El desmadre sexual de Casanova en España: inquisición, infidelidades y Leyenda Negra
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!«Las pulgas, las chinches y los piojos son tres insectos tan comunes en España que han llegado a no molestar a nadie. Los miran como una especie de prójimo», relató el veneciano tras su estancia en prisión
Con cierta ligereza y falta de miras, se afirma que Giacomo Girolamo Casanova fue «el primer playboy» de la Historia, como si hubiera inventado algo nuevo. Seducir a monjas, mujeres casadas, viudas, nobles lujuriosas, grupos de señoras y tríos no tenía nada de inédito, sobre todo en la casquivana República de Venecia, salvo porque se cuidó de documentar sus más de 132 conquistas con toda precisión y realismo en la obra«Histoire de ma vie». Casanova fue un aventurero y un seductor, pero sobre todo un escritor adelantado a su siglo, lo cual no evitó que se asombrara ante las lascivas estampas que encontró en el Madrid de finales del siglo XVIII.
Giacomo Casanova –que hoy se usa como sinónimo de ser un rompecorazones– era hijo de una pareja de comediantes que viajaba por toda Europa con sus espectáculos, bien es cierto que nunca se ha podido confirmar si ese era su auténtico padre. A los ocho años, una hechicera lo curó de una hemorragia en la nariz, lo que ha su juicio le erradicó la imbecilidad devolviéndole la cordura y la memoria. A los 12 años comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de Padua y aprendió filosofía y ciencia del senador veneciano Malipiero, con el cual rompió amistad cuando salió a la luz su lío con la favorita del político, una cantante llamada Teresa.
Antes de aquello, según narra su autobiografía, el veneciano inició su lista de hazañas sexuales a los 15 años con un trío con Nanetta y Marta Savorgnan, aunque supuestamente había perdido ya su virginidad con 11 años. Estas hermanas cayeron locamente prendidas de sus encantos y sus llamativos rasgos. Era alto, de pelo moreno y rizado, nariz aguileña y muy corpulento.
Quizás imaginando que así podría apagar su fogosidad, a los 21 años su madre lo llevó a Roma para que entrara al servicio del Cardenal Acquaviva en la condición de fraile. Como es evidente, aquella no era su vocación y no tardó en abandonar la carrera eclesiástica para probar fortuna en la música, como violinista. A su regreso de un viaje a Corfú y Constantinopla, estaba tocando el violín de forma callejera cuando un noble veneciano, Matteo Bragadin, sufrió un infarto. Casanova logró salvar al noble, que, agradecido, se convirtió en su benefactor. Fue aquel periodo, con los bolsillos llenos de oro, cuando se abonó completamente a la vida de aventurero profesional. Sus constantes escarceos amorosos con monjas y mujeres casadas despertaron el interés de la Inquisición veneciana. El italiano tuvo que abandonar su país por un tiempo. Así lo haría, una y otra vez: cada vez que se veía cercado, ponía tierra de por medio para evitar su paso por prisión.
La peligrosa lujuria de la noche madrileña
Durante sus viajes, Casanova recorrió Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Italia, España, Rusia y Polonia, donde además de seducir mujeres mataba el tiempo conversando con algunos de los personajes más destacados de su tiempo: el filósofo Voltaire, el músico Amadeus Mozart y Benjamin Franklin, entre otros. En torno al año 1767, Casanova, de ancestros aragoneses, dio con sus huesos en Madrid tras ser fulminantemente expulsado de París. «El español convierte en cuestión de honra el más mínimo desliz de la mujer que le pertenece. Las intrigas de amor son en extremo misteriosas y llenas, según me dijeron, de peligros», escribió en su autobiografía sobre el carácter de las relaciones amorosas en el Madrid del siglo XVIII.
Si bien algunos estudios históricos desmitifican la visión extendida que se tiene de la lasciva corte de Madrid durante aquel periodo, donde se contaba que la XIII Duquesa de Alba – la supuesta amante de Goya– se amparaba en la oscuridad para mantener relaciones con desconocidos de clases bajas junto a otra nobles, es cierto que las noches en la capital no eran aptas para todos los públicos.
