29 marzo, 2024

El estafador que se hizo rico engañando nazis y otros famosos falsificadores de cuadros

La semana pasada se hizo público que Donald Trump ha pagado una millonada por un Renoir falso. Algo tristemente habitual a lo largo de la historia

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Aunque no lo parezca a primera vista, Hermann Goering Donald Trumptienen más en común de lo que al presidente de los Estados Unidos le gustaría. Y no, sus similitudes no son políticas. Más bien ambos guardan relación en dos curiosos puntos de ámbito cultural: su amor por el arte y su patinazo a la hora de adquirir lienzos de artistas famosos.

Así quedó demostrado la semana pasada cuando el político norteamericano descubrió -gracias a Tim O’Brien– que el cuadro de Renoir que guardaba como si de oro se tratase en la Torre Trump era falso. Una cruel similitud con el jefe de la Luftwaffe, que se dejó millones de marcos en copias falsas de lienzos durante la Segunda Guerra Mundial. Por ello, hoy repasamos la historia de los falsificadores más famosos de todos los tiempos.

1. Hans Van Meegeren

Comparativa entre un original (izquierda) y un Van Meegeren (derecha)
Comparativa entre un original (izquierda) y un Van Meegeren (derecha)

El neerlandés Hans Van Meegeren (1898-1947) fue un pintor con una técnica tan depurada y unas habilidades tan extraordinarias que logró engañar a los mismísimos nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

La historia de este falsificador comenzó en su tierra natal donde, desde pequeño (y según explica el historiador Jesús Hernández en su obra «Historias asombrosas de la Segunda Guerra Mundial») empezó a «cultivar el estilo de pintura de los grandes maestros clásicos holandeses».

Desde sus comienzos destacó en el noble arte de los pinceles, pero no era bien visto por los críticos. Por ello, decidió modificar su estilo y apostar por copiar a los grandes maestros. Más concretamente, empezó a imitar los cuadros del pintor Johannes Vermeer (1632-1675). Hombre del que apenas se conservan una treintena de lienzos.

Después de que Holanda fuese invadida por los nazis, un banquero amigo suyo le puso en contacto con el mismísimo Hermann Goering (jefe de la Luftwaffe y ávido coleccionista de arte). La presentación salió a pedir de boca a Van Meegeren, pues logró vender al germano uno de sus cuadros haciéndole creer que era un original de Vermeer.

Lo hizo por –aproximadamente- medio millón de marcos. Más de seis millones de euros de los de hoy. Todo un escarmiento para el que, a la postre, sería uno de los protagonistas del expolio de obras de arte a los judíos durante la Segunda Guerra Mundial. La maña del falsificador le hizo seguir vendiendo lienzos al jerarca.

Su particular negocio continuó hasta el 29 de mayo de 1945 cuando, tras la caída del Tercer Reich, fue detenido. Como cabía esperar, fue acusado de traición por enriquecerse gracias a los nazis (y no era para menos, pues había logrado atesorar una fortuna de casi dos millones de marcos gracias a sus falsificaciones).

Fue entonces cuando contó la verdad. Así narró el hecho el diario ABC en un artículo titulado «Un falsificador de cuadros maestros del siglo XVII» publicado en julio de ese mismo año: «Hans Van Meegeren se ha confesado autor de la falsificación de una serie de cuadros maestros del siglo XVII. […] Se dice que ha recibido más de cuatro millones de dólares por siete “imitaciones”».

Las falsificaciones eran tan fidedignas que los críticos consultados afirmaron que era imposible que él fuera el autor. Por ello, el acusado decidió demostrar la veracidad de sus palabras reproduciendo uno de los cuadros de Veermer, «Jesús entre los doctores».

Ante un juzgado, y durante varias semanas, copió el lienzo y demostró, finalmente, que él era el maestro imitador. Aunque se negó a terminarlo para que nadie averiguara su secreto. «Mis obras fueron defendidas por críticos, así como por conocedores y el público, ¡durante siete años en un museo nacional! Sin mi confesión es posible que hubiesen pasado a la historia como auténticas», señaló durante el juicio. Finalmente, el 12 de octubre de 1947 fue condenado a dos años de prisión por fraude.

