27 noviembre, 2024

El aventurero que se salvó gracias a sus heces

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La vida de Peter Freuchen parece de novela. Fue un gigante, y no sólo en sentido figurado: medía casi dos metros. Un gigante, eso sí, de carne y hueso, real. Si hubiera nacido en la época de los vikingos, sus hazañas habrían igualado las de Erik el Rojo. Si hubiera sido cristiano en la época de las cruzadas, habría conquistado Jerusalén. O la habría defendido mano a mano con Saladino, de haber sido musulmán. Pero nació físicamente en Dinamarca y espiritualmente en el Ártico. ¿Queréis saber qué hizo?

Entre otras cosas, se salvó gracias a “un cuchillo de mierda”. Perdonad el lenguaje soez, pero está justificado. Esas fueron sus propias palabras. Atrapado bajo la nieve, que sepultó su refugio, logró excavar un túnel gracias al instrumento que fabricó con sus heces congeladas. Brillante estudiante de Medicina, abandonó la carrera para convertir su vida en la más apasionante aventura. Al salir a la superficie descubrió que se le habían congelado varios dedos del pie izquierdo y se los amputó él mismo. Imaginad con qué.

Con Dagmar Cohn, su tercera esposa / Pinterest
Con Dagmar Cohn, su tercera esposa / Pinterest

La pierna se le gangrenó y al final se la amputaron en el hospital. Fue el episodio más escatológico de Peter Freuchen (1886-1957), pero no el único ni el más épico. Recorrió toda Groenlandia, incluso después de la operación. Durante la ocupación nazi de Dinamarca, y pese a su mutilación, militó en la resistencia. Para solidarizarse con los judíos, decía que él lo era. Lo detuvieron y lo condenaron a muerte, pero escapó y se asiló a medias en Suecia. A medias porque tenía “una pierna en Dinamarca”.

Antes de que todo eso ocurriera, desarrolló una ingente labor cartográfica, científica y etnográfica. Otros buscaban la gloria y los descubrimientos geográficos. Él quería conocer a las personas. Le preocupaban más los paisanajes que los paisajes. En eso coincidía con su gran amigo Knud Rasmussen (1879-1933), con el que sin duda compartirá asiento en el Olimpo de la exploración polar. Las principales obras de ambos están publicadas en castellano por la editorial Interfolio.

La estación ártica Thule, que fundaron Rasmussen y él / Wikimedia Commons
La estación ártica Thule, que fundaron Rasmussen y él / Wikimedia Commons

En la monumental Aventura en el Ártico , Peter Freuchen explica su transformación de hijo de una familia de la pequeña burguesía danesa en esquimal. Tal fue la palabra que utilizaron él y Rasmussen, autor de De la Groenlandia al Pacífico: dos años de intimidad con tribus esquimales desconocidas , también en Interfolio. La traducción ha respetado el original porque esta expresión no tenía entonces las connotaciones peyorativas de hoy. Y si alguien era respetuoso con el pueblo del hielo esos eran ellos.

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Francesc Bailón, antropólogo y guía cultural del Ártico, recuerda que hasta 1977, a raíz de la primera Inuit Circumpolar Conference, celebrada en Barrow (Alaska), no se recomendó utilizar el vocablo inuk y su plural, inuit, en vez de esquimal y esquimales. Además de por este consejo léxico, aquella cita internacional fue memorable porque reunió a representantes inuit de Alaska, Canadá y Groenlandia. Todos ellos, como años antes comprobaron Freuchen y Rasmussen, forman parte del mismo grupo étnico.

Navarana / Editorial Interfolio
Navarana / Editorial Interfolio

La conversión en esquimal fue más fácil para Rasmussen, hijo de un misionero danés y de una inuk, que para Freuchen, cuyos padres eran unos prósperos comerciantes daneses. Nuestro personaje llegó al interior de Groenlandia por primera vez con 19 añitos y, aunque era muy abierto de mente, algunas prácticas le causaron repulsa. Una vez quedó medio prendado de una atractiva nativa. Ella, para demostrarle que era muy limpia, le invitó a que viera como se lavaba el pelo. El champú fue un cubo rebosante de orina.

Peter Freuchen descubrió aspectos terribles, como los infanticidios y el desapego hacia los más ancianos. Las condiciones extremas en que vivía la comunidad justificaban muchas de sus costumbres. Pero aquel pueblo tenía más virtudes que defectos. Si, por ejemplo, dos aborígenes participaban en una competición deportiva, el reparto de los premios era muy peculiar: un vaso de licor para el perdedor y nada para el ganador, que ya tenía la gloria. También era sorprendente que, obligados a ayudarse mutuamente, los inuit nunca se dieran las gracias.

El gran amor de su vida / Editorial Interfolio
El gran amor de su vida / Editorial Interfolio

No era ingratitud o soberbia. Todo lo contrario, como descubrió nuestro personaje. Un inuk le dijo una vez: “En este país somos verdaderamente humanos y por lo tanto nos ayudamos los unos a los otros”. De hecho, eso significa inuitla gente, las personas. La caza se repartía, pero qué pasaba con quienes tenían mala suerte o no corrían ni remaban tan deprisa como los otros. “Si tuvieran que estar siempre agradecidos, se considerarían inferiores”. Por cosas así, Peter Freuchen se enamoró del mundo inuk.