Nada extraordinario comparado con otras capitales europeas, pero sí en la violencia de sus cornudos: no eran nada extrañas las noches que arrojaban un saldo de 20 asesinatos, ni los amaneceres que revelaban el cuerpo desnudo y apuñalado de una de sus más bellas cortesanas, caído en pleno centro. Además de las fatales consecuencias de las infidelidades, a Casanova, que sufrió durante su vida de sífilis, gonorrea y herpes, le llamó la atención que los amores venales «han difundido enfermedades venéreas por todo Madrid pese a la vigilancia inquisitorial, y me han asegurado que las monjas mismas las sufran sin que nunca hayan hecho el menor daño a su divino esposo».
Más allá de la desenfrenada sexualidad de unas mujeres que «son muy hermosas y siempre están dispuestas a favorecer algún enredo para engañar a todos los seres que las rodean a fin de espiar sus intrigas», la impresión que causó el país a Casanova fue terrible y se basó en algunos de los tópicos extendidos por la Leyenda Negra. Su descripción es la de una nación atrasada, un camino real casi impracticable y de posadas medievales, donde las habitaciones tenían el cerrojo por fuera para facilitar los registros de la Inquisición.
Antes de entrar en Madrid, Casanova sufrió el registro de su equipaje en la puerta de Alcalá a la búsqueda de libros prohibidos y, esto lo pasa de soslayo, especialmente de tabaco que no fuera nacional. En su breve estancia en Madrid, el aventurero asesoró al político Pablo de Olavide en su proyecto de colonización de la Sierra Morena, pero nunca logró penetrar en las altas esferas cortesanas.
Acusado por su criado de tener armas en su habitación, Casanova fue encerrado en el palacio del Buen Retiro, empleado entonces como cárcel, donde el italiano pasó unos días y dio fe de lo insalubre del sistema penitenciario español. «Las pulgas, las chinches y los piojos son tres insectos tan comunes en España que han llegado a no molestar a nadie. Los miran como una especie de prójimo», relata. Tirando de sus contactos europeos, el propio conde de Aranda – el hombre fuerte de Carlos III– se presentó en el Buen Retiro para liberarle. Aquel paso por la cárcel, la omnipresencia de la Inquisición, la lujuria letal de las noches madrileñas y su escaso éxito político convencieron a Casanova de abandonar para siempre la Corte en 1768.
Salió de Madrid, pasó por Zaragoza y aterrizó en Valencia, una ciudad desagradable e incómoda, de calles sin pavimentar, «sin cafés ni sitios donde poder sentarse a tomar algo, salvo tabernas indecentes de vino detestable». Es aquí donde conoció en profundidad a una bailarina italiana, amante de Ambrosio Funes de Villalpando, Conde de Ricla y capitán general del Principado de Cataluña, que fue su perdición en España. Cuando el obispo de Barcelona autorizó la vuelta de la bailarina a esa ciudad, Casanova trasladó sus furtivas visitas nocturnas allí. Fue encerrado por orden del noble en la Ciudadela durante una 47 días. A su salida, se le dio tres días de plazo para salir de Barcelona y ocho de Cataluña.
La experiencia española de Casanova no podía ser peor: espantado en Madrid, hostigado por la Inquisición y expulsado de Barcelona. El italiano abandonó el país entre maldiciones, prometiéndose no regresar aunque se lo pidieran:
«¡Pobres españoles! La belleza de su país, la fertilidad y la riqueza son la causa de su pereza, y las minas del Perú y del Potosí son las de su pobreza, de su orgullo y de todos sus prejuicios. Para convertirse en el más floreciente de todos los reinos de la tierra, España tendría necesidad de ser conquistada, zarandeada y casi destruida, y renacería apta para ser la morada de los seres felices».
Origen: El desmadre sexual de Casanova en España: inquisición, infidelidades y Leyenda Negra