El misterio de la muerte de Don Rodrigo, el rey cuya triste derrota condenó a la Hispania visigoda
Las crónicas ofrecen diferentes versiones sobre su fallecimiento. Algunas afirman que perdió la vida en un enfrentamiento singular contra Tariq, otras, que se ahogó en un riachuelo
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Don Rodrigo es, a la vez, el más famoso y el más mitificado de los reyes godos. ¿Quién no ha oído hablar de su derrota en la batalla del río Guadalete en julio del 711? Aquella jornada, la destrucción de su ejército ante las tropas del general Tariq ibn Ziyad abrió las puertas a la dominación musulmana de la Península y provocó -a la larga- la destrucción de un reino con tres siglos de antigüedad. Con todo, y a pesar de que su nombre se repite hasta la saciedad en los libros de texto, este personaje sigue rodeado de la espesa neblina del desconocimiento. Desde su nacimiento, hasta la forma en la que arribó al trono. No obstante, es la última parte de su vida la que alberga más enigmas. Y, de forma más concreta, cómo abandonó este mundo.
Su muerte se ha convertido, más de un milenio después, en un verdadero misterio histórico. Algunas crónicas son partidarias de que Don Rodrigo falleció mientras combatía con el mismo Tariq en una pela singular; otras sentencian que se ahogó en un riachuelo mientras huía con su caballo, y las más rocambolescas son partidarias de que logró escapar hasta el norte de la Península Ibérica y fue enterrado en Viseu (Portugal). La cuestión continúa sin respuesta, como bien señala el historiador José Ignacio de la Torre Rodríguez en su obra «La reconquista española. 50 lugares» (editado por Cydonia). «Se desconoce cuál fue su destino, […] aunque lo más probable es que muriese en el campo de batalla», desvela el experto en período tardomedieval.
Del trono a la batalla
Pero viajemos hasta el origen del conflicto que llevó a nuestro protagonista hasta la que fue su última batalla. Este hunde sus raíces en la muerte de su predecesor, el rey Witiza, en el año 710. Un monarca godo que, como bien explica el autor español en su obra, abandonó este mundo sin dejar a nadie asociado al trono. Su triste partida inició, por si fuera poco, un enfrentamiento entre su familia y el por entonces duque de la Bética, Don Rodrigo, por hacerse con la poltrona. Como bien habrá supuesto el lector ganó el segundo, y lo hizo gracias al apoyo de buena parte de la nobleza y el clero.
Aunque su reinado no fue exactamente como nos han contado. Revueltas vasconas, enfrentamiento directos contra los judíos… Su paso por el sillón región despertó más tensiones que alabanzas, todo sea dicho.
Con este currículum no parece extraño que los partidarios y familiares de Witiza se buscaran sus propios aliados para derrocar a Don Rodrigo y ganarse de nuevo el trono. Aunque el por qué lo hicieron se debate todavía entre la realidad y la leyenda. El mito afirma que Don Julián, gobernador de Ceuta, solicitó ayuda a los árabes después de que su hija, Florinda la Cava, le confesara enviándole una cesta de huevos podridos que el monarca la había violado. La lógica histórica, por el contrario, parece indicar que los motivos fueron menos honrosos. Esto es: poder y riquezas.
Fuera como fuese, en las páginas de los libros ha quedado impreso que -tras algunas escaramuzas iniciales- un gran ejército al frente del gobernador de Tánger, Tariq ibn Ziyad (súbdito de Muza ibn Nusair), cruzó el estrecho con ayuda goda y arribó a Gibraltar con miles de hombres.
Pintaban bastos para Don Rodrigo, a quien el susto le atropelló mientras sofocaba -a golpe de espada- una sublevación de los revoltosos vascones. El tiempo que tardó en pertrechar a sus soldados, girar la grupa de su caballo y galopar hacia el sur con todo aquel hombre capaz de portar una espada fue una de sus perdiciones, pues dio tiempo a Tariq para arrasar y rapiñar las tierras andaluzas. «Don Rodrigo llegó al Estrecho a principios de julio de 711 con un ejército de entre 10.000 y 12.000 hombres, unas tres o cuatro veces mayor que el musulmán», apunta el historiador. La victoria parecía en bandeja, así que inició el baile de aceros ese mismo mes.
El punto exacto de la batalla se desconoce. Algunos autores hablan del oeste de Algeciras; otros de las afueras de Medina Sidonia. Vaya usted a saber. Lo que sí podemos aseverar es que «la batalla como tal no existió, sino que desde el 19 de julio ambos ejércitos comenzaron a acosarse mutuamente». Y lo cierto es que, durante estas escaramuzas iniciales, no le fue mal a nuestro buen Rodrigo. Pero lo que decantó la balanza a favor de Tariq fue la inocencia del rey, quien cometió el error de posicionar a las fuerzas de los hermanos de Witiza en los flancos de la formación.
A Sisberto y a Oppas se les olvidó a toda velocidad su juramente de fidelidad y, en mitad de las tortas, se pasaron al enemigo ávidos de volver a ganar el trono para su familia. Aquello sentenció al monarca y le condenó -atendiendo a la mayoría de fuentes- a la muerte.