Y, más tarde, en 1911, de una inuk. Teresa García y Ángel Sanz, dos guerrilleros culturales y editores de Peter Freuchen, admiten que algunas partes de su relato no son recomendables para estómagos remilgados. Su historia de amor con Navarana, sin embargo, es de las más bonitas que se pueden leer. Se quisieron con pasión y tuvieron dos hijos. Una noche, durmiendo a su lado y junto a otros inuit, el explorador se despertó. Escuchó la respiración tranquila de quienes le rodeaban en el iglú, se sintió aceptado por su nueva familia y fue feliz, inmensamente feliz.

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Aquí yace Navarana / Editorial Interfolio
Aquí yace Navarana / Editorial Interfolio

Aquella noche en el Ártico, explica en sus memorias, volvió a dormirse “con una sensación de alegría que pocas personas podrán experimentar”. Pero lamentablemente la felicidad tenía fecha de caducidad. Navarana falleció en 1921, víctima de la mal llamada gripe española. Se la conoce así porque se expandió en plena Primera Guerra Mundial y, a diferencia de otros países enfrentados en la contienda, la neutral España no censuró los informes sobre la enfermedad.

La viudez lo destrozó. Él siempre había sido muy crítico con los blancos imbuidos de la misión de civilizar a los inuit. Sus críticas crecieron cuando los misioneros daneses en Groenlandia se negaron a que su mujer fuera enterrada en un camposanto porque era “una pagana”. Peter Freuchen siguió viajando toda su vida y se volvió a casar dos veces más, pero ya nunca volvió a ser el mismo. Navarana era su ancla. Sin ella se encontraba fuera de lugar. Entre los inuit era un blanco; y entre los blancos, un inuk.

Con su tercera esposa (y sin su pierna izquierda) / SAS
Con su tercera esposa (y sin su pierna izquierda) / SAS

Javier Peláez explica en otra obra excelente, 500 años de frío (Crítica), cuáles son las características de un aventurero, según le explicó Walter Cunningham, de la tripulación del Apolo 7. La verdadera aventura, consideraba el astronauta, “debe suponer un avance en el conocimiento humano, implicar un serio riesgo para la vida y tener un final incierto”. Nadie le podrá regatear ninguna de estas circunstancias a Peter Freuchen, que contribuyó a cartografiar Groenlandia cuando su costa norte ni siquiera figuraba en los mapas.

Sus mediciones sobre la temperatura y la altitud contribuyeron inconscientemente a sentar las bases de futuras disciplinas, como la aeronáutica. Mientras hacía todo esto, estuvo a punto de ser devorado por los lobos (un compañero de una de sus expediciones, Tobías, murió bajo sus fauces). Realizó interminables viajes por el desierto blanco, a pie o en trineos de perros. Sufrió aludes y tempestades. Le atacaron los osos polares. Presenció ceremonias chamánicas sobrenaturales. Pasó hambre y fatalidades sin fin. En definitiva, vivió, amó y fue amado.

La película / MGM
La película / MGM

Una vez quedó atrapado en un témpano que se desprendió de la banquisa y comenzó a navegar a la deriva, mientras el hielo se iba deshaciendo poco a poco. Fue rescatado in extremis cuando ya se había resignado a una muerte en el mar. Todas esas experiencias y lo que aprendió junto a sus amigos y familiares aborígenes le sirvieron para firmar el guión de la película Skimo , que dirigió en 1933 W.S. Van Dyke y obtuvo el Oscar al mejor montaje.

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A partir de ese momento vivió a medio camino entre Groenlandia, Dinamarca y Estados Unidos, donde se convirtió en un personaje muy popular, y no sólo por su exitosa labor en Hollywood. En 1956, con 70 años, una enorme barba blanca y aspecto de gigante bonachón y tímido, participó en una especie de ¿Quién quiere ser millonario? Los participantes en The $64.000 Question respondían a preguntas de conocimiento general y el premio se iba duplicando a medida que las cuestiones se volvían más difíciles.

La pregunta final tenía un premio de 64.000 dólares, de ahí el título del concurso. Ved el vídeo de arriba, correspondiente a una fase previa. Ahí lo tenéis. Un hombre valiente, que nunca sintió miedo en la inmensidad del Ártico y que ante las cámaras no sabe qué hacer con sus manos. “Parece usted el capitán Ahab, de Moby Dick ”, le dicen. “He cazado ballenas, sí”, musita él. Su temario versó sobre los siete mares. Por supuesto, se alzó con el premio final en un programa posterior al de esta grabación. Aunque ganó, el espectador de hoy no puede evitar una sensación agridulce…

Los inuit tienen una palabra para decir que ya han matado a su primera morsa, tan importante es esta acción en su vida. El del vídeo no es el verdadero Peter Freuchen, que murió de un infarto un año después, en Anchorage (Alaska). El verdadero sigue aún vivo y fuerte en el archivo fotográfico del Arktisk Institut. O en las páginas de un libro tan maravilloso como Aventura en el Ártico. Su recuerdo está en el musgo de la tumba de Navarana, en la madriguera de los osos polares y en la nieve de primavera de la isla Saunders, que los inuit llaman Aqpat, en la bahía de Baffin.

Allí cazó su primera morsa. Y allí fue el hombre más feliz del mundo.

Esta tierra es maravillosa, pero tenemos que pagar muy cara su belleza”

Origen: El aventurero que se salvó gracias a sus heces

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