24 noviembre, 2024

El matadero de cerdos de Madrid al que temían ser enviados los peores criminales españoles del siglo XIX

Una ilustración de la ejecución de Luis Candelas, junto a otras de cura Merino, con la cárcel del Saladero al fondo
Una ilustración de la ejecución de Luis Candelas, junto a otras de cura Merino, con la cárcel del Saladero al fondo

El Saladero, que había sido diseñado por Ventura Rodríguez para albergar a cerdos, se convirtió en 1831 en una de las cárceles más duras e inhumanas de España. «Un foco de infección, miseria y práctica de todos los vicios» donde se mezclaban bandoleros, falsificadores, políticos corruptos y asesinos despiadados

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Bandoleros, falsificadores, asesinos, políticos corruptos y hasta toreros rebeldes. Todos acababan hacinados en el famoso matadero de cerdos de la madrileña plaza de Santa Bárbara que, en 1831, fue convertido en la famosa y temida cárcel del Saladero. «Un foco de infección, miseria y práctica de todos los vicios», según la prensa de la época, donde los peores criminales condenados a muerte se mezclaban con los ladronzuelos y alborotadores de poca monta.

En noviembre de 1866, pocos días después de que fuera asesinado un sargento de la Guardia Civil en el municipio de Las Ventas con Peña Aguilera, en Toledo, los cinco bandidos responsables del crimen ya iban camino de la cárcel del Saladero. Cuatro condenados a muerte y otro a cadena perpetua. Y cuando el perturbado cura Merino intentó apuñalar a la mismísima Reina Isabel II a las puertas del Palacio Real de Madrid, en 1852, ¿dónde fue a parar? Pues al Saladero, su último destino antes de ser «ejecutado con el garrote vil y que su cadáver fuera quemado».

Cuando el futuro presidente de la futura Primera República, Nicolás Salmerón, fue detenido por criticar a la Familia Real en varios artículos de prensa, allá por 1867, también fue a parar a la «tenebrosa» prisión durante varios meses. Y cuando en 1879 los diestros Frascuelo, Molina y Bienvenida se opusieron a que su segundo toro recibiera las banderillas de fuego, tal y como dictaba la tradición, ¿donde fueron encerrados? «Fueron llevados al Saladero al terminar la corrida. El toro de Núñez de Prado había tomado ya cinco puyazos y comenzó un conflicto entre la autoridad del ruedo, que ordenaba que se pusieran las banderillas, y el público, que quería que fuese devuelto al corral. El coso se inundó entonces de naranjas y fue imposible continuar con la lidia, por lo que el toro fue retirado», recordaba un año después el crítico Leopoldo Vázquez y Rodríguez en sus «Efemérides taurinas».

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Cárcel, desde 1831

El edificio que albergó la Cárcel de Villa, como se la conocía oficialmente, fue construido en 1788 como un gran matadero para hacinar a los gorrinos por orden de Carlos III. El diseño corrió a cargo de Ventura Rodríguez. Después se transformó en el saladero al que hace alusión su nombre, además de proveedor de tocino. Y, por último, en 1831, se convirtió en la mencionada penitenciaría. Hasta ese momento, la mayoría de los delincuentes madrileños «dormían bajo el ángel», como señalaba el dicho castizo en alusión al ángel de la cornisa del Palacio de Santa Cruz, antaño Cárcel de Corte y hoy Ministerio de Asuntos Exteriores, junto a la Plaza Mayor. Pero cuando a los presos les sorprendió una epidemia que amenazaba con extenderse fuera de las celdas, el Gobierno decidió que era hora de habilitar una nueva prisión para que los criminales cumplieran su condena.

Los libros de arquitectura recuerdan las trazas de este edificio situado frente al también desaparecido convento de Santa Bárbara, que en aquella época se situaba en lo que era el extrarradio de la capital. Era un gran caserón del siglo XVIII, con tres pisos y una fachada sencilla y bella, que el periodista y urbanista Ángel Fernandez de los Ríos describió con menos entusiasmo en su «Guía de Madrid» (1876). «Era un edificio lóbrego, oscuro, tenebroso, de estrechos corredores e inconvenientes habitaciones, donde viven confundidos los acusados de delitos leves con sospechosos de los crímenes más atroces; los sentenciados y rematados en espera de ir a su destino, con los que todavía tienen en sumario su proceso, y los jóvenes que apenas han puesto el pie en la senda del vicio con los más endurecidos criminales».

