28 marzo, 2024

El heredero del diablo: la prueba más dura del último «Führer» antes de la debacle del nazismo

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El Gran Almirante Karl Dönitz dirigió la rendición alemana tras ser nombrado sucesor de Hitler el 30 de abril de 1945

La prisión de Spandau, levantada en 1876 en las afueras de Berlín, se convirtió, tras la Segunda Guerra Mundial, en la residencia de los jerarcas nazis que habían combatido por Adolf Hitler. Dentro de sus característicos muros de ladrillo rojizo estuvieron encerrados desde el famoso Rudolph Hess hasta Albert Speer. Todos ellos, defensores de la esvástica y del orden mundial que ansiaba establecer el megalómano líder nazi. Lo que se suele olvidar es que, en ella, pasó también una década Karl Dönitz, el hombre encargado de liderar la capitulación de Alemania ante los Aliados y, en la práctica, la última cabeza visible del Tercer Reich durante los escasos 24 días que transcurrieron entre el suicidio del «Führer» y la caída de su gobierno.

Dönitz, protagonista de una transición obligada pero necesaria, ha sido tan despreciado por la historia como lo fue en Spandau por sus compañeros de partido. Su figura ha pasado de puntillas por los libros debido, quizá, a que no logró satisfacer a nadie. Por un lado, los Aliados cargaron contra él por continuar la lucha tras ser nombrado sucesor de Hitler. Por otro, algunos gerifaltes nacionalsocialistas le vieron como un traidor que, a pesar de los deseos del «Führer», no luchó hasta el último hombre por defender las ruinas del Tercer Reich. Héroe o villano, lo mejor que se puede decir sobre su persona es lo que él mismo escribió en «Diez años y veinte días», unas memorias con tono exculpatorio en las que reniega del Holocausto, pero no del líder al que había seguido de forma ciega.

Testigo de la IIGM

El futuro líder del Reich se sintió atraído por la ideología nazi desde que conoció sus reivindicaciones contra el Tratado de Versalles. Dönitz disfrutó de la subida al poder del NSDAP en 1933 y, tan solo dos años después, fue nombrado jefe del Arma Submarina. De 1939 a 1943 (cuando fue ascendido Gran Almirante de la marina) colaboró para que se sucedieran las grandes victorias en Polonia Francia. A continuación, y para su desgracia, sufrió la locura que supuso la invasión de Rusia y el comienzo de las derrotas germanas. En todo ese tiempo, y a pesar de lo que insinuó después, consideró a Hitler un faro para la sociedad. «Cualquiera que crea que puede hacerlo mejor que el “Führer” es un estúpido», afirmó.

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Miembro del Partido Nazi con número 9.664.999, Dönitz fue testigo de excepción del comienzo de la debacle del Tercer Reich tras el fallido cerco de Stalingrado. También lo fue de los sucesivos desembarcos en Sicilia Normandía, lo que, en la práctica, llevó a Hitler a ponerse a la defensiva y a que los ejércitos alemanes asumieran que no ganarían la guerra. El revés más sangrante fue el del frente del Este, donde los soviéticos avanzaron a pasos agigantados hacia Alemania a partir de 1944. El Gran Almirante entendió que todo estaba perdido en enero de 1945, cuando recibió un informe en el que se corroboraba que estadounidenses, británicos y rusos habían iniciado la carrera hacia Berlín. «Contenía los planes, preparativos y las medidas a adoptar por los Aliados tras la conquista de Alemania después de que se efectuara la capitulación sin condiciones», desvela.

Dönitz supervisa un submarino alemán
Dönitz supervisa un submarino alemán

Último «Führer»

En sus idealizadas memorias, Dönitz afirma que, durante los estertores del Reich, no participó en los asuntos de Estado. Al parecer, allá por febrero, durante una visita al confinado Hitler en el «Führerbunker», respondió con sequedad a Speer cuando este le preguntó por el devenir de la guerra: «Represento a la Marina, el resto no es asunto mío. El “Führer” sabe lo que está haciendo». Esa fue su principal defensa ante los tribunales tras la contienda: mostrarse como el oficial al mando del arma menos ideologizada del ejército germano. Por tanto, no fue el responsable de la llamada a morir por el Reich que se hizo en Berlín cuando el mariscal Gueorgui Zhúkov (con vía libre después de que Ike Eisenhower renunciara a hacerse con la ciudad) arribara a sus suburbios en la segunda mitad de abril.

