28 marzo, 2024

El lado más desconocido de Cabeza de Vaca, el conquistador español que recorrió Norteamérica

Ilustración realizada por Augusto Ferrer Dalmau para la novela que Antonio Pérez Henares publicó hace unos meses sobre el conquistador.
Ilustración realizada por Augusto Ferrer Dalmau para la novela que Antonio Pérez Henares publicó hace unos meses sobre el conquistador.

El de Jerez de las Fronteras aceptó volver al Nuevo Mundo y durante los dos años que estuvo al frente del Río de la Plata acometió varias expediciones, en las que exploró el curso del río Paraguay, antes de sufrir una conjura

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Álvar Núñez Cabeza de Vaca sobrevivió durante casi nueve años a toda una serie de desdichas, cada una de las cuales harían tambalearse a un elefante, y de regreso a casa escribió su historia en «Naufragios», una obra tan realista como increíble. La crónica de la aventura vivida por este conquistador de Jerez de la Frontera ha sido calificada por muchos de obra de ficción, dado lo imposible de su viaje, y porque, como en todos los textos con objetivos políticos, también aquí se perciben adornos por parte del gaditano. Pero aun cuando las partes menos positivas de su aventura hubieran sido omitidas para resultar del agrado del Rey Carlos V, al que iba dirigido el texto, esto no resta importancia o drama a la odisea del primer superviviente de América, el primero en atravesar los territorios que hoy conforman los Estados Unidos de América, de Florida a California, y desde allí hasta México.

18.000 kilómetros de rutas desconocidas y plagadas de elementos adversos fueron su único botín. Convivió con las tribus de los semínolas, los sioux, los indios pueblo, y aprendió media docena de idiomas. Como le pasó a Ulises en su regreso a Ítaca, los dioses del Olimpo soplaron fuerte para alejar al aventurero español cuando ya tocaba varias veces con las yemas de los dedos los límites de Nueva España, pero incluso entonces no guardó rencor a los indios que le habían retenido y hecho mil perrerías. Su historia, como la de tantos conquistadores, se sale del tópico del español perverso que solo había viajado a América a torturar indios y robarles el oro. Empezando porque Cabeza de Vaca ya era acaudalado en España, si había cruzado el charco lo había hecho más por la aventura y la fama que por cuestiones materiales; y siguiendo porque, de vuelta a la Península, aún quiso volver a esa América que tantos años le habían robado de vida. Como diría Obélix de haber vivido en el siglo XVI, «¡están locos estos españoles!».

Nueve años fuera

El 17 de junio de 1527, Álvar Núñez Cabeza de Vaca partió de Sanlúcar de Barrameda, rumbo a América, como tesorero y alguacil mayor en la expedición de Pánfilo de Narváez, viejo rival de Hernán Cortés, que se había propuesto explorar a fondo La Florida. La aventura resultó un desastre y terminó con cientos de hombres muertos a manos de los indios o de los propios elementos. Solo cuatro miembros de la expedición sobrevivieron, entre ellos Cabeza de Vaca, que aprovechó su fama como chamán y comerciante entre los indios para reencontrarse con los otros compañeros supervivientes.

Expedición de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, durante su primer viaje a América.
Expedición de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, durante su primer viaje a América.

A principios de mayo de 1536, el andaluz guió al grupo hasta Culiacán después de atravesar todo el sur de Texas y probablemente parte del actual estado norteamericano de Nuevo México, siguiendo la línea de la costa del Golfo de México. Melchor Díaz, alcalde mayor de Culiacán, les agasajó a su llegada, lloró con ellos y, una vez estuvieron recuperados del largo viaje, los envió a la ciudad de México para que el virrey Mendoza conociera su historia. Desde allí se trasladaron a Compostela, capital de Nueva Galicia, durante un viaje de casi 500 kilómetros, tan plagado de penurias e indios hostiles como los recorridos en Texas.

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El virrey quedó fascinado por la experiencia vivida por aquellos cuatro supervivientes. Los interrogó de forma insistente sobre los relatos escuchados a los indios sobre ciudades ricas de casas altas. Como la búsqueda de El Dorado en Sudamérica, también el norte tuvo su propia fábula de una tierra maravillosa designada como las Siete Ciudades de Cíbola, cuya leyenda contaba que durante la Reconquista, en 1150, los musulmanes tomaron Mérida y otras ciudades extremeñas provocando una huida de siete obispos y varias familias nobles hacia la zona más occidental del mundo. Tras embarcar en Portugal, navegaron hasta Norteamérica y allí habrían fundado siete ciudades en las que abundaba el oro y las piedras preciosas.