2. Lothar Malskat

Cuadro de Malskat
Cuadro de Malskat

El caso del pintor alemán Lothar Malskat (1913-1988) fue igual de sorprendente. Su historia nos remonta a 1948. Tres años después del final de la Segunda Guerra Mundial. Fue en esa fecha cuando el también artista y conservador Dietrich Fey recibió el encargo de restaurar los frescos de la catedral de Lübeck, destrozada por los bombardeos acaecidos durante la contienda. Una de las «iglesias más venerables de Alemania», según afirmaba el fallecido director del Museo Metropolitano de Arte Thomas Hoving en su obra «False Impressions».

En el equipo del experto se hallaba, precisamente, nuestro protagonista, especializado en devolver a la vida obras de arte medievales.

La labor del grupo se extendió tres años. Así lo explicó, al menos, la revista «Life» en su número del 12 de enero de 1953. Según la mencionada publicación, en 1951 se desvelaron al mundo los frescos del siglo XIII finalmente restaurados. El trabajo fue perfecto. De hecho, recibió el beneplácito de varios expertos que, según las páginas del mismo artículo, «fueron a examinar las pinturas».

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Todo era jolgorio hasta que, en 1953, se desveló el secreto. «Un pintor local, Lothar Malskat, ha revelado que los frescos eran falsificaciones», explicaba «Life».

Tal y como explicaba la revista, Malskat confesó ante las autoridades que había cubierto los murales para, posteriormente, volverlos a pintar él mismo. Como sucedió con Hans Van Meegeren, las autoridades no le creyeron. Sin embargo, el artista se guardaba un as en la manga: había añadido algunos anacronismos en los frescos.

Así lo explica también el mencionado artículo de «Life»: «Agregó una serie de santos, animales, escenas de fábulas de Esopo». A su vez, y según explica Alejandro Gamero en «Las más grandes falsificaciones del mundo del arte», había creado varios personajes basándose en famosos de la época como «la actriz Marlene Dietrich o incluso Rasputín».

Malskat fue detenido y, posteriormente, admitió haber falsificado cientos de lienzos de pintores de gran recorrido. Así lo señala el divulgador y artista Jonathon Keats en «Forged: Why Fakes are the Great Art of Our Age», donde explica que falsificó los cuadros de autores como RembrandtWatteauMunchCorotChagall Picasso.

Lo curioso es que siempre destacó por su rapidez a la hora de elaborar sus falsos cuadros. «Algunas veces, podía copiar una pintura antigua por día. Me llevaba una hora hacer un Picasso. Pero lo que más me gustaba era hacer nuevas pinturas del impresionismo francés», explicó el acusado.

El popular autor Gregorio Doval afirma en su obra «Fraudes, engaños y timos de la historia» que la capacidad de este artista era tal que, en una ocasión, el propio autor de una obra firmó una de las falsificaciones del germano creyendo que era suya.

«Un marchante de obras de arte compró un retrato de boda, atribuido al pintor ruso francés Marc Chagall (1887-1985). Observando que faltaba la firma del artista, el marchante le visitó y le pidió que lo firmara. Después de observar durante un rato la obra, Chagall dijo: “Un bonito trabajo. Pero he pintado tanto que apenas me acuerdo de él”, y lo firmó», explica el divulgador español. Lo que no sospechaba es que el verdadero autor había sido nuestro protagonista.

3. Elmyr de Hory

Comparación entre la copia (izquierda) y el original (derecha)
Comparación entre la copia (izquierda) y el original (derecha)

La vida de Elmyr de Hory se encuentra a medio camino entre la realidad y la leyenda. Sin embargo, y a pesar de que los oscuros superan a los claros en lo que a su existencia se refiere, este húngaro es conocido a día de hoy por ser uno de los falsificadores de arte más prolíficos del mundo.

