El jesuita que investigó en los archivos de Pío XII: «Es completamente falso que ayudara al régimen de Hitler» – Archivo ABC
Juan Vicente Boo entrevistó en 1999 al historiador Pierre Blet, el último superviviente del equipo al que Pablo VI encargó publicar las «Actas y documentos de la Santa Sede sobre la Segunda Guerra Mundial»
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2 de marzo de 2020. Llegó el día. Tras décadas de enconados debates en torno a la figura de Pío XII y su papel en la Segunda Guerra Mundial, el Vaticano ha abierto los ingentes archivos de su pontificado: dieciséis millones de páginas sobre esos convulsos años comprendidos entre 1939 y 1958, que desde ahora estarán a disposición de los investigadores.
«La Iglesia no tiene miedo de la historia, sino que la ama», afirmó el Papa Francisco cuando anunció el pasado año que adelantaba a 2020 la desclasificación de estos monumentales fondos para aclarar los interrogantes que aún planean sobre Pío XII. ¿Fue cómplice de los nazis como han señalado algunos o, por el contrario, un protector de los judíos que incluso apoyó diversos planes para asesinar a Adolf Hitler, como destacan otros?
La apertura de estos archivos permitirá a los expertos despejar las dudas, aunque no todos los documentos son inéditos. Parte de ellos vieron la luz entre 1965 y 1981, después de que Pablo VI encargara a un equipo de investigadores jesuitas que seleccionaran y publicaran la documentación más relevante sobre la Segunda Guerra Mundial. El resultado fueron once gruesos volúmenes en francés con las «Actas y documentos de la Santa Sede relativos a la Segunda Guerra Mundial» (ADSS), a las que se añadió un volumen de anexos que incluye, entre otras cosas, la transcripción de las grabaciones magnetofónicas realizadas en el despacho de Pío XII durante sus encuentros con cardenales alemanes.
Juan Vicente Boo, corresponsal de ABC en el Vaticano, tuvo oportunidad de entrevistar en 1999 al único de los cuatro historiadores jesuitas que aún vivía, el francés Pierre Blet (1918-2009). Había sido profesor de Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana y en lo que hoy se denomina Pontificia Academia Eclesiástica, la escuela diplomática del Vaticano.
«Era un tipo muy discreto y reservado, que solo comenzó a hablar con los medios después de la muerte del norteamericano Robert Graham en 1997, cuando se quedó como único superviviente del equipo de los cuatro. Era el último testigo de lo que hizo Pío XII», recuerda Boo.
El veterano periodista había contactado con él tras entrevistar al jesuita alemán Peter Gumpel, postulador de la causa de beatificación y canonización de Pío XII, y descubrir con asombro que el Papa había apoyado un complot para eliminar a Hitler en 1940. Boo lo contó en un extenso artículo en ABC el 26 de marzo de 1999, como relató también en 2016 que fueron hasta tres los complots que apoyó el Pontífice desde 1939 para asesinar a Hitler.
Durante aquella conversación con Gumpel en la «fascinante» oficina-archivo que tenía en la Curia de los Jesuitas, cerca del Vaticano, el postulador de la causa de beatificación y canonización de Pío XII le habló de Blet, «que era el último superviviente de los cuatro jesuitas encargados por Pablo VI de cribar los archivos y publicar absolutamente todo en los once volúmenes de «Actes et documents du Saint-Siège relatifs à la Seconde Guerre Mondiale» (ADSS)», explica.
Cuando Boo lo llamó en septiembre a la casa donde vivía en París, «tenía ya 80 años, pero estaba muy lúcido, igual que Gumpel. Me parece recordar que contestó a la primera llamada», rememora con detalle.
Hablaron largamente en francés de muchos asuntos relativos a Pío XII, a Hitler y la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces, estaban a punto de presentarse en el Vaticano las ediciones italiana e inglesa del resumen de las actas que había escrito este jesuita y que tituló «Pío XII y la Segunda Guerra Mundial en los Archivos Vaticanos».
«Recuerdo que era un tipo muy sereno, muy poco apasionado, salvo en su interés de ajustarse a los hechos y a los documentos, que me dio una impresión de honradez y bondad. También de paciencia, pues probablemente estaba repitiendo cosas ya dichas muchas veces», comenta el periodista.
