El mariscal rumano Ion Antonescu, el más fiel aliado de Hitler
El mariscal Ion Antonescu es una de las figuras más controvertidas de la historia de Rumanía. Su alianza con Hitler determinó su destino
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Considerado un héroe en sectores nacionalistas por la recuperación de los territorios arrebatados en el Pacto de Múnich y el arbitraje de Viena, Ion Antonescu dirigió su país con mano de hierro. Persiguió a judíos y opositores comunistas como entusiasta aliado de Hitler hasta ser derrocado, violentamente, justo antes de la entrada de los soviéticos en el país, y fusilado por crímenes de lesa humanidad.
Militar de carrera, en cada uno de los escalones de su trayectoria fue ganando en popularidad y prestigio por su elogio de la disciplina en un entorno político corrupto. Fue el extravagante rey Carlos II quien lo nombró ministro de Defensa en 1937 y luego primer ministro, el 4 de septiembre de 1940, después de que el país hubiera perdido más de un tercio de su territorio, repartido entre la Unión Soviética, al este, Hungría, al norte, y Bulgaria, al sur.
El monarca arrastraba una reputación lamentable. A los 25 años, siendo príncipe heredero, en plena Primera Guerra Mundial, abandonó el ejército y huyó a Ucrania para poder casarse con la hija de un oficial de la que estaba enamorado.
Su padre, el rey Fernando, logró anular ese matrimonio y le obligó a casarse con una princesa, Helena de Grecia y Dinamarca, con la que tendría un hijo, Miguel. Esto antes de abandonar de nuevo el país, en 1925, para vivir en París con su nueva amante, Magda Lupescu.
Cuando regresó a Rumanía en 1930, ante la situación de inestabilidad que rodeaba la regencia de su hijo Miguel, Carlos fue proclamado rey y, en 1937, aprovechó el bloqueo político para instaurar una dictadura. Sin embargo, fracasó en su política de alianzas.
A punta de pistola
En ese contexto, Antonescu llegó a la presidencia del gobierno sin ocultar su animadversión personal hacia el monarca. De hecho, solo tardó dos días en obligar a Carlos II a abdicar, a punta de pistola, en favor de su hijo Miguel antes de salir del país. Antonescu creyó poder manejar a su antojo al joven monarca, aunque, en última instancia, sería este quien acabara con el general y de una forma brutal.
Como militar de la vieja escuela, Antonescu era un hombre claramente autoritario, como demuestra que adoptase inmediatamente el título de Conducător, equivalente al de Duce de Mussolini en Italia. Si se acercó a Hitler fue, en parte, porque la confianza de Carlos II en el apoyo de Francia no había servido más que para desmembrar al país, pero también porque los vientos de la guerra soplaban entonces a favor de Berlín.
Puesto que los partidos tradicionales le dieron la espalda, tuvo que apoyarse en una organización fascista, la Legión de San Miguel Arcángel, también conocida por el nombre de su milicia, la Guardia de Hierro. Lo hizo pese a sus discrepancias con este grupo, al que acusaba de querer suplantar al Ejército. La Legión había sido creada y dirigida por Corneliu Zelea Codreanu, un fascista obsesionado por la pureza nacional y religiosa, bajo premisas antisemitas y anticomunistas.
El rey Carlos intentó acabar con los legionarios por medios legales e ilegales, lo que provocó una espiral de violencia política que costó la vida a numerosos dirigentes de la organización fascista, así como del propio gobierno. Cuando Antonescu llegó al cargo de primer ministro, acababan de ser asesinados los responsables legionarios de todas las provincias del país, cuyos cadáveres se dejaron a la vista para escarmiento de la población.
Amistades peligrosas
La coalición del Conducător con aquella organización fascista solo sirvió para sumir al país en el caos. El 26 de noviembre se produjo la matanza de 64 personalidades del régimen de Carlos II, que Antonescu había encarcelado, asesinados por unos legionarios que deseaban vengarse de la represión que habían sufrido en la época del anterior monarca.
El Conducător no tenía ninguna simpatía por las víctimas, ni hizo nada tampoco para detener las matanzas masivas de judíos perpetradas por la Guardia en el este del país o en la propia capital, donde los cadáveres aparecieron colgados de los hierros de un matadero.
Ante la degradación de la situación interna, decidió aprovechar esos hechos para acabar con la organización, con el consentimiento del propio Hitler, con quien se entrevistó el 23 de noviembre en Berlín. El Führer había visto con simpatía a la Guardia de Hierro, pero, ante la debilidad creciente de la Italia de Mussolini, optó por apoyar a Antonescu, autorizando la represión de los legionarios.
Hitler quería la garantía de que dispondría de los yacimientos de petróleo de Rumanía para sufragar sus operaciones, y el rumano esperaba, a cambio, que el alemán le ayudara a recuperar los territorios perdidos. Sin la Guardia de Hierro, cuyos dirigentes huyeron del país, Antonescu pudo, por fin, instaurar un gobierno autoritario propio.