Lo cierto es que no es para menos ya que, según narra Doval en su obra, «durante su vida vendió más de mil cuadros falsificados». Su historia comenzó allá por 1909, cuando nació en Budapest bajo el nombre de Hoffmann Elemér Dory-Boutin. Al menos según el registro civil, pues en los años posteriores llegó a firmar como Elmyr von Houry, L. E. Raynal Louis Cassau los acuerdos a los que llegaba con diferentes galerías de arte.

Su juventud fue tan triste como la de Van Meegeren. Y es que, en la Segunda Guerra Mundial fue capturado, deportado a Alemania, y maltratado por la Gestapo bajo la acusación de ser judío y homosexual.

Por suerte, logró escapar y viajar hasta Budapest, desde donde se marchó a su vez a París. Así lo explica la revista «Life» en una entrevista realizada al falsificador (la cual fue publicada el 6 de febrero de 1970). En la ciudad malvivió hasta que logró vender a una amiga uno de sus cuadros haciéndole creer que había sido elaborado por Picasso. En ese instante debió ser cuando descubrió que podía ganarse la vida con el pincel.

«Pronto recorrió Europa, vendiendo sus falsos Picassos mientras se hacía pasar por un burgués que había heredado las obras de su familia, con lo cual obtuvo ganancias suficientes para vivir bien. Recorrió medio mundo y se hizo bastante querido como restaurador artístico en Estados Unidos», añade Doval.

A partir de ese momento despegó su carrera, pues logró amasar una fortuna colocando sus falsificaciones en colecciones privadas y, según explicó posteriormente, incluso en algunos museos. Con todo, lo cierto es que su historia se basa en una biografía que él mismo despreció, y en un documental que rodó Orson Wells.

En la década de los 50 se trasladó a Ibiza, donde le encontró la revista «Life» y donde se jactaba de haber vendido «1.000 pinturas» de autores como RembrandtPicasso Modigliani.

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«La falsificación siempre ha estado sucediendo. Cuando Vlaminck estaba en bancarrota solía hacer falsos Cézannes», afirmó por entonces a la revista. Para su desgracia, en 1976 nuestro protagonista recibió una carta en la que se le informaba de que iba a ser extraditado para ser juzgado por dedicarse a vender copias. El miedo hizo lo que la vergüenza no logró y, el 11 de diciembre de 1976, nuestro protagonista se suicidó tomándose un bote de barbitúricos. Fue su pareja quién le encontró.

4. Wolfgang Beltracchi

Fotografama de un documental sobre la pareja de falsificadores
Fotografama de un documental sobre la pareja de falsificadores – Cbsnews

Se dice que los mayores falsificadores de arte son los que nunca han sido descubiertos. Los que han hecho pasar por verdaderos cuadros que hoy cuelgan de museos de todo el mundo. De ahí que el falsificador Wolfgang Beltracchi esté considerado uno de los mejores, pues estuvo cerca de que nadie diera con la estada.

Desde 1975, Beltracchi y su esposa Helene Beltracchi fueron responsables de uno de los mayores casos de falsificación de arte en Alemania desde la Segunda Guerra Mundial. Se estima que centenares de lienzos de más de 50 artistas fueron introducidos en el circuito por la pareja de estafadores alemanes. La estrategia era sencilla: Beltracchi creaba obras de arte desde cero, esto es, sin que fueran copias de otros cuadros, sino inéditos de grandes maestros. Así lograba que los expertos en arte no revisaran con lupa sus creaciones y, además, funcionaba como gran reclamo para los coleccionistas ávidos de hacerse con obras poco comunes.

El falsificador achacaba las piezas a la colección Werner Jägers y a la colección Knops, de los abuelos de Helene, que supuestamente habían comprado las piezas al marchante Alfred Flechtheim, que había escondido los lienzos durante los años de los nazis en un refugio en las montañas Eifel. Para documentar la mentira, el matrimonio generó toda una suerte de material falso, entre otras cosas una fotografía de la supuesta abuela de Helene.