Boo le preguntó sobre el libro «El Papa de Hitler: la historia secreta de Pío XII» que acababa de publicar el británico John Cornwell, en el que acusaba a Eugenio Pacelli de haber contribuido al ascenso nazi, y Blet lo negó con contundencia. «Es completamente falso que Pío XII ayudara al régimen de Hitler», aseguró.
«Fue amigo de los alemanes, pero no del régimen», afirmó durante esa larga conversación, recordando que Pacelli fue nuncio en Alemania hasta 1929 y apreciaba su cultura, pero ni durante esta época ni posteriormente como secretario de Estado ayudó a los nazis. «Hitler fue condenado repetidas veces por la Iglesia alemana, hasta el punto de negar los sacramentos a los miembros del partido nazi», remarcó Blet.
Según el historiador jesuita, Cornwell acusaba «sin pruebas» a Pacelli de haber desmantelado el partido de los católicos y de haber favorecido después el Concordato de 1933 favorable a Hitler. «El partido del ‘Zentrum’ lo saboteó Hitler como hacía con los demás que le molestaban. Pacelli no era el jefe de ese partido», decía.
En cuanto al Concordato, Blet creía que Cornwell pasaba por alto el papel del vicecanciller Von Papen, «católico sincero pero que se dejó engañar por los nazis». «No se podía rechazar un Corcordato que daba a los católicos garantías», justificaba el experto, pero «luego Hitler no las respetó».
«En 1937, Pío XI condenó el nazismo en la encíclica «Mitt Brennender Sorge» (Con viva preocupación), redactada bajo la guía de su Secretario de Estado Eugenio Pacelli», añadía.
En la conversación también salió a colación el supuesto ocultamiento de una encíclica contra el antisemitismo, algo «verdaderamente pasmoso», a juicio de Blet, que explicaba así los hechos: «En 1938, Pío XI encargó a un jesuita americano, el padre John Lafarge, el borrador de la ‘Humani generis unitas’, que no sería sobre antisemitismo sino el racismo en general, de ahí su título, «La unidad del género humano». Lafarge era un especialista en el problema racial de Estados Unidos respecto a los negros y redactó el documento, pero el papa Ratti murió en 1939 sin llegar a verlo. Cornwell dice que Pío XII escondió aquel borrador, pero eso es falso. Sencillamente, fue archivado».
Fue precisamente el equipo que publicó las «Actas y documentos de la Santa Sede sobre la Segunda Guerra Mundial» el que reveló en 1966 la existencia de este borrador. En aquella fecha no encontraron el texto, que fue hallado después, pero Blet explicaba que «no estaba escondido, era un proyecto como tantos».
«Los Archivos Vaticanos están llenos de borradores de documentos», añadía.
También justificaba el cuestionado silencio de Pío XII ante los crímenes nazis. «¿Quién habló entonces? ¿Hablaron los gobiernos aliados? Todavía menos. Ni Roosevelt, ni Churchill ni De Gaulle sabían exactamente lo que sucedía. Ahora conocemos incluso los detalles del plan de Hitler, pero durante la Guerra se veían solo las deportaciones», argumentaba el jesuita antes de apuntar que Pío XII quiso hacer una declaración en favor de los judíos, «pero la Cruz Roja le aconsejó evitarla porque Hitler solía responder aumentando la represión».
El historiador destacaba que en los once gruesos volúmenes publicados entre 1965 y 1981 se documentaba la ayuda de Pío XII a los judíos durante la persecución nazi y recordaba que al final de la Guerra, el Papa recibió efusivos agradecimientos.
«El rabino jefe de Roma, Israel Zolli, se bautizó cristiano en 1945 y tomó el nombre de Eugenio como homenaje», subrayaba Blet antes de añadir también que «a la muerte de Pío XII, la primera ministra israelí Golda Meir escribió que «cuando el terrible martirio se abatió sobre nuestro pueblo, la voz del Papa se alzó en favor de las víctimas»».
Boo recuerda con admiración a este jesuita, fallecido en 2009. «Era un científico, en este caso un historiador, igual que otros jesuitas son astrónomos o matemáticos. No buscaba justificar tesis ni comportamientos, sino descubrir la verdad, la que fuese», sostiene el corresponsal, consciente de que «a lo largo de la historia ha habido muchos papas desastrosos, y no tiene sentido esconder los errores de ninguno».