El Libro de los Muertos, un puzzle de 2.300 años
Un fragmento de lino grabado en la envoltura de una momia expuesta en Nueva Zelanda coincide con otro fragmento expuesto en Estados Unidos, ambos son retazos de un libro de gran importancia histórica
De repente, aparece un fragmento de lino grabado en la envoltura de una momia egipcia en Nueva Zelanda. De repente, el fragmento coincide con otro que se encuentra en Estados Unidos. Sorpresa: los escritos pertenecen al Libro de los Muertos, una pieza clave del Antiguo Egipcio para conocer y reconocernos en aquella cultura cuyos retales siguen significando la sociedad actual, en todos los sentidos.
Se trata de un escrito funerario que proporciona algunas de las imágenes más vívidas y relatables del mundo antiguo. Aunque se conoce como libro es, en realidad, un compendio de textos de múltiples autores y diferentes versiones que se despliegan más allá de unas páginas. Su narrativa repleta de simbología y mensajes deja claro por qué las creencias egipcias sobre el más allá siguen tan presentes en la memoria colectiva de la sociedad actual. Pero la propia sociedad lo ha convertido en un despiece a lo largo de la historia, un puzzle de más de 2.300 años. De mano en mano, estos textos se encuentran esparcidos por todo el mundo, lo que complica el estudio detallado de sus mensajes sobre la muerte y, con ello, el conocimiento más sustancial de la noción actual de la vida.
Ahora, el trabajo minucioso de los investigadores a ambos lados del Océano Pacífico ha unido dos de sus piezas, dando paso a repensar la historia y la manera en que es tratada. La importancia de estos textos no ha evitado que se hayan romantizado y malinterpretado a menudo, pero también utilizado como bien individual, haciendo del significado colectivo un tesoro exclusivo y despojado de su propia significación, impidiendo a la sociedad general el conocimiento de sus orígenes.
Una guía para el más allá
El Libro de los Muertos tuvo como propósito servir como guía para que los muertos la usaran en sus viajes al más allá, tal y como expresa el American Research Center in Egypt (ARCE). De esta forma, cada texto fue preparado por escribas para diferentes entierros, con calidad variable dependiendo de la habilidad del profesional. Algunos fueron preparados con espacios en blanco para luego completar el nombre de los fallecidos. Existen versiones en papiro de formato largo, pero también tallajes en tumbas y grabados en piezas de lino como la encontrada recientemente, que presenta también un gran tamaño (60 mm de ancho y 485 mm de largo). Junto a los textos como instrucciones, hechizos y pasajes conforman el contenido.
Su origen se remonta al Imperio Antiguo (entre el 2686 a. C. y el 2181 a. C.), pero como una tradición fue evolucionando conforme lo hacían las creencias religiosas. Primero nacieron los escritos en papiros, y con el paso del tiempo estos comenzaron a plasmarse con inscripciones, conocidas como los Textos de las Pirámides, escritas directamente en las paredes de las tumbas. El Texto de la Pirámide más antiguo conocido se encontró en la tumba de Unas, el último rey de la Quinta Dinastía, según apunta la Enciclopedia Británica, quien vivió aproximadamente entre el 2465 a. C. y el 2325 a. C. En un principio, los textos se creaban solo para la realeza egipcia, como ejemplifica el mencionado. Pero posteriormente llegó a ser una práctica entre personas de otros rangos sociales como los egipcios ricos y las élites, escrituras conocidas como Textos de Ataúd. Fue la larga tradición de escritura funeraria mágica la que hizo que trascendiera su fuerza significativa.
Una vez arraigado, durante el período del Imperio Nuevo (1550 a.C. – 1070 a.C.), la vida después de la muerte empezó a entenderse como un camino accesible solo para quienes podían pagar su propio Libro de los Muertos, ya que solo a través de esta guía práctica la persona podría superar las pruebas peligrosas a las que consideraban que habría que enfrentarse al morir, pruebas complejas y elaboradas que solo empleando los hechizos que proporcionaban los escritos podrían superarse para ganar la vida eterna entre los dioses. Precisamente estos últimos son los protagonistas de las escrituras, en concreto Osiris (dios de la resurrección) y Ra (dios del sol). En total, 42 dioses van sucediéndose entre las páginas en un total de cuatro secciones como cuatro fases: el ingreso al inframundo donde se recuperan las habilidades físicas de los vivos, la resurrección y la unión con Re para salir como el sol cada día, el viaje por el cielo antes del juicio por el panel de los dioses y, finalmente, si el alma prosigue sin ser destruida, la unión con los dioses.
