El minucioso plan de Hitler para invadir Gibraltar: «Es absolutamente necesario atacarlo. Lo tengo decidido»
El líder nazi llegó a presentar una minuciosa operación para conquistar el Peñón. Los nazis, incluso, comenzó un riguroso entrenamiento en una zona de Francia cargada de montañas idénticas a la colonia, para hacerse una idea de dónde iban a combatir
Thank you for reading this post, don't forget to subscribe!
Gibraltar lleva siendo noticia y punto fricción entre España y el Reino Unido desde que, al finalizar la Guerra de Sucesión española, en 1713, se firmara el polémico Tratado de Utrecht por el que el Rey Felipe V cedía el peñón a los ingleses «para siempre». Lo fue durante los siglos XVIII, XIX y a lo largo del XX, donde el tema estuvo en la agenda de todos los gobiernos ingleses y españoles. En la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República y también con Franco.
«He decidido atacar Gibraltar. Tengo la operación minuciosamente preparada. No falta más que empezar y hay que empezar». Estas fueron las apremiantes palabras de Hitler al entonces ministro de Asuntos Exteriores español, Ramón Serrano Suñer, en un encuentro urgente que el «Führer» organizó apenas tres semanas después de la entrevista en Hendaya. Hitler tenía prisa. La Alemania nazi dominaba ya toda la Europa centro-oriental y avanzaba inexorablemente por el continente, convencida de que el Peñón, además de la puerta del Estrecho, se había convertido en la llave que le daría la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
La última vez que el tema de la colonía estuvo en la agenda pública fue en noviembre y lo desveló en exclusiva ABC, después de que el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, asegurara que había llegado a un acuerdo con la primera ministra británica, Theresa May, por el que esta se comprometía a abordar la soberanía de Gibraltar. Sánchez, incluso, prometió que una vez se produzca la retirada del Reino Unido de la Unión Europea con el Brexit, «la relación política, jurídica e incluso geográfica de Gibraltar pasarán por España». Este periódico, sin embargo, tuvo acceso a una carta del Gobierno de May en la que desmentía tales afirmaciones.
El presidente del Gobierno lo intentó, de la misma forma que en ese encuentro de Serrano Suñer organizado con cierta precipitación. Cuatro días antes, el 14 de diciembre de 1940, el embajador alemán en Madrid, Eberhard Von Stohrer, se presentó por sorpresa en el despacho de este para comunicarle que Hitler deseaba reunirse con él inmediatamente «para hablar de cosas importantes». Tras consultar con Franco y varios ministros militares sobre la convenienciade acudir a aquella llamada, el ministro partía sin más dilación hacia Berchtesgaden, el refugio del «Führer» en los Alpes suizos.
Poco después de llegar la tarde del martes 18 de diciembre, Hitler le dijo que le había convocado para que, «según lo convenido en Hendaya», fijaran la fecha de su entrada en la guerra invadiendo Gibraltar, que luego pasaría a manos de España: «Es absolutamente necesario atacarlo. Lo tengo decidido. Se trata ahora de fijar el día», manifestó el «führer», según el relato hecho en 1976 por Serrano Suñer en su obra «Escrito en España», donde aseguraba que tuvo que aclarar que «lo convenido en Hendaya no había sido que entrarían en la guerra cuando ellos decidieran, sino cuando nosotros estuviéramos en condiciones de hacerlo». «En cualquier caso –insistió Hitler, siempre según el relato de Suñer–, la operación mixta sobre Gibraltar es necesaria. Es la hora de que España tome su parte».
La colonia por la que hoy el gobierno británico y el español andan a la gresca era para Franco, tras la Guerra Civil, la tierra aún irredenta por la que pasaba la unidad nacional. Pero la realidad es que España no estaba en condiciones de participar, ni psicológica ni materialmente, en ningún conflicto. No debemos olvidar, además, que la dictadura dependía del permiso del Gobierno británico para que pudieran llegar a sus puertos los cargamentos de trigo procedentes de países como Canadá o Argentina. Y para Franco y su Gobierno, igualmente, tomar Gibraltar no significaba necesariamente que el Mediterráneo quedara cerrado, pues aún seguiría abierto por el Canal de Suez.
