El genocidio cultural de Hernán Cortés | Público
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Tenochtitlán hervía de agitación. En la gran capital del imperio azteca, los mercados bullían y los mexicas traficaban con sus mercancías a través del gran lago. Moctezuma, el emperador, hizo saber a las casi quinientas mil almas que habitaban la ciudad que un conquistador español llamado Hernán Cortés visitaría la ciudad. Ordenó que debía ser recibido con regalos y atenciones especiales, pues estaba convencido de que era el dios Quetzalcóatl. Lo que no sabían los aztecas es que Cortés desencadenaría una insurrección que acabó con la destrucción de la memoria mexica.
En el saqueo cultural de América Latina, se perdió el 60% del patrimonio tangible e intangible de la región. Seis lenguas europeas reemplazaron más de mil idiomas indígenas en uno de los mayores genocidios de la historia de la humanidad. Los informes más recientes estiman un número de víctimas de entre setenta y cien millones. ‘Todas las potencias occidentales, con participación de la Iglesia católica, participaron en el pillaje e intentaron anular los valores de identidad de las culturas locales para inducir la sumisión’, explica el ensayista venezolano Fernando Báez, que ha elaborado en El saqueo cultural de América Latina (Debate) un impresionante inventario del expolio del continente.
Báez responsabiliza a Cortés de la matanza de los indios taínos en La Española y de la destrucción de la ciudad sagrada de Choluca, donde se encontraba una impactante pirámide de unos veinte escalones y que ardió durante varios días.
Cortés también saqueó las estatuas que encontró en el templo de la diosa Ixchel. En su lugar, colocó en el altar una Virgen y encargó a los indígenas cuidar con sus vidas la nueva imagen cristiana. ‘Si allí había algún tipo de colección de textos, nada se preservó’, explica Báez, que ya denunció el expolio que sufrió Irak durante la invasión estadounidense de 2003.
Tras arrasar Choluca, Cortés puso sus miras en la capital imperial, Tenochtitlán, donde fue recibido por Moctezuma. Cortés se aventuró en la empresa de conquistar el Imperio Azteca. ‘Tenochtitlán era, supuso Cortés, igual de grande que Córdoba o Sevilla y veían en los aztecas a un pueblo similar a los moros. Quizá por ello creció la idea de que este era un imperio eficaz y, por tanto, una adquisición muy deseable para España’, explica David Abulafia en El descubrimiento de la humanidad (Crítica). Según recuerda este autor, Cortés insistió en someter a los aztecas para gloria del ‘más grande de todos los imperios’, el de Carlos V.
La violencia de la conquista de México fue un espantoso capítulo de la historia de la invasión sobre los pueblos americanos. La hostilidad entre aztecas y españoles creció al rechazar Cortés las prácticas religiosas de la comunidad. Cortés escribe Báez, ‘aniquiló la cultura azteca con su propia mano. Moctezuma se vio obligado a aceptar que los ídolos mexicas fueran sustituidos’.
Pedro de Alvarado, responsable de la ciudad durante una ausencia de Cortés, fue sorprendido por los mexicas. En venganza, Cortés causó una matanza entre la aristocracia azteca que provocó la muerte de Moctezuma, que quiso mediar a favor de los conquistadores.
El 30 de junio de 1520, la población de Tenochtitlán atacó con éxito a las tropas de Cortés. Según las crónicas, ‘el lago se llenó de cadáveres españoles, que prefirieron ahogarse antes que entregar los objetos que habían robado’. En 2006, los arqueólogos que excavaban en el estado de Tlaxcala, en México, extrajeron los restos de unas 550 personas que formaban parte de una caravana de invasores españoles. Los corazones de algunos habían sido extirpados. Era la primera vez que se demostraba que sí hubo resistencia a la conquista, derribando el mito de que los aztecas recibieron a los españoles pasivamente.
Cortés se empeñó en destruir a los mexicas: durante meses asedió Tenochtitlán y no cedió hasta su caída, en agosto de 1521. Según el historiador Hugh Tomas, la devastación respondía a una táctica deliberada, ‘sin pensar en que se arruinaba una obra maestra de diseño urbano’. Cortés fue reconocido por el emperador Carlos V con el título de marqués del Valle de Oaxaca, mientras que ‘todo aquello quedó en ruinas, incendiado, saqueado y devastado por los cañones’.
Los ataques redujeron a cenizas la cultura azteca, su culto religioso y la lengua náhuatl, además de las quemas de escritos y pinturas. Los templos fueron arrasados, y lo que un día había sido trabajado en oro fue fundido, pasó a ser un trofeo de las colecciones europeas.
Autor: JESÚS CENTENO