Pespuntes digitales para reunificar la historia
Su carga emocional para la superación del mayor enigma de la historia, atravesando tiempos, culturas y religiones: la muerte, hizo del libro un símbolo en sí mismo, de una importancia crucial para los antiguos egipcios y para todos sus descendientes: estos textos revelan aspectos centrales del sistema de creencias de sus sociedades, incluyen numerosa información acerca de conceptos en torno a la existencia que son de enorme relevancia para el análisis historiográfico. Por ejemplo, deja constancia del proceso de la práctica de momificación, lo que ayuda a comprenderla. También recoge la idea del ‘ka’ y el ‘ba’ (las partes del alma que se creía que vivían después de la muerte). “Como muchos temas de la egiptología, nuestras teorías cambian, crecen y se adaptan constantemente con cada nueva traducción de este texto”, apunta al respecto el equipo de ARCE.
El nuevo fragmento adherido formaba parte de una mortaja de lino hecha para Petosiris o Ankhefenkhons, sacerdote del dios Thoth en la ciudad de Hermópolis (Jmun / Khemnu en su nombre egipcio) hace 2.300 años. La momia se econtraba en el Museo Teece de Antigüedades Clásicas de la Universidad de Canterbury en Nueva Zelanda, y allí sigue. Los fragmentos se han reunido pero de manera digital. Todo comenzó cuando el equipo de este museo neozelandés decidió publicar una imagen digital del mismo en una base de datos de acceso libre. Los investigadores del Getty Research Institute en Los Ángeles vieron el fragmento de estos retales conocidos ahora como fragmentos de Canterbury, e inmediatamente reconocieron que la pieza coincidía con la que tenían en su colección.
«Hay una pequeña brecha entre los dos fragmentos; No obstante, la escena unida tiene sentido, el encantamiento que narra tiene sentido y el texto también«, ha asegurado a través de un comunicado Alison Griffith, experta en arte egipcio y profesora asociada de clásicos en la Universidad de Canterbury: Como han podido comprobar, ambos fragmentos están en escritura hierática (una manera de escribir de forma rápida, simplificando los jeroglíficos, íntimamente relacionada con la escritura jeroglífica) o cursiva, y ambos contienen jeroglíficos que representan escenas y hechizos (con una infinidad de detalles trazados) que se entrelazan a la perfección.
Qué llevarse a otra vida
Las ilustraciones reunidas de nuevo muestran escenas de preparación de la vida después de la muerte: carniceros cortando un buey como ofrenda; hombres moviendo muebles, una mudanza a la otra vida; un halcón, un ibis y un chacal como representaciones de las distintas divisiones territoriales del Antiguo Egipto; un barco funerario con las hermanas diosas Isis y Neftis a cada lado y un hombre tirando de un trineo con la imagen de Anubis, el dios de los muertos, según el comunicado. Escenas que ahora cobran más significados una vez completas. Pero eso no es todo: algunas de ellas también están presentes en la famosa versión del «Libro de los Muertos» expuesto en el Museo Egipcio de Turín, en Italia.
«La creencia egipcia era que los difuntos necesitaban cosas mundanas en su viaje hacia el más allá, por lo que el arte en pirámides y tumbas no es arte como tal; en realidad, se trata de escenas de ofrendas que necesitarían en la otra vida», apunta Griffith. Para esta profesora, «es simplemente increíble juntar fragmentos de forma remota». La facilidad con la que se enhebran retazos tan antiguos en la actualidad a través de una pantalla nada tiene que ver con la complejidad de hacerlos posibles entonces. «Es muy difícil escribir sobre estos materiales; necesitas una pluma y un pulso firme. Esta persona hizo un trabajo increíble», asegura Griffith sobre el fragmento de lino en Canterbury. Es por ello que este trabajo conlleva una reapertura del debate acerca de las cuestiones éticas sobre los orígenes de estas colecciones y las formas a partir de las que se han constituido.