En las filas de Hitler
En junio del año siguiente, el Tercer Reich lanzó la Operación Barbarroja contra la Unión Soviética, y Antonescu aportó casi medio millón de hombres al esfuerzo de guerra, el mayor contingente no alemán en ese frente. Con el primer avance, los rumanos recuperaron rápidamente Besarabia, conquistaron Transnistria y llegaron hasta Odesa, donde llevarían a cabo una sangrienta matanza de civiles, la mayoría judíos.
En represalia por un atentado en el mes de octubre contra la sede del mando de ocupación, los militares rumanos contribuyeron decisivamente al asesinato de entre cinco y diez mil personas, fusiladas o ahorcadas en la calle.
Seguidamente, la administración rumana promulgó en su zona de control unas leyes contra los judíos similares a las que regían en el resto de países ocupados por los nazis, y puso en marcha burdos mecanismos de aniquilación masiva. Cuando el Ejército Rojo volvió a recuperar esta ciudad ucraniana, se pudieron contar más de 22.000 cuerpos enterrados en fosas comunes.
Mano dura
En el interior de Rumanía, la calma se mantenía a base de mano dura. Antonescu no tenía una ideología más allá de sus rígidas convicciones sobre el orden y la estabilidad. Aunque la persecución de los judíos no fue tan rigurosa como en Ucrania y su gobierno llegó a obstaculizar el traslado de judíos rumanos a campos de exterminio alemanes en Polonia, se calcula que durante la guerra la Guardia de Hierro asesinó a más de 300.000, sobre todo en los territorios fronterizos de Besarabia, Bucovina y Transnistria, o en la misma Transilvania, acusándolos de ser agentes extranjeros.
Con quienes se atrevían a discutir sus posiciones, el Conducător fue implacable. Construyó campos de concentración a lo largo y ancho del país, donde eran internados los elementos considerados como una amenaza para el gobierno, casi siempre por razones políticas.
Toleraba las opiniones liberales o burguesas, pero reprimía, sin piedad, a los comunistas, tenidos por agentes soviéticos. Así, más de cinco mil fueron encarcelados y varios cientos, ejecutados.
A pesar de su rigidez política, Antonescu mantuvo un buen nivel de popularidad, sobre todo porque había recuperado una parte de los territorios perdidos. Sin embargo, su alianza con Hitler le vinculó definitivamente con el destino del alemán y con la suerte de la guerra que este estaba llevando a cabo contra la Unión Soviética.
El destino de Hitler
A partir de 1943, después de la derrota alemana de Stalingrado, donde perecieron miles de soldados rumanos, se hizo evidente que el signo del conflicto había cambiado de dirección, y en Bucarest empezaron a escucharse voces pidiendo negociar una paz separada con los aliados. Antonescu se negó a escucharlas.
A comienzos de 1944, los bombardeos norteamericanos contra la industria petrolera rumana, sumados a los problemas económicos, empezaron a minar la resistencia de la población. La situación se hizo insostenible cuando, en el mes de marzo, las tropas soviéticas cruzaron la frontera rumana y lanzaron un ultimátum que Antonescu rechazó.
Al parecer, este esperaba ganar todavía tiempo mientras llegaban las tropas aliadas, sin saber que Winston Churchill y Iósif Stalin habían pactado que Rumanía sería sometida al dominio soviético.
Entregado a organizaciones comunistas, fue capturado por las tropas soviéticas que entraron el día 31 en Bucarest
En agosto, con el Ejército Rojo a punto de romper las líneas defensivas rumanas, el rey Miguel preparó un golpe de mano contra Antonescu, respaldado por los agotados militares que aún quedaban en pie. El día 23, el monarca logró que el dictador fuera a palacio y trató de convencerle de que rompiese su alianza con Hitler, a lo que este se negó alegando razones de honor. El rey respondió: “Entonces ya no nos queda nada más que hacer”, la frase convenida para que los militares conjurados lo detuvieran.
Entregado a organizaciones comunistas, fue capturado por las tropas soviéticas que entraron el día 31 en Bucarest y llevado a Moscú con su mujer, donde permaneció detenido durante dos años.
En 1946 fue devuelto a Rumanía, y en mayo de ese año sometido a un juicio popular en el que fue condenado a muerte, precisamente por la represión de los comunistas y por haber atacado a la URSS como aliado de Hitler.
Fusilado el 1 de junio en un terreno abandonado, cerca de la prisión de Jilava, al sur de Bucarest, su cuerpo fue incinerado para hacerlo desaparecer, definitivamente, de la memoria del país.
Nunca supo que cuarenta y tres años después otro dictador, esta vez comunista, llamado Nicolae Ceauşescu, que había sobrevivido a sus campos de concentración, sería conocido también como Conducător y fusilado, como él, en dramáticas circunstancias.
Origen: El mariscal rumano Ion Antonescu, el más fiel aliado de Hitler