Los lienzos de Beltracchi se vendieron en renombradas casas de subasta, incluyendo «Sotheby’s y Christie’s», y fueron expuestos en importantes museos y galerías. No obstante, un error técnico malogró la trayectoria criminal del matrimonio. Un tipo de tinta blanca usada en algunas de sus pinturas incluía en su composición un poco de titanio, pigmento inexistente hasta el 1921, lo que reveló el castillo de embustes. En octubre de 2011, en la ciudad de Colonia, en Alemania, Wolfgang Beltracchi fue condenado a cumplir seis años de cárcel por la falsificación de catorce lienzos pintados a la manera de Heinrich Campendonk, André Derain, Kees van Dongen, Max Ernst, Fernand Léger y Max Pechstein. No eran todos los cuadros que están, ni están todos los que son; pero bastó para acabar con el negocio ilegal.

Durante su periodo en la cárcel, la pareja aún consiguió sacar provecho de la situación y, en 2014, publicaron dos libros: una autobiografía y una colección de correspondencias intercambiadas durante su reclusión.

5. Eric Hebborn

A la izquierda, un cuadro de Eric Hebborn del estilo Claude Lorrain. A la derecha, un cuadro de Claude Lorrain
A la izquierda, un cuadro de Eric Hebborn del estilo Claude Lorrain. A la derecha, un cuadro de Claude Lorrain

El falsificador británico Eric Hebborn falleció en Roma, a principios de 1996, poco después de la publicación de la edición italiana de su libro «The Art Forger’s Handbook», donde prácticamente alardeaba de que los museos y galerías de medio mundo estaban repletas de sus cuadros. No en vano, las misteriosas circunstancias de su muerte –después de sufrir un trauma craneal causado por un instrumento contundente en plena calle– plantean si es que sus palabras molestaron a unas cuantas personas estafadas por su mano prodigiosa.

En sus memorias, Eric Hebborn afirmó que durante 30 años estuvo pintando cuadros que luego vendía como obras de grandes maestros de distintas épocas. Su estafa alcanzó el millar de cuadros, contándose entre ellos pintores tales como Van Dyck o Jan Brueghel, e instituciones como el British Museumla National Gallery de Washington o el Royal Museum de Copenhague. Claro está que el mérito de Hebborn estaba tanto en la calidad de las falsificaciones como en la documentación falsa que empleaba para vender los cuadros. Su amigo y amante, Anthony Blunt -conservador de la colección privada de la Reina de Inglaterra– le ayudó a conseguir algunos de los certificados.

Nacido en 1934, en South Kensington, Hebborn era hijo de un empleado en una tienda de ultramarinos y vivió una infancia traumática. Solo sus aptitudes para el dibujo le salvaron de una juventud igual de miserable. Ingresó por sus cualidades en la Chelinsfórd Art School, en 1949, y en la Royal Academy School años después.

En la British School de Roma conoció, entre otras figuras del mundo del arte, a Anthony Blunt. Pronto se valió de su amistad con él para engañarle y conseguir pasar por ciertas sus falsificaciones. En 1964 Hebborn decidió instalarse definitivamente en Italia, y pagó su primera mudanza con el importe de obras falsas pintadas por él.

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A partir de esta década comercializó sus principales falsificaciones. La combinación de buenas falsificaciones, contactos y el prestigio de vivir en Roma y haber estudiado en grandes academias abrió todas las puertas del mundo a Hebborn. No obstante, a lo largo de su trayectoria de falsificaciones fueron descubiertas algunas de sus estafas por expertos de varios museos. La National Gallery de Canadá admitió en 1978 que uno de sus cuadros, atribuido a Stefano de la Bella (1610-1664), era en realidad de Hebborn. Lo mismo que el British Museum con uno de Van Dyck que fue exhibido durante más de 10 años. Desde entonces, sobre todo a raíz de su muerte, muchos más cuadros han sido desvelados como falsos, aunque hasta ahora la cifra del millar de estafas sigue lejana.

