18 octubre, 2024

El general maldito que se suicidó tras provocar la mayor derrota de las legiones romanas

Recreación del campamento militar de Varo ABC
Recreación del campamento militar de Varo ABC

Publio Quintilio Varo, aplastado en Germania, se arrojó sobre su espada cuando vio que sus hombres habían caído en una trampa

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Fue tan sonada la debacle que Suetonio, cronista de la época, la definió como una de las «derrotas más graves e ignominiosas» del Imperio romano. El desastre de la batalla de Teutoburgo, en el 9 d.C., dejó una herida abierta en la Ciudad Eterna. Y no solo porque supusiese la destrucción virtual de tres legiones y dejase tras de sí 18.000 muertos, sino porque fue provocada por la inocencia –estupidez dirían algunos– de un solo hombre: Publio Quintilio Varo. Un tipo que, al ver la tragedia que había provocado, se suicidó en mitad de la contienda con su plana mayor.

La decisión no fue al azar: sabía que el emperador no le recibiría bien tras aquella derrota. Y llevaba razón, como bien explicó Suetonio en sus escritos: «Dícese, en fin, que [el emperador] experimentó tal desesperación, que se dejó crecer la barba y los cabellos durante muchos meses, golpeándose a veces la cabeza contra las pa- redes, y exclamando Quintilio Varo, devuélveme mis legiones. Los aniversarios de este desastre fueron siempre para él tristes y lúgubres jornadas».

Poco curtido

Corría el siglo I d.C. en el nuevo y flamante Imperio romano. La calidez del orden parecía copar todas las regiones anexionadas a golpe de gladius. Desde la Galia hasta Ponto. Pero también existían lugares donde los vientos de la guerra soplaban con fuerza. Germania era uno de ellos. Narra Jesús Hernández que, por entonces, «los pueblos germánicos ocupaban las zonas fronterizas del imperio, al este del Rin y al norte del Danubio, y se veían obligados a pagar un tributo al emperador Augusto». Los impuestos, que no suelen agradar demasiado, soliviantaron los ánimos de aquellas tribus, por lo que el mandamás decidió enviar a uno de sus generales hasta la región para asegurar el buen orden.

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El hombre en cuestión fue Publio Quintilio Varo, del que poco conocemos hoy más allá de aquella campaña. Se sabe que había pasado por la vida política como cónsul y procónsul, que había aplastado la revolución que se había sucedido en Judea tras la muerte de Herodes el Grande y que había amasado una contundente fortuna. No era un cualquiera, vaya. Y a su mando puso el emperador nada menos que cinco legiones. Al menos, según explica el conocido divulgador Stephen Dando-Collins en su magna ‘Legiones de Roma’. Para ser más concretos, dos en el Alto Rin y tres en el Bajo Rin.

Es posible que Augusto eligiera a su general de forma errónea. Ya lo dejó escrito Veleyo Patérculo, uno de los oficiales romanos que conocieron en persona al propio Varo. Este definió al militar en sus textos como un hombre de unos sesenta años que había demostrado tener «buen carácter y buenas intenciones» durante su gobierno en Siria. Una persona «de talante tranquilo», en definitiva. Pero esas características no le dotaban, sin embargo, de las capacidades necesarias para dirigir una gran fuerza y enfrentarse a las versadas tribus germanas. De hecho, para el año 9 d.C., cuando llegó la hora del frío acero, se había «habituado más al ocio del campamento que al auténtico servicio de la guerra» y apostaba en exceso por la diplomacia y poco por la espada.

Desde que arribó a Germania en el año 6 d.C. siempre en palabras del cronista, «llegó a considerarse a sí mismo como un pretor urbano que administraba justicia en el Foro y no como un general al mando de un ejército en el corazón de Germania».

Muerte en Germania

Frente a él, Varo se encontró con su antítesis: un jefe local que, según dejó escrito el mismo Veleyo, se había cambiado el nombre de Hermann a Arminio. Un hombre que el cronista definió en sus obras como un «joven de noble cuna», «valeroso en la acción», «de mente despierta» y que «mostraba en el rostro y en los ojos el fuego que ardía en su mente». Él, al igual que su hermano Flavo, conocía a la perfección la forma de combatir de las legiones romanas porque había luchado junto a ellas durante años. Incluso había recibido una infinidad de condecoraciones tras haber prestado servicio con Tiberio en el Rin.

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Según el historiador y senador de época Cornelio Tácito, este líder sirvió al emperador con un cargo equivalente al de prefecto y fue uno de los grandes amigos de Quintilio hasta el mismo año 9. «Era su eterno compañero y a menudo compartía su mesa a la hora de cenar», explica. Sin embargo, lo que son las cosas, la tierra le pudo más que la camaradería y, en secreto, orquestó junto a otros presuntos aliados de Roma un plan para destruir al opresor.

Veleyo no fue excesivamente duro en sus textos contra el traidor Arminio y sus generales, supuestos aliados de Augusto. Contra quien si se deshizo en improperios fue contra Varo. «Ese joven convirtió la negligencia del general en una oportunidad para la traición». Según explicó, «intuyendo sagazmente que nadie podía ser vencido más deprisa que el hombre que nada teme», se mostró amigable con el confiado oficial hasta que tuvo los suficientes apoyos como para organizar una revuelta de importancia contra Roma. Ese momento llegó en el año 9, cuando decidió dar una sorpresa terrible a sus enemigos. Aunque, eso sí, en un lugar en el que pudiera vencer, pues de tonto no tenía un pelo. «Atrajo a tres de las cinco legiones hasta un territorio que él conocía muy bien, el bosque de Teutoburgo, situado entre los ríos Ems y Weser», añade Hernández. Lo hizo mediante otros tantos generales que convencieron al militar de que se había producido un levantamiento en el norte, y de que los rebeldes se hallaban en aquella arboleda.

La trampa salió a pedir de boca. Los germanos atraparon a las legiones en una trampa mortal y se produjo una auténtica matanza. Tras la batalla, la desesperación cundió y cada soldado se propuso escapar por sí mismo para poder salvarse. «Numorio Vala, el comandante de la caballería, abandonó al resto de la columna e intentó salir del bosque con sus jinetes, peor no lo consiguió. Los germanos le masacraron», añade Hernández. En medio de aquel desastre, Arminio ordenó un ataque masivo contra el corazón de las fuerzas romanas. La infantería cayó entonces víctima de la confusión. Durante dos días, las fuerzas se midieron en un combate a muerte.

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Como suele ocurrir, existen varias teorías sobre el destino de Varo. Todos coinciden en que prefirió suicidarse con sus principales generales al ver el desastre que había provocado. El cómo es lo que genera controversia. Parte de los expertos sostienen que ordenó a uno de sus subordinados que acabara con su vida con un grito: «¡Mátame ahora mismo!». Otros tantos son partidarios de que todo fue más simple y que se arrojó sobre su propia espada.

Origen: El general maldito que se suicidó tras provocar la mayor derrota de las legiones romanas

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