29 marzo, 2024

El milagro que salvó a los Tercios en Empel

Representación de dos miembros de los Tercios de Flandes, por Enrique Estevan. Terceros
Representación de dos miembros de los Tercios de Flandes, por Enrique Estevan. Terceros

Tres tercios viejos de infantería española, aislados y cercados por la flota holandesa en el punto más alto de la isla de Bommel, el monte de Empel, escaparon a una muerte segura de un modo tal que los católicos no dudaron en calificarlo de “milagro”.

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Flandes, diciembre de 1585. Tres tercios viejos de infantería española, aislados y cercados por la flota holandesa en el punto más alto de la isla de Bommel, el monte de Empel, escaparon a una muerte segura de un modo tal que los católicos no dudaron en calificarlo de “milagro”.

La intransigencia religiosa de Felipe II había atizado el fuego de la rebelión en Flandes. La política de dureza, personificada por el duque de Alba, no produjo los resultados esperados, y el conflicto, enquistado, consumía en cantidades fabulosas los recursos humanos y materiales de la monarquía hispánica.

¿Lograría triunfar Alejandro Farnesio donde el inflexible Alba había fallado? El italiano consiguió en dos años tomar Dunkerque, Ypress, Brujas, Alost, Nieuwpoort y otros enclaves estratégicos. Este esfuerzo culminó, tras más de un año de asedio, con la toma de la ciudad de Amberes el 17 de agosto de 1585. Fue tal la importancia de esta victoria que se organizó una cena en honor de los veteranos en la que el propio Farnesio y otros mandos oficiaron de camareros.

Retrato de Alejandro Farnesio.

Retrato de Alejandro Farnesio.

Dominio público

A partir de ese momento, el célebre general, conocido como “el Rayo de la Guerra”, licencia a parte de su ejército y envía el resto al norte con la misión de auxiliar a la población católica. Los tercios de Cristóbal de Mondragón, Francisco de Bobadilla y Agustín Íñiguez, junto con la compañía de arcabuceros del capitán Juan García de Toledo, cerca de cinco mil hombres en total, cruzan el Mosa y se instalan en Bommel. Esta isla, de 25 km de este a oeste y 9 de anchura máxima de norte a sur, constituía la línea de frente entre los Países Bajos españoles y las Provincias Unidas.

Respuesta holandesa

Los holandeses, comandados por el general Philips van Hohenlohe, conde de Holac, vieron la ocasión de vengarse por la pérdida de Amberes y acabar con los españoles. Tal como explica el capitán Alonso Vázquez, veterano en el asedio de Amberes, en su obra Los sucesos de Flandes y Francia del tiempo de Alejandro Farnese: “Juntáronse en Holanda y Zelanda y armaron y guarnecieron de muy buena infantería más de doscientos navíos, entre grandes y pequeños, porque viendo las fuerzas españolas encerradas en la isla de Bommel les creció un ánimo extraordinario de anegarlos y deshacerlos y quitar de aquella vez el yugo español que tenían sobre sus hombros, como siempre decían”.

'Vista de Amberes con el Escalda helado' (1590), de de Lucas van Valckenborch.

‘Vista de Amberes con el Escalda helado’ (1590), de de Lucas van Valckenborch.

Dominio público

La armada de las Provincias Unidas desembarcó tropas y zapadores, y estos abrieron varias brechas en dos diques que contenían las crecidas del caudal de los ríos. La isla empezó a inundarse a toda velocidad. En apenas minutos, los soldados españoles se vieron cercados en aquella lengua de tierra, mientras eran atacados a escasa distancia por gran cantidad de embarcaciones e innumerables mosquetes y arcabuces. En esta situación, rodeados de enemigos y bajo la amenaza de la fuerza del agua que empezaba a subir, los tercios se refugiaron en el punto más alto de la isla, el monte de Empel.

A pesar de la evidente desventaja, al llegar la noche, el maestre de campo Bobadilla, que estaba al mando de los tres tercios, ordenó repeler el ataque. Holac, ante la fulgurante respuesta de los católicos, optó por retirar sus embarcaciones y mantener una prudente distancia.

Aunque habían logrado una momentánea victoria, las unidades de la infantería española eran conscientes de que, aisladas como estaban, sin opción de recibir ayuda, las posibilidades de salir con vida eran verdaderamente escasas. Con todo, se dieron instrucciones para fortificar las posiciones. Los soldados afianzaron su emplazamiento con tablones de madera y tierra, no solo para protegerse de los disparos de los holandeses, sino también para impedir que el nivel del agua les alcanzara.

