuvo cerca de materializarse. Los políticos no estuvieran a su lado, ni durante el período de Weimar, ni durante la era nazi, ni en la República Federal. Pero los artistas estaban fascinados”, declaró Wilhelm Füßl, administrador del archivo del Deutsches Museum a Süddentsche Zeitung. Como curiosidad, Sörgel pensó en Tánger, ciudad marroquí administrada entonces internacionalmente, como futura capital de Atlantropa.

Vista aérea de Tánger en 1932.

Vista aérea de Tánger en 1932.

Terceros

El proyecto no tocó a su fin hasta 1952. En diciembre de ese año, Herman Sörgel circulaba con su bicicleta por la Prinzregentenstrasse de Munich cuando fue atropellado por un automóvil. Atlantropa también murió ese día con él.

Pese a que hoy la crisis del clima haría pensar que el mundo ya ha desechado este tipo de proyectos colosales, otros países como China se plantean en la actualidad enormes planes de ingeniería climática.

Origen: El alocado plan para cerrar el Mediterráneo y construir una presa en Gibraltar

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