Hitler insistió en lo que ya había apuntado en Hendaya: que la oportunidad de recuperar el Peñón no se le volvería a presentar nunca más. Argumentó que era una cuestión de honor para el pueblo español reintegrar ese pedazo de tierra y que, siendo el Estrecho el mejor enclave que tienen los aliados para navegar por el Mediterráneo, era muy importante cerrarlo.
Alemania quería acelerar la guerra, lo que pasaba por controlar la colonia. Serrano Suñer, sin mebargo, se escudaba en el hecho de que él no podía tomar esas decisiones sin consultar al Caudillo y fue bastante ambiguo en sus respuestas. En «Entre Hendaya a Gibraltar» (1949), contaba este que Hitler había escuchado sus opiniones con «cierto malhumor y un gesto de decepción, cansancio y tristeza». Y después añadía: «De las siete u ocho veces que tuve que hablar con él, fue esta la ocasión en la que le encontré más parecido a un ser humano».
En ese momento, el mandatario nazi le pidió a su invitado que pasara a otra habitación próxima en la que había un enorme tablero central lleno de planos, con las paredes repletas de banderas indicando la posición de sus tropas. Fue allí donde el general Alfred Jodl –el hombre que primero se había dado cuenta de que Gibraltar era la llave para ganar la guerra, y uno de los asesores militares más importantes del «Führer»– explicó minuciosamente la famosa «Operación Félix», como la había bautizado.
El plan
Siguiendo sus órdenes, los más importantes organismos de planificación militar de las fuerzas armadas nazis dieron forma a un plan que debía cambiar el resultado de la guerra. Su diseño se levantó sobre múltiples estudios, observaciones y reconocimientos sobre el terreno realizados en secreto por un gran número de espías y expertos en artillería, estableciendo también una serie de operaciones de asalto, armas químicas, logística y transporte.
Los preparativos iban tan en serio que, a finales de 1940, la Primera División de Montaña del general Ludwig Kuebler comenzó un riguroso entrenamiento en la provincia de Besançon (Francia), en una zona cargada de montañas idénticas al Peñón. Allí los soldados podrían hacerse una idea de dónde iban a combatir.
Según lo trazado, la operación se llevaría a cabo bajo el mando del mariscal de campo Walter von Reichenau, que requería que dos cuerpos de su ejército ingresaran en España a mediados de enero de 1941 con el consentimiento de Franco. El mismo Kuebler se haría cargo de uno de ellos, para liderar la conquista, atacando con dos regimientos de Infantería y 26 batallones de artillería mediana y pesada, a los que sumaría tres batallones de observación, tres de ingenieros, dos de humo, un destacamento de 150 brandenburgueses y 150 tanques enanos a control remoto cargados de explosivos. A cargo del segundo cuerpo, el general Rudolph Schmidt cubriría los flancos del asalto a Gibraltar contra cualquier intervención británica. Contaría para ello con la 16 División Motorizada, concentrada en Valladolid; la 16 División Panzer, en Cáceres, y la División SS Totenkopf, en Sevilla.
Y por si no fuera suficiente, las fuerzas aéreas alemanas –la Luftwaffe– proporcionarían grupos de aviones JU-88, Stukas y Messerschmitts, además de seis batallones de antiaéreos. Mientras, la armada nazi realizaría el hostigamiento marítimo por medio del submarino U-boots, con el que interferiría la evacuación de los ingleses de Gibraltar y transportaría las baterías costeras para impedir el acercamiento de unidades navales británicas.
Desde el punto de vista militar, la «Operación Félix» debería haber sido un éxito para los alemanes y significar la recuperación de Gibraltar para España más de dos siglos después, pero Franco, movido por los reveses sufridos por Hitler, ni tan siquiera autorizó el tránsito del ejército nazi por suelo español. La posición del Caudillo no cambió con los meses y la operación fue postergada. Hasta que finalmente se canceló.