28 marzo, 2024

El dividido Congreso de 1918 y la decisión de Alfonso XIII para salvar a España del «engendro político»

La jura de los ministros, tras formar el Gobierno el 21 de marzo de 1918, junto al Rey Alfonso XIII (quinto por la izquierda) - Ramón Alba
La jura de los ministros, tras formar el Gobierno el 21 de marzo de 1918, junto al Rey Alfonso XIII (quinto por la izquierda) – Ramón Alba

En las elecciones de febrero de ese año ni los conservadores ni los liberales alcanzaron una mayoría aplastante y hasta 18 partidos entraron en el Congreso, lo que hizo imposible formar un Ejecutivo «de altura» con una auténtica representación nacional

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Los españoles ya nos hemos visto en una situación parecida. El plena escasez de bienes de primera necesidad durante la Primera Guerra Mundial y con una crisis aún mayor, tuvimos que ir a la urnas tres años consecutivos. Aquellas elecciones generales dieron como resultado un Congreso todavía más fragmentado que el que ha resultado del 10-N. En 1918, la segunda de ellas, los dos partidos mayoritarios no fueron capaces de ponerse de acuerdo para formar Gobierno y la parálisis institucional se enquistó aún más. ¿Quién tuvo, entonces, que tomar cartas en el asunto para intentar salvar la situación de bloqueo ante la incompetencia de los partidos políticos? El Rey Alfonso XIII.

Alfonso XIII
Alfonso XIII

Pedro Sánchez no logró, efectivamente, ninguno de los dos objetivos que buscaba con la repetición de los comicios este domingo: ni reforzó sus resultados con respecto a abril, ya que perdió tres escaños, ni desgastó a sus enemigos. Todo parecía indicar que, después del 10-N, el líder socialista iba a tener más difícil formar gobierno, pese a su victoria electoral y ante el Congreso de los Diputados más fragmentado de la historia de la democracia: 16 partidos. Pero ayer, Sánchez y Pablo Iglesias nos sorprendieron con un acuerdo expres para formar un Ejecutivo progresista, que pone de manifiesto que no haber alcanzado un acuerdo antes fue un ejercicio de tacticismo por ambas partes.

España vivió situaciones semejantes durante la Restauración, durante las crisis que se produjeron entre 1917 y 1922. En aquella ocasión, sin embargo, las salidas que se buscaron fueron diferentes. Se tuvieron que tomar decisiones más drásticas y de urgencia con varios gobiernos de concentración que agrupaban a partidos políticos de ideología muy diferente, pero que representaban a un espectro mayor de la población. Algo a lo que parece no estar dispuesto Sánchez, una de cuyas opciones para que España saliera del bloqueo era hacer una gran coalición con el PP que superaría los 200 escaños.

Eduardo Dato

En 1917, la decisión para salir del bloqueo institucional la tomó el Rey Alfonso XIII. España se encontraba en una grave crisis social, política y militar durante el Gobierno del conservador Eduardo Dato como consecuencia de la escasez de alimentos de primera necesidad, el caciquismo y el clima creado por la neutralidad en la Gran Guerra. En busca de una solución, el monarca sustituyó a Dato por un «Gobierno de concentración» el 30 de octubre. Estaba presidido por el liberal Manuel García Prieto, pero la solución no fue todo lo efectiva que esperaba.

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Portada de «Crónica Gráfica», con García Prieto (izquierda)
Portada de «Crónica Gráfica», con García Prieto (izquierda)

«Alfonso XIII consideró la necesidad de que un Gobierno de concentración como este podría abordar los graves problemas planteados en esa etapa», explica el historiador Manuel Sainz de Vicuña y García-Prieto en uno de sus artículos para la Real Academia de la Historia. Pero lo cierto es que, para acabar con el problema, ya no servían los viejos políticos ni el sistema de gobierno turnante implantado por la Restauración. Como dijo Ortega y Gasset, «un sistema de viejo equilibrio se había roto» y «el nuevo no se había alzado». El conde de Romanones calificó aquella situación de «engendro político», pues en él cada ministro caminaba por su lado y tenía intereses distintos, sin un programa en común, sino programas absolutamente diferentes.

Poco después de crearlo, el Gobierno volvió a ser disuelto y se llamó a los ciudadanos a votar en unas elecciones generales que fueran limpias, democráticas y en las que hubiera una amplia representación de fuerzas para tratar de calmar a la sociedad. Ese era el único objetivo que se marcó relamente García Prieto: «Convocar unas nuevas Cortes que fueran elegidas por abstención de toda intervención gubernativa». Las elecciones se celebraron el 24 de febrero de 1918 y en ellas ni los conservadores ni los liberales alcanzaron una mayoría aplastante, tal y como ha ocurrido en las comicios del pasado domingo entre el PSOE de Pedro Sánchez y el PP de Pablo Casado: Antonio Maura, conservador, obtuvo 27 diputados; Eduardo Dato, conservador, logró 100; Manuel García Prieto, liberal, 81; el conde de Romanones, liberal, 36; Santiago Alba, liberal, 25; y Francesc Cambó, regionalista, 23.

