El ingeniero alemán que cobró a Henry Ford 10.000 dólares por marcar una cruz
Charles Proteus Steinmetz, considerado uno de los padres de la electricidad, tenía un físico deforme y una inteligencia fuera de serie.
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Los médicos empleamos con cierta asiduidad el adjetivo «proteiforme»para referirnos a una enfermedad que cursa con manifestaciones clínicas tan diversas que puede sugerir otro proceso patológico. Este vocablo deriva de «Proteus», el dios jorobado de la mitología grecolatina, una divinidad capaz de predecir el futuro a aquel que consiguiera capturarlo. Para evitar tener que hacerlo este dios mutaba continuamente de aspecto.
Proteus fue también el apelativo con el que se dirigía a Karl August Rudolf Steinmetz (1865-1923) una de sus tías. Su pomposo nombre contrastaba con su aspecto físico, ya que era enano, corcovado y de caderas deformes. Estas deformidades no fueron óbice para que llegara a convertirse en uno de los ingenieros más ilustres de la primera mitad del siglo XX.
Karl nació en el seno de una familia alemana humilde -su padre era empleado ferroviario- y de raigambre socialista. Durante su etapa universitaria destacó en matemáticas y física, amen de su activa militancia socialista. En varias ocasiones tuvo que recluirse en la clandestinidad –en donde adoptó como nombre de guerra “Proteus”- para no ser detenido por la policía. Hastiado de la situación política del momento decidió poner agua de por medio y refugiarse en Estados Unidos, en donde añadió a sus nombres de pila el de Proteus.
Cuando Steinmetz llegó a Estados Unidos descubrió que dos de las mentes más despiertas del momento, Edison y Tesla, debatían con ahínco los beneficios de la corriente alterna y continua. El genio alemán se decantó desde los inicios por la corriente alterna. No tardó en encontrar trabajo en una pequeña compañía eléctrica en el estado de Nueva York. Cuando sus logros salieron a la luz la todopoderosa General Electric se fijó en él, ofreciéndole un puesto de ingeniero en su empresa. Steinmetz declinó la oferta, aduciendo que debía lealtad al dueño de la empresa, ya que había confiado en él cuando huyó de Europa. Ante esta respuesta la General Electric decidió comprar la compañía para poder hacerse con sus servicios.
¿Una factura desorbitada?
Años después, la planta de Ford, ubicada en River Rouge (Michigan), tenía serios problemas técnicos con un nuevo generador de gran tamaño. Los ingenieros de la factoría no encontraban la solución y solicitaron los servicios de Steinmetz. El excéntrico ingeniero pidió una libreta, un lápiz, una mesa y un camastro. Durante dos días se encerró a cal y canto junto al generador efectuando incontables cálculos. Cuando terminó demandó una escalera, una cinta métrica y una tiza. Con enorme esfuerzo, debido a sus problemas físicos, trepó por la escalera, midió con sumo cuidado y marcó con la tiza una “X”. A continuación dijo a los técnicos que debían desmantelar una placa lateral del generador y eliminar 16 vueltas de la bobina a partir del punto marcado con la tiza. Con enorme recelo los operarios siguieron las instrucciones de Steinmetz y el generador volvió a funcionar.
Pocos días después Henry Ford recibió una factura firmada por el ingeniero alemán por un importe de 10.000 dólares. El empresario, alarmado por el estipendio, devolvió la factura y solicitó el desglose de la misma.
Steinmetz respondió con una nueva factura en la que señalaba:
Marca de la tiza en el generador: 1 dólar
Saber dónde hacer la marca: 9.999 dólares
Total a pagar: 10.000 dólares
Satisfecha la petición del empresario la factura fue abonada. Ahora viene la pregunta del millón, ¿Steinmetz sobredimensionó sus honorarios o fueron acordes al trabajo realizado? Muchas veces juzgamos erróneamente el valor de una actividad laboral simplemente por el tiempo que se tarda en realizar, cuando deberíamos de evaluarlo desde una perspectiva más «proteiforme».