Las descripciones que hizo Cabeza de Vaca y los otros supervivientes de las ciudades de piedra devolvieron vigencia a este mito, de tal modo que distintos aventureros fueron en búsqueda de las Siete Ciudades de Cíbola, sin lograr grandes hallazgos; lo que hace suponer que la leyenda se refería a siete asentamientos de no mucha importancia del pueblos zuñi, un grupo étnico originario del occidente de Nuevo México. El virrey Mendoza envió, inmediatamente después de conocer el testimonio de Cabeza de Vaca, a tres frailes franciscanos, en compañía del negro Estebanico,uno de los compañeros de Cabeza de Vaca, a recabar más datos sobre estas ciudades. Los resultados no fueron los esperados y el comportamiento de Estebanico, que se valió del cuento del curandero para que los indios le entregaran turquesas, le costó su muerte a manos de una tribu desconfiada.

En 1540, Francisco Vázquez de Coronado creyó haber llegado a este lugar maravilloso, al confundir el Gran Cañón del Colorado con los techos de oro de las Ciudades de Cíbola

Temiéndose ser los siguientes, los frailes regresaron a México y, tal vez por miedo de volver con las manos vacías, uno de ellos dijo haber visto en persona grandes ciudades en las que se usaban vasijas de oro y plata más abundantes que en Perú. El virrey dio crédito al fraile y siguió auspiciando nuevas búsquedas. En 1540, Francisco Vázquez de Coronado creyó haber llegado a este lugar maravilloso, al confundir el Gran Cañón del Colorado con los techos de oro de las Ciudades de Cíbola. Un descubrimiento igual de impresionante.

Un escritor fabuloso

A su regreso a España, Cabeza de Vaca escribió y publicó, en 1542, el relato de su aventura en «Naufragios», un texto dirigido a Su Sacra, Cesárea y Católica Majestad Carlos, donde detallaba la vida de los indios sureños, el uso que hacían algunos de un «humo que emborracha», las creencias religiosas y todo lo que vio durante su convivencia con ellos. Las costumbres de algunos de los indios norteamericanos asombraron y desconcertaron a los europeos, a partes iguales:

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«Desde la isla de Mal Hado, todos los indios que hasta esta tierra vimos, tienen por costumbre desde el día que sus mujeres se sienten preñadas, no dormir juntos hasta que pasen dos años que han criado a los hijos, los cuales maman hasta que son púberes de edad de doce años… Todas estas tribus acostumbran dejar sus mujeres cuando entre ellos no hay conformidad, y se tornar a casar con quien quieren; más los que tienen hijos permanecen con sus mujeres y no las dejan hasta que estos crecen».

El relato ha sido escudriñado por historiadores y filólogos para determinar su verosimilitud. Los hechos narrados parecen los propios de una novela de aventuras, pero la minuciosidad del entorno descrito es casi la de un naturalista y demuestra, sin duda, que Cabeza de Vaca recorrió gran parte del sur de Estados Unidos. El que lo hiciera sin derramar una sola gota de sangre es igual de inverosímil como de probable. Apunta el propio autor y protagonista de la aventura que él escribió «con tanta certinidad, que aunque en ella se lean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas: y creer por muy cierto, que antes soy en todo más corto que largo, y bastará para esto haberlo ofrecido a Vuestra Majestad por tal».

Cabeza de Vaca no podía permitirse episodios ficticios en un libro dedicado al Emperador. Podía adornar u ocultar los puntos más negativos de su actuación, sin mentir directamente sobre lo ocurrió en su angustiosa aventura. Poco después de su regreso a España, el Monarca le ofreció el puesto de adelantado y gobernador del Río de la Plata y Paraguay. Álvar aceptó volver al Nuevo Mundo y durante los dos años que estuvo al frente del Río de la Plata acometió varias expediciones, en las que exploró el curso del río Paraguay con la guía de indígenas tupís-guaraníes y se convirtió en el primer europeo en ver las cataratas de Iguazú: «El río da un salto por unas peñas abajo muy altas, y da el agua en lo bajo de la tierra tan grande golpe que de muy lejos se oye y la espuma del agua, como cae con tanta fuerza, sube en alto dos lanzas y más».