Con unas fuerzas tan dispersas y tantos líderes que se consideraban en funciones de jefe era imposible formar un Gobierno «de altura» que pudiera tener una auténtica representación nacional y resolviera los males del país. Eso era lo que demandaba Cambó, presidente de la Lliga Regionalista y hombre del momento en la política española. Fue entonces cuando Alfonso XIII se aplicó a fondo y demostró lo que el director de ABC, Juan Ignacio Luca de Tena, diría de él años después: «Entre sus defectos está el de su inteligencia, pues, con excepciones notorias como las de Canalejas, Maura, Dato y algunos pocos más, el monarca era más inteligente que la mayoría de sus ministros».

El despacho de Alfonso XIII

Para lograr su empeño tras aquella fragmentación del voto, y a la vista de un Parlamento tan dividido, Alfonso XIII se vio obligado a tomar las riendas del país para formar un Ejecutivo de garantías que representara a todos. El Rey convocó en su despacho, a la misma hora y de forma simultánea, a todos los líderes de los partidos políticos y, una vez reunidos, les invitó a formar un Gobierno de carácter nacional. Al ver que estos se resistían, dadas sus diferencias irreconciliables, amagó con renunciar a la Corona. Su objetivo era forzar la voluntad de los representantes, los cuales, al percatarse del problema que podría plantear la expatriación del Monarca, aceptaron la propuesta.

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Portada de Antonio Maura
Portada de Antonio Maura – ABC

El conde de Romanones, presente en aquella reunión en el despacho del Rey, describió la escena así: «Casi sin discusión, todos le manifestamos estar dispuestos a satisfacer sus deseos». Entonces, sigue narrando, el propio Alfonso XIII tomó papel y pluma y dijo: «Yo haré de secretario». Entonces fue confeccionando la lista de los nombres y los cargos que ocuparía cada uno: «Primero, el nombre de Maura para la Presidencia, que aceptó con aire de resignación, aunque yo creo que en el fondo satisfecho al ver cómo la justicia se abre paso y cómo las campañas contra él terminaban proclamándole indispensable. Dato, en Estado; García Prieto, en Gobernación; Romanones, en Gracia y Justicia; Alba, en Instrucción Pública; Cambó, en Fomento. Aunque ausentes, se anotaron otros tres nombres para los restantes Ministerios: González Besada, en Hacienda; Marina, en Guerra, y el almirante Pidal, en Marina».

Alfonso XIII demostró así ser «un estadista sagaz y un político resuelto y frío», tal y como lo calificó el primer ministro inglés, Winston Churchill. Según expresó Romanones varios años después, «de haber perdurado aquella combinación del Rey de España, se habría evitado todo lo que ocurrió después». Así surgió ese «Gobierno Nacional» que el país recibió con auténtico entusiasmo, pues era la última posibilidad constitucional de sacar adelante a España, que posó para la historia en el Palacio Real, después de prestar juramento, el 22 de marzo de 1918. La fotografía de aquel momento histórico es la que encabeza este reportaje.

Felicidad en el pueblo

Al día siguiente, ABC describía la reacción de los ciudadanos ante este nuevo Gobierno en tiempos de crisis que representaba prácticamente todas las sensibilidades política de aquella España del primer tercio del siglo XX: «“¡Aún hay patria, Veremundo!”, vino a decir ayer Madrid, ofreciendo uno de esos espectáculos grandiosos que, él solito y pocos pueblos más ofrecer cuando les llega al alma. Las imponentes manifestaciones de entusiasmo patriótico fueron incesantes. El Rey, su augusta familia y los nuevos ministros fueron aclamados con fervor admirable. En la cámaras, los diputados y senadores se volvieron roncos de tanto vitorear y se rompieron las manos de tanto aplaudir. Y al aplaudir y vitorear Madrid a España, al Rey y al Gobierno, indiscutiblemente se vitoreó y se aplaudió a sí mismo».

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El intento del Rey no tuvo éxito por los enfrentamientos de nuevo entre las diferentes facciones del Gobierno. Maura, que fue cinco veces presidente del Consejo de Ministros de España, tampoco consiguió llevar a buen puerto la llave entregada por Alfonso XIII. Como lo describió el historiador Javier Tusell, el que puede ser considerado como uno de los líderes más influyentes del Partido Conservador se percibía a sí mismo como «un cisne de plumaje blanco nadando sobre una ciénaga». Un descripción que hace referencia a dos de las facetas que han acompañado al político: su compromiso con la regeneración política en una época dominada por el caciquismo y la superioridad moral que lo caracterizaba, consecuencia de su voluntad de limpiar la política.

Maura dimitió en julio y, de nuevo, comenzaron los intentos de los partidos de llegar a un acuerdo, tal y como ocurre desde ayer con el principio de pacto entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para formar un Gobierno progresista. Aún les faltan apoyos y, de momento, los independentistas de ERC ya les han dicho que «no». En aquellos años finales de la Restauración, se tuvieron que convocar unas nuevas elecciones para diciembre de 1920, después de que se disolvieran las cortes por tercer año consecutivo. Hoy, ese escenario, no parece contemplarlo nadie, pero tampoco lo descartan.

Origen: El dividido Congreso de 1918 y la decisión de Alfonso XIII para salvar a España del «engendro político»

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