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Sus sucias celdas acogieron a presos tan célebres como Luis Candelas, nacido en el barrio de Lavapiés y convertido en uno de los bandoleros más famosos de la historia de España. Fue ejecutado mediante garrote vil, el 6 de noviembre de 1837, seis años después de inaugurarse la cárcel del Saladero. Tan famosas fueron sus fechorías por aquella España de Dios que se convirtió en protagonista de coplas y versos populares.

«Relegados a la clase del más inmundo animal»

También acabó con sus huesos allí su segundo lugarteniente, Francisco de Villena, más conocido como Paco «el Sastre», por secuestrar a dos hijos del rico Marqués de Gaviria, intendente del Palacio Real. En esa ocasión, él hacía las veces de cabecilla de una banda que campó a sus anchas durante meses por la Pedriza. Y aunque consiguió fugarse del Saladero con su socio Balseiro, también preso allí, fue detenido de nuevo y condenado a la pena capital. Finalmente, el 20 de julio de 1839, a las 11.30, fue ejecutado en un patíbulo levantado en el paseo de Pontones, cerca de la Puerta de Toledo. Media hora antes ya había dejado de respirar su socio.

En un amplio artículo escrito por Mesonero Romanos en el diario «La Ilustración», el 15 de febrero de 1851, la Cárcel de Villa «había sido construida a finales del siglo pasado como un saladero de cerdos. Y eso es absolutamente lo que indica su título, ni más ni menos, de manera que la multitud de infelices aglomerados en aquellas sucias mazmorras hoy en día, pueden considerarse relegados a la clase del más inmundo animal». Y añadía: «En las ocasiones en que se producen visitas generales, se hacían preceder de perfumes anti pútridos para resistir aquella atmósfera mortífera».

La prisión adquirió, además, mucha más fama cuando se descubrió que en su interior se ocultaban varios talleres de falsificación de billetes. Una práctica que fue tan común en aquel centro, que durante años fue uno de los nidos de corrupción más importantes de España. Una institución en la que, además, era habitual la confusión de edades y crímenes, las conspiraciones continuas, las estafas y las luchas entre los presos y contra los guardias, que llenaron miles de páginas de sumarios judiciales.

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«¡Niños de ocho años!»

En el libro de Luis Tasso «Prisiones de Europa: La primera obra de esta clase en España» (1863), se destaca precisamente la confusión de las edades de los reclusos: «¡Por la puerta entreabierta asoman niños de tierna edad, niños de ocho años, de limpia mirada y cabello rubio y sedoso! ¡Oh, qué natural! Que bello sería imaginar que, a pocos pasos, está su madre cuidándolos, temerosa de que se lastimen con sus inocentes travesuras. Pero no, ¡son criminales! Cree uno haberlos visto a los pies de “La concepción” de Murillo y piensa otro que estaría bien encontrarlos al pie del altar esparciendo el suave olor del incienso, cantando al señor con sus vocecitas melodiosas… ¡pero son criminales!».

El antiguo matadero cumplió su función penitenciaria hasta mediados de 1884, cuando fue sustituida por la Cárcel Modelo de Tomás Aranguren, uno de los grandes expertos en arquitectura penitenciaria de la época. El diseño de esta última sirvió de referencia para todos los nuevos penales que se construyeron desde entonces. Por eso se llamó así, porque tenía la intención de servir de espejo al resto de prisiones y para desmantelar la política penitenciaria punitiva y deshumanizada propia de centros como el Saladero.

Este último fue derribado en 1885, un año después de su cierre definitivo. En 1920 se construyó sobre el solar el Palacio de los Condes de Guevara, que en la actualidad está ocupado por un Banco.

Origen: El matadero de cerdos de Madrid al que temían ser enviados los peores criminales españoles del siglo XIX

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