El cineasta judío que admiraban Hitler y Goebbels: se vio obligado a huir de la Alemania nazi
El director de ‘Metrópolis’, Fritz Lang, había nacido en Viena y sus producciones eran apreciadas en la cúpula nacionalsocialista.
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El 23 de marzo de 1933 el hasta entonces canciller alemán Adolf Hitler pronunció unas palabras en el Reichstag que avanzaban el futuro que depararía a la cultura del pueblo alemán. «El gobierno del Reich va a emprender una purga moral completa del cuerpo del pueblo. Todo el sistema de educación, el teatro, el cine, la literatura, la prensa y la radio se utilizarán como un medio para este fin y se evaluarán en consecuencia«.
Al día siguiente, la aprobación de la Ley Habilitante otorgaba plenos derechos al canciller temporalmente. Hitler jamás renunció a ellos. Para los nacionalsocialistas el arte era un instrumento fundamental para moldear una sociedad alemana que les apoyaba en su mayoría pero que todavía no era homogénea.
«Ningún otro gobierno de los años de entreguerras estuvo tan obsesionado por el arte y la cultura como el régimen nazi», escribe el catedrático Thomas Childers en El Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi (Crítica). Esta obsesión no había surgido de la nada. Desde muy pequeño, Hitler fantaseaba con ser un gran artista: desde pintor realista a un gran arquitecto que construyera edificios monumentales. Soñaba con ser «un héroe wagneriano».
Pese a su pasión por el arte en todas sus expresiones, tanto Hitler como la cúpula del partido nacionalsocialista rechazaba el florecimiento cultural vibrante de la República de Weimar. «Para Hitler y los nazis, todo lo que surgió en la vida cultural alemana después de la revolución de 1918 —arte experimental, jazz y música dodecafónica, modernismo literario y arquitectónico, teatro de vanguardia y películas expresionistas, en suma, todos los movimientos que se originaron en el Imperio de la preguerra— era corrupto, degenerado y extranjero», expone Childers.
«Bolchevismo cultural»
Los nazis tildaban a estas variantes artísticas como «bolchevismo cultural». Rechazaban el cine de posguerra por su «sexualidad sórdida». Tal era su odio que en 1930, cuando todavía no habían llegado al poder, atentaron en el palaciego Mozart-Saal, donde se estrenaba la versión cinematográfica de la novela antibélica Sin novedad en el frente.
«Destrozaron el lugar, arrojaron bombas fétidas desde los pisos altos, liberaron a cientos de ratones en la platea y, al grito de ‘Juden raus!’ (Judíos fuera!), maltrataban a cualquiera que ellos pensaran que era judío«, relata el catedrático estadounidense. De esta manera, y después de organizar numerosas manifestaciones contra el filme, el Consejo Cinematográfico del país retiró la película de la cartelera.
Una vez llegaron al poder, su «purificación» no tuvo límites. En primavera de 1933, la Ley para la Restauración de la Fundación Pública condujo al inmediato despido de los «no arios» de los teatros, orquestas, museos y demás instituciones a cargo del Estado. UFA, el estudio mas grande de la industria cinematográfica alemana expulsó a directores, actores, cámaras etc. por su condición de judío.
La ley implantada por los nazis obligó a Fritz Lang, cuyas películas admiraban tanto Hitler como Joseph Goebbels, a marcharse de Alemania
Fue así como la ley implantada por los nazis obligó a Fritz Lang, cuyas películas admiraban tanto Hitler como Joseph Goebbels, a marcharse de Alemania. Lang había nacido en Viena el 5 de diciembre de 1890. Su madre era judía y según la política nacionalsocialista, Fritz Lang también era el enemigo.
Daba igual que su madre se hubiera convertido al catolicismo por su marido o que Lang no se interesara por la religión. Su ascendencia semita era suficiente para ser señalado. Hasta 1933, Fritz Lang había dirigido producciones como Metrópolis, La mujer en la Luna o El testamento del Dr. Mabuse.
De hecho, nada más finalizar el rodaje de este último filme, Goebbels le ofreció hacerse cargo de la dirección de la UFA. El director, atónito, respondió que su madre era judía y que varias de sus producciones habían sido abiertamente criticadas por los nazis. «Nosotros decidimos quién es ario y quién no«, replicó el que fuera ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945.
La lógica nazi había caído en la irracionalidad. La obra de Fritz Lang era artísticamente innegablemente valiosa a la vez que era judío, supuestamente los responsables del declive de Alemania. Esa misma noche decidió que abandonaría el país, a la vez que a su compañera y segunda esposa Thea von Harbou, quien terminaría apoyando la causa nazi, y se marchó a Hollywood. El estreno de El testamento del Dr. Mabuse, por su parte, fue prohibido por «incitar al comportamiento antisocial y al terrorismo contra el Estado».
Allí, iniciando su nueva vida lejos del nacionalsocialismo, comenzó una nueva carrera cinematográfica a partir de 1936, tras el estreno de Furia, protagonizada por Sylvia Sidney y Spencer Tracy.
Como Lang, muchos otros cineastas se vieron en esta misma situación. Billy Wilder, por ejemplo, también se vio obligado a emigrar y su madre terminó muriendo en el campo de concentración de Auschwitz. Lo mismo sucedió en el sector del teatro, donde los innovadores Erwin Piscator y Max Reinhardt también huyeron dejando a Alemania vacía de un arte que no apoyara incondicionalmente al Tercer Reich.
Origen: El cineasta judío que admiraban Hitler y Goebbels: se vio obligado a huir de la Alemania nazi