También falsificó esculturas de bronce y pinturas que se habían aceptado como obras de Corot. Boldini, Augustos John y David Hockney.

6. Mark Landis

A la izquierda la copia de Mark Landis; a la derecha una acuarela de Paul Signac
A la izquierda la copia de Mark Landis; a la derecha una acuarela de Paul Signac

La historia de falsificación de Mark Landis es la de un hombre que se hizo así mismo y un altruista, aunque en su caso no significasen cualidades positivas, pues estaban cimentadas en mentiras. Durante décadas, este norteamericano fue considerado un importante, y sobre todo excéntrico, coleccionista de arte. Un hombre tan generoso como para regalar decenas de cuadros a museos e instituciones de todo el país. El único problema es que todas y cada una de estas piezas fueron pintadas por él.

Este hombre nacido en Virginia sufrió un colapso nervioso tras la muerte de su padre, a lo que le fue diagnosticado esquizofrenia en la adolescencia. A raíz de una de sus actividades para relajar su carácter, su familia descubrió su gran talento artístico. O más bien talento para copiar al detalle otros cuadros a una velocidad insólita. Frente a otros pintores que usan toda suerte de componentes químicos y avanzadas técnicas para plagiar las obras de otros, Landis se bastaba de instrumentos sencillos, de fácil compra en los supermercados, para realizar las obras en cuestión de una hora o dos. La velocidad con la que realizaba las copias revela un talento extraordinario.

A mediados de los años 80, Mark Landis decidió hacer pasar sus obras por piezas originales. En esas fechas donó una pintura a un museo en California diciendo que eran creación del artista estadounidense del siglo XX Maynard Dixon, esposo de la también célebre fotógrafa Dorothea Lange. El museo dio por buena la pintura y vio en el extraño comportamiento de aquel coleccionista tan generoso, simplemente, un toque excéntrico. Sin ir más lejos, tenía por costumbre entregar en mano las obras.

Durante décadas repitió la misma operación con otras instituciones repartidas por EE.UU, hasta que en 2008 dio con sus huesos en el museo de Oklahoma City. El responsable del museo, Matt Leininger, agredeció la primera donación, una acuarela de Valtat, y no dudó en colocarla junto a un Renoir en su galería. En verdad las pinturas del norteamericano era convincentes, casi todas de perfil medio (esto le ayudaba a no llamar la atención), siendo su error de ofrecer a distintos museos las mismas pinturas el que puso a Leininger en alerta.

En la siguiente donación al museo de Oklahoma, Landis entregó otras piezas de artistas franceses del siglo XIX. Leininger no tardó en descubrir que había pinturas similares en otros museos del país, también donadas por el misterioso coleccionista. No fue difícil tirar del hilo hasta dar con la estafa en todo su esplendor. Es más, al estudiar algunas de las obras resultó muy sencillo demostrar que no eran originales. Su método para envejecer las piezas era, simple y llanamente, darlas un baño de café.

La principal razón del éxito de su falsificaciones fue que ninguna institución podía concebir que un maestro falsificador fuera a donar posteriormente las obras sin esperar nada a cambio. De hecho, fue imposible imputarle ningún delito a Landis al no haber un intercambio de dinero por las falsificaciones. Si alguien debió pagar por el engaño eran los engañados, los directores de museo que no se habían molestado en estudiar la autenticidad de las obras donadas, demasiado preocupados en decidir dónde iban a colocarlas en sus galerías.

Mark Landis ha seguido produciendo falsificaciones de arte desde entonces. Este hombre con problemas mentales justificó sus hechos en que únicamente quería sentirse admirado. En 2012, el Museo de Arte de Cincinnati montó una exposición con las falsificaciones de Landis, donde Leininger fue el comisario.

Origen: El estafador que se hizo rico engañando nazis y otros famosos falsificadores de cuadros

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