El farmacéutico de la muerte: «Conmigo vas a conocer al demonio»
Antiguos clientes y vecinos pidieron ayuda a Victor Capesius cuando lo vieron con el uniforme de las SS en la rampa de llegada a Auschwitz: era el farmacéutico de su pueblo. Pero el boticario, que parecía tan amable, era un asesino implacable.
Las familias, desconcertadas y angustiadas, se agarraban entre sí. Intentaban no separarse. En vano. Un oficial de las SS bajito y de rostro ancho (Cara de Perro lo apodaban) enviaba a los prisioneros a una columna o a otra. Mauritius Berner lo reconoció: era Victor Capesius, el farmacéutico desu pueblo.
A Berner lo habían separado de su mujer y sus tres hijas. Preguntó a Capesius por ellas. El boticario con uniforme de las SS le dijo: «Tomarán un baño. Las volverá a ver en una hora». Berner no las vio nunca más: las habían llevado a la cámara de gas.
En 1963, 19 años después, Mauritius Berner recordó esta escena ante el juez en el Proceso de Fráncfort, en el que se juzgó a 22 guardianes de Auschwitz. Victor Capesius era uno de los acusados. Y no pasó inadvertido: era el único que sonreía; incluso se reía, a veces con carcajadas tan sonoras que el juez le llamó la atención.
Capesius debía recoger medicinas e instrumental médico del equipaje de los prisioneros. Y aprovechaba para robarles oro y joyas. También se ocupaba de llevar el Zyklon B a las cámaras de gas
La escalofriante historia de Victor Capesius la reconstruye Patricia Posner en El farmacéutico de Auschwitz (Crítica), un ensayo que «muestra cómo gente normal puede convertirse en malvada», dice Patricia Posner. Victor Capesius parecía un tipo anodino, pero fue un hombre taimado que ayudó a matar a cientos de miles de inocentes y jamás sintió culpa.
Era el hijo de un médico de un pueblo de Transilvania. Estudió Farmacia y trabajó como visitador de Farben Bayer antes de la guerra. Así conoció a mucha gente, sobre todo colegas boticarios y médicos. A varios de sus clientes se los encontró luego en la rampa de selección de Auschwitz y decidió si iban a la cámara de gas.
En 1943, los alemanes llamaron a Victor Capesius a filas. Entró en las SS –se tatuó su grupo sanguíneo como el resto de SS– y tras ser destinado a los dispensarios de Sachsenhausen y Dachau llegó a Auschwitz en febrero de 1944.
En Auschwitz fue jefe de la farmacia. Desempeñaba varios cometidos. Debía recoger medicinas e instrumental médico del equipaje de los prisioneros. Así aprovechó para robar oro y joyas de las víctimas y reunió una fortuna secreta que utilizó tras la guerra.
También se ocupaba de seleccionar a los recién llegados y decidir quién iba directo a la cámara de gas. Las selecciones las realizaba personal sanitario, médicos –como el sanguinario Josef Mengele–, pero también los dentistas y farmacéuticos del campo. Otra de sus tareas era custodiar las latas de Zyklon B, el pesticida a base de cianuro con el que fueron asesinados 1,1 millones de personas solo en Auschwitz. Capesius guardaba las llaves de donde se almacenaba y se ocupaba de llevarlo a las cámaras de gas. Además, como farmacéutico jefe del campo, suministró medicamentos para los terribles experimentos con los prisioneros.
Realizaba estas tareas sin malestar. A veces incluso parecía contento. Sonreía junto con Mengele, por ejemplo, cuando los adolescentes del Bloque 11 llamaban a sus madres mientras se los llevaban para matarlos. Lo contaron después antiguos clientes de Capesius que lograron sobrevivir.
Los soviéticos estaban a punto de llegar a Auschwitz cuando el boticario huyó con otros SS. Lo capturaron los británicos. Descubrieron que era un SS (estaba tatuado), pero en aquellos días de desorden y millones de prisioneros y desplazados era difícil detectar «cuánta sangre había en sus manos», explica Patricia Posner. Solo estuvo un año en un campo británico de prisioneros en Bélgica.
Salió y se fue a estudiar Ingeniería Eléctrica a Stuttgart. En los formularios de desnazificación obvió su estancia en Auschwitz. Ah, pero un antiguo preso lo reconoció por la calle. Lo detuvieron los americanos. Capesius encargó a antiguos amigos cartas de recomendación. Esculpió una nueva imagen: era un buen cristiano, lo obligaron a unirse a las SS y él solo había proporcionado servicios médicos, decía.
Tras pasar otro año detenido salió libre. En 1950 se instaló en Göppingen. Echó mano de su fortuna secreta, a tocateja pagó 150.000 marcos y abrió la Markt Apotheke, una farmacia moderna. También fundó un instituto de cosmética, se compró una finca de caza y se inscribió en el club de tenis.
Solo cumplió tres años de cárcel. Regresó a su pueblo. Sus vecinos no lo rechazaron, al contrario
Su suerte cambió con la aparición de Fritz Bauer, primer fiscal judío de la posguerra, y del superviviente Hermann Langbein, un eficaz cazanazis. Buscaron a criminales que se habían camuflado en la sociedad. A Capesius lo detuvieron el 4 de diciembre de 1959.
El farmacéutico se gastó cien mil marcos en abogados. Pero los testigos fueron firmes. «El doctor Capesius me seleccionó. Uno no puede olvidar una cosa así», declaró Paul Pajor. Contundente también fue Magda Szabo, que recordó las palabras del boticario en Auschwitz: «Soy Capesius de Transilvania. Conmigo va a conocer al demonio»
Capesius se defendió diciendo que lo confundían con el doctor Klein (ya fallecido). Insistía en que se limitó a suministrar medicinas, incluso se jactó de haber combatido una epidemia de tifus en el campo. Sus acusadores eran comunistas resentidos, decía.
Además, él obedecía órdenes y en aquellos años «los subordinados eran responsables de un delito menor», explica Patricia Posner. Y en Alemania había muchas ganas de olvidar el pasado.
Tras dos años de juicio, en 1965 a Victor Capesius lo condenaron a nueve años de cárcel. Pero no cumplió la condena completa: en 1968, la Corte Suprema de Alemania lo liberó porque «no había riesgo de fuga».
Regresó a Göppingen. Sus vecinos no lo rechazaron; todo lo contrario, lo aplaudieron cuando acudió a un concierto de música con su mujer y sus hijas, a las que había logrado sacar de la Rumanía comunista.
Victor Capesius vivió tranquilo en Göppingen 17 años más. «Nunca se sintió culpable», cuenta Patricia Posner. Falleció de un infarto en 1985, a los 78 años. Su vida es la historia de una impunidad porque, como destacó Fritz Bauer, «sin la complicidad de los ‘don nadie’, Hitler habría sido inimaginable».
Origen: Capesius, el farmacéutico que pasó a ser asesino en Auschwitz | XLSemanal