Karl Dönitz
Karl Dönitz

No concuerda este hecho con que Dönitz fuese seleccionado por Hitler como su sucesor. El marino, eso sí, se escuda en que apenas quedaba él para tomar el mando después de las sospechas de traición de los dos principales candidatos: Hermann Göering Heinrich Himmler. En todo caso, el 30 de abril le fue comunicada la nueva y, el 1 de mayo, le confirmaron el suicidio del dictador nazi con un sencillo radiograma: «El “Führer” se despidió ayer, 15.30 horas. Testamento del 29-4 cede a usted el cargo de presidente del Reich». A pesar de su asombro, el Gran Almirante aceptó a sabiendas de que «se acercaba la hora más sombría para un soldado, la de la capitulación».

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Desde el principio, su máxima fue retrasar la rendición el tiempo suficiente para conseguir que las tropas y los civiles alemanes que se retiraban desde el este pasasen a territorio de ingleses y estadounidenses. Tras las tropelías cometidas contra los rusos, sabía que todos aquellos que cayeran en manos de Stalin serían internados en campos de concentración y, a la larga, exterminados. «Proseguiré la lucha contra los bolcheviques todo el tiempo que sea necesario hasta lograr que las tropas combatientes y los centenares de miles de familias de las zonas alemanas orientales sean salvadas de la esclavitud o la destrucción», afirmó en un discurso el 1 de mayo.

¿Héroe o villano?

Desde la sede de su gobierno en Flensburgo, un buque mercante en el que se reunía con sus ministros, Dönitz movió las escasas piezas de las que disponía y dilató, como pudo, las negociaciones con unos Aliados que exigían una rendición total e incondicional ante soviéticos, estadounidenses y británicos. Mediante artimañas políticas consiguió convencer a Ike Eisenhower de que retrasara unas jornadas la firma de la capitulación para ganar tiempo. El 7 de mayo de 1945 primero, y el 8 después, no tuvo más remedio que enviar a sus subalternos para que firmaran el fin de la contienda.

Al igual que con su escasa participación en las grandes decisiones de la guerra, Dönitz negó tener conocimiento del Holocausto. En sus palabras, tuvo conciencia de las tropelías cometidas en los campos de exterminio cuando, el 7 de mayo de 1945, dos de sus ministros regresaron con un número de la revista estadounidense «Stars and stripes», «Contenía fotografías de Buchenwald. Eran espantosas. […] Nos preguntábamos cómo podían haber ocurrido tales cosas en medio de Alemania sin que nos hubiésemos dado cuenta». A pesar de ello siguió defendiendo los postulados de un Hitler que había logrado «la unión de todas las estirpes alemanas en un único Reich».

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Dönitz, tras la primera fila, durante los juicios a los jerarcas nazis
Dönitz, tras la primera fila, durante los juicios a los jerarcas nazis – ABC

Puede que el mayor error de Dönitz fuese creer, al menos durante algunas jornadas, que su participación en la capitulación podría valerle el perdón de los Aliados. La ingenuidad hizo que se planteara ser el líder de un gobierno de transición que procesara a los viejos jerarcas por las barbaridades cometidas y cuya máxima fuera reconstruir el país a partir de una gigantesca red de servicios. La realidad, no obstante, le atropelló el 23 de mayo, durante una reunión en el buque que servía de sede a su gobierno. «El general Rooks nos leyó una comunicación en la que se disponía, por orden de Eisenhower, que debíamos ser detenidos». El último «Führer» respondió resignado: «Sobran las palabras». Tras ser juzgado fue trasladado a Spandau.

Origen: El heredero del diablo: la prueba más dura del último «Führer» antes de la debacle del nazismo

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