Ante la gravedad de la situación, Francisco de Bobadilla manda al capitán Bartolomé Torralva, acompañado de un soldado flamenco, amigo fiel, con un mensaje de socorro para Alejandro Farnesio. A la vez, decide que la única alternativa que queda es tomar la iniciativa y pasar al ataque. El 5 de diciembre embarca en nueve barcazas, tres por cada tercio, a diez piqueros, diez mosqueteros y quince arcabuceros con dos capitanes. En total, 333 hombres, con la misión, casi suicida, de abrir un hueco entre las filas enemigas por el que escapar.

Desde sus posiciones, los españoles asistían impotentes a las maniobras enemigas

A pesar de los minuciosos preparativos, el ataque no se llevó a término. Las tropas enemigas, aprovechando su superioridad en hombres y armamento, arrebataron varias posiciones a los defensores. Al mismo tiempo, un capitán flamenco católico informó a Bobadilla de la existencia de un paso por el que los infantes españoles podrían evadirse de la isla. El capitán Melchor Martínez, del tercio de Mondragón, fue a reconocer el lugar indicado a bordo de un bote con tres soldados. En un entorno desconocido, con nieblas casi perpetuas, erró la dirección y fue herido de muerte en el momento del desembarco.

Así las cosas, Bobadilla ordenó ocupar una pequeña isla vecina a Empel, donde se apostaron con dos cañones. Hambrientos, ateridos por las duras condiciones climáticas y superados militarmente, los españoles asistían impotentes a las maniobras enemigas. Los holandeses habían fortificado algunos islotes que emergían sobre la inundación, de manera que, a ojos de los sitiados, la salvación parecía imposible.

Grabado de la Batalla de Empel, por Frans Hogenberg.

Grabado de la Batalla de Empel, por Frans Hogenberg.

Dominio público

En palabras de Vázquez: “Cuando lo vieron los españoles, se comenzaron a afligir, con no pequeña confusión por ver que les habían ocupado los pasos y que el sitio se apretaba por mar y tierra, y ser tan poca la que poseían que apenas cabían en ella, veíanse en muy gran turbación y trabajo, y el menor que pasaban era el frío, hambre y desnudez”.

El 6 de diciembre, las provisiones se estaban acabando y el frío arreciaba. Algunos soldados defendían la necesidad de arremeter a la desesperada, aun a riesgo de ahogarse, contra las naves holandesas; otros clamaban por la ayuda de Farnesio. Los más desesperados propusieron quemar las banderas, hundir la artillería y dividirse en dos grupos para matarse los unos a los otros antes de morir a manos del enemigo.

Holac envió mensajeros para advertir a las autoridades de que en breve les mandaría miles de cautivos

El conde de Holac, entretanto, había enviado mensajeros a Zaltbommel, Gorkum y Dordrecht para advertir a las autoridades de que en breve les mandaría miles de cautivos. Sus emisarios ofrecieron una rendición honrosa a los españoles. Obtuvo una tajante respuesta: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.

Uniformes de los Tercios en el siglo XVII según Serafín María de Sotto,

Uniformes de los Tercios en el siglo XVII según Serafín María de Sotto,

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Un giro inesperado

A partir de ese momento las cosas empezaron a cambiar. Mientras cavaba una zanja, un soldado encontró una imagen de la Inmaculada Concepción pintada sobre una tabla. El hallazgo tuvo un efecto revitalizador y llenó de consuelo a las tropas católicas. Inmediatamente, el padre fray García de Santisteban convocó a las tropas y todos juntos rezaron frente a la Virgen.

El día 7 se levantó una inusual ola de frío y las aguas del río Mosa comenzaron a congelarse, algo que en la comarca no ocurría normalmente hasta mediados de enero. Sorprendido, Holac ordenó que sus naves se retirasen para no quedar a merced de la helada. Los fuertes holandeses y los barcos que, debido a las prisas, habían quedado atrapados en el hielo fueron asaltados de inmediato por los aliviados soldados de los tercios. Entretanto, los vecinos de las ciudades católicas cercanas realizaron procesiones solemnes y todo tipo de rogativas y rezos solicitando ayuda para los sitiados.

Ante el inesperado ataque de los españoles, los holandeses se retiraron

Al día siguiente, los hombres de Bobadilla se subieron a sus barcazas y, tras atravesar el hielo, abordaron e incendiaron los barcos enemigos y asaltaron el fortín que habían levantado a orillas del Mosa. Ante el inesperado ataque los holandeses se retiraron, y los españoles se alzaron con la victoria.

Alejandro Farnesio, que tuvo noticia de la liberación durante su marcha para prestar auxilio, escribió una elogiosa carta a Bobadilla. Los acontecimientos ocurridos durante aquella semana corrieron rápidamente entre la población. Y los católicos de Flandes calificaron los hechos como Het Wonder van Empel, “el milagro de Empel”.

Origen: El milagro que salvó a los Tercios en Empel

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