No encontró, sin embargo, un lugar apropiado para nuevos asentamientos en la selva paranaense, ni poblaciones con grandes riquezas… Al contrario, lo que el gaditano y sus hombres hallaron fue una larga sucesión de epidemias, emboscadas y hambre. El buen trato dispensado por Cabeza de Vaca a los indios, incluso cuando sometió a varias tribus, y su empeño en hacer cumplir las Leyes de Indias no eran objetivos compartidos por sus tropas. A la vuelta de una de sus expediciones, los españoles, con la excusa de que Álvar era permisivo con los indígenas, organizaron un motín encabezado por Domingo Martínez de Irala, que terminó con la captura y encarcelamiento del gaditano.

El buen trato dispensado por Cabeza de Vaca a los indios, incluso cuando sometió a varias tribus, y su empeño en hacer cumplir las Leyes de Indias no eran objetivos compartidos por sus tropas

La conjura contra él le devino en un año de prisión y, en 1545, fue trasladado a España y acusado de gravísimos cargos ante el Consejo de Indias. Condenado al destierro en Orán, la Corona terminó por indultarlo de su condena ocho años más tarde. Como en otras ocasiones, los esfuerzos de la Corona castellana por defender los derechos de los indígenas chocaban con la codicia de algunos conquistadores, que se comportaban como si el continente y todos sus seres les pertenecieran. A Bartolomé de las Casas, un embustero bienintencionado (las cifras de los indígenas fallecidos son del todo imposibles), y a Cabeza de Vaca se les consideró en esa época los más destacados defensores de los derechos indígenas en América.

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Un final ingrato

El mismo año en el que el gaditano publicó «Naufragios», los mejores juristas y teólogos de España sacaron adelante las conocidas como Leyes de Indias, que en el plano teórico equiparaba en derechos y garantías a todos los súbditos del nuevo imperio. Lo que demuestra que las voces de estos inconformistas españoles fueron escuchadas por los monarcas hispánicos y contribuyeron a un positivo ejercicio de autocrítica, a diferencia de lo que luego pasaría durante el periodo colonial protagonizado por otras grandes naciones europeas. Mientras en España el debate surgió casi al inicio del descubrimiento y colonización de América, en tanto Bartolomé de las Casas viajó en 1500 a las Indias; el colonialismo salvaje de Inglaterra y Bélgica necesitó mucho tiempo para que surgiera una auténtica crítica. No es casualidad que incluso hoy «El libro de la selva» (1894), una velada crítica al imperialismo británico escrita por Rudyard Kipling, esté ausente de las lecturas escolares del Reino Unido.

Monumento a Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en Jerez de la Frontera.
Monumento a Álvar Núñez Cabeza de Vaca, en Jerez de la Frontera.

Los años finales de la vida de Álvar Núñez Cabeza de Vaca están envueltos en la imprecisión. Tras el indulto se estableció en Sevilla y ejerció como juez. En 1555, publicó en Valladolid «Relación y comentarios», su segundo libro, donde narra lo ocurrido en su aventura en Río de la Plata. Algunos le sitúan después como comerciante en Venecia o convertido en prior de un convento sevillano. Sin olvidar que, en 1522, había contraído matrimonio con una mujer bien situada entre la nobleza andaluza —su particular Penélope— aunque el largo peregrinaje en el Nuevo Mundo hace imposible rastrear qué fue de este matrimonio. En cualquier caso, murió rondando los setenta años en Sevilla y no regresó por tercera vez a América, territorio del que después de dos fracasos y tantos años debía conservar un sabor agridulce y cuentas pendientes.

De sus compañeros se sabe que Estebanico murió asesinado por los indios en su regreso a Texas; mientras que Castillo y Dorantes se establecieron en México y allí pasaron el resto de sus vidas. Los tres demostraron la misma fortaleza física y mental, casi inhumana, que Cabeza de Vaca y tiraron de igual audacia para salir con vida, desarmados, esclavizados, hambrientos, enfermos y desnudos, de donde el resto de sus compañeros perecieron. No obstante, ellos no tuvieron la capacidad o el talento de escribir un libro sobre su aventura como sí hizo Cabeza de Vaca, haciendo bueno aquello de una canción argentina de que «si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia».

Origen: El lado más desconocido de Cabeza de Vaca, el conquistador español que recorrió Norteamérica

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