El descabellado plan de Franco para hacerse con la Mona Lisa: trasladar el Louvre a Segovia
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!La Gioconda, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo pudieron llegar a España durante la guerra para protegerlas de los bombardeos.
En todas las guerras parece que la cultura pasa a un segundo plano. El arte es otro de los daños colaterales en los conflictos bélicos, víctimas silenciosas de un valor incalculable para la humanidad que desaparecen con cada bombardeo, saqueo y batalla. En la Segunda Guerra Mundial, numerosos museos históricos europeos se vieron bajo control nazi y la encarnizada lucha con los Aliados peligraba los tesoros de sus interiores.
Los franceses supieron actuar con rapidez antes de que el gobierno cayera ante el avance nazi. España había sido el precedente de lo que los franceses harían posteriormente. Al mes del golpe de estado de Francisco Franco, Sánchez Cantón, entonces subdirector del Museo del Prado, ordenó el cierre sin previo aviso para mover y amontonar pinturas y esculturas a las salas inferiores, las más seguras en un principio. La galería principal se había vaciado y solo quedaban sacos de tierra y arena para frenar el daño de las bombas incendiarias franquistas.
Finalmente se llegó a la conclusión de que Madrid no era segura para albergar el arte español y se inició un complejo traslado a Valencia. De allí muchas de las obras pasarían a Cataluña hasta terminar en la ciudad de Ginebra (Suiza). De esta manera, siguiendo los pasos del Prado, el Museo del Louvre evacuó numerosas pinturas, entre ellas la Mona Lisa de Leonardo da Vinci, y fueron alejadas de la capital francesa entre agosto y septiembre de 1939 gracias a Jacques Jaujard, director de los Museos de Francia en ese momento.
Aprovechando la oscuridad de la noche, la Venus de Milo, las joyas de la corona francesa y miles de obras fueron esparcidas por todo el país —principalmente se guardaron en los castillos al suroeste de Francia—. Jaujard no solo era consciente del peligro de las bombas. Sabía del interés alemán por el arte pictórico. El führer tenía pretensiones artísticas desde su adolescencia y era descrito con frecuencia en la prensa nazi como «El artista Hitler». Admiraba el realismo del siglo XIX y, según relata Thomas Childers en El Tercer Reich: una historia de la Alemania nazi (Crítica), solía pintar con acuarelas aunque «nunca tuvo el talento ni la disciplina de trabajo suficientes como para alcanzar los grandiosos éxitos que imaginaba».
Asimismo, el arte no solo peligraba debido a que los nazis tenían la intención de llevarse los tesoros del Louvre a Alemania. A la vez que Hitler amaba el arte, también lo aborrecía. Artistas modernistas como Otto Dix, Paul Klee o George Grosz habían sido consideraros «arte degenerado» por el Tercer Reich. Para el año 1939, los alemanes ya habían requisado 17.000 piezas de arte prohibido.
Así, gracias a la labor del director de los Museos de Francia el histórico museo se quedó prácticamente vacío. Los antiguos pasillos que Diderot recorría a diario ya no tenían nada que mostrar. En su lugar, los nazis confiscaron arte procedentes de colecciones privadas, pertenecientes a familias judías en su gran mayoría.
El Louvre al Palacio Real de Riofrío
Sin embargo, pese a la enorme labor de protección de las obras del Louvre, los castillos del valle del Loira y del sur del país galo no eran el lugar idóneo para unos cuadros que necesitaban unas temperaturas y humedades características.
Franco, que se había mantenido al margen de la guerra pese a su simpatía hacia el Eje, veía desde Madrid cómo la Alemania nazi comenzaba a retroceder. Su homólogo ideológico iba a perder la guerra. En consecuencia, el dictador propuso a Philippe Pétain, jefe de Estado del régimen de Vichy en la Francia ocupada por la Alemania nazi, trasladar las obras originarias del Museo del Louvre a España, tal y como escribe el historiador Arturo Colorado Castellary en Arte, revancha y propaganda (Cátedra).
España estaba libre de cualquier tipo de bombardeo por parte de los aliados y Franco quería cambiar su imagen ante la opinión pública, por lo que quería apuntarse el tanto de haber salvado el Museo del Louvre. En concreto había pensado en el Palacio Real de Riofrío, una de las residencias de la Familia Real Española que fue construido en el año 1751 por el arquitecto Virgilio Rabaglio.
De estilo barroco, era un lugar más que aceptable para que descansaran allí la Mona Lisa, la Victoria de Samotracia o la Venus de Milo. Había sido utilizado como pabellón de caza en el siglo XVIII y XIX y solo residieron en él personas reales durante cortos períodos en la segunda mitad del XIX —como es el caso de Francisco de Asís de Borbón o Alfonso XII cuando enviudó—.
De hecho, no era la primera vez que se pensó en el Palacio de Riofrío como complejo museístico. María Isabel de Braganza, segunda esposa de Fernando VII, había sido educada en el mundo de las artes. Primero por el portugués Domingos António de Siquiera y luego por el español Vicente López, aprendió el arte de la pintura y realizó retratos de su marido y de su primera hija, la cual falleció a los cinco meses. Pese al desinterés del monarca, María Isabel aspiraba a la construcción de un museo que reuniera obras repartidas por toda España, como las piezas abandonadas a su suerte en los sótanos del Monasterio de San Lorenzo.
Escribe el licenciado en Historia del Arte y Periodismo Peio H. Riaño en Las invisibles (Capitán Swing) que su intención era abrir tal galería a la sociedad para que pudieran ser contempladas por el pueblo, «como hacían los franceses desde hacía 20 años en el Louvre».
Los salones del Museo del Louvre eran accesibles a todo quien quisiera acercarse. «Gratis y abierto al púbico, el Salón atraía tanto a la audiencia esperada de diplomáticos extranjeros, aristócratas, financieros, recaudadores de impuestos, comerciantes ricos y artistas en ciernes como a una variedad de los llamados plebeyos, entre ellos trabajadores y sirvientes», narra el profesor de Humanidades Andrew S. Curran en Diderot y el arte de pensar libremente (Ariel).
María Isabel decidió que tal proyecto debía tener lugar en Palacio de Riofrío. No obstante, Francisco de Goya se lo desaconsejó, alegando que expusiera las obras en Madrid, donde más gente pudiera admirarlas —este sería el primer paso para la construcción del Museo del Prado—.
Sería la primera vez que el palacio real se descartaría como posible gran museo español. Pero no sería la última, pues la sugerencia de Franco más de un siglo después tampoco saldría adelante. Pese a la tentativa del dictador de ofrecer tal ayuda para emplearla posteriormente de manera propagandística, los conservadores franceses optaron por dejar las obras donde estaban hasta que terminara la guerra.
Origen: El descabellado plan de Franco para hacerse con la Mona Lisa: trasladar el Louvre a Segovia