Misterio sin resolver
Muerte en combate, huida del campo de batalla… El destino de Don Rodrigo, el último rey godo según la tradición, es todavía un misterio. Solo existe una verdad aceptada, y es la que expone De la Torre en su obra: la que explica que, una vez que los invasores y los traidores se proclamaron vencedores tras varias jornadas de lucha, hallaron el caballo del monarca cubierto de flechas, pero no su cadáver. A partir de este punto las versiones son tantas como autores han investigado el suceso a lo largo de la historia. Las crónicas islámicas, por ejemplo, coinciden en que los restos del monarca desaparecieron, aunque sostienen que no se dejó la vida en el combate, sino que lo hizo tras dar media vuelta a su jamelgo y hundirse en un riachuelo cercano que intentaba cruzar.
Así lo explica un texto de época (de autor desconocido) replicado en la obra «Colección de tradiciones: crónica anónima del siglo XI» (publicada en 1867): «Rodrigo desapareció, sin que se supiese lo que le había acontecido, pues los musulmanes encontraron solamente su caballo blanco, con su silla de oro, guarnecida de rubíes y esmeraldas, y un manto tejido de oro y bordado de perlas y rubíes. El caballo había caído en un lodazal, y el cristiano que había caído con él, al sacar el pie, se había dejado un botín en el lodo. Solo Dios sabe lo que pasó, pues no se tuvo noticias de él, ni se le encontró vivo ni muerto».
En todo caso, a día de hoy existen otras tantas versiones diferentes sobre lo que aconteció al desgraciado Don Rodrigo tras la mítica contienda. La primera arriba de la mano de la «Crónica mozárabe de 754», calificada por los expertos como la principal fuente latina para el conocimiento del reino visigodo y la conquista musulmana de la Península. Este texto, después de explicar la derrota del ejército defensor en la batalla del río Guadalete, afirma que el monarca falleció en la contienda: «[El rey] murió en esta batalla, huyendo todo el ejército de los godos que, movidos por la ambición del reino, envidiosa y fraudulentamente habían venido con él. De este modo perdió desgraciadamente el trono y la patria».
De la Torre es de la misma opinión, y así lo deja patente en su obra: «Lo más probable es que Rodrigo muriese en el campo de batalla y que su cadáver quedase allí junto con los de los otros muertos de la contienda». En este sentido, el autor español sentencia que, a pesar de su importancia regia, «sus restos ya no servían a nadie», por lo que no le resulta extraño que «pudiera ser tratado como cualquier otro caído». El cómo dejó este mundo aquella jornada depende de la fuente a la que se acuda. Una de las versiones más épicas en este sentido es la que afirma que cayó bajo la lanza del mismísimo Tariq en un combate singular. Este, no contento con acabar con él, habría decapitado su cadáver y enviado su cabeza a Musa. Así lo recoge Domingo Domené Sánchez en «Año 711. La invasión musulmana de Hispania».
Otra versión, la que aparece recogida en la «Crónica de Alfonso III», se aleja de esta idea. Esta obra (fechada en siglo IX) afirma, para empezar, que «Ruderico salió a combatirlos [a los musulmanes] con todo el ejército de los godos», pero que no pudo hacer nada ante el empuje musulmán ni evitar que «pasaran a sus hombres a cuchillo». «No es conocida la causa de la muerte Ruderico; en nuestros tiempos, cuando repoblamos la ciudad de Viseo y sus cercanías, se encontró en cierta basílica un monumento en el que estaba escrito un epitafio que decía: “Aquí descansa Ruderico, rey de los godos”». Según estas palabras, el monarca habría logrado escapar hasta esta localidad portuguesa, dónde habría muerte poco después. En todo caso, De la Torre es partidario de que «nunca se ha podido encontrar una inscripción» descubierta, presuntamente, en el año 868.
Más remota es la teoría de que escapara a toda prisa hasta Salamanca, donde Muza le capturó y acabó con su vida. La última posibilidad quedó registrada en el siglo XVIII, y por escrito, en la localidad onubense de Sotiel Coronada (a orillas del río Odiel, en Huelva). Aquellos que son partidarios de esta versión sostienen que Rodrigo huyó de la batalla y llegó moribundo hasta la zona. A su vez, la tradición explica que se construyó una ermita (la de la Virgen de España) sobre el terreno en el que falleció. Más allá de la infinidad de ubicaciones plausibles, la realidad es que, aunque han pasado ya más de mil años, seguimos sin saber exactamente qué sucedió. Y ese enigma aumenta el encanto de la historia del monarca godo.
Rodrigo perdió la contienda y, ya fuera con su marcha a galope tendido o con su muerte, las escasas fuerzas que todavía quedaban bajo su mando se disgregaron. Tariq, ansioso por acabar con los restos del derrotado contingente, desoyó las órdenes de Muza y penetró con sus hombres en el territorio cimitarra en mano. Lejos de lo creía su superior, apenas hallaron una oposición seria. No solo eso, sino que a ellos se adhirieron algunos viejos pobladores de la Península. «Los judíos, tan perseguidos por los visigodos, apoyaron en masa a los musulmanes, a los que veían como unos libertadores», desvela Domené. En pocas décadas su dominio de todo el territorio era ya un hecho. Guadalete fue, por tanto, no solo la tumba del monarca, sino también la de su reino y, de facto, la primera pieza agitada de un dominó cuya caída no se detuvo hasta 780 años después, cuando terminó la Reconquista.
Origen: El misterio de la muerte de Don Rodrigo, el rey cuya triste derrota condenó a la Hispania visigoda