El insólito caso de Dita Kraus: la bibliotecaria de Auschwitz – XL Semanal
Dita Kraus
En el bosque de abedules de Birkenau, los nazis levantaron un campo de concentración ‘ejemplar’, con familias que utilizaban como propaganda para convencer al mundo de lo bien que trataban a los judíos. Cada seis meses, esas familias eran gaseadas como las demás. Una niña de 14 años creó en el barracón 31 de aquel campo una biblioteca clandestina. Y aún vive para contarlo. Por Antonio Padilla / Fotos: Getty Images y Cordon Press
Polonia, enero de 1944. Hay anuncio de inspección en el barracón número 31 del campo de exterminio. Los grupos de prisioneros judíos están canturreando en pie, a la espera de que lleguen los guardias de las SS.
Hay miedo entre los prisioneros: los SS son tan brutales como taimados y quisquillosos. Los prisioneros deben guardar formación. Los nazis hacen preguntas a los niños para sonsacarles información valiéndose de su ingenuidad. Y por pequeña que sea, toda infracción se castiga con la muerte.
En el barracón 31, Dita Adlerova, de 14 años, delgada y con el cabello castaño cortado en media melena, lleva unos libros escondidos en unos bolsillos interiores de su vestido. Su posesión está terminantemente prohibida. Los nazis creen que los libros son peligrosos e incitan a la subversión. Los SS contemplan el lugar y ladran una de sus palabras preferidas: «Achtung!». Se hace el silencio. Solo se escucha entonces con nitidez que un último alemán entra en el barracón silbando la Quinta sinfonía de Beethoven. Es un hombre que pone nervioso incluso a sus propios compatriotas: Josef Pepi Mengele, alias el Doctor Muerte.
La biblioteca de Dita tenía ocho libros reales y otros ‘vivientes’: prisioneros que recitaban obras leídas en el pasado
En el centro del grupo de niñas, Dita se estremece, aprieta los brazos contra su cuerpo y nota el crujido de los libros contra las costillas. Si se los encuentran, es el fin.
Fredy Hirsch, el prisionero nombrado jefe de barracón, da un paso al frente, a las órdenes de los SS, que emprenden el registro de paredes, suelos y objetos. Son metódicos. El desorden los saca de sus casillas: no se andan con contemplaciones si alguien hace algún ruido.
Tras unos minutos, el SS al mando se planta ante Dita. Ella siente un sudor helado en la espalda. El suboficial parece sospechar algo, y es natural: Dita, más alta que el resto, sobresale y es la única que no está en posición de firmes, con los brazos junto al cuerpo.
Tener libros en el campo se pagaba con la muerte. Los nazis creían que eran peligrosos e incitaban a la subversión
Entonces, uno de los prisioneros, el anciano profesor Morgenstern, llama la atención del nazi al mando con una letanía aturullada, como de viejo chocho: «Disculpe, señor, ¿da usted su permiso que regrese a la fila? Si le parece a usted bien, naturalmente. Lo último que querría sería molestar y…».
Irritado, el suboficial se encara con Morgenstern: «¡Estúpido vejestorio judío! ¡Si no estás en tu sitio en tres segundos, te descerrajo un tiro! ¡A la fila, imbécil!». La añagaza ha funcionado. Alterado, el suboficial cree haberse ocupado ya de las niñas y pasa a inspeccionar otras filas. Tras algunos gritos y zarandeos más, los nazis ser marchan. Dita vivirá un día más.
Así empieza la novela La bibliotecaria de Auschwitz, escrita por Antonio G. Iturbe y basada en hechos reales.
El barracón 31 formaba parte del denominado ‘campo familiar’ agregado a Auschwitz y enclavado entre el bosque de abedules de Birkenau. Albergaba a familias enteras con sus hijos con un fin puramente propagandístico: hacer creer a la Cruz Roja Internacional y al mundo que los judíos no eran asesinados, sino tratados con consideración.
Pero tras seis meses de permanencia en este ‘escaparate’ eran enviados a la cámara de gas, como los demás. Con el tiempo, realizada ya la propaganda, el campo familiar sería cerrado. El barracón 31 albergó unos 500 niños… Y, de forma sorprendente, los prisioneros se las ingeniaron para crear allí una biblioteca infantil clandestina. Era precaria: solo contaba con ocho libros; entre ellos, un atlas desencuadernado; un manual de álgebra; los Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica, de Sigmund Freud; y Las aventuras del bravo soldado Svejk, del checo Jaroslav Hasek. La biblioteca también contaba con “libros vivientes”: prisioneros que recitaban a los niños obras que habían leído en el pasado.
Mengele la amenazó con utilizarla para sus experimentos. “Las autopsias en vivo son un espectáculo extraordinario”
Dita Polachova, la adolescente checa que en la novela recibe el apellido de Adlerova (ahora se apellida Kraus), era una de las gestoras de la biblioteca. Sobrevivió a Auschwitz, sigue con vida y reside en Netanya (Israel). En el libro asoman otros personajes históricos, como el disciplinado sionista Fredy Hirsch, el jefe del barracón 31, quien logró organizar una especie de escuela y eligió a Dita para ocuparse de los libros. Tuvo un trágico final. Cuando las tropas alemanas ya se batían en retirada en Europa, la resistencia interna del campo le pidió encabezar un levantamiento de los prisioneros. Hirsch dudó: había casi nulas probabilidades de éxito y su misión era salvaguardar la vida de los niños.
Poco después, Hirsch fue hallado muerto, con un frasco vacío de pastillas para dormir junto a su camastro. Un suicidio, se dijo. La presión había sido excesiva incluso para un luchador como él. Pero los testimonios recogidos por Iturbe prueban que no fue un suicidio: temeroso por su vida si el levantamiento se producía, uno de los médicos-prisioneros le ofreció a Hirsch un calmante para aguantar la presión. El médico disolvió varias pastillas para dormir en un tazón de té… y Hirsch dejó de ser una amenaza.
Mucho más famoso que Fredy Hirsch es otro personaje real: el siniestro doctor Josef Mengele, conocido por valerse de prisioneros de Auschwitz como cobayas humanas para perfeccionar la raza aria o simplemente para satisfacer su sadismo. Mengele, siempre frío como el hielo, cierto día amenazó a Dita con estas palabras: «Te voy a vigilar. Cuando no me veas, yo te estaré observando. Cuando creas que no te oigo, yo te estaré escuchando. Yo lo sé todo. Si excedes un solo milímetro las ordenanzas del campo, lo sabré y terminarás tumbada en mi sala de autopsias. Las autopsias en vivo son muy reveladoras. […] Ves llegar al estómago las últimas olas de sangre que lanza el corazón. Es un espectáculo extraordinario».
«Asombra ver cómo Dita, alguien con todo ese sufrimiento dice Iturbe, autor de la novela, es capaz de no perder la sonrisa». «Es lo único que me queda le dijo ella cuando se lo comentó. El Tercer Reich entero no pudo con ella».
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